¿QUE ES LA LIBERTAD?
(Fragmentos extraídos de la serie de Conversaciones sobre la juventud (N° 6) de la que participan el presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, y los responsables de la División de Estudiantes de Segunda Enseñanza Superior de la Soka Gakkai, Hidenobu Kimura (División Juvenil Masculina), y Yoshiko Ueda (División Juvenil Femenina), en representación de todos los miembros de la división. )
Kimura: Si nos permite, nos gustaría dialogar con usted sobre la libertad, en nuestra conversación de hoy. Respecto de ese tema, cuando les preguntamos a los estudiantes qué pensaban acerca de su propia libertad, la mayor parte respondió que, en realidad, muchas veces sentían que no eran libres en absoluto.
Ueda: Muchos chicos se quejan de que las reglas que se imponen en la escuela son demasiado estrictas. No pueden, por ejemplo, usar teléfonos celulares, teñirse el pelo, llevar los calcetines como a ellos les gusta; por otro lado, solo pueden llevar el portafolio reglamentario. En el caso de las chicas, tienen que cuidar que la falda del uniforme les cubra las rodillas. Todos opinan que no les gusta asistir a una escuela con normas tan rígidas.
Kimura: Otros estudiantes comentaron que les molestaba que sus padres interfirieran constantemente en sus cosas. Si reciben una llamada telefónica, los padres siempre quieren saber quién es; si salen de noche, ellos los llaman a los celulares, aunque los chicos, antes de salir, siempre avisan adónde van. Entonces algunos jóvenes protestan: “Por más que digan que lo hacen porque nos quieren, yo pienso que, a veces, exageran”.
Ueda: Por lo general, también se quejan de que no les queda tiempo para ellos o para hacer las cosas que les gustan, porque están siempre atareados con los estudios o con actividades extracurriculares durante el día; y, a la tarde, tienen que asistir a clases intensivas de nivelación.
Presidente Ikeda: ¡Veo que tenemos una larga lista de rezongos!
Realmente, comprendo sus quejas y pienso que los estudiantes tienen razón. A nadie le gusta que lo estén controlando constantemente, y es lógico que queramos hacer las cosas según nuestro parecer, sin que los demás nos estén reprendiendo todo el tiempo. No me cabe la menor duda de que algunos estudiantes se imaginan a veces toda la libertad de que podrían disfrutar si no existiesen las reglas, si tuviesen un montón de dinero y de tiempo para hacer lo que les plazca... ¡lejos de los sermones de los padres! Pero, si lo pensamos un poco, esa sería una perspectiva muy banal de la vida, una visión muy superficial de cómo se organiza una sociedad.
Hay mucha gente adinerada que nos da la impresión de ser libre como el viento, porque puede viajar por todo el mundo, comprar cualquier cosa que se le antoje, sin necesidad de trabajar para lograrlo. ¡Pero las apariencias engañan mucho! Quizás, a simple vista, esas personas llevan una vida envidiable, libre de toda atadura; sin embargo, muchas de ellas experimentan un terrible sentimiento de vacío y de insatisfacción. Esa libertad de que parecen gozar es una fantasía, pues, en realidad, se sienten encadenados y restringidos.
Una vez, un hombre de negocios norteamericano y su esposa dijeron algo realmente digno de reflexión. Comentaron que conocían a algunas de las personas más ricas del mundo; pero muchas llevaban una vida llena de tristeza: señoras que, después de enviudar, habían perdido todo propósito en la vida, por ejemplo; o magnates que experimentaban una intolerable sensación de hastío y falta de incentivos, pese a haber amasado fortunas inmensas y haber concretado todas sus ambiciones.
La genuina libertad, esencialmente, depende de lo que cada uno decide llevar a cabo, con toda la fuerza de su ser. Nada tiene que ver con la actitud de haraganear cómodamente, sin hacer absolutamente nada. Libertad no significa, tampoco, no verse limitado para gastar dinero a manos llenas. Ni disponer de todo el tiempo del mundo para hacer lo que a uno le venga en gana. La libertad no es sinónimo de vacaciones todo el año. Hacer las cosas a su manera y satisfacer a cualquier precio todos los deseos tampoco significa que uno sea una persona libre; solo se trata de una actitud de complacencia y desenfreno con uno mismo. La verdadera libertad existe en el incansable desafío de superarse, de concretar el objetivo propuesto. Esa es la senda tachonada del deslumbrante oro de la libertad.
Kimura: Tiene razón; muchas veces nos confundimos y pensamos que no tener obligaciones es sinónimo de libertad; pero son dos cosas completamente distintas.
Presidente Ikeda: En realidad, es gracias a que disfrutan de auténtica libertad que pueden estudiar y concurrir a la escuela; por esa misma razón, pueden realizar el gongyo y participar de las actividades de la División de Estudiantes. Si lo consideran una pesada carga que les impide hacer lo que realmente desean hacer, me temo que están adoptando una visión terriblemente distorsionada de la vida.
¿Consideran la posibilidad de concurrir a la escuela un derecho o algo que se ven obligados a hacer? ¿Piensan que educarse es algo que les da libertad o que los oprime? La respuesta depende de cómo encaran la vida, de su propia sabiduría. Si tienen una tendencia a la pasividad, se sentirán oprimidos y desdichados, aun en el ámbito más libre que puedan imaginar. Del mismo modo, si optan por una postura activa y enérgica para desafiar sus circunstancias, serán libres, por más sofocante que parezcan las circunstancias. Nichiren Daishonin afirma:
Cada carácter [palabra escrita] de este sutra [del Loto] es, sin excepción, un buda viviente de suprema iluminación; pero nosotros, personas comunes, los vemos como una mera sucesión de signos. Para los espíritus hambrientos, el río Ganges es fuego; los seres humanos lo perciben como agua; los seres celestiales lo ven como amrita (a) El agua es la misma, pero se ve diferente de acuerdo con la capacidad [estado de vida] kármica de los individuos.
Hay infinidad de niños que padecen graves enfermedades o que viven en países devastados por la guerra. Ellos no pueden ir a la escuela, por más deseos que tengan. Por otro lado, otros, que sí tienen la oportunidad de hacerlo, no son capaces de apreciar hasta qué punto son libres. Si lo pensamos bien, tener la posibilidad de educarse en la escuela es, en realidad, señal de la más fantástica libertad. Y no ser consciente de ello es un grave error.
Ueda: Poder ir a la escuela es señal de gran buena fortuna, ¿no es verdad?
Presidente Ikeda: Por supuesto. En los Estados Unidos, había un joven que padecía de mieloma múltiple, una forma de cáncer de huesos muy dolorosa, que conduce a la invalidez. Durante los dos últimos años de su vida, con el cuerpo completamente enyesado, debido a las innumerables fracturas de sus huesos, y confinado a su silla de ruedas, se dedicó a recorrer escuelas de segunda enseñanza para hablar con los estudiantes acerca del terrible efecto del consumo de drogas. Solía decirles a los jóvenes: “¿Quieren destruir su cuerpo con nicotina, alcohol o heroína? ¿Quieren estrellarse con sus autos? ¿Están deprimidos y se quieren arrojar desde el puente Golden Gate? ¡Entonces, por favor, dénme su cuerpo! ¡Déjenme usar su cuerpo! ¡Lo necesito! ¡Lo aceptaré gustoso! ¡¡Quiero vivir!!”. Cada vez que dejaba oír su patético clamor, los jóvenes que lo escuchaban se sentían sacudidos por un profundo estremecimiento.
