¿QUÉ ES LA FE? LA FE ABARCA LA VERDAD, EL CORAJE, LA SABIDURÍA Y LA BUENA FORTUNA. INCLUYE LA COMPASIÓN Y LA HUMANIDAD, ASÍ COMO LA PAZ, LA CULTURA Y LA FELICIDAD. LA FE ES ESPERANZA ETERNA; ES EL SECRETO PARA EL AUTO-DESARROLLO SIN LÍMITES. LA FE ES EL PRINCIPIO BÁSICO DE CRECIMIENTO. (LAS DISCUSIONES SOBRE LA JUVENTUD, VOLUMEN 2, PÁGINAS 163/64).

¿QUÉ ES EL BUDISMO? ES EL NOMBRE DADO A LAS ENSEÑANZAS DE UN BUDA. "BUDA" SIGNIFICA "EL ILUMINADO”; ALGUIEN QUE PERCIBE LA ESENCIA O REALIDAD DE LA VIDA EN SU INTERIOR, ES UN SER ILUMINADO A LA VERDAD DE LA VIDA Y DEL UNIVERSO. A DIFERENCIA DE OTRAS RELIGIONES, EL BUDISMO NO ALEGA UNA REVELACIÓN DIVINA. COMIENZA CON UN HOMBRE, QUE A TRAVÉS DE SUS PROPIOS ESFUERZOS Y PERSEVERANCIA, DESCUBRIÓ LA REALIDAD DENTRO DE SÍ Y ENSEÑÓ QUE TODOS PODÍAN HACER LO MISMO. EL BUDA NO PUEDE SER DEFINIDO, COMO UN SER TRASCENDENTAL O SUPREMO. EN ESTE SENTIDO, EL BUDISMO, NO SOLO ES LA ENSEÑANZA DE UN BUDA, SINO LA ENSEÑANZA QUE POSIBILITA A TODAS LAS PERSONAS REVELAR SU NATURALEZA DE BUDA. EL BUDISMO ES UN SISTEMA PRÁCTICO DE ENSEÑANZA QUE NOS PERMITE CONCRETAR EL ESTADO IDEAL DE LA BUDEIDAD… LA PROPIA PERFECCIÓN.

¿QUE ES EL KOSEN-RUFU? “ES LA LUCHA PARA TRANSFORMAR LA VIDA DE LOS SERES HUMANOS, REVIRTIENDO LA OSCURIDAD QUE RESIDE EN EL INTERIOR DE SU VIDA, HACIENDOLO TOMAR CONCIENCIA DE SU NATURALEZA DE BUDA INHERENTE". LA ESENCIA DE “ESTABLECER LA ENSEÑANZA CORRECTA PARA ASEGURAR LA PAZ EN LA TIERRA” ESCRITO POR NICHIREN DAISHONIN, RADICA EN CONSTRUIR UNA RED DE PERSONAS DEDICADAS AL BIEN. PERO COMO ESTA CONTIENDA IMPLICA TRANSFORMAR DE RAÍZ LA VIDA DE LAS PERSONAS PROVOCARA RESISTENCIA EN CIERTOS SECTORES… ESTA GRAN BATALLA ES LA CLAVE PARA CREAR UN MUNDO DE PAZ Y DE FELICIDAD VERDADERAS, UNA TIERRA DE BUDAS.

YIGUIO Y KETA. PRÁCTICA PARA UNO MISMO Y PRÁCTICA PARA LOS DEMÁS. ESTOS ASPECTOS DEL BUDISMO VERDADERO SON: YIGUIO (PRÁCTICA PARA UNO MISMO) Y KETA (PRÁCTICA POR EL BIEN DE OTROS). AMBOS CONSTITUYEN UNA PRÁCTICA COMPLETA. SON COMO DOS RUEDAS QUE FUNCIONAN AL UNÍSONO PARA ADELANTAR NUESTRAS VIDAS, PARA MANIFESTAR NUESTRA ILUMINACIÓN INHERENTE.

¿QUE ES LA SOKA GAKKAI INTERNACIONAL (SGI)?...ES UNA ORGANIZACIÓN BASADA EN EL BUDISMO DE NICHIREN DAISHONIN, INSPIRADA EN EL RESPETO A LA VIDA, LA CONCIENCIA DE LOS DERECHOS HUMANOS, BUSCANDO DESPERTAR EN LAS PERSONAS EL ESPÍRITU DE RECONOCER, RESPETAR Y APRECIAR LAS SEMEJANZAS Y LAS DIFERENCIAS, PERMITIENDOLES FORTALECERSE Y TRANSFORMAR SU INTERIOR PARA DESARROLLAR SU MÁXIMO POTENCIAL, ASUMIENDO LA RESPONSABILIDAD DE SU PROPIA VIDA Y COMPROMETIENDOSE CON LA SOCIEDAD, EMPRENDER ACTIVIDADES EN SU VIDA COTIDIANA, PARA DESPLEGAR LA CAPACIDAD DE VIVIR CON CONFIANZA, CREANDO VALOR EN CUALQUIER CIRCUNSTANCIA Y CONTRIBUYENDO AL BIENESTAR DE AMIGOS, FAMILIARES Y SU COMUNIDAD…

…UNA DE LAS DIFICULTADES QUE LOS LATINOS TIENEN PARA COMPRENDER EL BUDISMO, radica en lo que el término "religión" significa en su ámbito social… Las religiones occidentales tienen sistemas jerárquicos en los que las reglas y los dogmas se establecen desde arriba hacia abajo… Ellas están basadas en la creencia de una deidad sobrenatural… La relación entre el maestro y el discípulo es interpretada como la de una persona que ciegamente, sigue a otra… VER MAS…

EL ESFUERZO DE NO RENDIRSE JAMAS. Vivimos una vida fragmentada y llena de conflictos. Estamos divididos en centenas de grupos de seres humanos, limitados por el miedo, la vergüenza, la culpa, la ira, las obsesiones y las emociones… esta lucha interna hace que no nos podamos entender… ¿Por que pasa esto...? VER MAS…

LA RECITACION DE LOS CAPITULOS “MEDIOS HABILES” Y “DURACION DE LA VIDA”. Carta a la esposa de Hiki Daigaku Saburo Yoshimoto. Este Ghoso, nos acerca a un precepto conocido como “seguir las costumbres de la región”. El significa que, mientras no esté en juego ninguna trasgresión grave, no se debe ir contra las tradiciones y costumbres de un país, región o comunidad, aunque debamos apartarnos ligeramente de las enseñanzas. Este criterio fue establecido por el Buda... VER MAS…

LAS REUNIONES DE DIALOGO O ZADANKAI, SON UN OASIS…En la actualidad, el egoísmo desmedido, provoca profundos trastornos en el corazón humano y estamos perdiendo la coexistencia con la naturaleza; por ello estos mini cónclaves de miembros de todas las edades, razas, intereses y antecedentes, son un foro de intercambio rico y refrescante. En un mundo afectado por la "DESERTIFICACION SOCIAL", estas reuniones son un oasis, en el que los seres humanos en forma individual, se esfuerzan en concretar la paz mundial y la prosperidad de la sociedad humana. ...Como budistas, al establecer una condición de paz interior en la vida cotidiana, contribuimos con la paz del mundo, posibilitando a cada uno, desarrollar su potencial inherente... VER MAS…

LAS BASES PARA MANIFESTAR LA BUDEIDAD - NICHIREN DAISHONIN / Pagina 3

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LAS BASES PARA MANIFESTAR LA BUDEIDAD - NICHIREN DAISHONIN / Pagina 2

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LAS BASES PARA MANIFESTAR LA BUDEIDAD - NICHIREN DAISHONIN / Pagina 1

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LA CULTURA DEL DIALOGO


















PROPOSITO Y SIGNIFICADO DEL BUDISMO




El propósito y significado del Budismo, yace en superar los cuatros sufrimientos básicos de la vida, el Nacimiento, la Vejez, la Enfermedad y la Muerte, capacitando a cada individuo a establecer su propia identidad.

