CUADRO SINOPTICO DE LOS TRES MIL ASPECTOS CONTENIDOS EN CADA INSTANTE VITAL.
Mientras Nichiren
estudiaba el Budismo, en su peregrinaje por distintos templos con distintas
líneas interpretativas del budismo de esa época, encontró este concepto
expuesto en la China del Siglo VI por el Gran Maestro T’ien-t’ai: “el Sutra del
Loto es la enseñanza suprema de Shakyamuni”, marco en que se producen las bases
conceptuales del Ichinen Sanzen (Los tres mil aspectos contenidos en cada
instante de vida), condiciones dinámicas de todos los fenómenos.
Nichiren comprendió que
significa que la realidad última, que contiene los 3.000 estados potenciales,
es Nam Myojo Rengue Kyo.
Ichinen, significa
"un pensamiento" o "una mente", que proviene de la realidad
suprema o el verdadero aspecto de la vida que existe en cada momento en la vida
humana y en todos fenómenos. Es ese instante por el que atravesamos todos los
seres humanos a lo largo de toda la vida y es el “momento” de causa y efecto.
Sanzen, significa
"tres mil" y se refiere a la variedad de experiencias que la vida
manifiesta en relación con su ambiente y que “afectan” esos mismos instantes de
los que manifestamos mas arriba.
La descripción de los
componentes de esos “instantes”, insertas en las enseñanzas del Sutra del
Lotos, son Los diez estados (o mundos - jikkai).
Ellos son:
1) Infierno (jigoku)
2) Hambre (gaki)
3) Animalidad (chikusho)
4) Ira (shura)
5) Tranquilidad (nin)
6) Alegría (ten)
7) Aprendizaje (shomon)
8) Autorrealización (engaku)
9) Bodhisattva (bosatsu)
10) Budeidad (butsu)
La posesión mutua de los
diez estados (o mundos), en que cada uno contiene a los otros nueve son los
diez factores.
Ellos son:
1) Apariencia (identidad fundamental)
2) Naturaleza (identidad física)
3) Entidad
4) Poder
5) Influencia
6) Causa interna
7) Causa externa
8) Efecto latente
9) Efecto manifiesto
10) Consistencia (coherencia) de principio a fin
Y los tres reinos (o ámbitos) de la existencia son:
1) el reino de los cinco componentes
2) el reino de los seres vivientes
3) el reino del medio ambiente o la tierra
Si hiciéramos una simple
multiplicación de 10 x 10 x 10 (10 mundos, 10 posesiones mutuas, 10 factores,
10 reinos) el resultado sería 3.000, que es, una forma práctica de describir la complejidad que
compone cada instante de la vida, de nuestra vida, de cualquier vida.
Estos “Tres mil
aspectos”, hacen a la vida compleja, pero nos aclara que cualquier fenómeno se
“afecta” “afectando” alguno o varios de sus componentes.
Un ejemplo simple y majestuoso,
nos enseña que si a “nuestros” componentes le “potenciamos” la budeidad, se
afectarán todos los otros, y ahí, en ese Ichinen de nuestra vida, afectamos los
otros 2999 y, la Causa grabada será “afectada” por nuestra “Budeidad Inherente”.
RISSHO ANKOKU – ASEGURAR LA PAZ PARA EL PUEBLO.
En lo fundamental, el budismo adopta una visión positiva de la vida humana. Su mensaje esencial es que todo individuo posee dignidad y potencial sin límites.
En el Sutra del loto, la escritura que es reconocida en la tradición de Nichiren como la más elevada, la enseñanza más completa de Shakyamuni, aparece la imagen de una torre de los tesoros masivamente engalanada con joyas para ilustrar la belleza, dignidad y el inapreciable valor de la vida.
Si comprendemos verdaderamente que la vida es el más valioso de todos los tesoros, valoramos la nuestra y la de los demás. Desde esta perspectiva es evidente que la guerra, el abuso y la crueldad, deben ser absoluta y totalmente rechazados, y que la paz debe ser nuestra inquebrantable meta.