Durante la guerra que se libró en la ex Yugoslavia, los niños solían hablar de sus sueños. Uno dijo una vez: “Yo tenía muchos sueños, pero la guerra me los arrebató todos”. Otro pequeño expresó: “Nuestra ilusión es tener una vida común y corriente, compartir cosas con los amigos e ir a la escuela”. No hace mucho, en Rwanda, en el continente africano, estalló una guerra civil, cruel y sangrienta. En una de las innumerables familias afectadas, un grupo de hermanitos perdió a su padre y a su madre. Quedaron solos con su abuela. Alguno de ellos tenía que hacerse cargo de ganar el pan para el resto. Finalmente, uno de los niños, mayor que los demás, tuvo que dejar la escuela, para mantener a los miembros de su devastada familia. Era tanta su tristeza por no poder estudiar más, que se pasaba las noches llorando. Hoy, los más pequeños, que todavía van al colegio, comparten todo lo que aprenden con su hermano, cuando este vuelve a casa por las tardes, después de trabajar.
Kimura: En comparación con los niños de ese y de muchos otros países, los estudiantes de segunda enseñanza de Japón tienen realmente muchas posibilidades de elección.
Presidente Ikeda: Así es, en efecto. Pero si nos quedáramos con esa única idea, en definitiva, llegaríamos a la conclusión de que todo depende del entorno. Y no es en absoluto así. La condición humana y la vida misma no son algo tan sencillo. En el Budismo, la verdadera libertad está relacionada con el estado de nuestra vida. Quien es dueño de una existencia vasta, es libre, aunque esté confinado a la más estrecha de las prisiones que uno pueda imaginar.
Adolfo Pérez Esquivel, luchador argentino por los derechos humanos y ganador del Premio Nobel de la Paz, me dijo una vez que el haber estado en prisión le había enseñado a apreciar a conciencia lo que significaba la libertad.
Por su parte, Natalia Sats, presidenta del Teatro Estatal Moscovita de Música para Niños, ya fallecida, quien luchó contra la opresión de las autoridades y fue encarcelada por ello, también convirtió su celda en un ámbito de aprendizaje.
Cuando estaba en prisión, les propuso a sus compañeros que compartieran mutuamente sus conocimientos. Así, pues, hubo alguien que les enseñó a los demás un poco de química; otro les habló de medicina. Y la señora Sats, que era cantante y animadora, entonaba bellas melodías y recitaba poemas de su compatriota ruso, el gran Alejandro Pushkin, en un ardiente intento de animar a sus camaradas de prisión e infundirles valor y esperanza.
También quisiera relatarles una anécdota del educador japonés Shoin Yoshida (1830-1859), quien desplegó su actividad pública a fines del período Edo. Una vez, fue arrestado y encarcelado por oponerse a la política del gobierno militar. Entonces, cuando estaba entre rejas, se dedicó a pronunciar disertaciones frente a sus compañeros de presidio y a elevar el espíritu de todos ellos. Después de cierto tiempo, incluso los carceleros se acercaban para escucharlo hablar.
Por cierto, podemos apreciar ese mismo espíritu en el primero y segundo presidentes de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi y Josei Toda. Enarbolando las causas de la libertad religiosa y de la paz, ninguno de ellos se doblegó ante los emisarios de la represión, aun cuando su firme convicción les valió la cárcel.
Ambos eran dueños de un espíritu absolutamente libre, que reflejaba las palabras del Daishonin: “[Ya que he nacido en territorios del regente], debo obedecerlo en cuanto a mis actos. Pero no tengo por qué seguirlo en mis convicciones profundas”.
Ueda: Podría decirse, entonces, que los que jamás aceptan renunciar ante las circunstancias, por más terribles que sean, ¿son personas realmente libres?
Presidente Ikeda: Absolutamente. Al respecto, estoy seguro de que están familiarizados con la historia de Hellen Keller (1880-1968). Cuando ella tenía apenas dieciocho meses, perdió la vista y el oído. Además, al no poder oír, le resultaba realmente difícil hablar. Sin embargo, gracias al dedicado empeño de su maestra, Anne Sullivan, a cuyo lado se esforzó al extremo, Hellen aprendió finalmente a escribir y a hablar. Más adelante, se graduó en el Radcliffe College de Boston.
¿Quién podría haber estado en peores condiciones que ella? Era incapaz de hablar, no podía ver, no podía oír. Estaba sumergida en un mundo de silencio y tinieblas. ¡Pero expulsó las oscuridad lejos de su corazón! Cuando tenía nueve años, dijo sus primeras palabras: “Hace calor”. Ella misma jamás pudo olvidar el asombro y la dicha que experimentó en ese instante. ¡Por fin había triunfado y había conseguido derribar los muros de la terrible cárcel de silencio que la había aprisionado!
Después de un esfuerzo y de un trabajo más allá de toda descripción, Hellen Keller se dedicó a viajar por todo el mundo y a pronunciar diversas conferencias para alentar a otras personas discapacitadas. Durante sus viajes, visitó el Japón varias veces. Fue una mujer que se negó a la derrota y brindó, por el contrario, un inmenso aliento a personas de todo los rincones de la Tierra. Siempre orientó su rostro hacia el Sol, en busca de un resplandeciente rayo de esperanza.
No obstante, como no era más que un ser humano común, había ocasiones en que el peso del desaliento era demasiado para ella, especialmente, después de largas horas de estudiar y estudiar, pasando penosamente sus dedos sobre todos esos textos punteados en relieve, mientras los demás estudiantes se entretenían cantando y bailando. Una vez, Hellen escribió:
Me deslizo hacia atrás muchas veces, caigo, me detengo, y vuelvo a arrojarme contra las aristas de los obstáculos ocultos; pierdo la paciencia y la vuelvo a encontrar; y la guardo mejor; avanzo penosamente; gano un poco de terreno, me animo, ansío llegar y subo más y más alto, y comienzo a ver el horizonte que se dilata. Cada batalla es una victoria.
Ueda: “Cada batalla es una victoria”. ¡Qué palabras más emocionantes!
Presidente Ikeda: Ella escribió también lo siguiente: “En el país maravilloso de la mente, debía ser tan libre como las demás”. He ahí la declaración de victoria de Hellen Keller. Alcanzó las cumbres de la libertad y rompió sus cadenas a través de su ardiente lucha personal.
Kimura: Realmente, vivió su vida con increíble fuerza y coraje.
Si me lo permiten, quisiera compartir con ustedes la inquietud de uno de nuestros lectores, que escribió lo siguiente: “Hago todo lo posible, pero la escuela, las responsabilidades que tengo en mi casa y las actividades de la División de Estudiantes, simplemente me dejan exhausto. ¿Qué debo hacer?”.
Presidente Ikeda: Es necesario desarrollar fortaleza. Cuanto más fuerza adquirimos, mayor es nuestra libertad. Quien no tiene resistencia, encontrará que le resulta muy difícil escalar una montaña, incluso una no muy elevada, de unos quinientos metros, por ejemplo. Y lo más probable es que alguien que está enfermo ni siquiera pueda intentarlo. Pero una persona saludable y vigorosa disfrutará trepando, porque le resultará una tarea fácil. Por esa razón, es tan importante que uno adquiera fortaleza. Deben llegar a tener un espíritu tan sólido, que puedan desplegar su energía en la escuela, en las horas de esparcimiento y en las actividades de la Soka Gakkai. Cuando logren generar toda esa potencia y aptitud, serán personas libres.
¿Acaso no sucede también lo mismo con la música y los deportes? Si quieren practicar bien algún tipo de deporte o dominar verdaderamente un instrumento, tienen que adquirir antes un nivel adecuado de dominio técnico y de capacidad; tienen que estar dispuestos a hacer ciertos sacrificios y a ejercitar una gran fuerza de voluntad.
Nada hay más alejado de la libertad que resistirse a hacer esfuerzos conscientes y, en cambio, dedicar todo el tiempo disponible a hacer lo que a uno le viene en gana. Quien se comporta de esa manera es una persona irresponsable que solo se preocupa por sí misma.
Kimura: Los medios siempre hablan de la “libertad de expresión”, para justificar el sensacionalismo y la prensa amarilla. Creo que una clase de periodismo así es muy irresponsable y atenta contra la libertad y los derechos humanos.
Ueda: Me pregunto cuándo tomarán conciencia de que “libertad de expresión” no significa “libertad para mentir”.
