El budismo define al ‘Demonio del Sexto Cielo’ como a aquel oscuro deseo de dominar que existe en la profundidad de la vida del ser humano. Esta tendencia es causa de separación y conflicto entre las personas. Podemos revertir esta tendencia.
“La oscuridad fundamental se manifiesta como Demonio del Sexto Cielo. La solidaridad profunda, el amor a la humanidad, el deseo de servir a los semejantes, son cualidades hermosas pero manifestarlas a través de actos cotidianos es algo extremadamente difícil. Aunque la gente lo entienda intelectualmente, por lo general no consigue captarlo con la profundidad de su vida. Esa imposibilidad no es otra que la oscuridad fundamental”.
¿Por qué los budistas siempre hablan de obstáculos y demonios? ¿Por qué dicen que los sabios se regocijan cuando aparecen los obstáculos? ¿No sería mucho más sabio evitar los problemas, vivir y dejar vivir, escapando del sufrimiento?
En principio nunca perdemos las ganas de vivir: nos levantamos de la cama cada mañana porque tenemos pasión por vivir la vida. Pero a veces esta pasión se reduce a un sentido del deber o se hace obsesiva y nos empuja a buscar siempre lo mismo, por ejemplo, dinero, poder o amor… Cuando esto pasa, no logramos experimentar alegría por aquello que hacemos y no somos felices. Además, es importante que examinemos a qué dedicamos nuestra energía cada día.
Cuando actuamos movidos por ideas o sentimientos negativos (apatía, deber, miedo o ganas de dominar a otros, por ejemplo) exacerbamos lo que el budismo define como las cinco inclinaciones ilusorias propias del ser humano: ira, codicia, estupidez, arrogancia y duda. Estas tendencias vitales nos empujan a actuar de una forma que incrementa la separación y el enfrentamiento con los demás y son causa directa del sufrimiento propio y ajeno.
Si nos instalamos en la queja y los reproches estaremos alimentando un estado de sufrimiento permanente que frenará nuestro desarrollo y bloqueará la alegría, aunque estemos viviendo situaciones objetivamente favorables.
El escritor italiano del siglo XIX, Ippolito Nievo (1831-1861) decía que la alegría es la juventud eterna del espíritu. Nuestra alegría y bienestar no pueden estar reñidos con el bienestar de otros.
La auténtica alegría aparece y permanece cuando podemos compartirla, porque es imposible estar contentos cuando nos rodea el sufrimiento.
Hagamos lo que hagamos, seamos ejecutivo de cuentas, barrenderos o escritores, si no lo hacemos con pasión y alegría, ¡Vaya rollo!
¿Cómo puedo ser feliz? Esta es la pregunta del “millón”, y a todos, en un momento u otro, nos sobreviene este interrogante. Sin pretender hacer aquí una tesis sobre la felicidad sí podemos advertir que la línea que la separa de la infelicidad, de la frustración, de la sensación de derrota a veces es tan fina que podemos pasar de una a otra rápidamente, y sin saber bien por qué.
Si tener “todas las cosas” que deseamos nos trajera alegría, su consecución estaría bien definida. Pero los divanes están llenos de personas que se esforzaron toda su vida para “tenerlo todo” y que sin embargo se sienten infelices. ¿Qué ocurre entonces? Que no somos lo que tenemos, como ya decía Erich Fromm.
Si abrimos un periódico podemos encontrar casi a diario personas que hacen cosas extraordinarias. Suben a lo alto de montañas allí donde nunca subió nadie, nadan largas distancias para romper marcas, se comen no sé cuantos huevos de una sentada... Han superado a los otros, pero... ¿se han superado a sí mismos?, ¿cómo es su vida “detrás del escenario”?, ¿cómo viven, cómo se relacionan con los demás?, ¿ponen el mismo empeño en ser felices que en competir con los demás...?
¿Entonces?
Este germen del cambio de nuestra condición de vida nace en lo más profundo, donde se esconden los miedos, las dudas, los prejuicios... Pero en este mismo espacio radican nuestro coraje, nuestra luz, nuestra capacidad para poder variar el rumbo y levantarnos solos.