Si la sociedad abrazara esta perspectiva del valor de la vida, la prevención de la violencia y el tratamiento de todas las formas de sufrimientos se convertirían en las principales prioridades de la humanidad, en oposición a la acumulación de riqueza material y poder. Quienes nutren y cuidan la vida –los padres, las enfermeras, los médicos y los profesores– serían tratados con el máximo respeto.
Pero lo común es que la humanidad manifieste una gran incapacidad para creer plenamente en el valor de la vida –tanto la propia como la de los demás– o que logre apreciarla en su verdadera dimensión. Y, aún cuando lo aceptemos en teoría, actuar día tras día sobre la base de esa valoración es sumamente difícil. Cuando afrontamos un conflicto interpersonal muy amargo seguimos experimentando venenosos pensamientos de envidia y odio, y hasta llegamos a sentir deseos de dañar a la otra persona o de que, de una u otra manera, "desaparezca del camino".
Transformación interior
La Constitución de la Unesco dice que "puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz". De manera similar, el budismo enseña que sólo una transformación interior de nuestra vida, desde el nivel más profundo, puede hacer que nuestra misericordia sea más fuerte que nuestro deseo egoísta por ganarle a los demás o utilizarlos. Nos ofrece enseñanzas y herramientas que nos permiten efectuar este tipo de transformación esencial.
El budismo ve la vida como una lucha entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. El bien es definido como la naturaleza creativa y misericordiosa inherente a las personas, su deseo de ser felices y de que los demás también lo sean. El mal es definido como aquello que divide y quiebra nuestro sentido de conexión, impulsándonos a una competencia por utilizar y dominar a otros, antes de que nos lo hagan a nosotros.
Durante la vida de Nichiren, en el Japón del siglo XIII, una serie de desastres naturales –terremotos, inundaciones, pestes e incendios– habían devastado al país. Los sufrimientos de las personas comunes eran enormes. La determinación de Nichiren por descubrir la causa fundamental de esta miseria lo llevó a estudiar y analizar las estructuras de creencia que subyacían a la sociedad.
Específicamente, él estaba consciente de que, aun cuando el país estaba lleno de templos y sacerdotes budistas, de alguna manera sus oraciones y acciones no se estaban traduciendo en la forma de paz y seguridad para las personas.
Nichiren sintió que el desorden evidente en el mundo reflejaba el desorden dentro de los seres humanos. Tal como lo describió, "En un país donde los tres venenos [avaricia, ira y estupidez] prevalecen en semejante medida, ¿cómo puede haber paz o estabilidad? (...)
El hambre se genera como resultado de la avaricia, las pestes son el fruto de la necedad; la guerra, hija de la ira". Él estaba convencido de que sólo el budismo podía darle al pueblo el poder para erradicar estos venenos espirituales de su vida, pero como resultado de un amplio estudio, concluyó que el budismo, tal como estaba siendo practicado en su época, estaba alentando a una pasividad que hacía a las personas vulnerables al dominio de estos venenos en lugar de capacitarlos para superarlos.
Felicidad aquí y ahora
Nichiren rechazó, específicamente, la creencia prevaleciente de que todo lo que el budismo podía ofrecer era esperanza de tranquilidad después de la muerte, y que la mejor actitud que se podía asumir frente a la vida era la de resistir, pacientemente. Él creía apasionadamente que el budismo, como había sido enseñado en sus orígenes, tenía algo mucho mejor que ofrecer: la posibilidad de felicidad y realización en esta vida actual. Según Nichiren, el budismo podía darles a las personas la fuerza para transformar la sociedad humana misma en una tierra ideal y pacífica.
El tratado más importante de Nichiren, el Rissho Ankoku Ron, significa literalmente "Sobre el establecimiento de la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra". Fue entregado al gobernante de la época en julio de 1260, y es un apasionado clamor por un retorno al propósito original del budismo –asegurar la paz y la felicidad del pueblo. Una función clave de los sacerdotes budistas para ese entonces, era la de orar por la protección de los gobernantes de la nación. En contraste, el enfoque de Nichiren estaba en los ciudadanos comunes.
