A LA ENFERMEDAD, DIGAMOSLE "¡SALUD!"
En ocasiones, un padecimiento puede convertirse en el disparador de un gran desarrollo de la fortaleza interior. En una nueva entrega de “Bodhisattva en la ciudad”, nuestro protagonista toma su Olivetti para dedicarse a indagar sobre uno de los cuatro.
Y otra vez el personaje de nuestra saga se enfrenta a un tema crucial: la enfermedad.
Y lo hace después de un encuentro familiar (¿acaso alguno pensó que no la sufriría y que por eso sólo hablaba de trabajo y de amigos?). Un tema complejo, que desveló a nuestro Bodhisattva, pero, afortunadamente, no, hasta el punto de enfermarlo. Omar es el debilucho de la familia.
Siempre que nos juntamos, tiene una enfermedad distinta. Las tuvo todas: neumonía, pulmonía, sarampión, escarlatina, gota, hipertensión, bronquitis, hepatitis, amigdalitis, y otras que no me acuerdo pero que también terminan en “itis”.
Yo siento que, en el fondo, Omar disfruta cuando está enfermo; es como si estuviera en un terreno que domina. Esta vez, la cita fue el cumpleaños del tío Elvio. Estábamos todos y, como no podía ser de otra manera, Omar estrenaba otra enfermedad: anemia. Durante toda la cena, Omar me habló de la anemia: “¿Vos sabés que el treinta por ciento de la población sufre de anemia?”, “Pasame la morcilla, que es buena para la anemia, ¿viste?, por los glóbulos rojos”, “Che, ¿bajamos un poco el aire acondicionado? Tengo miedo de que me agarre una recaída con la anemia”… y así toda la noche, dale que dale, anemia de acá, anemia de allá… Hasta que al final pasó lo inevitable: me salí de las casillas y me encontré gritando como un loco en medio de toda la familia, que me observaba con cara de horror.
Omar, ¡cortala con tu anemia! ¡A nadie le importa tu anemia, si tosés de noche, si expectorás, si te duele el...! Me encontré gritando esas barbaridades, parado en la silla, absolutamente sacado.
Todos me miraban con miedo, y para completar el cuadro, Omar tosió débilmente y puso cara de pobrecito. Todo estaba claro, víctima y victimario. Me bajé de la silla, le pedí disculpas a
Omar… y traté de romper el hielo diciendo: “Elvira, ¡el vitel toné está para chuparse los dedos!”.
Por supuesto, la frase no tuvo el menor éxito, y me retiré temprano a casa, soportando comentarios sarcásticos del estilo: “¿Eso te enseñan en el Budismo? ¡Intolerante!”.
Omar me dijo que no me preocupara, porque hacerse problema era una de las principales causas de cáncer. Cuando iba en el taxi, me puse a pensar cuánto me faltaba todavía en eso de ser un budista en el verdadero sentido de la palabra: tolerar, alentar… pero, bueno, en eso estoy.
Igual, seguí pensando en Omar y en las enfermedades, y cuando llegué a casa, me puse a indagar sobre el tema. La verdad es que la visión del Budismo acerca de la salud es muy compleja e interesante. Leí durante varias horas, hasta que, al final, me quedé dormido en el sillón… Y se ve que tomé frío durante la noche, porque me levanté con dolor de garganta.
¡Ya me parezco a Omar! A la mañana, desperté recordando una charla con quien me dio a conocer el Budismo. Fue cierta vez que estuve enfermo de una gripe feroz. En esa ocasión, recuerdo que todo comenzó cuando le dije que no era necesario que yo fuera al médico, ya que mi práctica era sumamente constante, y eso, a la larga, daría sus frutos y me curaría.
“El Budismo es coherente con la razón”, me dijo él. Y agregó, con esa sabiduría que a uno lo deja con la sensación de haber planteado una obviedad: “Es absurdo creer que sólo porque tenemos fe estamos exentos de tener que ir al médico. Si pensás así, te aclaro que eso no corresponde al pensamiento budista”.