Presidente Ikeda: La libertad existe dentro del autocontrol. La sociedad está estructurada alrededor de un orden y de reglas que nos permiten vivir y llevar adelante nuestro trabajo. Todo tiene un sentido, un propósito y una dirección.
La naturaleza es un magnífico ejemplo de ese orden. El Sol se levanta al alba y se pone a la hora del ocaso; las estrellas brillan solo de noche. Cada uno cumple su función y se ajusta a un ritmo ordenado. Los astros no hacen su aparición de manera casual o caprichosa; de modo que bien podríamos decir que, en cierto modo, su actividad guarda ciertas restricciones.
Como estudiantes de segunda enseñanza, deben seguir un ritmo que implica levantarse todos los días, ir a la escuela y participar de las actividades de su división. Y estoy convencido de que es muy importante que mantengan dicho ritmo; pues, si no le dan importancia a ese esfuerzo, si no llegan a desplegar su máximo potencial y energía, jamás podrán disfrutar de la verdadera libertad.
Hay muchas cosas que nos hacen experimentar un sentimiento de libertad: capacidad intelectual, buena salud, fortaleza física, firmeza espiritual y emocional; asimismo, cuando sabemos que podemos hacernos cargo de nosotros mismos y de nuestra familia, tenemos una sensación de gran independencia. Sin embargo, nuestro mayor capital, el más importante de todos, es nuestra condición espiritual, el estado de nuestra vida.
Kimura: Eso quiere decir que huir de nuestras responsabilidades no significa ser libres.
Presidente Ikeda: Por cierto, uno puede eludirlas. Incluso esa libertad existe. ¡Pero qué libertad más mezquina, más endeble! Solo puede conducirlos a una existencia llena de sufrimientos, a una vida que les consumirá toda su energía y los dejará indefensos, sumidos en la peor de las frustraciones.
Detrás de esa libertad aparente, sin embargo, existe una mucho más grandiosa.
Recuerdo las palabras del conocido novelista japonés Eiji Yoshikawa (1892-1962), quien escribió: “Una gran personalidad se forja a través del sufrimiento”. Cuando cada dificultad que se presenta ante ustedes se convierte en un medio para pulir su vida, entonces, solo entonces, adquieren un yo interior que brilla como una gema preciosa. Y una vez que hayan adquirido un estado de vida así, nada ni nadie podrá perturbarlos. Serán libres. Habrán triunfado.
Tan pronto como comprendan esa gran verdad, incluso las dificultades serán motivo de regocijo. No existe libertad más inmensa que atreverse a enfrentar los más duros desafíos.
El océano bravío que imprime un constante vaivén al oleaje es lo que hace posible que los barcos naveguen hacia su destino. La resistencia del aire permite que los aviones se eleven y surquen el cielo. Cuando tenemos apetito, la comida sabe más deliciosa.
La libertad es algo relativo. La realidad indica que es imposible que todo marche de acuerdo con nuestros deseos. En verdad, si no fuera por las diversas restricciones y obstáculos que la vida nos pone en el camino, seguramente nunca podríamos apreciar realmente lo que es ser libre. En definitiva, los aeroplanos no pueden volar en el vacío; requieren, necesariamente, la resistencia que les opone el aire para mantenerse en vuelo. Visto desde otro ángulo, el hecho de buscar la libertad es señal, precisamente, de que no la poseemos.
Ustedes pueden rehuir el trabajo arduo o las responsabilidades, y declararse personas libres. Pero jamás podrán huir de ustedes mismos, de sus flaquezas, su personalidad o su destino. Sería lo mismo que intentar, en vano, escapar de la propia sombra. Y es aun más imposible escapar de los sufrimientos del nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte, que son inherentes a la condición humana. Cuanto más nos empeñamos en eludir las tribulaciones, con más terquedad estas parecen perseguirnos, tal como los sabuesos corren detrás de su presa, lanzándole sus dentelladas. Por eso es tan importante que no se escabullan y encaren sus problemas, frente a frente.
La vida es, en última instancia, una batalla para conquistar la más esencial e ilimitada libertad. La fe en el Budismo nos permite emplear nuestro karma y los sufrimientos de nacer, envejecer, enfermar y morir como un trampolín hacia la felicidad. El propósito de la fe es forjar esa clase de yo indestructible. La fe nos permite alcanzar un estado de libertad insuperable.
Ueda: Tengo una amiga que es una excelente profesional en su especialidad y habla muy bien el inglés. Es una persona con muchos amigos, que participa con gran entusiasmo de las actividades de Gakkai. En estos días, decidió reducir sus horas de sueño, porque tiene que estudiar para rendir un examen nacional de admisión profesional. Debo admitir que quedé muy impresionada cuando me dijo: “Los tiempos más duros son los más felices”.
Presidente Ikeda: Esa es una manera muy acertada de expresarlo. La libertad y la falta de libertad son las dos caras de una misma moneda. Es probable que, en apariencia, las personas que tienen numerosas obligaciones se vean muy restringidas en cuanto a su tiempo disponible, pero, en realidad, a menudo gozan de una amplia libertad.
La libertad no es algo que se pueda medir en términos de tiempo; la cantidad de “tiempo libre” de que disponemos nada tiene que ver con la cantidad de “libertad” que realmente poseemos. Lo que importa en verdad es cómo utilizamos nuestro tiempo. Dos personas con el mismo tiempo libre para disfrutar pueden emplearlo, cada una, de manera muy diferente: tal vez una lo aproveche con verdadero placer, y la otra lo desperdicie quejándose, porque le resulta un engorro o porque le parece demasiado breve. Uno puede dejar que una hora se esfume mirando televisión, sin que eso le aporte nada significativo; o puede, también, emplear esa misma hora para estudiar y experimentar una gratificante sensación de plenitud al cabo de su esfuerzo. Y esos sesenta minutos pueden llegar a convertirse en algo decisivo para su existencia. Son, en definitiva, los valores y las cosas a las que uno da importancia en la vida lo que determina la verdadera libertad.
Cuando ese coloso de las letras rusas, Fedor Dostoievski (1821-1881), era joven, fue arrestado por participar en actividades revolucionarias y sentenciado a morir fusilado. Cuando lo trasladaron al sitio de ejecución, vio a sus compañeros, que ya habían sido amarrados a sendos postes de madera, y vio, también, los rifles que los apuntaban, dispuestos a disparar. Dostoievski pensó que no le quedaba ni un instante de vida; sin embargo, le concedieron un minuto de gracia.
Más adelante, el escritor describió el episodio en una novela, donde uno de los personajes, que ha sido sentenciado a muerte, comprende que no le restan nada más que cinco minutos de vida, y, como en una revelación, percibe esos últimos instantes como un tesoro inmensurable. Entonces, brota un tropel de pensamientos en su mente: “¿Y si no muriese? ¿Y si me hiciesen gracia de la vida? ¡Qué eternidad! Todo esto sería mío... ¡Oh, entonces cada minuto sería para mí una existencia nueva, no perdería ni uno, contaría todos los instantes de mi vida, para no malgastar ninguno...!”.
Aquel episodio significó una experiencia absolutamente crucial en la vida del gran escritor ruso, una experiencia que revela una verdad universal: ya sea que dispongamos de cinco minutos, cinco años o cincuenta años para vivir, debemos atesorar y valorar profundamente cada instante.
En última instancia, la libertad depende justamente de eso: de nuestros valores, nuestra actitud ante las cosas, de nuestro estado de vida. Existen muchos momentos en que estamos en posesión de una gran libertad, pero no nos damos cuenta de ello y, en lugar de apreciarlo, nos sentimos acorralados y oprimidos; sin embargo, otras personas, en la misma situación, son capaces de experimentar una increíble libertad. Por lo tanto, dos individuos pueden hacer uso de su libertad de manera completamente distinta: uno puede decidir que va a generar espléndidos valores, en tanto que otro, de la manera más irresponsable, puede optar por malgastarla y, en consecuencia, no dejar tras de sí nada que sea digno o perdurable. También están aquellos que pregonan a los cuatro vientos la palabra “libertad”, pero que, en el fondo, no hacen más que degradarla y destruirla.