En un sentido, se puede decir que la preocupación de Nichiren era lo que ahora se define como "seguridad humana". Como dijo el presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, en un reciente diálogo sobre este tratado, "Antes, la, ‘seguridad’ se refería sólo a la seguridad nacional. La prioridad, para todos los países del mundo, ha sido proteger la integridad territorial y el Estado.
Pero, ¿qué clase de seguridad es si, mientras el Estado recibe protección, la vida y la dignidad de cada ciudadano quedan expuestas y menoscabadas?
Actualmente, se está replanteando el concepto de la seguridad, de tal manera que el eje que antes se ponía en el Estado hoy se pone en la población".
Nichiren comienza su tratado describiendo el desorden que veía a su alrededor. "Más de la mitad de la población ha caído víctima de la muerte, y casi no hay un solo habitante que no llore la pérdida de algún ser querido".
Su motivación principal era un violento impulso hacia un sentido de empatía por la situación del pueblo. Él había hecho una promesa para conducirse a sí mismo y a los demás hacia la felicidad, y esto significaba luchar para despertar y capacitar a las personas para que desafiaran su propio destino. Su abierta determinación le ganó una reputación controversial que persiste hasta la fecha.
"No puedo guardar silencio frente a una crisis que pone en peligro la supervivencia del país", escribió él, "No puedo reprimir mis temores".
En términos de la acción concreta, Nichiren instó a los líderes políticos de la época a no seguir protegiendo a las sectas favorecidas, y pidió debates abiertos sobre los méritos de las diferentes escuelas del budismo. En lo personal, exigió a los líderes "reformar las doctrinas que albergan en su corazón".
En términos actuales, esto significa transformarnos a nosotros mismos, y transformar nuestras creencias más profundamente sostenidas acerca de la naturaleza de la vida.
Filosofía de paz
Comentando sobre la naturaleza de esa transformación, el presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, dice, "Lo que cuenta es que la comunidad, en general, funcione plenamente basada en el espíritu de la gran filosofía de paz expuesta en el Sutra del loto, [según la cual todas las personas son budas].
En el nivel social, ‘establecer la enseñanza correcta’ significa establecer como base del funcionamiento social los principios de la dignidad humana y del respeto supremo a la vida".
En la actualidad, muchas personas viven con una sensación de confusión, vacío y desesperación. Se sienten impotentes para lograr cambios ya sea dentro de su propia vida como en la sociedad en general. El idealismo se equipara con la ingenuidad, y el cinismo sirve como cubierta para el fracaso de la esperanza. La falta de respeto por la vida humana alimenta la violencia y la explotación.
La función de cualquier religión o filosofía debe ser darles a las personas el coraje y la esperanza necesarios para transformar sus sufrimientos. Tenemos que desarrollar la fuerza para involucrarnos exitosamente en una lucha contra las fuerzas de la división y la destrucción dentro de nuestra propia vida y en la sociedad. A menos que nuestra capacitación propia y la de los demás sea nuestra meta, no podremos resistir y superar las influencias negativas dentro de nuestra vida y de su entorno.
Para crear una era de paz, una era en que se le dé un supremo valor a la vida, es esencial que tengamos una filosofía que revele la maravilla, la dignidad y el infinito potencial de la vida. Cuando nuestras acciones tienen como base esta creencia y las emprendemos plenos de amor compasivo por los demás, el resultado es una alegría pura que, a su vez, nos motiva a más acciones.
Capacitándonos desde nuestro interior, nuestra esfera de misericordia se amplía cada vez más, abarcando no sólo nuestra propia vida, sino también a nuestras familias, nuestras naciones, y la humanidad en general. Desarrollamos la sabiduría y la misericordia para rechazar y resistir todos los actos que dañan y denigran la vida.