Rememorando aquella vieja charla, agarré mi también añeja Olivetti y me dispuse a escribir el resultado de mis investigaciones acerca del pensamiento budista sobre la enfermedad. Una cuestión de sentido común Indagando en la vida de Nichiren Daishonin, descubrí que él mismo se hacía atender por su leal discípulo Shijo Kingo (que era médico), del mismo modo que el buda Shakyamuni era atendido por el ilustre Jivaka. Además, se dice que Shakyamuni tomaba todos los recaudos para que las personas enfermas recibieran comida nutritiva y les enseñaba a concentrarse en su recuperación. Incluso permitía que, durante el período de convalecencia, los monjes se apartaran de sus reglas de disciplina. También hacía preparar pociones curativas para los enfermos y los instaba a que tomaran esos remedios.
En su escrito “Sobre la prolongación de la vida”, Nichiren Daishonin se dirige a Myojo, la esposa enferma de Toki Jonin, explicándole no sólo el inmenso poder del Budismo para destruir las funciones negativas de la enfermedad, sino también recomendándole que se hiciera examinar por Shijo Kingo.
En otras palabras, le pide que busque atención médica. Luego, la alienta a acumular los “tesoros de la fe” y a cuidar responsablemente el “tesoro del cuerpo”, para proteger su valiosa vida.(1)
A la luz de esos ejemplos y de lo que luego pude investigar, el Budismo enseña que cuando uno se enferma, el verdadero camino de la fe consiste en determinar que uno se curará sin falta, y luego, en adoptar medidas sabias y sensatas para lograr dicho objetivo. Akiko Kojima,
quien es una de las responsables del Grupo de Enfermeras (Shirakaba-kai) de la Soka Gakkai, señaló en una oportunidad: “El Budismo no es algo abstracto ni se trata de conceptos intelectuales.
Recuerdo que el presidente Ikeda, en una ocasión, brindó cuatro guías para la buena salud: hacer un gongyo enérgico, llevar una vida moderada y productiva, realizar acciones altruistas en bien de los demás y alimentarse con sensatez y buen criterio. Eso tiene relación con las últimas conclusiones de la ciencia que subrayan la necesidad de mejorar el estilo de vida para mantener una buena salud, especialmente en lo que respecta a una buena pauta de descanso, nutrición y ejercicio físico, acorde con la edad y con las condiciones físicas.
También se reconoce, cada vez con mayor frecuencia, que el estado espiritual positivo y sano posee una gran influencia en el bienestar físico”. Esa opinión coincide también con los estudios realizados por el oncólogo norteamericano O. Carl Simonton, quien habla de varias formas de luchar contra el cáncer. En síntesis, ese médico recalca los siguientes puntos: tener la convicción de que uno se recuperará; no albergar rencor ni resentimiento hacia los demás, sino desear sinceramente el bien a otros; evitar las quejas y la negatividad; y, en cambio, ser positivo y tener esperanza; mantenerse activo; trazarse objetivos para la propia vida. El doctor Simonton también insiste en la importancia de expresar las propias emociones, de cultivar sentimientos de gratitud y de alegría.
La fe mueve montañas… y vence la enfermedad A través de los escritos budistas y de las experiencias de quienes han enfrentado la enfermedad basados en su fe, podemos decir que el Budismo brinda pautas sencillas para vivir una existencia mejor, dotada de sabiduría para conservar la buena salud.
La perseverancia intensa en la fe es lo que permite tomar contacto con una infinita fuente de sabiduría y de fuerza vital, que nos lleva a vencer la enfermedad. Así, se logra potenciar al máximo la eficacia de un buen médico y de los buenos remedios prescritos, para que ambos actúen como funciones protectoras.
En esencia, podríamos decir que derrotar la enfermedad consiste en armarse con las fuerzas de la fe y de la práctica, para emplear al máximo lo que la medicina puede ofrecernos. Hideki Sakai, titular del Grupo de Médicos de la División de Jóvenes de la Soka Gakkai señala: “El tratamiento médico puede detener el avance de la dolencia y también prevenir su aparición.
Pero, fundamentalmente, lo que cura una enfermedad son las propias facultades curativas del paciente. Por eso es importante no depositar una fe ciega en la medicina ni verla como algo absoluto. El Budismo nos brinda la sabiduría y la fortaleza para tomar conciencia de ello”. Lo mismo sostiene el doctor René Simard, célebre investigador sobre el cáncer y ex rector de la Universidad de Montreal, quien señala que el cuerpo siempre está produciendo algo nuevo para combatir la enfermedad, ese “mal que habita dentro de nosotros”.
