La vida después de la
muerte perdura en estado de latencia. Ha perdido toda capacidad activa. En
consecuencia, se desprende que la vida de los fallecidos no pueden actuar desde
ninguna condición.
Hay religiones que piden dinero a los
creyentes diciéndoles que el espíritu de su antepasado quiere tal o cual cosa.
Es algo lamentable y digno de reprochar.
Sin embargo, hay muchas personas que dicen
haber escuchado la voz de algún fallecido o haber visto fantasmas. Al parecer,
no se puede descartar todas esas vivencias bajo el rótulo de ilusiones o
engaños.
El presidente Toda dijo a alguien que creía
haber escuchado la voz de un difunto: “Las personas vivas poseen en su vida los
Diez Estados". Así que podría suceder que alguien percibiera la ‘longitud de
onda’ vital de algún fallecido, cuya vida ya se hubiera fusionado con el
universo. Creo que usted ha percibido esto como una señal sonora audible…”. En
otras palabras, si nuestra fuerza vital es débil, uno puede verse afectado por
“longitudes de onda vitales” del más allá, así como una radio o un televisor
recibe señales transmitidas. Y las personas sólo perciben estas voces en forma
individual. El presidente Toda le dijo a esa persona que si desarrollaba una
poderosa fuerza vital mediante la fe, en tal caso su vida iba a transmitir la
longitud de onda de su propia Budeidad al más allá en lugar de recibir señales,
y que iba a infundir a los fallecidos paz y reposo sereno.
Además, comentó: “Hasta
ahora, usted se engañaba creyendo que su esposa muerta o sus antepasados
fallecidos eran espíritus. No se deje engañar más. Si fuera de esa manera, el
mundo estaría lleno de fantasmas, y habría tantos espíritus rondando, que no
nos podríamos ni mover”.
El daimoku que
invocamos llega a la vida de los fallecidos, latente en la vida universal. El
presidente Toda decía: “El poder de Nam myoho rengue kyo es enorme. Puede hacer
que una vida condenada por un karma tremendo experimente un estado de plácida
ensoñación, como si descansara en un jardín fragante y florido”.
LA VISIÓN BUDISTA DE LA
VIDA, LA MUERTE Y EL KARMA
Según la visión budista, la vida es eterna. Se cree que atraviesa
sucesivas encarnaciones, así que la muerte no se considera como el cese de una
nueva. Para los budistas, el fenómeno de la trasmigración es obvio. El
principio fundamental del budismo es que la vida es eterna y cada ser vivo está
sometido a un ciclo continuo de nacimiento y muerte.
El presidente Ikeda expresó, en relación con
el tema: Los ciclos de la vida y la muerte que podemos asemejarlos a los
períodos alternos de sueño y de vigilia.
La muerte, de tal
forma, puede ser comprendida como un estado en el cual descansamos y nos
reponemos para una nueva vida, así como el sueño nos prepara para las
actividades del día siguiente. Si la muerte se examina desde ese ángulo, ya no
es algo digno de repudio. Por el contrario, habrá que reconocer que la muerte,
junto con la vida, constituye un beneficio digno de apreciar.
Nichiren Daishonin
indica que el aspecto de una persona al morir revela su estado de vida.
Tal como exige la ley
de causa y efecto en el budismo, morimos del modo que hemos vivido. En ese
momento, no hay modo de ocultar la verdad de la vida que se ha vivido. Por lo
tanto, para hablar del cuál es el modo ideal de morir hay que hablar del modo
ideal de vivir. Llevemos a cabo nuestra práctica budista ahora para no tener
que lamentarnos en nuestros lechos de muerte.
Un especialista en enfermedades terminales
explicó que cuando un ser humano fallecía en un estado de satisfacción y paz
interior, los vasos sanguíneos quedaban dilatados, no contraídos. Por eso, la
formación de coágulos y el endurecimiento muscular (rigor mortis) tardan
comparativamente más en producirse. Y entonces, el rostro del fallecido se ve
más resplandeciente, mientras que el cuerpo conserva la blandura y la suavidad
de un ser vivo.
Por otro lado, cuando
alguien muere con remordimientos y pesar, en estado de sufrimiento, el cuerpo
queda agarrotado como un puño apretado, y los vasos sanguíneos se contraen.
Dado que la coagulación sanguínea y el endurecimiento muscular se producen
antes, el rostro adquiere un aspecto oscuro y el cuerpo se torna rígido. En un
nivel diferente del logro de la Budeidad, como fenómeno general, también la
ciencia confirma que el estado espiritual de un ser humano en la hora de la
muerte se refleja en su aspecto físico.
El presidente de la SGI
Daisaku Ikeda dijo: Así la medicina también puede explicar por qué hay
diferencias en el aspecto de las personas fallecidas. Desde luego, ya que el
beneficio de la Ley Mística purifica nuestra vida, los que realmente se están
esforzando en la fe no tienen absolutamente ninguna necesidad de temer a la
muerte. Aunque alguien muera en un accidente, si ha mantenido una firme fe en
vida, sin falta manifestará la Budeidad.
Pero… ¿Qué prosigue después de la muerte?
Según el buda Shakyamuni, lo que continúa es el karma
Nuestras circunstancias
en la vida actual son el efecto de nuestras acciones pasadas (karma), y
nuestras acciones del presente determinan las circunstancias de nuestra vida en
el futuro. En otras palabras, la influencia de nuestras acciones se traslada de
una existencia a la otra, y trasciende la vida y la muerte.