Vemos así que la libertad incluye tanto valores como antivalores. En última instancia, entonces, solo los que pueden ejercitar un sabio control sobre sí mismos poseen verdadera libertad. La sabiduría y la prudencia son fuentes de libertad. En cambio, la ilusión y el engaño conducen a la opresión.
Ueda: Entonces, en relación con el tema de las obligaciones escolares, es necesario, en verdad, que haya ciertas normas; lo que sucede es que, a veces, tengo la impresión de que algunas escuelas se exceden. Las reglas son tan estrictas y minuciosas, que resulta difícil entender para qué sirven realmente.
Presidente Ikeda: Es muy cierto que a nadie le gusta que lo abrumen inutilmente con un montón de normas estrictas.
Hubo una vez un maestro norteamericano llamado William Smith Clark (1826-1886) que enseñaba en el Escuela Superior de Agricultura de Saporo (ahora integrado en la Universidad de Hokkaido), hacia fines del siglo pasado. En Japón se lo recuerda por sus famosas palabras: “¡Jóvenes, abracen grandes aspiraciones!”.
Cuando los administradores del colegio para varones, donde el profesor estaba enseñando, decidieron establecer una larga lista de normas, este exclamó; “Jamás podrán educar a nadie con semejantes reglas. En esta escuela, hace falta formular una sola: ‘¡Sean caballeros!’. Eso lo expresa todo”. El doctor Clark explicó que un caballero observaba estrictamente las reglas, no porque se sintiera atado a ellas, sino porque siempre actuaba de acuerdo con los dictados de su conciencia.
Yo coincido plenamente con su criterio. Cualquiera sea la circunstancia a la que debamos hacer frente, nuestro corazón puede permanecer libre; nuestro espíritu no tiene por qué sentirse encadenado u oprimido. ¡Tenemos que desarrollar la fuerza para desplegar alas interiores de esperanza y de libertad, y jamás caer en las garras de la derrota!
Ueda: Algunos chicos nos escriben diciendo que sus padres no comprenden los ideales que ellos tienen para el futuro. “Se trata de nuestro porvenir”, afirman, “y tenemos derecho a decidir lo que haremos en ese momento”.
Presidente Ikeda: No todos los casos son iguales. Habría que analizar cada uno. A veces, los padres, que tienen más experiencia y saben mejor cómo funciona la sociedad, son capaces de ver las cosas con más claridad que los chicos. Es conveniente que los jóvenes, que no conocen muchas cosas todavía, busquen el consejo y la guía de personas con más experiencias en la vida, que los ayuden a tomar decisiones firmes y provechosas. Esa es una tendencia bastante arraigada en el pensamiento de los pueblos orientales. En la mayoría de los casos, actuar de acuerdo con los consejos de los padres resulta muy beneficioso. Ahora bien, existe el riesgo de que los padres, a causa de ciertos criterios un tanto anticuados o, tal vez, por un exceso de amor por sus hijos, que les impide ser del todo ecuánimes, insistan en que ellos elijan tal o cual camino, lo que puede despertar un sentimiento de rebelión o de amargura en los jóvenes.
Las cosas cambian con el tiempo, sin embargo. De modo que, en última instancia, creo que lo mejor que cada uno de ustedes puede hacer es fijar sus propios objetivos y asumir la responsabilidad de cumplirlos. Es muy importante que se esfuercen duramente, con toda su energía, y elijan la senda que van a seguir; conciban un camino que ustedes sientan que es adecuado y que jamás les dé motivos para lamentarse. Entonces, adelante, síganlo, poniendo lo mejor de sí mismos.
¿Por qué digo esto? Porque la vida es larga, y cada uno de ustedes deberá vivir la suya, librar sus propias batallas y conquistar sus propias victorias. Sus padres no estarán a su lado para siempre. Por eso, creo que la mejor manera de que toda la familia sea feliz es que los padres apoyen las decisiones que tomen sus hijos respecto del futuro.
A su vez, ustedes tienen que demostrar a sus mayores, y a todos los que los rodean, que son responsables y saben bien hacia dónde se dirigen. Si sienten la oposición de ellos, deben esforzarse para que cambien de opinión y para hacerles ver cuán arduamente están desafiando las circunstancias que se presentan en el trayecto. Las personas que intentan eludir las complicaciones hoy, intentarán hacerlo siempre. Si eso les sucede a ustedes, no lograrán convencer a nadie de que son jóvenes serios y responsables.
Kimura: Los exámenes para ingresar en la universidad son terriblemente competitivos en Japón. Cada universidad tiene un número limitado de vacantes, y todo el mundo quiere asegurarse una. Al respecto, uno de nuestros miembros quiere saber si la libertad significa también lograr su cometido aun cuando eso signifique dejar a otros en el camino.
Presidente Ikeda: Pienso que la respuesta a esa pregunta tendría que ser “sí”. La vida es una lucha. Vivimos en un mundo muy duro. La libertad no es patrimonio de los ociosos o inactivos. Mal que nos pese, lamentablemente, este es un mundo en el que imperan el egoísmo y la crueldad.
Por supuesto, todas las personas son, en esencia, iguales; todos merecen las mismas oportunidades para ser felices y libres. Ese es el espíritu de la Carta Magna de las Naciones Unidas y de la Declaración Universal de los Derechos Humanos; ese es, asimismo, el noble espíritu del Budismo. Pero las personas no son robotes que se producen en serie. Cada cual tiene su propia manera de pensar; la personalidad, el carácter y el karma de cada persona es diferente. Por lo tanto, ganar victorias y seguir avanzando aun a costa de dejar a otros atrás sigue siendo, lamentablemente, una tendencia constante del karma de la humanidad.
Es entonces cuando las leyes, los gobiernos y los sistemas educativos entran en acción. Sin embargo, es doloroso admitir que hasta ahora, no hemos hecho lo suficiente en ese aspecto. La sociedad de hoy está muy lejos de ser algo ideal. Sin embargo, existe un camino, el más serio y profundo, para acercarse a ese ideal: el movimiento de la revolución humana que propugna la SGI. La manera de vivir que impulsa nuestra organización se sustenta en la oración y en las actividades para generar felicidad en un mundo lleno de contradicciones.
Arremeter hacia adelante a expensas de los demás es una característica del estado de Animalidad. La revolución humana significa convertirse en alguien que se esfuerza denodadamente por la propia felicidad y por la de otras personas. Es por eso que debemos luchar para crear una comunidad cuyos cimientos sean la revolución humana de cada individuo. En un sentido muy profundo, ninguno de nosotros podrá alcanzar la felicidad, a menos que todos los seres humanos la logren. Cuando basamos nuestra existencia y nuestro accionar en ese principio, estamos transitando lo que en el Budismo se denomina “el camino del bodhisattva”.
Del mismo modo, podremos disfrutar de verdadera libertad solo cuando los demás seres humanos sean libres. En la actualidad, hay una enorme cantidad de personas que están encadenadas a los grilletes de la pobreza, la opresión, el temor y la ignorancia; hay demasiada gente a la que se priva de su libertad a causa de la guerra y la discriminación. Aquel que se ponga de pie para combatir por la libertad de sus congéneres oprimidos será un ser auténticamente libre. ¡Deseo fervientemente que cada uno de ustedes se convierta en una persona así!
Para ello, es imprescindible que enfrenten honestamente cada desafío que les aguarde en el futuro y triunfen en cada cometido. Así, tal como un árbol primero se desarrolla, luego florece y finalmente, da frutos, mientras hunde poderosas raíces en lo profundo de la tierra y extiende vigorosas ramas hacia lo alto, ustedes irán conociendo, con el tiempo, una libertad más y más grandiosa. ¡Solo anhelo que se dirijan siempre hacia el sol de la esperanza!