LA ILUMINACIÓN DE LAS MUJERES

En algunos sutras budistas se enseñaba que las mujeres nunca podrían llegar a ser budas. Un sutra dice: "Aún si los ojos de los budas de las tres existencias cayeran al suelo, ninguna mujer de ninguno de los reinos de la existencia podría alguna vez alcanzar la budeidad".


Esto refleja sin duda la forma de ver las cosas que prevalecía en la India del siglo V a.C., en donde eran consideradas más o menos una propiedad de sus esposos.

No obstante, se dice que en respuesta a la solicitud de su tía y otras mujeres, Shakyamuni permitió a éstas convertirse en monjas y llevar a cabo su práctica monástica después de establecer ocho reglas que ellas debían seguir.

El especialista en estudios indios, Dr. Jaime Nakamura, dice que: "La aparición (en el budismo) de una orden de monjas fue un acontecimiento sorprendente en la historia del mundo religioso. En aquel tiempo, no existía ninguna orden religiosa femenina en Europa, Norte de África, Occidente u Oriente de Asia. El budismo fue la primera tradición en generar una".


En los siglos posteriores, sin embargo, las percepciones predominantes de las mujeres comenzaron a reafirmarse y se creía comúnmente que éstas tendrían que nacer de nuevo como hombres y llevar a cabo prácticas interminables y dolorosas antes de ser capaces de alcanzar la budeidad. La sanga bikshuni, u orden de monjas budistas, declinó y casi desapareció.


Nichiren, el monje budista del siglo XIII cuyas enseñanzas siguen los miembros de la SGI, era un firme creyente en la igualdad de mujeres y hombres. Él escribió: "No debería haber discriminación entre aquellos que propagan los cinco caracteres de Miojo rengue kio en el Último Día de la Ley, ya sean hombres o mujeres". Esta fue una declaración revolucionaria para su tiempo, cuando las mujeres eran casi totalmente dependientes de los hombres. Las "tres obediencias" estipulaban que una mujer japonesa debería obedecer primero a sus padres, luego a su esposo y finalmente, al envejecer, debía obedecer a su hijo.


Nichiren envió cartas de aliento a muchas de sus seguidoras y les confirió a varias el título de Shonin, indicando su máximo respeto.

La fuerza de la fe y la independencia de espíritu mostrados por aquellas mujeres lo impresionaron profundamente.

En su Carta a Nichimyo Shonin, él escribió: Nunca había escuchado que una mujer viajara mil ri en busca del budismo como usted lo hizo... usted es indudablemente la más adelantada devota del Sutra del Loto entre todas las mujeres del Japón".


En el capítulo 12º (Devadata) de la versión del Sutra del Loto citada por Nichiren, Shakyamuni deja constancia de que la budeidad está al alcance de las mujeres al poner de manifiesto que una hembra dragón fue capaz de alcanzar la budeidad rápidamente al practicar el Sutra del Loto.


Esta mujer, a menudo conocida como la hija del rey dragón, se hace presente y manifiesta en forma dramática su logro de la budeidad, demostrando el principio de llegar a ser un buda en la forma presente de uno. Ella subvierte la creencia imperante de que la iluminación sólo podría ser alcanzada después de realizar penosas prácticas por un período de tiempo extremadamente largo. La mujer dragón tiene la forma de un animal, es del sexo femenino y además, es muy joven; el que ella haya sido la primera en demostrar el inmediato logro de la budeidad resulta impactante.


Nichiren enfatiza: "entre todas las enseñanzas del Sutra del Loto, aquella de las mujeres logrando la budeidad es la más avanzada".

En otra de sus cartas, él escribe: "Cuando yo, Nichiren, leo otros sutras distintos del Sutra del Loto, no tengo el más mínimo deseo de convertirme en una mujer. Un sutra denuncia a las mujeres como emisarias del infierno. Otro las describe como grandes serpientes... Sólo en el Sutra del Loto podemos leer que una mujer que abrace este sutra no sólo aventaja a todas las demás mujeres sino que supera a todos los hombres". Nichiren prometió compartir el esperanzador mensaje del Sutra del Loto con todas las mujeres del Japón.


El budismo considera las distinciones de género, raza y edad como una diversidad que existe para enriquecer nuestra experiencia individual y a la sociedad humana como un todo.

El Sutra del Loto es llamado a veces la enseñanza de la no-discriminación, porque revela que el estado de budeidad es inherente a todos los fenómenos. No existe diferencia entre hombres y mujeres en términos de su capacidad para lograr la budeidad, ya que unos y otras son por igual manifestaciones de la realidad última. Si consideramos la eternidad de la vida, es claro también que podemos nacer como un hombre en una vida y como mujer en otra.


El presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, afirma:
"Lo importante es, que tanto las mujeres como los hombres, lleguen a ser seres humanos felices. Llegar a ser feliz es el objetivo; todo lo demás es un medio. El punto fundamental de la 'declaración de los derechos de las mujeres' que emana del Sutra del Loto, es que cada persona tiene el derecho y el potencial innato para cristalizar un estado de vida de grandiosa felicidad".

A LA ENFERMEDAD, DIGAMOSLE "¡SALUD!"

En ocasiones, un padecimiento puede convertirse en el disparador de un gran desarrollo de la fortaleza interior. En una nueva entrega de “Bodhisattva en la ciudad”, nuestro protagonista toma su Olivetti para dedicarse a indagar sobre uno de los cuatro.

Y otra vez el personaje de nuestra saga se enfrenta a un tema crucial: la enfermedad.

Y lo hace después de un encuentro familiar (¿acaso alguno pensó que no la sufriría y que por eso sólo hablaba de trabajo y de amigos?). Un tema complejo, que desveló a nuestro Bodhisattva, pero, afortunadamente, no, hasta el punto de enfermarlo. Omar es el debilucho de la familia.

Siempre que nos juntamos, tiene una enfermedad distinta. Las tuvo todas: neumonía, pulmonía, sarampión, escarlatina, gota, hipertensión, bronquitis, hepatitis, amigdalitis, y otras que no me acuerdo pero que también terminan en “itis”.


Yo siento que, en el fondo, Omar disfruta cuando está enfermo; es como si estuviera en un terreno que domina. Esta vez, la cita fue el cumpleaños del tío Elvio. Estábamos todos y, como no podía ser de otra manera, Omar estrenaba otra enfermedad: anemia. Durante toda la cena, Omar me habló de la anemia: “¿Vos sabés que el treinta por ciento de la población sufre de anemia?”, “Pasame la morcilla, que es buena para la anemia, ¿viste?, por los glóbulos rojos”, “Che, ¿bajamos un poco el aire acondicionado? Tengo miedo de que me agarre una recaída con la anemia”… y así toda la noche, dale que dale, anemia de acá, anemia de allá… Hasta que al final pasó lo inevitable: me salí de las casillas y me encontré gritando como un loco en medio de toda la familia, que me observaba con cara de horror.

Omar, ¡cortala con tu anemia! ¡A nadie le importa tu anemia, si tosés de noche, si expectorás, si te duele el...! Me encontré gritando esas barbaridades, parado en la silla, absolutamente sacado.

Todos me miraban con miedo, y para completar el cuadro, Omar tosió débilmente y puso cara de pobrecito. Todo estaba claro, víctima y victimario. Me bajé de la silla, le pedí disculpas a
Omar… y traté de romper el hielo diciendo: “Elvira, ¡el vitel toné está para chuparse los dedos!”.