De esta manera, se pueden asegurar tanto nuestra sensación interior de seguridad como una sociedad pacífica que dé prioridad a la protección de los más vulnerables.
En el Sutra del loto, la escritura que es reconocida en la tradición de Nichiren como la más elevada, la enseñanza más completa de Shakyamuni, aparece la imagen de una torre de los tesoros masivamente engalanada con joyas para ilustrar la belleza, dignidad y el inapreciable valor de la vida.
Si comprendemos verdaderamente que la vida es el más valioso de todos los tesoros, valoramos la nuestra y la de los demás. Desde esta perspectiva es evidente que la guerra, el abuso y la crueldad, deben ser absoluta y totalmente rechazados, y que la paz debe ser nuestra inquebrantable meta.
Si la sociedad abrazara esta perspectiva del valor de la vida, la prevención de la violencia y el tratamiento de todas las formas de sufrimientos se convertirían en las principales prioridades de la humanidad, en oposición a la acumulación de riqueza material y poder. Quienes nutren y cuidan la vida –los padres, las enfermeras, los médicos y los profesores– serían tratados con el máximo respeto.
Pero lo común es que la humanidad manifieste una gran incapacidad para creer plenamente en el valor de la vida –tanto la propia como la de los demás– o que logre apreciarla en su verdadera dimensión. Y, aún cuando lo aceptemos en teoría, actuar día tras día sobre la base de esa valoración es sumamente difícil. Cuando afrontamos un conflicto interpersonal muy amargo seguimos experimentando venenosos pensamientos de envidia y odio, y hasta llegamos a sentir deseos de dañar a la otra persona o de que, de una u otra manera, "desaparezca del camino".
Transformación interior
La Constitución de la Unesco dice que "puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz". De manera similar, el budismo enseña que sólo una transformación interior de nuestra vida, desde el nivel más profundo, puede hacer que nuestra misericordia sea más fuerte que nuestro deseo egoísta por ganarle a los demás o utilizarlos. Nos ofrece enseñanzas y herramientas que nos permiten efectuar este tipo de transformación esencial.
El budismo ve la vida como una lucha entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. El bien es definido como la naturaleza creativa y misericordiosa inherente a las personas, su deseo de ser felices y de que los demás también lo sean. El mal es definido como aquello que divide y quiebra nuestro sentido de conexión, impulsándonos a una competencia por utilizar y dominar a otros, antes de que nos lo hagan a nosotros.
Durante la vida de Nichiren, en el Japón del siglo XIII, una serie de desastres naturales –terremotos, inundaciones, pestes e incendios– habían devastado al país. Los sufrimientos de las personas comunes eran enormes. La determinación de Nichiren por descubrir la causa fundamental de esta miseria lo llevó a estudiar y analizar las estructuras de creencia que subyacían a la sociedad.
Específicamente, él estaba consciente de que, aun cuando el país estaba lleno de templos y sacerdotes budistas, de alguna manera sus oraciones y acciones no se estaban traduciendo en la forma de paz y seguridad para las personas.
Nichiren sintió que el desorden evidente en el mundo reflejaba el desorden dentro de los seres humanos. Tal como lo describió, "En un país donde los tres venenos [avaricia, ira y estupidez] prevalecen en semejante medida, ¿cómo puede haber paz o estabilidad? (...)
El hambre se genera como resultado de la avaricia, las pestes son el fruto de la necedad; la guerra, hija de la ira". Él estaba convencido de que sólo el budismo podía darle al pueblo el poder para erradicar estos venenos espirituales de su vida, pero como resultado de un amplio estudio, concluyó que el budismo, tal como estaba siendo practicado en su época, estaba alentando a una pasividad que hacía a las personas vulnerables al dominio de estos venenos en lugar de capacitarlos para superarlos.