Esto demuestra una gran confianza en la curación natural que alberga el organismo humano. La cuestión es: ¿Cómo extraer esta facultad inherente? ¿Cómo hacer pleno uso de ella? En ese punto es donde la fe manifiesta su enorme importancia, y donde se ve la utilidad de llevar una vida equilibrada y sabia.
Una oportunidad de oro Generalmente, la actitud del ser humano al enfrentar una enfermedad es automática¬mente equiparar ésta con la desventura. Sin embargo, la experiencia de muchas personas nos habla de que ellos han podido experimentar un gran crecimiento humano a partir de su dolencia.
Lo que es decisivo, entonces, es cómo reaccionamos ante la enfermedad. El Budismo expone los cuatro sufrimientos de los cuales nadie puede escapar: nacimiento, vejez, enfermedad y muerte.
Por lo tanto, podemos decir que el hecho de enfermarse no es una situación fuera de lo corriente, sino uno de los aspectos ineludibles de la existencia humana. En “La apertura de los ojos”, Nichiren Daishonin cita al gran maestro T’ien-t’ai: Los pobres méritos obtenidos por una mente decidida a practicar sólo a medias no pueden alterar [los efectos del propio karma]. Pero si uno lleva a cabo la práctica de la concentración y la introspección, para observar los principios de la “salud” [los cuatro elementos de tierra, agua, fuego y viento, así como el plano de los deseos mundanos] y de la “enfermedad” [el plano de las dolencias], entonces uno puede alterar el ciclo de nacimiento y muerte [en el plano del karma].(2)
Si lo expresamos en términos de nuestra práctica diaria, podríamos decir que llevar “a cabo la práctica de la concentración y la introspección” representa la invocación de Nam-myoho-renge-kyo (daimoku) frente al Gohonzon. Asimismo, puede afirmarse que uno no podría transformar su karma si se conformara con una fe vacilante. Desde esa perspectiva, la enfermedad es una oportunidad para reflexionar profundamente sobre la propia vida y desafiar nuestra tenacidad con una fe poderosa y vencer los sufrimientos del nacimiento y de la muerte.
En definitiva, el enfoque budista sobre la enfermedad la convierte a esta en un trampolín, una fuerza motivadora para llevar a cabo la revolución humana. Entonces, la enfermedad puede ser un factor muy positivo en nuestra vida. Nichiren Daishonin escribe: “Esta enfermedad de su esposo puede deberse al designio del Buda, pues los sutras Vimalakirti y del Nirvana hablan de personas enfermas que alcanzaron la Budeidad.
De la enfermedad surge el corazón que busca el Camino”.(3)
Daisaku Ikeda señala al respecto: “El Daishonin declara: ‘Nam-myoho-renge-kyo es como el rugido del león. Por lo tanto, ¿qué enfermedad puede ser un obstáculo?’.(4)
Desde una perspectiva amplia sobre la vida, no hay ninguna enfermedad que no pueda curarse mediante el poder de la fe inquebrantable.
Aunque uno, en este momento, esté librando una batalla contra la mala salud, mientras la fe se mantenga sana y sólida, siempre le será posible tomar contacto con la poderosa fuerza revitalizadora que existe dentro de su propia vida y conocer un profundo estado de felicidad.
Esta dicha profunda, en sí misma, es prueba de que uno ha transformado su karma, de que uno ya ha derrotado el demonio de la enfermedad”. Lo esencial es qué historia grabamos en nuestra vida.
Otro ejemplo es la experiencia de Shizuko Suzuki, una integrante de la División de Damas de la prefectura de Tokushima (Japón) quien, en los tiempos de su ingreso en la organización, recibió el aliento del segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda. La señora Suzuki relata que ingresó en 1956 motivada por la enfermedad de su hija Yoko (que padecía parálisis cerebral infantil). Al año siguiente, llevando a la pequeña Yoko sobre sus espaldas, peregrinó desde Shikoku hasta el templo principal, donde asistió a una reunión en la que participaría el maestro Toda.