Por supuesto, la frase no tuvo el menor éxito, y me retiré temprano a casa, soportando comentarios sarcásticos del estilo: “¿Eso te enseñan en el Budismo? ¡Intolerante!”.

Omar me dijo que no me preocupara, porque hacerse problema era una de las principales causas de cáncer. Cuando iba en el taxi, me puse a pensar cuánto me faltaba todavía en eso de ser un budista en el verdadero sentido de la palabra: tolerar, alentar… pero, bueno, en eso estoy.

Igual, seguí pensando en Omar y en las enfermedades, y cuando llegué a casa, me puse a indagar sobre el tema. La verdad es que la visión del Budismo acerca de la salud es muy compleja e interesante. Leí durante varias horas, hasta que, al final, me quedé dormido en el sillón… Y se ve que tomé frío durante la noche, porque me levanté con dolor de garganta.

¡Ya me parezco a Omar! A la mañana, desperté recordando una charla con quien me dio a conocer el Budismo. Fue cierta vez que estuve enfermo de una gripe feroz. En esa ocasión, recuerdo que todo comenzó cuando le dije que no era necesario que yo fuera al médico, ya que mi práctica era sumamente constante, y eso, a la larga, daría sus frutos y me curaría.

“El Budismo es coherente con la razón”, me dijo él. Y agregó, con esa sabiduría que a uno lo deja con la sensación de haber planteado una obviedad: “Es absurdo creer que sólo porque tenemos fe estamos exentos de tener que ir al médico. Si pensás así, te aclaro que eso no corresponde al pensamiento budista”.

Rememorando aquella vieja charla, agarré mi también añeja Olivetti y me dispuse a escribir el resultado de mis investigaciones acerca del pensamiento budista sobre la enfermedad. Una cuestión de sentido común Indagando en la vida de Nichiren Daishonin, descubrí que él mismo se hacía atender por su leal discípulo Shijo Kingo (que era médico), del mismo modo que el buda Shakyamuni era atendido por el ilustre Jivaka. Además, se dice que Shakyamuni tomaba todos los recaudos para que las personas enfermas recibieran comida nutritiva y les enseñaba a concentrarse en su recuperación. Incluso permitía que, durante el período de convalecencia, los monjes se apartaran de sus reglas de disciplina. También hacía preparar pociones curativas para los enfermos y los instaba a que tomaran esos remedios.


En su escrito “Sobre la prolongación de la vida”, Nichiren Daishonin se dirige a Myojo, la esposa enferma de Toki Jonin, explicándole no sólo el inmenso poder del Budismo para destruir las funciones negativas de la enfermedad, sino también recomendándole que se hiciera examinar por Shijo Kingo.

En otras palabras, le pide que busque atención médica. Luego, la alienta a acumular los “tesoros de la fe” y a cuidar responsablemente el “tesoro del cuerpo”, para proteger su valiosa vida.(1)

A la luz de esos ejemplos y de lo que luego pude investigar, el Budismo enseña que cuando uno se enferma, el verdadero camino de la fe consiste en determinar que uno se curará sin falta, y luego, en adoptar medidas sabias y sensatas para lograr dicho objetivo. Akiko Kojima,

quien es una de las responsables del Grupo de Enfermeras (Shirakaba-kai) de la Soka Gakkai, señaló en una oportunidad: “El Budismo no es algo abstracto ni se trata de conceptos intelectuales.

Recuerdo que el presidente Ikeda, en una ocasión, brindó cuatro guías para la buena salud: hacer un gongyo enérgico, llevar una vida moderada y productiva, realizar acciones altruistas en bien de los demás y alimentarse con sensatez y buen criterio. Eso tiene relación con las últimas conclusiones de la ciencia que subrayan la necesidad de mejorar el estilo de vida para mantener una buena salud, especialmente en lo que respecta a una buena pauta de descanso, nutrición y ejercicio físico, acorde con la edad y con las condiciones físicas.

También se reconoce, cada vez con mayor frecuencia, que el estado espiritual positivo y sano posee una gran influencia en el bienestar físico”. Esa opinión coincide también con los estudios realizados por el oncólogo norteamericano O. Carl Simonton, quien habla de varias formas de luchar contra el cáncer. En síntesis, ese médico recalca los siguientes puntos: tener la convicción de que uno se recuperará; no albergar rencor ni resentimiento hacia los demás, sino desear sinceramente el bien a otros; evitar las quejas y la negatividad; y, en cambio, ser positivo y tener esperanza; mantenerse activo; trazarse objetivos para la propia vida. El doctor Simonton también insiste en la importancia de expresar las propias emociones, de cultivar sentimientos de gratitud y de alegría.


La fe mueve montañas… y vence la enfermedad A través de los escritos budistas y de las experiencias de quienes han enfrentado la enfermedad basados en su fe, podemos decir que el Budismo brinda pautas sencillas para vivir una existencia mejor, dotada de sabiduría para conservar la buena salud.

La perseverancia intensa en la fe es lo que permite tomar contacto con una infinita fuente de sabiduría y de fuerza vital, que nos lleva a vencer la enfermedad. Así, se logra potenciar al máximo la eficacia de un buen médico y de los buenos remedios prescritos, para que ambos actúen como funciones protectoras.


En esencia, podríamos decir que derrotar la enfermedad consiste en armarse con las fuerzas de la fe y de la práctica, para emplear al máximo lo que la medicina puede ofrecernos. Hideki Sakai, titular del Grupo de Médicos de la División de Jóvenes de la Soka Gakkai señala: “El tratamiento médico puede detener el avance de la dolencia y también prevenir su aparición.

Pero, fundamentalmente, lo que cura una enfermedad son las propias facultades curativas del paciente. Por eso es importante no depositar una fe ciega en la medicina ni verla como algo absoluto. El Budismo nos brinda la sabiduría y la fortaleza para tomar conciencia de ello”. Lo mismo sostiene el doctor René Simard, célebre investigador sobre el cáncer y ex rector de la Universidad de Montreal, quien señala que el cuerpo siempre está produciendo algo nuevo para combatir la enfermedad, ese “mal que habita dentro de nosotros”.

Esto demuestra una gran confianza en la curación natural que alberga el organismo humano. La cuestión es: ¿Cómo extraer esta facultad inherente? ¿Cómo hacer pleno uso de ella? En ese punto es donde la fe manifiesta su enorme importancia, y donde se ve la utilidad de llevar una vida equilibrada y sabia.

Una oportunidad de oro Generalmente, la actitud del ser humano al enfrentar una enfermedad es automática¬mente equiparar ésta con la desventura. Sin embargo, la experiencia de muchas personas nos habla de que ellos han podido experimentar un gran crecimiento humano a partir de su dolencia.

Lo que es decisivo, entonces, es cómo reaccionamos ante la enfermedad. El Budismo expone los cuatro sufrimientos de los cuales nadie puede escapar: nacimiento, vejez, enfermedad y muerte.

Por lo tanto, podemos decir que el hecho de enfermarse no es una situación fuera de lo corriente, sino uno de los aspectos ineludibles de la existencia humana. En “La apertura de los ojos”, Nichiren Daishonin cita al gran maestro T’ien-t’ai: Los pobres méritos obtenidos por una mente decidida a practicar sólo a medias no pueden alterar [los efectos del propio karma]. Pero si uno lleva a cabo la práctica de la concentración y la introspección, para observar los principios de la “salud” [los cuatro elementos de tierra, agua, fuego y viento, así como el plano de los deseos mundanos] y de la “enfermedad” [el plano de las dolencias], entonces uno puede alterar el ciclo de nacimiento y muerte [en el plano del karma].(2)

Si lo expresamos en términos de nuestra práctica diaria, podríamos decir que llevar “a cabo la práctica de la concentración y la introspección” representa la invocación de Nam-myoho-renge-kyo (daimoku) frente al Gohonzon. Asimismo, puede afirmarse que uno no podría transformar su karma si se conformara con una fe vacilante. Desde esa perspectiva, la enfermedad es una oportunidad para reflexionar profundamente sobre la propia vida y desafiar nuestra tenacidad con una fe poderosa y vencer los sufrimientos del nacimiento y de la muerte.