Felicidad aquí y ahora
Nichiren rechazó, específicamente, la creencia prevaleciente de que todo lo que el budismo podía ofrecer era esperanza de tranquilidad después de la muerte, y que la mejor actitud que se podía asumir frente a la vida era la de resistir, pacientemente. Él creía apasionadamente que el budismo, como había sido enseñado en sus orígenes, tenía algo mucho mejor que ofrecer: la posibilidad de felicidad y realización en esta vida actual. Según Nichiren, el budismo podía darles a las personas la fuerza para transformar la sociedad humana misma en una tierra ideal y pacífica.
El tratado más importante de Nichiren, el Rissho Ankoku Ron, significa literalmente "Sobre el establecimiento de la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra". Fue entregado al gobernante de la época en julio de 1260, y es un apasionado clamor por un retorno al propósito original del budismo –asegurar la paz y la felicidad del pueblo. Una función clave de los sacerdotes budistas para ese entonces, era la de orar por la protección de los gobernantes de la nación. En contraste, el enfoque de Nichiren estaba en los ciudadanos comunes.
En un sentido, se puede decir que la preocupación de Nichiren era lo que ahora se define como "seguridad humana". Como dijo el presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, en un reciente diálogo sobre este tratado, "Antes, la, ‘seguridad’ se refería sólo a la seguridad nacional. La prioridad, para todos los países del mundo, ha sido proteger la integridad territorial y el Estado.
Pero, ¿qué clase de seguridad es si, mientras el Estado recibe protección, la vida y la dignidad de cada ciudadano quedan expuestas y menoscabadas?
Actualmente, se está replanteando el concepto de la seguridad, de tal manera que el eje que antes se ponía en el Estado hoy se pone en la población".
Nichiren comienza su tratado describiendo el desorden que veía a su alrededor. "Más de la mitad de la población ha caído víctima de la muerte, y casi no hay un solo habitante que no llore la pérdida de algún ser querido".
Su motivación principal era un violento impulso hacia un sentido de empatía por la situación del pueblo. Él había hecho una promesa para conducirse a sí mismo y a los demás hacia la felicidad, y esto significaba luchar para despertar y capacitar a las personas para que desafiaran su propio destino. Su abierta determinación le ganó una reputación controversial que persiste hasta la fecha.
"No puedo guardar silencio frente a una crisis que pone en peligro la supervivencia del país", escribió él, "No puedo reprimir mis temores".
En términos de la acción concreta, Nichiren instó a los líderes políticos de la época a no seguir protegiendo a las sectas favorecidas, y pidió debates abiertos sobre los méritos de las diferentes escuelas del budismo. En lo personal, exigió a los líderes "reformar las doctrinas que albergan en su corazón".
En términos actuales, esto significa transformarnos a nosotros mismos, y transformar nuestras creencias más profundamente sostenidas acerca de la naturaleza de la vida.
Filosofía de paz
Comentando sobre la naturaleza de esa transformación, el presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, dice, "Lo que cuenta es que la comunidad, en general, funcione plenamente basada en el espíritu de la gran filosofía de paz expuesta en el Sutra del loto, [según la cual todas las personas son budas].
En el nivel social, ‘establecer la enseñanza correcta’ significa establecer como base del funcionamiento social los principios de la dignidad humana y del respeto supremo a la vida".
En la actualidad, muchas personas viven con una sensación de confusión, vacío y desesperación. Se sienten impotentes para lograr cambios ya sea dentro de su propia vida como en la sociedad en general. El idealismo se equipara con la ingenuidad, y el cinismo sirve como cubierta para el fracaso de la esperanza. La falta de respeto por la vida humana alimenta la violencia y la explotación.
La función de cualquier religión o filosofía debe ser darles a las personas el coraje y la esperanza necesarios para transformar sus sufrimientos. Tenemos que desarrollar la fuerza para involucrarnos exitosamente en una lucha contra las fuerzas de la división y la destrucción dentro de nuestra propia vida y en la sociedad. A menos que nuestra capacitación propia y la de los demás sea nuestra meta, no podremos resistir y superar las influencias negativas dentro de nuestra vida y de su entorno.