En aquellos días, ese viaje de ida y vuelta hasta el templo le debe de haber llevado tres o cuatro días, pues debía hacer el recorrido en ferry hasta la isla principal, y de allí, trasbordar al tren nocturno. Pero la señora Suzuki llegó a la reunión y le dijo al presidente Toda: “¡Sensei! Estoy angustiada por la enfermedad de mi hija. ¿Se curará?”.Con los ojos colmados de misericordia, el señor Toda replicó: “Si persevera en la fe sinceramente e invoca daimoku, le aseguro que su hija no le causará ninguna preocupación.
¡Siga Orando y esfuércese al máximo!”. Entonces, el señor Toda hizo que le llevaran a la pequeña Yoko y la sentaran en la mesa, ante él. La abrazó con cariño y le masajeó las piernitas, mientras la alentaba y le decía que se recuperaría. La señora Suzuki, con las palabras del presidente Toda grabadas en lo profundo de su corazón, llegó a construir una vida realmente admirable.
Se esforzó en las actividades de la Soka Gakkai, siempre llevando consigo a su hija discapacitada, dondequiera que iba. Y a pesar de las muchas dificultades que surgieron, ella siempre dio lo mejor de sí en la Soka Gakkai. Cuando, hace un tiempo, la señora Suzuki estuvo internada en un hospital, recibió una postal que le llegó a la habitación donde guardaba reposo. Era un cálido y afectuoso deseo de recuperación, prolijamente escrito con un procesador de textos... ¡de Yoko, que estaba efectuando su tratamiento de rehabilitación en un centro médico especializado! La señora Suzuki escribió: “Cuando recibí esa postal de mi hija, sentí una felicidad tan grande que no pude contener las lágrimas. En ese momento, comprendí lo que el señor Toda había tratado de decirme.
Hoy, mi hija y yo no tenemos ningún motivo de preocupación, ambas estamos llevando a cabo con alegría nuestras actividades en la Soka Gakkai. Mi vida es realmente feliz”.
Para finalizar, podemos decir que el Budismo enseña que, más allá de estar sanos o enfermos, lo importante es hasta dónde se ha cultivado el corazón y la mente, y qué clase de historia hemos escrito en esta vida. Y eso es lo que determina la dirección de nuestra existencia.
(1) Véase Los principales escritos de Nichiren Daishonin, vol. 1, págs. 233 a 237.
(2) Ib., vol. 2, pág. 189.
(3) Gosho zenshu, pág. 1408.
(4) Los principales escritos de Nichiren Daishonin, vol. 1, pág. 119.
Y otra vez el personaje de nuestra saga se enfrenta a un tema crucial: la enfermedad.
Y lo hace después de un encuentro familiar (¿acaso alguno pensó que no la sufriría y que por eso sólo hablaba de trabajo y de amigos?). Un tema complejo, que desveló a nuestro Bodhisattva, pero, afortunadamente, no, hasta el punto de enfermarlo. Omar es el debilucho de la familia.
Siempre que nos juntamos, tiene una enfermedad distinta. Las tuvo todas: neumonía, pulmonía, sarampión, escarlatina, gota, hipertensión, bronquitis, hepatitis, amigdalitis, y otras que no me acuerdo pero que también terminan en “itis”.
Yo siento que, en el fondo, Omar disfruta cuando está enfermo; es como si estuviera en un terreno que domina. Esta vez, la cita fue el cumpleaños del tío Elvio. Estábamos todos y, como no podía ser de otra manera, Omar estrenaba otra enfermedad: anemia. Durante toda la cena, Omar me habló de la anemia: “¿Vos sabés que el treinta por ciento de la población sufre de anemia?”, “Pasame la morcilla, que es buena para la anemia, ¿viste?, por los glóbulos rojos”, “Che, ¿bajamos un poco el aire acondicionado? Tengo miedo de que me agarre una recaída con la anemia”… y así toda la noche, dale que dale, anemia de acá, anemia de allá… Hasta que al final pasó lo inevitable: me salí de las casillas y me encontré gritando como un loco en medio de toda la familia, que me observaba con cara de horror.
Omar, ¡cortala con tu anemia! ¡A nadie le importa tu anemia, si tosés de noche, si expectorás, si te duele el...! Me encontré gritando esas barbaridades, parado en la silla, absolutamente sacado.
Todos me miraban con miedo, y para completar el cuadro, Omar tosió débilmente y puso cara de pobrecito. Todo estaba claro, víctima y victimario. Me bajé de la silla, le pedí disculpas a
Omar… y traté de romper el hielo diciendo: “Elvira, ¡el vitel toné está para chuparse los dedos!”.