En definitiva, el enfoque budista sobre la enfermedad la convierte a esta en un trampolín, una fuerza motivadora para llevar a cabo la revolución humana. Entonces, la enfermedad puede ser un factor muy positivo en nuestra vida. Nichiren Daishonin escribe: “Esta enfermedad de su esposo puede deberse al designio del Buda, pues los sutras Vimalakirti y del Nirvana hablan de personas enfermas que alcanzaron la Budeidad.

De la enfermedad surge el corazón que busca el Camino”.(3)

Daisaku Ikeda señala al respecto: “El Daishonin declara: ‘Nam-myoho-renge-kyo es como el rugido del león. Por lo tanto, ¿qué enfermedad puede ser un obstáculo?’.(4)

Desde una perspectiva amplia sobre la vida, no hay ninguna enfermedad que no pueda curarse mediante el poder de la fe inquebrantable.

Aunque uno, en este momento, esté librando una batalla contra la mala salud, mientras la fe se mantenga sana y sólida, siempre le será posible tomar contacto con la poderosa fuerza revitalizadora que existe dentro de su propia vida y conocer un profundo estado de felicidad.

Esta dicha profunda, en sí misma, es prueba de que uno ha transformado su karma, de que uno ya ha derrotado el demonio de la enfermedad”. Lo esencial es qué historia grabamos en nuestra vida.


Otro ejemplo es la experiencia de Shizuko Suzuki, una integrante de la División de Damas de la prefectura de Tokushima (Japón) quien, en los tiempos de su ingreso en la organización, recibió el aliento del segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda. La señora Suzuki relata que ingresó en 1956 motivada por la enfermedad de su hija Yoko (que padecía parálisis cerebral infantil). Al año siguiente, llevando a la pequeña Yoko sobre sus espaldas, peregrinó desde Shikoku hasta el templo principal, donde asistió a una reunión en la que participaría el maestro Toda.

En aquellos días, ese viaje de ida y vuelta hasta el templo le debe de haber llevado tres o cuatro días, pues debía hacer el recorrido en ferry hasta la isla principal, y de allí, trasbordar al tren nocturno. Pero la señora Suzuki llegó a la reunión y le dijo al presidente Toda: “¡Sensei! Estoy angustiada por la enfermedad de mi hija. ¿Se curará?”.Con los ojos colmados de misericordia, el señor Toda replicó: “Si persevera en la fe sinceramente e invoca daimoku, le aseguro que su hija no le causará ninguna preocupación.

¡Siga Orando y esfuércese al máximo!”. Entonces, el señor Toda hizo que le llevaran a la pequeña Yoko y la sentaran en la mesa, ante él. La abrazó con cariño y le masajeó las piernitas, mientras la alentaba y le decía que se recuperaría. La señora Suzuki, con las palabras del presidente Toda grabadas en lo profundo de su corazón, llegó a construir una vida realmente admirable.

Se esforzó en las actividades de la Soka Gakkai, siempre llevando consigo a su hija discapacitada, dondequiera que iba. Y a pesar de las muchas dificultades que surgieron, ella siempre dio lo mejor de sí en la Soka Gakkai. Cuando, hace un tiempo, la señora Suzuki estuvo internada en un hospital, recibió una postal que le llegó a la habitación donde guardaba reposo. Era un cálido y afectuoso deseo de recuperación, prolijamente escrito con un procesador de textos... ¡de Yoko, que estaba efectuando su tratamiento de rehabilitación en un centro médico especializado! La señora Suzuki escribió: “Cuando recibí esa postal de mi hija, sentí una felicidad tan grande que no pude contener las lágrimas. En ese momento, comprendí lo que el señor Toda había tratado de decirme.

Hoy, mi hija y yo no tenemos ningún motivo de preocupación, ambas estamos llevando a cabo con alegría nuestras actividades en la Soka Gakkai. Mi vida es realmente feliz”.

Para finalizar, podemos decir que el Budismo enseña que, más allá de estar sanos o enfermos, lo importante es hasta dónde se ha cultivado el corazón y la mente, y qué clase de historia hemos escrito en esta vida. Y eso es lo que determina la dirección de nuestra existencia.

(1) Véase Los principales escritos de Nichiren Daishonin, vol. 1, págs. 233 a 237.
(2) Ib., vol. 2, pág. 189.
(3) Gosho zenshu, pág. 1408.
(4) Los principales escritos de Nichiren Daishonin, vol. 1, pág. 119.

7 de Junio Ceremonia de Ingreso ¡ Felicitaciones ...


7 de Junio
Ceremonia de Ingreso
¡ Felicitaciones Victoria !!!


LOS DIEZ ESTADOS DE LAS PERSONAS















EL BUDA EN TU ESPEJO

Prólogo del libro El Buda en tu espejo.

Hasta a quienes la vida parece habernos bendecido, tenemos épocas en que las cosas positivas que nos rodean tampoco nos dan felicidad. ¡Debe haber algo más, algo más profundo!

Pero aún cuando todo aparenta estar bien, a menudo no nos percatamos que estamos teniendo problemas. Cuando pienso en tantos amigos y contemporáneos de mi profesión que han ido y venido, en las leyendas que fenecieron demasiado pronto, cuyas voces musicales se apagaron por perder la batalla contra las drogas o la enfermedad... ¡Es obvia la necesidad de un método para lograr una felicidad perdurable!

La realidad de la vida del jazz no es sencilla (y estoy seguro de que ocurre lo mismo con muchas otras ocupaciones). Hace falta mucha fuerza, física y espiritual, para realizar constantes giras —a veces pasar meses viajando a un país nuevo cada día— seguir exprimiendo la creatividad y mantener relaciones sanas. En medio de la cruda realidad de la vida, tanto a nivel profesional como personal, ha sido el Budismo de Nichiren, una filosofía fácil de entender que afirma la vida, la que me ha apoyado durante unos veintinueve años.

Veamos cómo sucedió.

Yo no nací en el seno de una familia rica, de hecho, éramos bastante pobres. Pero tuve la suerte de tener siempre comida en el plato. Es más, conté con el apoyo de unos padres que me animaron a vivir mis sueños. Y respaldaron esos sueños lo mejor que pudieron. A pesar de que no podían permitirse el enviarme a la escuela superior, se las arreglaron para que fuera.

Además del apoyo de mis padres, mi vida ha estado guiada por varios mentores que he tenido la suerte de ir encontrándome a lo largo del camino hasta hoy. Tres de ellos fueron muy especiales. La primera fue la segunda profesora de piano que tuve, la Sra. Jordan.

Antes de que el jazz formara parte de mi conciencia, era un niño de nueve años con dos años de piano a mis espaldas. Esto era en Chicago, en 1949. Ahora no recuerdo cómo conocí a la Sra. Jordan , pero hasta ahora no he podido olvidar lo que me enseñó. Después de oírme tocar un poco, me dijo que estaba claro que podría leer música. Pero en el primer contacto me preguntó si conocía cosas como el tacto, los matices, el fraseo, e incluso cómo respirar cuando me sentaba ante el teclado, conceptos que eran ajenos a mi experiencia. Cuando contesté que no, me dijo: “Yo te enseñaré”. Y se sentó y tocó una pieza de Chopin tan maravillosa que, a mis nueve años, me quedé boquiabierto.

La Sra. Jordan me enseñó que tocar el piano era mucho más que saberse las notas. Al verla tocar con tanta calidez, dignidad y pasión, automáticamente me di cuenta de que el piano era un instrumento para la expresión personal.