(a) Amrita: Néctar que, en la India antigua, se consideraba la bebida de las deidades. A su vez, en la China, se afirmaba que llovería de los cielos, cuando el mundo se convirtiera en un ámbito pacífico. Amrita, que significa “inmortalidad”, tenía supuestamente la propiedad de erradicar los sufrimientos y de otorgar una vida perdurable.
Kimura: Si nos permite, nos gustaría dialogar con usted sobre la libertad, en nuestra conversación de hoy. Respecto de ese tema, cuando les preguntamos a los estudiantes qué pensaban acerca de su propia libertad, la mayor parte respondió que, en realidad, muchas veces sentían que no eran libres en absoluto.
Ueda: Muchos chicos se quejan de que las reglas que se imponen en la escuela son demasiado estrictas. No pueden, por ejemplo, usar teléfonos celulares, teñirse el pelo, llevar los calcetines como a ellos les gusta; por otro lado, solo pueden llevar el portafolio reglamentario. En el caso de las chicas, tienen que cuidar que la falda del uniforme les cubra las rodillas. Todos opinan que no les gusta asistir a una escuela con normas tan rígidas.
Kimura: Otros estudiantes comentaron que les molestaba que sus padres interfirieran constantemente en sus cosas. Si reciben una llamada telefónica, los padres siempre quieren saber quién es; si salen de noche, ellos los llaman a los celulares, aunque los chicos, antes de salir, siempre avisan adónde van. Entonces algunos jóvenes protestan: “Por más que digan que lo hacen porque nos quieren, yo pienso que, a veces, exageran”.
Ueda: Por lo general, también se quejan de que no les queda tiempo para ellos o para hacer las cosas que les gustan, porque están siempre atareados con los estudios o con actividades extracurriculares durante el día; y, a la tarde, tienen que asistir a clases intensivas de nivelación.
Presidente Ikeda: ¡Veo que tenemos una larga lista de rezongos!
Realmente, comprendo sus quejas y pienso que los estudiantes tienen razón. A nadie le gusta que lo estén controlando constantemente, y es lógico que queramos hacer las cosas según nuestro parecer, sin que los demás nos estén reprendiendo todo el tiempo. No me cabe la menor duda de que algunos estudiantes se imaginan a veces toda la libertad de que podrían disfrutar si no existiesen las reglas, si tuviesen un montón de dinero y de tiempo para hacer lo que les plazca... ¡lejos de los sermones de los padres! Pero, si lo pensamos un poco, esa sería una perspectiva muy banal de la vida, una visión muy superficial de cómo se organiza una sociedad.
Hay mucha gente adinerada que nos da la impresión de ser libre como el viento, porque puede viajar por todo el mundo, comprar cualquier cosa que se le antoje, sin necesidad de trabajar para lograrlo. ¡Pero las apariencias engañan mucho! Quizás, a simple vista, esas personas llevan una vida envidiable, libre de toda atadura; sin embargo, muchas de ellas experimentan un terrible sentimiento de vacío y de insatisfacción. Esa libertad de que parecen gozar es una fantasía, pues, en realidad, se sienten encadenados y restringidos.
Una vez, un hombre de negocios norteamericano y su esposa dijeron algo realmente digno de reflexión. Comentaron que conocían a algunas de las personas más ricas del mundo; pero muchas llevaban una vida llena de tristeza: señoras que, después de enviudar, habían perdido todo propósito en la vida, por ejemplo; o magnates que experimentaban una intolerable sensación de hastío y falta de incentivos, pese a haber amasado fortunas inmensas y haber concretado todas sus ambiciones.
La genuina libertad, esencialmente, depende de lo que cada uno decide llevar a cabo, con toda la fuerza de su ser. Nada tiene que ver con la actitud de haraganear cómodamente, sin hacer absolutamente nada. Libertad no significa, tampoco, no verse limitado para gastar dinero a manos llenas. Ni disponer de todo el tiempo del mundo para hacer lo que a uno le venga en gana. La libertad no es sinónimo de vacaciones todo el año. Hacer las cosas a su manera y satisfacer a cualquier precio todos los deseos tampoco significa que uno sea una persona libre; solo se trata de una actitud de complacencia y desenfreno con uno mismo. La verdadera libertad existe en el incansable desafío de superarse, de concretar el objetivo propuesto. Esa es la senda tachonada del deslumbrante oro de la libertad.
Kimura: Tiene razón; muchas veces nos confundimos y pensamos que no tener obligaciones es sinónimo de libertad; pero son dos cosas completamente distintas.
Presidente Ikeda: En realidad, es gracias a que disfrutan de auténtica libertad que pueden estudiar y concurrir a la escuela; por esa misma razón, pueden realizar el gongyo y participar de las actividades de la División de Estudiantes. Si lo consideran una pesada carga que les impide hacer lo que realmente desean hacer, me temo que están adoptando una visión terriblemente distorsionada de la vida.
¿Consideran la posibilidad de concurrir a la escuela un derecho o algo que se ven obligados a hacer? ¿Piensan que educarse es algo que les da libertad o que los oprime? La respuesta depende de cómo encaran la vida, de su propia sabiduría. Si tienen una tendencia a la pasividad, se sentirán oprimidos y desdichados, aun en el ámbito más libre que puedan imaginar. Del mismo modo, si optan por una postura activa y enérgica para desafiar sus circunstancias, serán libres, por más sofocante que parezcan las circunstancias. Nichiren Daishonin afirma:
Cada carácter [palabra escrita] de este sutra [del Loto] es, sin excepción, un buda viviente de suprema iluminación; pero nosotros, personas comunes, los vemos como una mera sucesión de signos. Para los espíritus hambrientos, el río Ganges es fuego; los seres humanos lo perciben como agua; los seres celestiales lo ven como amrita (a) El agua es la misma, pero se ve diferente de acuerdo con la capacidad [estado de vida] kármica de los individuos.
Hay infinidad de niños que padecen graves enfermedades o que viven en países devastados por la guerra. Ellos no pueden ir a la escuela, por más deseos que tengan. Por otro lado, otros, que sí tienen la oportunidad de hacerlo, no son capaces de apreciar hasta qué punto son libres. Si lo pensamos bien, tener la posibilidad de educarse en la escuela es, en realidad, señal de la más fantástica libertad. Y no ser consciente de ello es un grave error.
Ueda: Poder ir a la escuela es señal de gran buena fortuna, ¿no es verdad?
Presidente Ikeda: Por supuesto. En los Estados Unidos, había un joven que padecía de mieloma múltiple, una forma de cáncer de huesos muy dolorosa, que conduce a la invalidez. Durante los dos últimos años de su vida, con el cuerpo completamente enyesado, debido a las innumerables fracturas de sus huesos, y confinado a su silla de ruedas, se dedicó a recorrer escuelas de segunda enseñanza para hablar con los estudiantes acerca del terrible efecto del consumo de drogas. Solía decirles a los jóvenes: “¿Quieren destruir su cuerpo con nicotina, alcohol o heroína? ¿Quieren estrellarse con sus autos? ¿Están deprimidos y se quieren arrojar desde el puente Golden Gate? ¡Entonces, por favor, dénme su cuerpo! ¡Déjenme usar su cuerpo! ¡Lo necesito! ¡Lo aceptaré gustoso! ¡¡Quiero vivir!!”. Cada vez que dejaba oír su patético clamor, los jóvenes que lo escuchaban se sentían sacudidos por un profundo estremecimiento.
Durante la guerra que se libró en la ex Yugoslavia, los niños solían hablar de sus sueños. Uno dijo una vez: “Yo tenía muchos sueños, pero la guerra me los arrebató todos”. Otro pequeño expresó: “Nuestra ilusión es tener una vida común y corriente, compartir cosas con los amigos e ir a la escuela”. No hace mucho, en Rwanda, en el continente africano, estalló una guerra civil, cruel y sangrienta. En una de las innumerables familias afectadas, un grupo de hermanitos perdió a su padre y a su madre. Quedaron solos con su abuela. Alguno de ellos tenía que hacerse cargo de ganar el pan para el resto. Finalmente, uno de los niños, mayor que los demás, tuvo que dejar la escuela, para mantener a los miembros de su devastada familia. Era tanta su tristeza por no poder estudiar más, que se pasaba las noches llorando. Hoy, los más pequeños, que todavía van al colegio, comparten todo lo que aprenden con su hermano, cuando este vuelve a casa por las tardes, después de trabajar.