Para crear una era de paz, una era en que se le dé un supremo valor a la vida, es esencial que tengamos una filosofía que revele la maravilla, la dignidad y el infinito potencial de la vida. Cuando nuestras acciones tienen como base esta creencia y las emprendemos plenos de amor compasivo por los demás, el resultado es una alegría pura que, a su vez, nos motiva a más acciones.
Capacitándonos desde nuestro interior, nuestra esfera de misericordia se amplía cada vez más, abarcando no sólo nuestra propia vida, sino también a nuestras familias, nuestras naciones, y la humanidad en general. Desarrollamos la sabiduría y la misericordia para rechazar y resistir todos los actos que dañan y denigran la vida.
De esta manera, se pueden asegurar tanto nuestra sensación interior de seguridad como una sociedad pacífica que dé prioridad a la protección de los más vulnerables.
LA VALENTÍA.
Tener valentía es
fundamental para lograr o emprender cualquier cosa en la vida. Obrar con coraje
no implica una hazaña gloriosa o un gesto heroico. Se trata más bien de la
fortaleza para realizar esfuerzos perseverantes por alguna causa correcta,
aunque otras personas no se den cuenta de ello o no lo valoren.
Nichiren, escribió a uno
de sus seguidores: "No sienta el más mínimo temor en su fuero interno. Lo
que a uno le impide manifestar la Budeidad es la falta de valentía”. (Los
escritos de Nichiren Daishonin, Tokio, Soka Gakkai, 2008, pág. 668).
El Sutra del loto enseña
que todo ser humano posee un potencial infinito. Asimismo, el budismo enseña
que en el camino del desarrollo personal, el ser humano experimenta
naturalmente obstáculos y adversidades generados en el plano interior como
exterior. Pero el ser humano debe enfrentar dichas dificultades con fe sólida y
osadía para finalmente expandir ampliamente su capacidad innata y manifestar
una condición de vida iluminada.
Cuando la falta de
coraje se manifiesta en el plano social, por ejemplo cuando una persona en
posición de liderazgo renuncia a sus principios o no es capaz de defender la
verdad y la justicia, esto se convierte en la causa del sufrimiento de todo un
pueblo.
La convicción en el
potencial del ser humano está estrechamente ligada a la valentía, pues es lo
que motiva al ser humano a actuar con compromiso y con misericordia por lo
correcto y por la justicia.
En el plano individual,
la valentía nos permite cambiar nuestras vidas, romper con las barreras de la
inseguridad que nos impiden dar un nuevo paso y desarrollar nuestro verdadero
potencial. Un simple problema se convierte en una preocupación abrumadora,
según quién viva dicha experiencia. Sea cual fuere la magnitud del obstáculo
que se deba enfrentar, el proceso interior que nos permite armarnos de valentía
es igual en todas las personas. Cuando una persona se arma de valor para
afrontar cada vicisitud de su vida puede transformar no solamente su vida sino
que también puede ejercer una influencia notoriamente positiva en su
entorno.
Daisaku Ikeda señala:
"La fortaleza o la debilidad de nuestra fe depende más del coraje que del
conocimiento" . (Seikyo Shimbun, 10 de febrero de 2006.)
Asimismo, afirma:
"En realidad, el rumbo que tome nuestra vida dependerá de si somos o no
personas de coraje. “El auténtico coraje significa emprender acciones sensatas,
justas y beneficiosas para todos. Es aquel que demostramos cuando vivimos con
honestidad y tesón. El coraje sano, resuelto y firme representa la cualidad más
preciosa de todas". (Koko Shimpo, 27 de mayo de 1998.)
En otra ocasión, también
destacó: "La fe en el budismo de Nichiren significa tener valentía. “El
budismo del Daishonin es una enseñanza que permite armarse de ilimitado coraje”.