Gracias a su sinceridad y sus continuos esfuerzos por encontrar el modo de explicar a un muchacho lo que, de otro modo, me hubiera resultado incomprensible, la Sra. Jordan encendió mi deseo de aprender. Y, como prueba de sus cualidades pedagógicas, al cabo de tan solo un año y medio, gané un importante premio del concurso de introducción al piano en Chicago y tuve la oportunidad de tocar en un concierto con la orquesta sinfónica de Chicago en el Orchestra Hall.

Estudiando con la Sra. Jordan fue la primera vez que recuerdo haber descubierto una nueva dimensión en algo aparentemente conocido, y ese impacto me ha acompañado siempre. De hecho, creo que eso es lo que hacen los grandes mentores: incitan tu capacidad de ver algo de un modo nuevo, de un modo que resuena dentro de ti de una forma especial. Lo que también conseguí con la Sra. Jordan , aunque en ese momento no me daba cuenta, era el modo en que la sinceridad de una persona podía influir de manera permanente en otra.

Miles Davis era también un mentor del mismo tipo. Era un personaje singular que controlaba tan bien su instrumento y su música, que hacía concienzudamente las cosas tal como sentía que debían ser. Miles tenía la osadía de dar la espalda al público durante sus actuaciones. Pero los de su banda veíamos claramente que lo hacía para dirigirse a nosotros de un modo sutil —con un movimiento de cabeza aquí, un pequeño gesto con su cuerno allá— a la vez que seguía tocando con virtuosismo. Miles seguía adelante y nunca sentía la necesidad de explicarse.

Quienes trabajábamos con y para Miles aprendimos de su genio particular, que iba más allá de su modo de tocar. Pero lo realmente especial era su capacidad para involucramos a todos en el proceso e integrar completamente todos nuestros elementos particulares. Nos dijo que nos pagaba para practicar allí, en el estrado, para de alguna manera crear y contribuir por medio de la música. Y demostraba constantemente, en escena o en el estudio, que era capaz aprovechar todo aquello que creáramos y convertirlo en algo significativo. En repetidas ocasiones, salvó nuestras torpezas con su habilidad, convirtiendo nuestros fallos rotundos en temas musicales que incorporaba constantemente a cualquier cosa que estuviésemos preparando.

Y cuando nos quedábamos bloqueados, se las arreglaba para sacarnos de ahí, del modo peculiar que le caracterizaba. Una vez, cuando me encontré con el equivalente en música del bloqueo literario, Miles se inclinó y me susurró al oído: “Pon un sí en el bajo”. Un poco confuso, intenté trabajar lo que creía que me estaba diciendo, y una vez seguro, empezó a saltar la chispa, que le llevó a él, y luego a mí, al diálogo musical.

En otra ocasión, cuando estaba encasillado, me dijo:
“No toques las notas facilonas”, lo cual me hizo cavilar, pero al final me di cuenta de que me estaba pidiendo que evitase de algún modo lo evidente. Todavía no estoy seguro de si Miles sabía realmente lo que quería decir, pero lo interpreté como que debía quitar las terceras y las séptimas de los acordes que estaba tocando. Por no entrar en demasiados tecnicismos musicales, digamos que esto abrió el sonido, de modo que con quienquiera que estuviera improvisando, ayudaría a explorar mejor las posibilidades de una melodía. Daba igual lo que Miles tuviera en la cabeza, sus consejos funcionaban... y nos cautivó. Para mí, es un ejemplo de la grandeza del liderazgo. En lugar de dictar, me estimulaba para que yo mismo encontrase la solución dentro de mí, apoyándome siempre, con la seguridad total de que podría armonizar con todos nosotros y hacer que juntos creásemos armonía.

Miles nos hacía sentir constantemente que cada uno de nosotros tenía algo único que sólo nosotros podíamos aportar. Lo hacía con pocas palabras; más bien lo hacía con su comportamiento. En aquel entonces no podía darme cuenta del todo, no lo vi hasta que empecé a practicar el Budismo de Nichiren.

Esto me lleva a hablar del tercer mentor que me impactó: Daisaku Ikeda. Como presidente de Soka Gakkai International, ha abierto una gran cantidad de puertas a doce millones de personas de 163 naciones para acceder a los principios establecidos en este libro.

Para mí, Daisaku Ikeda es un hombre que fomenta la expresión creativa del individuo, la armonía y la mezcla de personas del planeta. Está trabajando para lograr la paz, enseñando a todo el mundo cómo tener en su mano la clave de la renovación diaria, la renovación del espíritu, la alegría y la creación de una buena fortuna.

Aplicando las lecciones en sus múltiples escritos y conferencias sobre cómo aprovechar el poder de Nam-myojo-rengue-kyo —el principio místico que impulsa el universo— he ido derruyendo, muralla tras muralla, los obstáculos de mi vida y he visto cumplidos muchos de mis sueños y metas. Tengo la firme convicción de que puedo hacer frente a cualquier cosa que me depare la vida.

Al desarrollar la felicidad como esencia de mi vida, a través del brillante ejemplo que me transmitió Daisaku Ikeda, quién nunca se da por vencido ni sucumbe ante lo negativo, aprendí que un momento determinado puede verse desde infinitas perspectivas. Dentro de todas estas perspectivas está el modo de percibir el sendero dorado dentro de cada momento y la manera de percibir el diamante que existe dentro de cada persona. Esta perspectiva influye en todo, desde cómo debería organizar una música determinada del disco que estoy grabando —cómo improviso— hasta cómo veo a la gente con la que trato en las distintas facetas de mi vida. No importa qué persona tenga delante en un momento dado, tan sólo es una parte de todo un ser humano; cada persona lleva dentro la semilla de la iluminación y, por lo tanto, merece respeto. Aunque sea fácil olvidarlo —especialmente, cuando nos topamos con los denominados individuos difíciles que aparecen en el mundo del espectáculo y en otros círculos— el ejemplo y los consejos constantes de Daisaku Ikeda siguen siendo un modo de medir mi propio comportamiento y ver la mejor parte de los demás conforme me esfuerzo día a día por ser mejor.

Estos veintinueve años practicando el budismo me han dado una base sólida. Si miro hacia atrás, tengo la sensación de estar bien, satisfecho de mi música. Para mí, el placer de tocar va más allá del aplauso, los premios, el entusiasmo de los admiradores. Evidentemente, todo eso es agradable, pero hay algo que llega más adentro. Trabajar con la música es más bien explorar en el propio corazón, tener la seguridad de ser vulnerable y expresar esta vulnerabilidad, lo más humano de uno mismo, y hacerlo con sinceridad. Es ser consciente de tu entorno: tanto de los demás músicos como del auditorio. Es sacar cosas del interior y manifestarlas en el presente —dejando que fluyan desde la parte más elevada de tu vida. Es el proceso de hacerlo todo, no por placer personal, sino con la sincera esperanza de mejorar en algo las vidas de los demás —ayudándoles a sentirse bien consigo mismos, motivándoles para que exploren sus posibilidades y logren sus esperanzas en el presente y sus sueños en el futuro— estimularles para que lleguen a hacer algo grande.

... Es posible que la noción de Budismo te parezca exótica o alejada de tu propia senda espiritual. Si estás bloqueado, es el momento de dejar de tocar las “notas facilonas” de la vida y abrirte para descubrir algo nuevo en la melodía de la vida. ¿Qué puedes perder? Desde luego, no será el “allegro”...


ITAI DOSHI

El principio de unión en el budismo (Itai Doshin)

El budismo pone especial énfasis en los lazos humanos que forman el contexto para la transmisión y la práctica de las enseñanzas (la Ley o dharma). Ese conjunto de conexiones se podría comparar con los hilos de un tejido, en el cual la urdimbre corresponde al vínculo entre maestro y discípulo, y la trama, a la relación de mutuo aliento que se establece entre los miembros.