Kimura: En comparación con los niños de ese y de muchos otros países, los estudiantes de segunda enseñanza de Japón tienen realmente muchas posibilidades de elección.
Presidente Ikeda: Así es, en efecto. Pero si nos quedáramos con esa única idea, en definitiva, llegaríamos a la conclusión de que todo depende del entorno. Y no es en absoluto así. La condición humana y la vida misma no son algo tan sencillo. En el Budismo, la verdadera libertad está relacionada con el estado de nuestra vida. Quien es dueño de una existencia vasta, es libre, aunque esté confinado a la más estrecha de las prisiones que uno pueda imaginar.
Adolfo Pérez Esquivel, luchador argentino por los derechos humanos y ganador del Premio Nobel de la Paz, me dijo una vez que el haber estado en prisión le había enseñado a apreciar a conciencia lo que significaba la libertad.
Por su parte, Natalia Sats, presidenta del Teatro Estatal Moscovita de Música para Niños, ya fallecida, quien luchó contra la opresión de las autoridades y fue encarcelada por ello, también convirtió su celda en un ámbito de aprendizaje.
Cuando estaba en prisión, les propuso a sus compañeros que compartieran mutuamente sus conocimientos. Así, pues, hubo alguien que les enseñó a los demás un poco de química; otro les habló de medicina. Y la señora Sats, que era cantante y animadora, entonaba bellas melodías y recitaba poemas de su compatriota ruso, el gran Alejandro Pushkin, en un ardiente intento de animar a sus camaradas de prisión e infundirles valor y esperanza.
También quisiera relatarles una anécdota del educador japonés Shoin Yoshida (1830-1859), quien desplegó su actividad pública a fines del período Edo. Una vez, fue arrestado y encarcelado por oponerse a la política del gobierno militar. Entonces, cuando estaba entre rejas, se dedicó a pronunciar disertaciones frente a sus compañeros de presidio y a elevar el espíritu de todos ellos. Después de cierto tiempo, incluso los carceleros se acercaban para escucharlo hablar.
Por cierto, podemos apreciar ese mismo espíritu en el primero y segundo presidentes de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi y Josei Toda. Enarbolando las causas de la libertad religiosa y de la paz, ninguno de ellos se doblegó ante los emisarios de la represión, aun cuando su firme convicción les valió la cárcel.
Ambos eran dueños de un espíritu absolutamente libre, que reflejaba las palabras del Daishonin: “[Ya que he nacido en territorios del regente], debo obedecerlo en cuanto a mis actos. Pero no tengo por qué seguirlo en mis convicciones profundas”.
Ueda: Podría decirse, entonces, que los que jamás aceptan renunciar ante las circunstancias, por más terribles que sean, ¿son personas realmente libres?
Presidente Ikeda: Absolutamente. Al respecto, estoy seguro de que están familiarizados con la historia de Hellen Keller (1880-1968). Cuando ella tenía apenas dieciocho meses, perdió la vista y el oído. Además, al no poder oír, le resultaba realmente difícil hablar. Sin embargo, gracias al dedicado empeño de su maestra, Anne Sullivan, a cuyo lado se esforzó al extremo, Hellen aprendió finalmente a escribir y a hablar. Más adelante, se graduó en el Radcliffe College de Boston.
¿Quién podría haber estado en peores condiciones que ella? Era incapaz de hablar, no podía ver, no podía oír. Estaba sumergida en un mundo de silencio y tinieblas. ¡Pero expulsó las oscuridad lejos de su corazón! Cuando tenía nueve años, dijo sus primeras palabras: “Hace calor”. Ella misma jamás pudo olvidar el asombro y la dicha que experimentó en ese instante. ¡Por fin había triunfado y había conseguido derribar los muros de la terrible cárcel de silencio que la había aprisionado!
Después de un esfuerzo y de un trabajo más allá de toda descripción, Hellen Keller se dedicó a viajar por todo el mundo y a pronunciar diversas conferencias para alentar a otras personas discapacitadas. Durante sus viajes, visitó el Japón varias veces. Fue una mujer que se negó a la derrota y brindó, por el contrario, un inmenso aliento a personas de todo los rincones de la Tierra. Siempre orientó su rostro hacia el Sol, en busca de un resplandeciente rayo de esperanza.
No obstante, como no era más que un ser humano común, había ocasiones en que el peso del desaliento era demasiado para ella, especialmente, después de largas horas de estudiar y estudiar, pasando penosamente sus dedos sobre todos esos textos punteados en relieve, mientras los demás estudiantes se entretenían cantando y bailando. Una vez, Hellen escribió:
Me deslizo hacia atrás muchas veces, caigo, me detengo, y vuelvo a arrojarme contra las aristas de los obstáculos ocultos; pierdo la paciencia y la vuelvo a encontrar; y la guardo mejor; avanzo penosamente; gano un poco de terreno, me animo, ansío llegar y subo más y más alto, y comienzo a ver el horizonte que se dilata. Cada batalla es una victoria.
Ueda: “Cada batalla es una victoria”. ¡Qué palabras más emocionantes!
Presidente Ikeda: Ella escribió también lo siguiente: “En el país maravilloso de la mente, debía ser tan libre como las demás”. He ahí la declaración de victoria de Hellen Keller. Alcanzó las cumbres de la libertad y rompió sus cadenas a través de su ardiente lucha personal.
Kimura: Realmente, vivió su vida con increíble fuerza y coraje.
Si me lo permiten, quisiera compartir con ustedes la inquietud de uno de nuestros lectores, que escribió lo siguiente: “Hago todo lo posible, pero la escuela, las responsabilidades que tengo en mi casa y las actividades de la División de Estudiantes, simplemente me dejan exhausto. ¿Qué debo hacer?”.
Presidente Ikeda: Es necesario desarrollar fortaleza. Cuanto más fuerza adquirimos, mayor es nuestra libertad. Quien no tiene resistencia, encontrará que le resulta muy difícil escalar una montaña, incluso una no muy elevada, de unos quinientos metros, por ejemplo. Y lo más probable es que alguien que está enfermo ni siquiera pueda intentarlo. Pero una persona saludable y vigorosa disfrutará trepando, porque le resultará una tarea fácil. Por esa razón, es tan importante que uno adquiera fortaleza. Deben llegar a tener un espíritu tan sólido, que puedan desplegar su energía en la escuela, en las horas de esparcimiento y en las actividades de la Soka Gakkai. Cuando logren generar toda esa potencia y aptitud, serán personas libres.
¿Acaso no sucede también lo mismo con la música y los deportes? Si quieren practicar bien algún tipo de deporte o dominar verdaderamente un instrumento, tienen que adquirir antes un nivel adecuado de dominio técnico y de capacidad; tienen que estar dispuestos a hacer ciertos sacrificios y a ejercitar una gran fuerza de voluntad.
Nada hay más alejado de la libertad que resistirse a hacer esfuerzos conscientes y, en cambio, dedicar todo el tiempo disponible a hacer lo que a uno le viene en gana. Quien se comporta de esa manera es una persona irresponsable que solo se preocupa por sí misma.
Kimura: Los medios siempre hablan de la “libertad de expresión”, para justificar el sensacionalismo y la prensa amarilla. Creo que una clase de periodismo así es muy irresponsable y atenta contra la libertad y los derechos humanos.
Ueda: Me pregunto cuándo tomarán conciencia de que “libertad de expresión” no significa “libertad para mentir”.
Presidente Ikeda: La libertad existe dentro del autocontrol. La sociedad está estructurada alrededor de un orden y de reglas que nos permiten vivir y llevar adelante nuestro trabajo. Todo tiene un sentido, un propósito y una dirección.