“Sin coraje no podemos
triunfar sobre la dura realidad de la vida. De hecho, sin valentía nos
extraviaríamos en la oscura corriente de la época”. “El coraje es sinónimo de
amor compasivo" . (Seikyo Shimbun, 28 de marzo de 2010.)
LA VIDA Y LA MUERTE. (Ensayo de Daisaku Ikeda publicado en 1998, en la revista de Filipinas Mirror.)
Nadie puede escapar de
la muerte. La cesación de la vida es tan segura como la certeza de que la noche
sigue al día, el invierno viene después del otoño, y la vejez llega cuando la
juventud queda atrás. La gente toma precauciones para evadir el sufrimiento y
no verse en apuros durante el invierno o en la vejez; pero pocas personas se
preparan para la muerte, que adviene indefectiblemente.
La sociedad moderna
aparta su mirada de este tema esencial. Para la mayoría de las personas, la
muerte es una cuestión temible y fatal; para otras, significa la simple
ausencia de vida, un estado en blanco, un vacío. Hay quienes hasta la consideran
algo absurdo.
¿Qué es la muerte? ¿Qué
ocurre con nosotros después de que morimos? Si nos empeñamos, podemos ignorar
tales preguntas. Y en efecto, muchos lo hacen. Pero si no adquirimos profunda
conciencia sobre la realidad de la muerte, terminaremos viviendo una existencia
superficial y de poca estabilidad espiritual. Es posible que logremos
convencernos de que, de alguna manera, lidiaremos con la muerte cuando llegue.
Algunas personas se mantienen asiduamente ocupadas en todo tipo de tareas, para
evitar reflexionar sobre los temas fundamentales de la vida y de la muerte. Sin
embargo, con una actitud semejante, la dicha que podamos experimentar siempre
será efímera y nos veremos acosados sin cesar por la preocupación de una muerte
inevitable. Estoy convencido de que encarar el tema de la muerte les permite a
las personas gozar de una existencia estable, pacífica y profunda.
¿A qué se llama
“muerte”?, ¿se trata de una extinción?, ¿una transición hacia la nada? ¿O es la
puerta de acceso a una nueva vida?, ¿una transformación en lugar de un final?
En todo caso, ¿qué es la vida?, ¿una fase momentánea y evanescente que está
seguida de quietud?, ¿una fase de no existencia?, ¿algo que tiene una profunda
continuidad y se prolonga más allá de la muerte?
El budismo considera un error pensar que la vida concluye con la
muerte. A la vez, sostiene que todo lo que existe y ocurre en el universo está
vinculado y tiene un “origen dependiente” (engi, en japonés). Lo que llamamos
“vida” es una energía vibrante que fluye a lo largo y a lo ancho de todo el
universo, y no tiene principio ni fin; es un proceso continuo y dinámico de
cambio. Desde el punto de vista del budismo, la vida del ser humano no es una
excepción. ¿Por qué ha de ser la existencia humana algo finito, caprichoso,
aislado y desconectado del ritmo universal de la vida?
En la actualidad,
sabemos que los cuerpos celestes y las galaxias nacen, duran un determinado
lapso y mueren. Todo lo que se aplica a las inmensas realidades del universo se
aplica, de la misma manera, al minúsculo mundo de nuestro cuerpo. Desde el
enfoque de la física, el cuerpo humano está constituido por la misma materia,
los mismos componentes químicos que conforman los astros. En tal sentido, somos
“hijos” de las estrellas.
El cuerpo humano consta
de unos sesenta billones de células individuales, y la vida es la fuerza vital
que armoniza el funcionamiento infinitamente complejo de ese número de células
tan difícil de concebir. A cada instante, cantidades incalculables de ellas mueren
y son reemplazadas por otras que nacen. En ese nivel, cada uno de nosotros está
experimentando diariamente los ciclos del nacimiento y la muerte.
En términos prácticos,
la muerte es necesaria. Si las personas vivieran para siempre, con el tiempo empezarían
a anhelar la muerte. Sin la muerte, enfrentaríamos toda una nueva gama de
problemas, desde la superpoblación mundial hasta el hecho de tener que lidiar
con un físico envejecido. La muerte da espacio a la renovación y a la
regeneración.