Si bien se les otorga a las enseñanzas un gran valor, y el propio Nichiren advirtió a sus discípulos que "confiaran en la Ley y no, en la persona", los escritos de aquel poseen innumerables pasajes que destacan la importancia de crear y de mantener la armonía entre las personas. Por ejemplo, Nichiren escribió en una carta: "Todos los discípulos y seguidores laicos de Nichiren deben entonar Nam-myoho-renge-kyo con el espíritu de ser distintas personas con un mismo propósito, trascendiendo todas las diferencias que pueda haber entre ellos, hasta llegar a ser inseparables como los peces y el agua en que nadan".

(1) Esa carta fue escrita cuando la pequeña comunidad de seguidores de Nichiren estaba enfrentando duras persecuciones por parte de las autoridades feudales. Él exhortó a sus discípulos a que no abandonaran la esperanza, aunque fuesen pocos en número y los alentó de la siguiente manera: "Si prevalece el espíritu de distintas personas con un mismo propósito, estas podrán lograr todos sus objetivos; por el contrario, si en apariencia están unidas, pero abrigan diferentes propósitos, no podrán lograr nada significativo".

La expresión empleada por Nichiren "distintas personas con un mismo propósito", consiste de cuatro caracteres chinos que podrían también traducirse como 'diferentes en cuerpo, iguales en espíritu'. Lo importante es que la clase de unión a la que se aspira no implica una uniformidad impuesta desde el exterior. En rigor, se trata de una unión basada esencialmente en el respeto por la diversidad y por las cualidades únicas de cada individuo ("muchas personas"). Esa unión surge, para citar palabras del presidente Ikeda, cuando "se atesora a cada persona como alguien único e irreemplazable, y se hace lo posible para hacer surgir lo mejor de cada uno".

Contrariamente, agrega, "'muchas personas y muchos propósitos' da como resultado una extrema desunión, en tanto que 'una sola persona y un solo propósito' implica el control que ejerce un pensamiento colectivo unidireccional, que ignora la individualidad y culmina en el totalitarismo. Ninguna de tales situaciones permite que las personas manifiesten sus aptitudes únicas".

La frase "un mismo propósito" no significa que deban adoptarse valores estandarizados o que todos tengan que pensar de la misma manera. La expresión en realidad apunta a compromiso compartido, aunque profundamente personal, con un objetivo o ideal trascendente. Ofrece un ejemplo de solidaridad entre gente que se pone en acción para lograr un cambio positivo en el mundo. Cada individuo tiene una misión única, que solo él puede cumplir, una contribución especial que le es propia. Un espíritu de colaboración respetuosa y espontánea hacia un ideal en común genera el entorno propicio para que cada uno despliegue sus cualidades y aptitudes únicas.

A comienzos de la década de 1940, cuando el Japón estaba bajo el dominio de un régimen fascista totalitario, el presidente fundador de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi, criticó la imposición de un dogma oficial que exaltaba la "abnegación personal en favor del bien público", eslogan que se utilizó para justificar el sacrificio incondicional que se exigía de la población para apoyar el esfuerzo bélico. "La negación de uno mismo", escribió Makiguchi, "es una falacia. El verdadero camino es buscar tanto la propia felicidad como la de todos los demás". Declaró luego que la organización se dedicaría a capacitar a la gente para que cada uno desarrollara su potencial único mientras contribuía a florecimiento de la sociedad en su conjunto.

Makiguchi también percibió la ironía en el hecho de que cierta gente malintencionada encontraba relativamente fácil establecer una solidaridad basada únicamente en la ganancia material o en beneficios políticos. La gente de buena fe, escribió, al ser más independiente en el aspecto espiritual, tendía a no dar la merecida importancia al principio de la unión. La historia está en efecto plagada de ejemplos de gente de buena voluntad que, al no poder trabajar en unión armoniosa con los demás, dejó el campo libre para que las fuerzas del odio y de la destrucción se impusieran. Es innegable, entonces, que solamente la unión establecida sobre una base amplia entre personas dispuestas a trabajar para crear un futuro mejor nos permitirá enfrentar los desafíos del nuevo siglo.

El principio budista de "distintas personas con un mismo propósito" es a la vez la representación de la unión y de la diversidad. Encarna la unión de individuos autónomos que, consagrados a la tarea de la transformación personal y de la solidaridad con los demás, manifiestan una profunda fe en la posibilidad de un futuro mejor.

[Basado en el artículo publicado en la edición de enero de 2005 de la revista SGI Quarterly.]

Notas bibliográfica:
(1) The Writings of Nichiren Daishonin (Los escritos de Nichiren Daishonin), Tokio, Soka Gakkai, 1999, vol. 1, pág. 217.



UN YO PERDURABLE


Discurso pronunciado en la Universidad de California, Los Angeles, Estados Unidos, el 1º de abril de 1974.

Es un inmenso placer para mí poder exponer en la Universidad de California en Los Angeles, centro del saber que ostenta una de las tradiciones más prestigiosas en el campo del conocimiento. Por este privilegio, le estoy agradecido al presidente Charles E. Young, al vicepresidente Norman Miller, al cuerpo docente y a los estudiantes, hombres y mujeres que guiarán este país en su tránsito hacia el siglo XXI.

El camino de la moderación
Arnold J. Toynbee, filósofo e historiador, alberga una seria preocupación por el destino de la humanidad en el siglo venidero. En los años recientes, tuve oportunidad de entablar una extensa serie de diálogos con este gran pensador.

Nuestras disquisiciones fueron, al menos para mí, fuente de gran enriquecimiento personal y de intenso estímulo intelectual.

Toynbee representa, para los miembros de la joven generación, un exigente ejemplo de laboriosidad. A los ochenta y cinco años, todas las mañanas se levanta a las seis, y a las nueve ya está en su escritorio, listo para trabajar. Una vez tuve ocasión de verlo allí sentado, sumergido en la labor, y me conmovió la belleza de su ancianidad.

Toynbee me contó un episodio sobre el laborioso emperador romano Lucio Séptimo Severo (s. III), quien, el día de su muerte, enfermo de gravedad y aun al frente de sus tropas en el frío sur de Inglaterra, transmitió a sus hombres, como lema, la palabra Laboramus, que significa, en latín, "¡Trabajemos!".

Según me refirió el historiador británico, él mismo había adoptado esta consigna como inspiración personal. Y entonces pensé que allí se encontraba el secreto de su vigor perdurable y de su determinación frente a los nuevos desafíos. Toynbee posee la clase de belleza que emana de toda una vida dedicada a la exploración interior y a la contienda intelectual sin cuartel.

Nuestros diálogos cubrieron un vasto espectro de temas: la civilización, la vida, el saber y la educación, la literatura, el arte y la ciencia, los asuntos internacionales y la sociedad moderna, la naturaleza humana, la mujer... Toynbee sentía una imperiosa inquietud sobre el curso de los acontecimientos en épocas posteriores a su muerte. Quería dejar, a todas luces, un mensaje inspirador para aquellos que lo sucedieran.

Así que la nota dominante de nuestras conversaciones fue su deseo de ayudar a las generaciones futuras. Espero que mi propia vida, en sus capítulos finales, no se quede atrás en lo que respecta a dedicación al bienestar de la posteridad.

Según Toynbee, la embriaguez tecnológica del siglo XX ha llevado a la contaminación ambiental y a la posibilidad inédita de que el género humano se aniquile a sí mismo. El historiador cree que cualquier solución posible a la crisis actual dependerá del autocontrol. Sin embargo, el dominio de uno mismo no se logra mediante la extrema permisividad ni mediante el ascetismo radical. La población del siglo XXI deberá aprender a recorrer el camino medio, la senda de la moderación.