Por supuesto, la frase no tuvo el menor éxito, y me retiré temprano a casa, soportando comentarios sarcásticos del estilo: “¿Eso te enseñan en el Budismo? ¡Intolerante!”.
Omar me dijo que no me preocupara, porque hacerse problema era una de las principales causas de cáncer. Cuando iba en el taxi, me puse a pensar cuánto me faltaba todavía en eso de ser un budista en el verdadero sentido de la palabra: tolerar, alentar… pero, bueno, en eso estoy.
Igual, seguí pensando en Omar y en las enfermedades, y cuando llegué a casa, me puse a indagar sobre el tema. La verdad es que la visión del Budismo acerca de la salud es muy compleja e interesante. Leí durante varias horas, hasta que, al final, me quedé dormido en el sillón… Y se ve que tomé frío durante la noche, porque me levanté con dolor de garganta.
¡Ya me parezco a Omar! A la mañana, desperté recordando una charla con quien me dio a conocer el Budismo. Fue cierta vez que estuve enfermo de una gripe feroz. En esa ocasión, recuerdo que todo comenzó cuando le dije que no era necesario que yo fuera al médico, ya que mi práctica era sumamente constante, y eso, a la larga, daría sus frutos y me curaría.
“El Budismo es coherente con la razón”, me dijo él. Y agregó, con esa sabiduría que a uno lo deja con la sensación de haber planteado una obviedad: “Es absurdo creer que sólo porque tenemos fe estamos exentos de tener que ir al médico. Si pensás así, te aclaro que eso no corresponde al pensamiento budista”.
Rememorando aquella vieja charla, agarré mi también añeja Olivetti y me dispuse a escribir el resultado de mis investigaciones acerca del pensamiento budista sobre la enfermedad. Una cuestión de sentido común Indagando en la vida de Nichiren Daishonin, descubrí que él mismo se hacía atender por su leal discípulo Shijo Kingo (que era médico), del mismo modo que el buda Shakyamuni era atendido por el ilustre Jivaka. Además, se dice que Shakyamuni tomaba todos los recaudos para que las personas enfermas recibieran comida nutritiva y les enseñaba a concentrarse en su recuperación. Incluso permitía que, durante el período de convalecencia, los monjes se apartaran de sus reglas de disciplina. También hacía preparar pociones curativas para los enfermos y los instaba a que tomaran esos remedios.
En su escrito “Sobre la prolongación de la vida”, Nichiren Daishonin se dirige a Myojo, la esposa enferma de Toki Jonin, explicándole no sólo el inmenso poder del Budismo para destruir las funciones negativas de la enfermedad, sino también recomendándole que se hiciera examinar por Shijo Kingo.
En otras palabras, le pide que busque atención médica. Luego, la alienta a acumular los “tesoros de la fe” y a cuidar responsablemente el “tesoro del cuerpo”, para proteger su valiosa vida.(1)
A la luz de esos ejemplos y de lo que luego pude investigar, el Budismo enseña que cuando uno se enferma, el verdadero camino de la fe consiste en determinar que uno se curará sin falta, y luego, en adoptar medidas sabias y sensatas para lograr dicho objetivo. Akiko Kojima,
quien es una de las responsables del Grupo de Enfermeras (Shirakaba-kai) de la Soka Gakkai, señaló en una oportunidad: “El Budismo no es algo abstracto ni se trata de conceptos intelectuales.
Recuerdo que el presidente Ikeda, en una ocasión, brindó cuatro guías para la buena salud: hacer un gongyo enérgico, llevar una vida moderada y productiva, realizar acciones altruistas en bien de los demás y alimentarse con sensatez y buen criterio. Eso tiene relación con las últimas conclusiones de la ciencia que subrayan la necesidad de mejorar el estilo de vida para mantener una buena salud, especialmente en lo que respecta a una buena pauta de descanso, nutrición y ejercicio físico, acorde con la edad y con las condiciones físicas.