Por consiguiente, la
muerte debe agradecerse como un beneficio, tanto como se agradece la vida. El
budismo ve la muerte como un período de descanso, como el acto de dormir,
mediante el cual la vida recobra energías y se prepara para nuevos ciclos de
existencia. No hay ninguna razón para temerle a la muerte, para odiarla
o para buscar desterrarla de nuestra mente.
La muerte no discrimina:
nos despoja de todo. La fama, la riqueza y el poder son absolutamente inútiles
en el estado de desapego total de los últimos instantes de nuestra existencia.
En ese momento, en lo único que podemos confiar es en nosotros mismos. Debemos
afrontar la muerte con solemnidad, con la sola armadura de nuestra cruda
humanidad, con el registro real de nuestras acciones, de acuerdo con las
elecciones que asumimos en la vida. “¿He sido fiel a mí mismo?”. “¿Qué he
aportado al mundo?”. “¿De qué estoy satisfecho y cuáles son mis
remordimientos?”.
Para morir bien, uno
tiene que haber vivido bien. Para quienes han transcurrido su existencia fieles
a sus convicciones y han trabajado para brindar felicidad a los demás, la
muerte puede llegar como un descanso reconfortante, como un sueño bien ganado
después de un día de gratos esfuerzos.
La manera en que David
L. Norton (1930-1995), profesor de filosofía de la Universidad de Delaware,
confrontó su propia muerte hace algunos años me impresionó hondamente.
Cuando tenía diecisiete
años, David Norton se sumó a un cuerpo de bomberos paracaidistas voluntarios;
se dedicó a lanzarse en su paracaídas sobre las áreas más inaccesibles para
impedir que los incendios se expandieran, cortando árboles y cavando
trincheras. Él decía que eso le permitía aprender a superar sus propios
temores.
Ya en sus sesenta años,
le diagnosticaron un cáncer avanzado. Según su esposa Mary Norton, mientras
enfrentaba su fin con gallardía, David Norton se dio cuenta de que el dolor no
era capaz de doblegarlo; tampoco le pareció que morir fuese una experiencia
solitaria. La señora Norton me contó que él se había sentido todo el tiempo
rodeado de amigos, y que había mantenido la compostura sin el menor temor ante
la muerte, como si fuese “otra aventura”, como la “experiencia límite” de
saltar sobre el humo.
La señora Norton
reflexionó: “Pienso que, ante todo, una aventura es una oportunidad para
desafiarnos a nosotros mismos. (…) Es salir de situaciones que nos son cómodas,
donde sabemos qué va a ocurrir, donde no tenemos de qué preocuparnos. Es una
oportunidad de crecer (…), de ser lo que realmente uno debe ser. Pero no se
puede enfrentar la aventura con temor”.
Estar consciente de la
muerte nos permite vivir cada día y cada momento con agradecimiento por la
incomparable oportunidad que tenemos de crear algo, mientras habitamos este
planeta. Para disfrutar de verdadera felicidad debemos vivir cada momento como
si fuese el último. El hoy nunca volverá. Podemos hablar del pasado o del
futuro, pero la única realidad que tenemos es el momento presente. Confrontar
la realidad de la muerte nos permite, de hecho, generar creatividad ilimitada,
valor y alegría en cada instante que vivimos.
滝 の 詩 TAKI NO UTA (LA CASCADA). Poema compuesto por Daisaku Ikeda, Cantado por la División Señores de la SGI y Video filmado en la Garganta de Oirase, Prefectura Aomori, Japón.
La Cascada (Poema)
Al igual que la cascada,
que fluye arroladoraAl igual que la cascada, que es incansable
Al igual que la cascada, que es osada
Al igual que la cascada, que discurre alegremente
Al igual que la cascada, con su orgullo ....
Un hombre debe tener el porte de un rey.
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