Esta proposición me resulta especialmente afín, ya que los ideales de la moderación y del camino medio son elementos que impregnan la enseñanza del Budismo Mahayana.

En tal sentido, la moderación se refiere a una forma de vivir que es síntesis del materialismo y de la espiritualidad. El camino moderado es la única respuesta posible a la actual crisis de nuestra civilización.

Con todo, para seguir esa ruta, la humanidad necesita una guía confiable. Toynbee y yo ponderamos algunos problemas metodológicos, y coincidimos en que priorizar el enfoque técnico no nos conduciría a ningún lado. A la hora de buscar guías aptas para la época actual, debíamos regresar a cuestiones básicas, como la naturaleza de la humanidad y el sentido de la existencia, en la medida en que ambas necesariamente conducen a la pregunta por la cualidad esencial de la vida.

Saber quiénes somos de verdad y qué es la vida resulta fundamental para entender las culturas y las civilizaciones. Cuando los hombres y mujeres del siglo XXI puedan percibir la naturaleza esencial de la vida, la humanidad se apartará de su fascinación tecnológica y creará una civilización humana, en el sentido más rico y pleno de la palabra.

Una de las enseñanzas primordiales del Budismo es que la vida humana es un conjunto de aflicciones: el trauma del nacimiento, la agonía de la vejez, el dolor de la enfermedad, el duelo de perder a los seres queridos y, por fin, la angustia de la propia muerte. Estos son los sufrimientos más primitivos, pero hay otros.

Los momentos de dicha son efímeros; todos estamos sujetos a verlos terminar. En la sociedad actual hay muchos motivos de infelicidad; por ejemplo, la presencia de discriminaciones raciales y étnicas, y la brecha cada vez más acentuada entre ricos y pobres.

En nuestra vida, el pesar y el dolor se producen por razones muy diversas, pero ¿cuál es la causa esencial del sufrimiento en sí? El Budismo responde que nada en el universo es constante, y que el dolor se origina en la incapacidad humana de entender este principio básico. La naturaleza transitoria de todos los fenómenos es una verdad axiomática.

El joven debe envejecer; el sano en algún momento enferma; todas las criaturas vivientes están sujetas a morir, y todo lo que posee forma debe, en última instancia, experimentar la declinación. Como manifestó Heráclito, hace casi dos mil años y medio, todas las cosas están sometidas a un fluir constante; nada en el universo se mantiene igual; todo cambia, segundo a segundo, como la corriente de un río caudaloso.

Pese a lo que nuestros sentidos quieran hacernos pensar, nada es inmutable. Más aún, uno de los principios fundamentales del Budismo asegura que aferrarse a la ilusión de la permanencia trae aparejados los sufrimientos del espíritu humano.

El apego a lo transitorio
Es propio del hombre aspirar a la permanencia. Todos deseamos que la juventud y la belleza perduren eternamente. A medida que nos empeñamos en conseguir todo lo bueno que tiene la vida, confiamos en que la riqueza que podamos acumular se conserve intacta. Así y todo, comprendemos que, por mucho que trabajemos y por inmensa que termine siendo nuestra cuenta bancaria, no podremos llevarnos un solo peso al otro lado, como dice el saber común.

Conscientes de ello, seguimos trabajando para disfrutar del producto de nuestra labor y, naturalmente, queremos gozar de ello todo el tiempo que nos sea posible. Esta es una causa de aflicción: no podemos conservar eternamente el fruto de nuestro trabajo. Lo mismo cabe decir de las relaciones humanas. Uno podrá amar ilimitadamente al ser querido, pero algún día llegará el momento de decirle adiós.

La pérdida de un ser amado --marido o mujer, padre o madre, hijo o amigo-- provoca el sufrimiento espiritual más profundo que alguien pueda experimentar.

El apego a las personas genera dolor; el apego a las cosas y el deseo codicioso de bienes materiales también puede ser causa de conflictos; el apego al poder conduce, frecuentemente, a la guerra.

Demasiado apego a la propia vida puede sumergirnos en una declive de temores e incertidumbre.

La mayoría de nosotros no vive preocupado por la inminencia de la muerte a cada instante. Por el contrario, llevamos a cabo nuestros quehaceres cotidianos con la idea general de que la vida seguirá, para nosotros, por tiempo indefinido. Sin embargo, hay personas que no pueden adoptar esta actitud de optimismo a priori; poseídas por un frenético deseo de conservar la vida, terminan obsesionadas por el miedo a la muerte, la vejez y la enfermedad.

La vida humana cambia y cambia, por mucho que hagamos para impedirlo. Nuestro cuerpo, manifestación física de la transformación incesante del universo, algún día habrá de morir. Para vivir sanamente y con sentido, debemos enfrentar este aspecto con objetividad y sin temor.

En términos budistas, el camino a la iluminación no se puede transitar sin reconocer el cambio constante y universal.

Pero sería un error desechar por completo la utilidad del apego a las cosas, aunque éstas sean impermanentes.

En la medida en que somos humanos y estamos vivos, es perfectamente natural que nos empeñemos en preservar la vida, valoremos el amor de los demás y disfrutemos los beneficios materiales de esta Tierra.

En determinadas épocas y lugares, se interpretó que las enseñanzas budistas apuntaban a cortar todo vínculo con las pasiones y los deseos mundanos.

También se las vio como un impedimento o una fuerza opuesta al avance de la civilización.

A decir verdad, el Budismo ha penetrado profundamente en la cultura y el pensamiento del Japón.

Puede ser que la falta de tecnología avanzada en ciertas naciones budistas se deba, en parte, a la doctrina de la transitoriedad; esto, no obstante, es sólo un aspecto de la filosofía.

Las enseñanzas budistas esenciales no instan a suprimir los deseos de este mundo ni a aislarse de los apegos. No postulan la resignación ni el nihilismo. El pensamiento budista, en su raíz, es una enseñanza sobre la Ley inmutable, la vida genuina, la esencia invariable que subyace a toda transitoriedad, unifica y da ritmo a todas las cosas, y genera los deseos y apegos de la vida humana.

Cada uno de nosotros consiste en un yo menor y un yo superior. Cuando uno se deja cegar por las circunstancias temporales y atormentar por deseos descontrolados, vive sólo para su pequeño yo inferior.

Vivir para el yo esencial o superior significa reconocer el principio universal que hay detrás de todas las cosas y, con esta iluminación, trascender la transitoriedad de los fenómenos mundanos. ¿Qué es este "yo esencial o superior"? Es el principio básico de todo el universo.

Al mismo tiempo, es la Ley que genera las muchas manifestaciones y actividades de la vida humana.

Arnold Toynbee, quien describió el yo esencial como la realidad espiritual suprema del universo, considera que el concepto budista sobre la Ley es más cercano a la verdad que las nociones antropomórficas de Dios.

Vivir para el yo esencial no implica abandonar el yo inferior o limitado: este último sólo puede actuar porque existe el primero.

El efecto de dicho vínculo es motivar en los seres humanos aquellos deseos y apegos comunes a todos, para estimular el avance de la civilización. Porque la riqueza seduce, es posible el desarrollo económico. Porque el ser humano se empeñó en dominar los elementos naturales, pudo florecer la ciencia. Sin los apegos y conflictos que caracterizan la relación entre hombre y mujer, la Literatura se habría visto privada de uno de sus temas más líricos y perdurables.

Aunque algunas ramas del Budismo enseñaron que el ser humano debía sofocar el deseo, y a veces hasta condonaron la inmolación como forma de escapar de la vida, este enfoque no representa los elementos más importantes y constitutivos del pensamiento budista.