Todas nuestras acciones
de existencias pasadas quedan contenidas en la totalidad de nuestra vida. Por
eso, es tan importante el Budismo.
Hay personas que
prefieren creer que no existe más vida después de la muerte, lo más probable es
que se dejen arrastrar por la idea de que pueden hacer lo que se les ocurra, y
tal vez nada les impida quitarse la vida para librarse del sufrimiento, cuando
se encuentren frente a un callejón sin salida. Nos gustaría poder decir: “Lo
que hice en el pasado no cuenta. He nacido con las cuentas en cero”. Pero no es
tan fácil desprenderse de nuestro pasado.
“¿Por qué tuve que
nacer en un hogar pobre?” “¿Por qué nací tonto?” “¿Por qué fracaso en los
negocios, por mucho que lo intento?”
La respuesta a todas estas preguntas se
encuentra en lo que hicimos en existencias pasadas. Pero aunque la causa esté
en vidas anteriores, el Budismo del Daishonin enseña cómo superar estos
obstáculos “kármicos”.
Si examinamos nuestra
vida desde el punto de vista fisiológico, cada cinco años, una gran parte de
las células de nuestro cuerpo, desde el globo ocular hasta la médula ósea,
invariablemente han sido reemplazadas. [Así que la persona que hoy somos,
fisiológicamente, no es la misma que existía hace cinco años. Es algo que la
ciencia médica admite y confirma. Sobre esa base, uno podría sostener que no es
responsable de una deuda contraída hace cinco años [cuando uno era "otra
persona"]. Pero aunque nos gustaría que nos eximieran del pago, el
cobrador va a golpearnos la puerta igual. Del mismo modo, no hay otra opción
que hacernos responsables de lo que hemos hecho en el pasado.
Todo nuestro karma se acumula en la
conciencia alaya, como en un almacén. Tanto el bueno como el mal karma quedan
almacenados allí, como semillas en un granero.
Nacemos con un cuerpo y
una mente (un “efecto vital”), en un ambiente (un “efecto ambiental”) que
coincide con nuestra energía “kármica”.
En el Budismo, la vida
en la fase de existencia intermedia no solo elige a los padres de acuerdo con
el karma almacenado en la conciencia alaya, sino que, además, recibe de ellos
aquellos genes específicos correspondientes a su propio karma; aun cuando los
padres sean los mismos, su información genética será distribuida de manera
diferente entre sus hijos.
Cuando los hermanos
difieren genéticamente, tanto mental como físicamente, debemos buscar la causa
fundamental de esas distinciones en las diferencias del karma que llevaban
dentro de ellos mientras se hallaban aún en la fase de existencia intermedia.
Un pasaje del Oko
kikigaki, un registro que Mimbu Ajari Niko tomó de disertaciones sobre el Sutra
del Loto dadas por el Daishonin, se expresa: “Entre los hijos que trae al mundo
una mujer, puede haber hijos buenos e hijos malos; hijos atractivos e hijos que
no lo son; hijos bajos e hijos altos; varones y hembras, y así, sucesivamente”.
El karma almacenado en la conciencia alaya de la vida, que se encuentra en la
existencia intermedia, actúa como “causa”, mientras que la información genética
de ambos padres contenida en el óvulo y en el esperma es la “condición”.
Podemos afirmar que, mediante la unión de causa y condición, surge una vida
humana.
Por eso necesitamos
luchar por conseguir nuestra revolución humana
(la gran transformación que experimentamos en nuestro interior para
cambiar el Karma negativo del pasado y del presente, mediante la práctica del
Budismo de Nichiren Daishonin), ahora que estamos vivos, en esta existencia. Si
uno pasa la vida en vano, aunque después se arrepienta durante diez mil años,
será muy tarde para hacer algo al respecto… Pero la fuerza de la Ley Mística es
inmensa. El daimoku que invocamos llega a la vida de los fallecidos, latente en
la vida universal.
El presidente Toda
decía: “El poder del daimoku es enorme. Puede hacer que una vida condenada por
un karma tremendo experimente un estado de plácida ensoñación, como si
descansara en un jardín fragante y florido”.
Hay religiones que piden dinero a los creyentes
diciéndoles que el espíritu de su antepasado quiere tal o cual cosa. Es algo
lamentable y digno de reprochar…”Si hasta ahora, usted se engañaba creyendo que
su esposa muerta o sus antepasados fallecidos eran espíritus. No se deje
engañar más. Si fuera de esa manera, el mundo estaría lleno de fantasmas, y
habría tantos espíritus rondando, que no nos podríamos ni mover”.
El segundo presidente de la Soka Gakkai,
Josei Toda, solía decir que, luego de la muerte, nuestra vida se fusionaba con
el universo. No es que haya un alma; en realidad, nuestra vida, como entidad de
la inseparabilidad entre cuerpo y mente, regresa al universo. El universo es,
en sí, una gran entidad viviente. Es un vasto océano de vida. Nutre todas las
cosas, da vida a todas las cosas, les permite funcionar… Cuando las cosas
mueren, regresan a ese abrazo y reciben nueva vitalidad.
En todo caso, el universo está
desarrollando eternamente un ritmo de vida y muerte. Es difícil morir feliz. Y
como la muerte es el balance final de las cuentas de la vida de una persona, es
cuando nuestro verdadero yo se pone de manifiesto. Practicamos el budismo para
vivir felices y para morir felices.
El budismo garantiza que quienes practiquen
con sinceridad se acercarán a la muerte en un estado de plena satisfacción.