La naturaleza es un magnífico ejemplo de ese orden. El Sol se levanta al alba y se pone a la hora del ocaso; las estrellas brillan solo de noche. Cada uno cumple su función y se ajusta a un ritmo ordenado. Los astros no hacen su aparición de manera casual o caprichosa; de modo que bien podríamos decir que, en cierto modo, su actividad guarda ciertas restricciones.
Como estudiantes de segunda enseñanza, deben seguir un ritmo que implica levantarse todos los días, ir a la escuela y participar de las actividades de su división. Y estoy convencido de que es muy importante que mantengan dicho ritmo; pues, si no le dan importancia a ese esfuerzo, si no llegan a desplegar su máximo potencial y energía, jamás podrán disfrutar de la verdadera libertad.
Hay muchas cosas que nos hacen experimentar un sentimiento de libertad: capacidad intelectual, buena salud, fortaleza física, firmeza espiritual y emocional; asimismo, cuando sabemos que podemos hacernos cargo de nosotros mismos y de nuestra familia, tenemos una sensación de gran independencia. Sin embargo, nuestro mayor capital, el más importante de todos, es nuestra condición espiritual, el estado de nuestra vida.
Kimura: Eso quiere decir que huir de nuestras responsabilidades no significa ser libres.
Presidente Ikeda: Por cierto, uno puede eludirlas. Incluso esa libertad existe. ¡Pero qué libertad más mezquina, más endeble! Solo puede conducirlos a una existencia llena de sufrimientos, a una vida que les consumirá toda su energía y los dejará indefensos, sumidos en la peor de las frustraciones.
Detrás de esa libertad aparente, sin embargo, existe una mucho más grandiosa.
Recuerdo las palabras del conocido novelista japonés Eiji Yoshikawa (1892-1962), quien escribió: “Una gran personalidad se forja a través del sufrimiento”. Cuando cada dificultad que se presenta ante ustedes se convierte en un medio para pulir su vida, entonces, solo entonces, adquieren un yo interior que brilla como una gema preciosa. Y una vez que hayan adquirido un estado de vida así, nada ni nadie podrá perturbarlos. Serán libres. Habrán triunfado.
Tan pronto como comprendan esa gran verdad, incluso las dificultades serán motivo de regocijo. No existe libertad más inmensa que atreverse a enfrentar los más duros desafíos.
El océano bravío que imprime un constante vaivén al oleaje es lo que hace posible que los barcos naveguen hacia su destino. La resistencia del aire permite que los aviones se eleven y surquen el cielo. Cuando tenemos apetito, la comida sabe más deliciosa.
La libertad es algo relativo. La realidad indica que es imposible que todo marche de acuerdo con nuestros deseos. En verdad, si no fuera por las diversas restricciones y obstáculos que la vida nos pone en el camino, seguramente nunca podríamos apreciar realmente lo que es ser libre. En definitiva, los aeroplanos no pueden volar en el vacío; requieren, necesariamente, la resistencia que les opone el aire para mantenerse en vuelo. Visto desde otro ángulo, el hecho de buscar la libertad es señal, precisamente, de que no la poseemos.
Ustedes pueden rehuir el trabajo arduo o las responsabilidades, y declararse personas libres. Pero jamás podrán huir de ustedes mismos, de sus flaquezas, su personalidad o su destino. Sería lo mismo que intentar, en vano, escapar de la propia sombra. Y es aun más imposible escapar de los sufrimientos del nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte, que son inherentes a la condición humana. Cuanto más nos empeñamos en eludir las tribulaciones, con más terquedad estas parecen perseguirnos, tal como los sabuesos corren detrás de su presa, lanzándole sus dentelladas. Por eso es tan importante que no se escabullan y encaren sus problemas, frente a frente.
La vida es, en última instancia, una batalla para conquistar la más esencial e ilimitada libertad. La fe en el Budismo nos permite emplear nuestro karma y los sufrimientos de nacer, envejecer, enfermar y morir como un trampolín hacia la felicidad. El propósito de la fe es forjar esa clase de yo indestructible. La fe nos permite alcanzar un estado de libertad insuperable.
Ueda: Tengo una amiga que es una excelente profesional en su especialidad y habla muy bien el inglés. Es una persona con muchos amigos, que participa con gran entusiasmo de las actividades de Gakkai. En estos días, decidió reducir sus horas de sueño, porque tiene que estudiar para rendir un examen nacional de admisión profesional. Debo admitir que quedé muy impresionada cuando me dijo: “Los tiempos más duros son los más felices”.
Presidente Ikeda: Esa es una manera muy acertada de expresarlo. La libertad y la falta de libertad son las dos caras de una misma moneda. Es probable que, en apariencia, las personas que tienen numerosas obligaciones se vean muy restringidas en cuanto a su tiempo disponible, pero, en realidad, a menudo gozan de una amplia libertad.
La libertad no es algo que se pueda medir en términos de tiempo; la cantidad de “tiempo libre” de que disponemos nada tiene que ver con la cantidad de “libertad” que realmente poseemos. Lo que importa en verdad es cómo utilizamos nuestro tiempo. Dos personas con el mismo tiempo libre para disfrutar pueden emplearlo, cada una, de manera muy diferente: tal vez una lo aproveche con verdadero placer, y la otra lo desperdicie quejándose, porque le resulta un engorro o porque le parece demasiado breve. Uno puede dejar que una hora se esfume mirando televisión, sin que eso le aporte nada significativo; o puede, también, emplear esa misma hora para estudiar y experimentar una gratificante sensación de plenitud al cabo de su esfuerzo. Y esos sesenta minutos pueden llegar a convertirse en algo decisivo para su existencia. Son, en definitiva, los valores y las cosas a las que uno da importancia en la vida lo que determina la verdadera libertad.
Cuando ese coloso de las letras rusas, Fedor Dostoievski (1821-1881), era joven, fue arrestado por participar en actividades revolucionarias y sentenciado a morir fusilado. Cuando lo trasladaron al sitio de ejecución, vio a sus compañeros, que ya habían sido amarrados a sendos postes de madera, y vio, también, los rifles que los apuntaban, dispuestos a disparar. Dostoievski pensó que no le quedaba ni un instante de vida; sin embargo, le concedieron un minuto de gracia.
Más adelante, el escritor describió el episodio en una novela, donde uno de los personajes, que ha sido sentenciado a muerte, comprende que no le restan nada más que cinco minutos de vida, y, como en una revelación, percibe esos últimos instantes como un tesoro inmensurable. Entonces, brota un tropel de pensamientos en su mente: “¿Y si no muriese? ¿Y si me hiciesen gracia de la vida? ¡Qué eternidad! Todo esto sería mío... ¡Oh, entonces cada minuto sería para mí una existencia nueva, no perdería ni uno, contaría todos los instantes de mi vida, para no malgastar ninguno...!”.
Aquel episodio significó una experiencia absolutamente crucial en la vida del gran escritor ruso, una experiencia que revela una verdad universal: ya sea que dispongamos de cinco minutos, cinco años o cincuenta años para vivir, debemos atesorar y valorar profundamente cada instante.
En última instancia, la libertad depende justamente de eso: de nuestros valores, nuestra actitud ante las cosas, de nuestro estado de vida. Existen muchos momentos en que estamos en posesión de una gran libertad, pero no nos damos cuenta de ello y, en lugar de apreciarlo, nos sentimos acorralados y oprimidos; sin embargo, otras personas, en la misma situación, son capaces de experimentar una increíble libertad. Por lo tanto, dos individuos pueden hacer uso de su libertad de manera completamente distinta: uno puede decidir que va a generar espléndidos valores, en tanto que otro, de la manera más irresponsable, puede optar por malgastarla y, en consecuencia, no dejar tras de sí nada que sea digno o perdurable. También están aquellos que pregonan a los cuatro vientos la palabra “libertad”, pero que, en el fondo, no hacen más que degradarla y destruirla.