El deseo y el padecimiento son aspectos esenciales de la vida; no se los puede eliminar. El deseo y todo lo que trae aparejado constituyen una fuerza motriz generadora de actividad humana. Así y todo, el deseo (y el yo limitado que se ve afectado por él) necesitan una orientación correcta.

El verdadero enfoque budista, para ir en busca del yo superior, no consiste en reprimir o extinguir el yo limitado, sino en controlarlo y dirigirlo, para que, gracias a él, la civilización pueda elevarse a horizontes más nobles y mejores.

Más allá de la vida y la muerte
El Budismo enseña que todas las cosas llegarán a su fin, y que la muerte es una cuestión que debemos examinar objetivamente. Aún así, el Buda no fue un profeta de la resignación, sino un hombre que llegó a comprender de raíz la Ley de la impermanencia. Enseñó la necesidad de enfrentar la muerte y el cambio sin temor, porque sabía que la Ley inmutable era el origen de todos los valores y expresiones de la vida.

Ninguno de nosotros puede escapar a la muerte, pero el Budismo nos permite ver que, atrás de la muerte, está esa vida eterna, invariable y esencial que es la Ley. Con la absoluta convicción de que ésta es la verdad, podemos enfrentar con coraje tanto nuestra propia muerte como la impermanencia de todos los hechos mundanos.

Según la Ley budista, ya que la vida es, en sí misma, eterna y universal, la vida y la muerte son dos fases o aspectos de una misma entidad. Ninguna está subordinada a la otra, de ninguna manera. En japonés hay un término, ku, que nos ayuda a comprender esa vida eterna y suprema que gobierna las funciones del nacimiento y la muerte en cada existencia individual.

Ku trasciende el marco espacio-temporal, pues alude a un potencial ilimitado. Es la esencia a partir de la cual todas las cosas se tornan manifiestas, y a la cual todas ellas regresan; supera el marco espacio-temporal, en tanto es perenne e impregna todo el universo. En nuestros muchos debates sobre la eternidad,

Toynbee dijo que, en la idea de ku, advertía una aproximación a lo que él llamaba la "realidad espiritual suprema".

Es imposible hacer justicia a la naturaleza de ku en tan pocas palabras, pero, así y todo, quisiera destacar algunos puntos.

En primer lugar, ku no es la "no existencia". A decir verdad, no es existencia ni "no existencia".

Estos dos términos representan interpretaciones humanas de la realidad basadas en los ejes del espacio y el tiempo, dentro de los cuales situamos nuestras vivencias y definimos nuestro ambiente.

Ku es algo más profundo y esencial; es una realidad fundamental. Su naturaleza podría ejemplificarse a través de las experiencias universales del desarrollo humano.

Los cambios psicológicos y físicos que se van produciendo a medida que el sujeto pasa de la infancia a la madurez son tan grandes, que pareceríamos estar ante un mismísimo cambio de persona.

Sin embargo, a lo largo de este proceso, hay un yo que une mente y cuerpo, y que permanece relativamente constante. No siempre tenemos conciencia de ese yo, que se manifiesta tanto en los planos físico como mental, pero es la realidad fundamental que yace más allá de las dimensiones de la existencia y la no existencia.

Según la filosofía budista, este yo perpetuo está conectado, en forma directa, con la gran red de la vida cósmica, y por eso es capaz de operar eternamente: por momentos lo hará en la fase de existencia; por momentos, en la fase de muerte.

Por eso, el Budismo interpreta la vida y la muerte como dos aspectos de una misma entidad. Ya que el yo limitado queda incluido dentro del yo esencial, cada uno de nosotros participa de la vida cósmica inmutable, al mismo tiempo que vive en un mundo de transitoriedad y de cambios perpetuos.

Romper las cadenas del deseo
Desafortunadamente, las sociedades modernas parecen estar influidas, casi en forma total, por los deseos del yo inferior. La codicia humana ha producido un inmenso y sofisticado sistema tecnológico que ha tenido un costo devastador, traducido en la actual destrucción ambiental y en el agotamiento de los recursos naturales del planeta.

El apego a las cosas, deseos y pasiones nos ha llevado a erigir colosales edificios, impresionantes redes de transporte y armamentos de potencia ominosa.
Si el hombre no rectifica las actitudes que dieron lugar a estos fenómenos desmesurados, la autodestrucción de la humanidad será simple cuestión de tiempo.

No obstante, soy optimista y tengo esperanza; opino que la actual tendencia mundial a reflexionar sobre el rumbo de la sociedad y a reclamar nuevos valores humanos evidencia que, por fin, estamos buscando nuestra propia naturaleza humana como hombres y mujeres de este mundo.

Una persona podrá tener soberbias aptitudes intelectuales; así y todo, si vive dominada íntegramente por sus pasiones y por la búsqueda de lo impermanente, nunca llegará a ser más que un animal.

Es hora de que todos los individuos aspiren a los aspectos perdurables de la vida y de que su forma de vivir haga surgir, de por sí, el auténtico valor que posee la existencia humana.

¿Cómo se llega a esto, ahora y en el futuro? Una vez más, Toynbee sugirió la solución, cuando definió la codicia y las ansias del yo inferior como "deseos demoníacos", y la voluntad de fusionarnos con el yo esencial como "deseo de amor".

Insistió en que el ser humano podía controlar los primeros y dar libre despliegue al último, sólo mediante una vigilancia y un autocontrol permanentes.

En el próximo siglo, espero que la civilización rompa su esclavitud con el yo inferior y avance consciente del yo perdurable que palpita detrás de la existencia efímera del mundo material.

Sólo así podremos ser dignos de nuestra condición humana; sólo así podrá la civilización ser un ámbito de humanismo auténtico.

El siglo venidero deberá consagrarse a respetar la vida en el sentido más amplio de la palabra, pues la Ley que subyace al universo es la vida, en sí.

La base sobre la cual elija actuar el ser humano determinará el éxito o el fracaso de la civilización futura. ¿Vamos a patinar en el fango de los deseos egoístas y de la codicia? ¿O a recorrer, a paso firme, la tierra sólida de la iluminación, plenamente conscientes del yo esencial?

Lograr todo lo que anhelamos, con respecto al bienestar y a la felicidad del género humano, depende íntegramente de nuestra disposición a centrarnos en la realidad inmutable, invariable y poderosa que es la Ley y la vida esencial.

Hemos llegado hasta un punto en que se torna necesario decidir con claridad.
Nuestra época marca la transición entre un siglo y otro, es cierto.

Pero también es mucho más que eso.

Ahora, cada uno de nosotros debe decidir si va a vivir como un ser humano, en el sentido más rico y pleno del término.

Aun a riesgo de parecer extremo, siento que, en el pasado, los hombres rara vez avanzaron más allá del nivel de un animal ilustrado. Hace setecientos años, Nichiren Daishonin, fundador de la filosofía budista cuyas enseñanzas practico, habló de la condición del hombre que es como una "bestia dotada de talento".

Si consideramos los actos de la humanidad en el mundo moderno, sus palabras adquieren un profundo significado.

Tengo la convicción de que debemos llegar a ser mucho más que seres inteligentes o dotados de habilidad.

Es hora de empezar a actuar en el terreno espiritual, mientras luchamos por percibir y comprender el yo esencial y la vida cósmica.

Cada persona tiene que hallar su propio camino.

Yo encontré el mío en el Budismo, y a partir de la fe en sus enseñanzas, hace mucho tiempo me lancé a recorrer la travesía de la vida.

Los jóvenes, que hoy ocupan su lugar en un punto crucial de la historia, son capaces de contribuir inmensamente al bien de la humanidad.

Si he compartido con ustedes algunas perspectivas de la sabiduría budista, ha sido con la esperanza de que cuanto he dicho sirva a los jóvenes, a la hora de escoger su camino hacia el futuro.