También se reconoce, cada vez con mayor frecuencia, que el estado espiritual positivo y sano posee una gran influencia en el bienestar físico”. Esa opinión coincide también con los estudios realizados por el oncólogo norteamericano O. Carl Simonton, quien habla de varias formas de luchar contra el cáncer. En síntesis, ese médico recalca los siguientes puntos: tener la convicción de que uno se recuperará; no albergar rencor ni resentimiento hacia los demás, sino desear sinceramente el bien a otros; evitar las quejas y la negatividad; y, en cambio, ser positivo y tener esperanza; mantenerse activo; trazarse objetivos para la propia vida. El doctor Simonton también insiste en la importancia de expresar las propias emociones, de cultivar sentimientos de gratitud y de alegría.
La fe mueve montañas… y vence la enfermedad A través de los escritos budistas y de las experiencias de quienes han enfrentado la enfermedad basados en su fe, podemos decir que el Budismo brinda pautas sencillas para vivir una existencia mejor, dotada de sabiduría para conservar la buena salud.
La perseverancia intensa en la fe es lo que permite tomar contacto con una infinita fuente de sabiduría y de fuerza vital, que nos lleva a vencer la enfermedad. Así, se logra potenciar al máximo la eficacia de un buen médico y de los buenos remedios prescritos, para que ambos actúen como funciones protectoras.
En esencia, podríamos decir que derrotar la enfermedad consiste en armarse con las fuerzas de la fe y de la práctica, para emplear al máximo lo que la medicina puede ofrecernos. Hideki Sakai, titular del Grupo de Médicos de la División de Jóvenes de la Soka Gakkai señala: “El tratamiento médico puede detener el avance de la dolencia y también prevenir su aparición.
Pero, fundamentalmente, lo que cura una enfermedad son las propias facultades curativas del paciente. Por eso es importante no depositar una fe ciega en la medicina ni verla como algo absoluto. El Budismo nos brinda la sabiduría y la fortaleza para tomar conciencia de ello”. Lo mismo sostiene el doctor René Simard, célebre investigador sobre el cáncer y ex rector de la Universidad de Montreal, quien señala que el cuerpo siempre está produciendo algo nuevo para combatir la enfermedad, ese “mal que habita dentro de nosotros”.
Esto demuestra una gran confianza en la curación natural que alberga el organismo humano. La cuestión es: ¿Cómo extraer esta facultad inherente? ¿Cómo hacer pleno uso de ella? En ese punto es donde la fe manifiesta su enorme importancia, y donde se ve la utilidad de llevar una vida equilibrada y sabia.
Una oportunidad de oro Generalmente, la actitud del ser humano al enfrentar una enfermedad es automática¬mente equiparar ésta con la desventura. Sin embargo, la experiencia de muchas personas nos habla de que ellos han podido experimentar un gran crecimiento humano a partir de su dolencia.
Lo que es decisivo, entonces, es cómo reaccionamos ante la enfermedad. El Budismo expone los cuatro sufrimientos de los cuales nadie puede escapar: nacimiento, vejez, enfermedad y muerte.
Por lo tanto, podemos decir que el hecho de enfermarse no es una situación fuera de lo corriente, sino uno de los aspectos ineludibles de la existencia humana. En “La apertura de los ojos”, Nichiren Daishonin cita al gran maestro T’ien-t’ai: Los pobres méritos obtenidos por una mente decidida a practicar sólo a medias no pueden alterar [los efectos del propio karma]. Pero si uno lleva a cabo la práctica de la concentración y la introspección, para observar los principios de la “salud” [los cuatro elementos de tierra, agua, fuego y viento, así como el plano de los deseos mundanos] y de la “enfermedad” [el plano de las dolencias], entonces uno puede alterar el ciclo de nacimiento y muerte [en el plano del karma].(2)
Si lo expresamos en términos de nuestra práctica diaria, podríamos decir que llevar “a cabo la práctica de la concentración y la introspección” representa la invocación de Nam-myoho-renge-kyo (daimoku) frente al Gohonzon. Asimismo, puede afirmarse que uno no podría transformar su karma si se conformara con una fe vacilante. Desde esa perspectiva, la enfermedad es una oportunidad para reflexionar profundamente sobre la propia vida y desafiar nuestra tenacidad con una fe poderosa y vencer los sufrimientos del nacimiento y de la muerte.