Vemos así que la libertad incluye tanto valores como antivalores. En última instancia, entonces, solo los que pueden ejercitar un sabio control sobre sí mismos poseen verdadera libertad. La sabiduría y la prudencia son fuentes de libertad. En cambio, la ilusión y el engaño conducen a la opresión.
Ueda: Entonces, en relación con el tema de las obligaciones escolares, es necesario, en verdad, que haya ciertas normas; lo que sucede es que, a veces, tengo la impresión de que algunas escuelas se exceden. Las reglas son tan estrictas y minuciosas, que resulta difícil entender para qué sirven realmente.
Presidente Ikeda: Es muy cierto que a nadie le gusta que lo abrumen inutilmente con un montón de normas estrictas.
Hubo una vez un maestro norteamericano llamado William Smith Clark (1826-1886) que enseñaba en el Escuela Superior de Agricultura de Saporo (ahora integrado en la Universidad de Hokkaido), hacia fines del siglo pasado. En Japón se lo recuerda por sus famosas palabras: “¡Jóvenes, abracen grandes aspiraciones!”.
Cuando los administradores del colegio para varones, donde el profesor estaba enseñando, decidieron establecer una larga lista de normas, este exclamó; “Jamás podrán educar a nadie con semejantes reglas. En esta escuela, hace falta formular una sola: ‘¡Sean caballeros!’. Eso lo expresa todo”. El doctor Clark explicó que un caballero observaba estrictamente las reglas, no porque se sintiera atado a ellas, sino porque siempre actuaba de acuerdo con los dictados de su conciencia.
Yo coincido plenamente con su criterio. Cualquiera sea la circunstancia a la que debamos hacer frente, nuestro corazón puede permanecer libre; nuestro espíritu no tiene por qué sentirse encadenado u oprimido. ¡Tenemos que desarrollar la fuerza para desplegar alas interiores de esperanza y de libertad, y jamás caer en las garras de la derrota!
Ueda: Algunos chicos nos escriben diciendo que sus padres no comprenden los ideales que ellos tienen para el futuro. “Se trata de nuestro porvenir”, afirman, “y tenemos derecho a decidir lo que haremos en ese momento”.
Presidente Ikeda: No todos los casos son iguales. Habría que analizar cada uno. A veces, los padres, que tienen más experiencia y saben mejor cómo funciona la sociedad, son capaces de ver las cosas con más claridad que los chicos. Es conveniente que los jóvenes, que no conocen muchas cosas todavía, busquen el consejo y la guía de personas con más experiencias en la vida, que los ayuden a tomar decisiones firmes y provechosas. Esa es una tendencia bastante arraigada en el pensamiento de los pueblos orientales. En la mayoría de los casos, actuar de acuerdo con los consejos de los padres resulta muy beneficioso. Ahora bien, existe el riesgo de que los padres, a causa de ciertos criterios un tanto anticuados o, tal vez, por un exceso de amor por sus hijos, que les impide ser del todo ecuánimes, insistan en que ellos elijan tal o cual camino, lo que puede despertar un sentimiento de rebelión o de amargura en los jóvenes.
Las cosas cambian con el tiempo, sin embargo. De modo que, en última instancia, creo que lo mejor que cada uno de ustedes puede hacer es fijar sus propios objetivos y asumir la responsabilidad de cumplirlos. Es muy importante que se esfuercen duramente, con toda su energía, y elijan la senda que van a seguir; conciban un camino que ustedes sientan que es adecuado y que jamás les dé motivos para lamentarse. Entonces, adelante, síganlo, poniendo lo mejor de sí mismos.
¿Por qué digo esto? Porque la vida es larga, y cada uno de ustedes deberá vivir la suya, librar sus propias batallas y conquistar sus propias victorias. Sus padres no estarán a su lado para siempre. Por eso, creo que la mejor manera de que toda la familia sea feliz es que los padres apoyen las decisiones que tomen sus hijos respecto del futuro.
A su vez, ustedes tienen que demostrar a sus mayores, y a todos los que los rodean, que son responsables y saben bien hacia dónde se dirigen. Si sienten la oposición de ellos, deben esforzarse para que cambien de opinión y para hacerles ver cuán arduamente están desafiando las circunstancias que se presentan en el trayecto. Las personas que intentan eludir las complicaciones hoy, intentarán hacerlo siempre. Si eso les sucede a ustedes, no lograrán convencer a nadie de que son jóvenes serios y responsables.
Kimura: Los exámenes para ingresar en la universidad son terriblemente competitivos en Japón. Cada universidad tiene un número limitado de vacantes, y todo el mundo quiere asegurarse una. Al respecto, uno de nuestros miembros quiere saber si la libertad significa también lograr su cometido aun cuando eso signifique dejar a otros en el camino.
Presidente Ikeda: Pienso que la respuesta a esa pregunta tendría que ser “sí”. La vida es una lucha. Vivimos en un mundo muy duro. La libertad no es patrimonio de los ociosos o inactivos. Mal que nos pese, lamentablemente, este es un mundo en el que imperan el egoísmo y la crueldad.
Por supuesto, todas las personas son, en esencia, iguales; todos merecen las mismas oportunidades para ser felices y libres. Ese es el espíritu de la Carta Magna de las Naciones Unidas y de la Declaración Universal de los Derechos Humanos; ese es, asimismo, el noble espíritu del Budismo. Pero las personas no son robotes que se producen en serie. Cada cual tiene su propia manera de pensar; la personalidad, el carácter y el karma de cada persona es diferente. Por lo tanto, ganar victorias y seguir avanzando aun a costa de dejar a otros atrás sigue siendo, lamentablemente, una tendencia constante del karma de la humanidad.
Es entonces cuando las leyes, los gobiernos y los sistemas educativos entran en acción. Sin embargo, es doloroso admitir que hasta ahora, no hemos hecho lo suficiente en ese aspecto. La sociedad de hoy está muy lejos de ser algo ideal. Sin embargo, existe un camino, el más serio y profundo, para acercarse a ese ideal: el movimiento de la revolución humana que propugna la SGI. La manera de vivir que impulsa nuestra organización se sustenta en la oración y en las actividades para generar felicidad en un mundo lleno de contradicciones.
Arremeter hacia adelante a expensas de los demás es una característica del estado de Animalidad. La revolución humana significa convertirse en alguien que se esfuerza denodadamente por la propia felicidad y por la de otras personas. Es por eso que debemos luchar para crear una comunidad cuyos cimientos sean la revolución humana de cada individuo. En un sentido muy profundo, ninguno de nosotros podrá alcanzar la felicidad, a menos que todos los seres humanos la logren. Cuando basamos nuestra existencia y nuestro accionar en ese principio, estamos transitando lo que en el Budismo se denomina “el camino del bodhisattva”.
Del mismo modo, podremos disfrutar de verdadera libertad solo cuando los demás seres humanos sean libres. En la actualidad, hay una enorme cantidad de personas que están encadenadas a los grilletes de la pobreza, la opresión, el temor y la ignorancia; hay demasiada gente a la que se priva de su libertad a causa de la guerra y la discriminación. Aquel que se ponga de pie para combatir por la libertad de sus congéneres oprimidos será un ser auténticamente libre. ¡Deseo fervientemente que cada uno de ustedes se convierta en una persona así!
Para ello, es imprescindible que enfrenten honestamente cada desafío que les aguarde en el futuro y triunfen en cada cometido. Así, tal como un árbol primero se desarrolla, luego florece y finalmente, da frutos, mientras hunde poderosas raíces en lo profundo de la tierra y extiende vigorosas ramas hacia lo alto, ustedes irán conociendo, con el tiempo, una libertad más y más grandiosa. ¡Solo anhelo que se dirijan siempre hacia el sol de la esperanza!
(a) Amrita: Néctar que, en la India antigua, se consideraba la bebida de las deidades. A su vez, en la China, se afirmaba que llovería de los cielos, cuando el mundo se convirtiera en un ámbito pacífico. Amrita, que significa “inmortalidad”, tenía supuestamente la propiedad de erradicar los sufrimientos y de otorgar una vida perdurable.