Entonces la pregunta podría ser formulada así: ¿hay otra manera de vivir? Y la respuesta, desde el humanismo sería: sí, por supuesto. Sólo hace falta querer dar el paso, tener la intención y estar dispuesto a cambiar desde dentro, desde uno hacia los demás, porque la solución y la felicidad dependen de cada persona.
Hay que estar dispuesto a entablar una lucha interior, entre la luz y la sombra, porque ahí estará la victoria. Y tener la convicción de que podemos ser felices aquí y ahora no importa cuáles sean las circunstancias pues tenemos la capacidad de cambiarlas. No hay que posponer la felicidad para un hipotético “mañana mejor”, aquí y ahora es cuando debemos tomar las riendas de nuestra vida y contagiar nuestra alegría a los que nos rodean.
La alegría del esfuerzo
La felicidad se encuentra en medio de la lucha. ¿Y qué significa esto? ¿Contra quién tenemos que batallar?
El budismo nos enseña que “no existen dos tierras que sean una pura y la otra impura en sí mismas. La única diferencia yace en el bien o el mal de nuestro corazón”. Es decir, que igual que todas las personas tenemos la capacidad ilimitada para cambiar nuestra realidad, también albergamos las tendencias que nos hacen sufrir.
La lucha para ser felices se da entre la fuerza que nos hace levantarnos solos, sacar coraje, sabiduría y esperanza y esa tendencia negativa que impide que todas estas cualidades se manifiesten plenamente.
El escenario de la batalla no es otro que nuestro propio corazón, de donde podemos sacar una alegría profunda. Cuando nos relacionamos con sinceridad y convicción con la Ley Mística de la que somos parte, Nam-myoho-rengue-kyo, y lo hacemos desde el corazón, sacando nuestra determinación de lo más profundo, sean cuales sean las circunstancias que atravesemos, podremos experimentar alegría. Esta es la alegría de quien ha vencido su oscuridad fundamental y quien, en medio de la batalla sigue en pie y no se deja vencer.
Esta lucha no es algo momentáneo, porque las tendencias que albergamos son como la sangre que nos recorre, por lo que habrá que estar alerta y, como nos dice Nichiren Daishonin, luchar incesantemente por nuestra felicidad y la de los demás, para que “los demonios no saquen ventaja”.
Llamemos a las cosas por su nombre
Tenemos derecho a ser felices, pero, ¿qué es ser feliz? Según la filosofía budista, se trata de manifestar un estado vital libre de ataduras, miedos y dudas, que no se deja influenciar por las circunstancias.
Bonito, pero ¿cómo se hace?
Hablar de la paz es fácil, pero resolver de manera pacífica los conflictos que nos tocan cada día requiere un cambio profundo en nuestro comportamiento. Hablar de ser fuerte es fácil pero otra cosa es sacar fuerza cuando tenemos miedo. Para que una bonita idea se convierta en una experiencia real en la vida es imprescindible que haya acciones concretas y espacios concretos donde esta experiencia pueda desarrollarse.
La propuesta de Soka Gakkai es muy pragmática: la reunión de diálogo es el espacio y el momento donde las personas pueden intercambiar ideas y experiencias con gente muy diferente y medir su propia capacidad de creer en la Budeidad de la gente común. Cuando las personas participamos en una reunión de diálogo solemos terminar con mucha más alegría que la que teníamos cuando llegamos. Esto está muy bien, pero más importante aún es que compartamos esta alegría con más gente y asentemos redes de respeto y humanismo.
Nos podríamos quedar hablando mil años de lo que haremos y de nuestros proyectos sin mover un paso: es lo que pasa cuando nos falta el coraje de encarar nuestras tendencias y problemas, y es exactamente esto lo que nos impide desarrollarnos, avanzar y ser felices.
“Nadie puede manifestar la Iluminación sin emprender un cambio profundo en su propia vida; es decir, sin transformar su disposición espiritual y su mente”.