En definitiva, el enfoque budista sobre la enfermedad la convierte a esta en un trampolín, una fuerza motivadora para llevar a cabo la revolución humana. Entonces, la enfermedad puede ser un factor muy positivo en nuestra vida. Nichiren Daishonin escribe: “Esta enfermedad de su esposo puede deberse al designio del Buda, pues los sutras Vimalakirti y del Nirvana hablan de personas enfermas que alcanzaron la Budeidad.
De la enfermedad surge el corazón que busca el Camino”.(3)
Daisaku Ikeda señala al respecto: “El Daishonin declara: ‘Nam-myoho-renge-kyo es como el rugido del león. Por lo tanto, ¿qué enfermedad puede ser un obstáculo?’.(4)
Desde una perspectiva amplia sobre la vida, no hay ninguna enfermedad que no pueda curarse mediante el poder de la fe inquebrantable.
Aunque uno, en este momento, esté librando una batalla contra la mala salud, mientras la fe se mantenga sana y sólida, siempre le será posible tomar contacto con la poderosa fuerza revitalizadora que existe dentro de su propia vida y conocer un profundo estado de felicidad.
Esta dicha profunda, en sí misma, es prueba de que uno ha transformado su karma, de que uno ya ha derrotado el demonio de la enfermedad”. Lo esencial es qué historia grabamos en nuestra vida.
Otro ejemplo es la experiencia de Shizuko Suzuki, una integrante de la División de Damas de la prefectura de Tokushima (Japón) quien, en los tiempos de su ingreso en la organización, recibió el aliento del segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda. La señora Suzuki relata que ingresó en 1956 motivada por la enfermedad de su hija Yoko (que padecía parálisis cerebral infantil). Al año siguiente, llevando a la pequeña Yoko sobre sus espaldas, peregrinó desde Shikoku hasta el templo principal, donde asistió a una reunión en la que participaría el maestro Toda.
En aquellos días, ese viaje de ida y vuelta hasta el templo le debe de haber llevado tres o cuatro días, pues debía hacer el recorrido en ferry hasta la isla principal, y de allí, trasbordar al tren nocturno. Pero la señora Suzuki llegó a la reunión y le dijo al presidente Toda: “¡Sensei! Estoy angustiada por la enfermedad de mi hija. ¿Se curará?”.Con los ojos colmados de misericordia, el señor Toda replicó: “Si persevera en la fe sinceramente e invoca daimoku, le aseguro que su hija no le causará ninguna preocupación.
¡Siga Orando y esfuércese al máximo!”. Entonces, el señor Toda hizo que le llevaran a la pequeña Yoko y la sentaran en la mesa, ante él. La abrazó con cariño y le masajeó las piernitas, mientras la alentaba y le decía que se recuperaría. La señora Suzuki, con las palabras del presidente Toda grabadas en lo profundo de su corazón, llegó a construir una vida realmente admirable.
Se esforzó en las actividades de la Soka Gakkai, siempre llevando consigo a su hija discapacitada, dondequiera que iba. Y a pesar de las muchas dificultades que surgieron, ella siempre dio lo mejor de sí en la Soka Gakkai. Cuando, hace un tiempo, la señora Suzuki estuvo internada en un hospital, recibió una postal que le llegó a la habitación donde guardaba reposo. Era un cálido y afectuoso deseo de recuperación, prolijamente escrito con un procesador de textos... ¡de Yoko, que estaba efectuando su tratamiento de rehabilitación en un centro médico especializado! La señora Suzuki escribió: “Cuando recibí esa postal de mi hija, sentí una felicidad tan grande que no pude contener las lágrimas. En ese momento, comprendí lo que el señor Toda había tratado de decirme.
Hoy, mi hija y yo no tenemos ningún motivo de preocupación, ambas estamos llevando a cabo con alegría nuestras actividades en la Soka Gakkai. Mi vida es realmente feliz”.
Para finalizar, podemos decir que el Budismo enseña que, más allá de estar sanos o enfermos, lo importante es hasta dónde se ha cultivado el corazón y la mente, y qué clase de historia hemos escrito en esta vida. Y eso es lo que determina la dirección de nuestra existencia.
(1) Véase Los principales escritos de Nichiren Daishonin, vol. 1, págs. 233 a 237.
(2) Ib., vol. 2, pág. 189.
(3) Gosho zenshu, pág. 1408.
(4) Los principales escritos de Nichiren Daishonin, vol. 1, pág. 119.