EDUCAR A LOS HIJOS PARA QUE SEAN LÍDERES CAPACES EN EL SIGLO XXI. Discurso pronunciado por el presidente Ikeda durante una reunión de representantes de la SGI realizada en Miami, Estados Unidos, el 3 de febrero de 1993.
Temas desarrollados: LA DICHA Y LA BUENA FORTUNA QUE SE OBTIENEN AL FORJAR SUCESORES. UN HIJO ES UNA PERSONA. EL PADRE NO DEBERÍA SER QUIEN AMONESTE A LOS HIJOS. CADA NIÑO ES UN INVIDIDUO IRREPETIBLE. COMUNICAR A NUESTROS HIJOS LA ALEGRÍA DE LA FE.
LA DICHA Y LA BUENA FORTUNA QUE SE OBTIENEN AL FORJAR SUCESORES.
Permítanme contarles algunas cosas que he estado pensando sobre lo que deberíamos enseñarles a nuestros hijos en el hogar. He tenido la oportunidad de conocer numerosas familias, y pasé por muchísimas vicisitudes. Lo que voy a brindarles son mis propias conclusiones, y me sentiré realmente muy recompensado si les sirven de alguna utilidad o provecho.
En primer lugar, los miembros de la División Futuro deben dar absoluta prioridad al estudio. No hace falta decir que la fe es importante pero, a la vez, también es algo que practicaremos durante toda la vida. Para estudiar, en cambio, existe un cierto período, una determinada edad. Si no ponemos empeño durante ese período, lamentablemente quedarán muchos conocimientos y aptitudes importantes sin incorporar o desarrollar. Y luego, en un momento u otro, nos arrepentiremos.
La fe se manifiesta en la vida cotidiana. En el caso de los miembros de la División Futuro, su fe se manifestará en los estudios. Durante este período, consagrarse a estudiar representa una parte importante de la práctica de la fe. Por cierto, no está nada bien que alguien utilice la fe como excusa para descuidar los estudios, con el argumento de que hacer el gongyo e ir a las actividades le resta mucho tiempo.
A veces, puede que sus hijos no deseen realizar el gongyo, pero los padres no deberían ver en esto una razón para preocuparse o inquietarse demasiado. Habrá ocasiones en que recitar daimoku tres veces será suficiente. Mucho más importante es seguir practicando la fe, aunque no siempre se pueda hacer el gongyo completo. Lo que importa es que los chicos mantengan su vínculo con el gohonzon y con la SGI por el resto de su vida. Tienen todo el futuro por delante para ir mejorando gradualmente su práctica de la fe. Los padres deberían tener un corazón amplio en este sentido. A veces, incluso tendrían que alentar a un hijo que está muy ocupado estudiando, diciéndole: «No te preocupes, hoy yo haré el gongyo por ti».
En verdad, lo único que se logra cuando se ejerce demasiada presión para que los hijos practiquen es alejarlos de la fe. Espero que los vayan guiando con sabiduría, para que maduren en la mejor dirección, de un modo natural y libre de tensiones.
Quiero pedirles que siempre encuentren el tiempo necesario para reunirse a dialogar con sus hijos, por muy ocupados que se encuentren. La cantidad de tiempo no es lo que importa, sino que los padres empleen su sabiduría. Cuando por alguna razón deben estar ausentes del hogar, traten de dejarles una nota a los hijos o de llamarlos por teléfono en cualquier momento... Lo importante es cerciorarse de que exista comunicación con ellos, de una forma u otra. Los chicos regresan al hogar, no hay nadie en casa. No saben dónde están sus padres, no hay ningún mensaje para ellos... es natural que se sientan solos y emocionalmente inseguros. Este es un modo muy frío de tratar a los hijos; por favor, no los expongan a semejante soledad.
Aunque se trate sólo de un breve encuentro, cuando vean a sus hijos, denles un gran abrazo. Tengan contacto físico con ellos, háblenles. Traten de encontrar el tiempo necesario para escuchar lo que ellos necesiten decirles. Mientras tengan amor y misericordia, encontrarán la sabiduría apropiada para hacer que esto funcione.
La fe se manifiesta como sabiduría. El propósito de la fe es que desarrollemos nuestra sabiduría, precisamente para vivir sabiamente. El deseo de salvar a los demás del sufrimiento es sólo un objetivo abstracto, si los que practicamos la fe no podemos comunicarnos con nuestros propios hijos ni construir familias felices y fuertes.
La buena fortuna que acumula un padre cuando se dedica seriamente a las actividades de la SGI protegerá a sus hijos sin falta. Sobre la base de esta convicción, aún así deben tomar medidas concretas para entablar y mantener un buen diálogo con sus hijos. Jamás incurran en el error de descuidarlos, so pretexto de que están demasiado ocupados, de que simplemente les resulta imposible hacerlo o de que, vaya a saber cómo, las cosas estarán controladas de algún modo. Si no ponen empeño en esta labor, serán padres irresponsables y faltos de misericordia.
Lo que cuenta no es la apariencia de las cosas, sino lo que hay en nuestro corazón. ¿Existen lazos de corazón a corazón? Hay algunas familias que parecen estar muy unidas físicamente, pero espiritualmente cada integrante vive en un mundo distinto. Otras familias sólo pueden reunirse de a ratos, pero consiguen disfrutar de una comunicación atenta y vívida, de corazón a corazón, cuando se encuentran.
Si la suya es una familia que comparte lazos de unión basados en el esfuerzo de cada día, seguramente los integrantes se sentirán a gusto y cómodos unos con otros, sean como fueren, y más allá de la actividad concreta que cada uno realice.
Siempre pido a los padres que continuamente se esfuercen por mejorar, ellos junto a sus hijos, del modo que mejor les siente, y de acuerdo con el estilo de vida que han escogido.
UN HIJO ES UNA PERSONA
Un hijo es una persona, un individuo con una personalidad definida. A veces, los niños resultan ser mucho más perceptivos y agudos que los adultos. Por eso uno tiene que ser tan cuidadoso en su comportamiento frente a ellos. Digo, por ejemplo, que las parejas jamás deberían discutir delante de los niños. Si tienen que pelear, pues váyanse a algún sitio donde no puedan verlos. ¡Cómo se entristecen los niños cuando ven pelear a sus padres...! Al día siguiente, van al colegio con un peso en el corazón. Y tardan mucho tiempo en olvidarlo.
Según cierto psicólogo, hay muchos casos en que los niños se ven obligados a presenciar peleas entre sus padres y se conmueven hasta tal punto, que el estremecimiento los sacude en lo más íntimo de su ser. Lo que experimentan es una sensación de miedo y de angustia, como si el suelo hubiese desaparecido bajo sus pies.
Los árboles altos crecen de raíces sólidas y seguras. Por favor, brinden a sus hijos un hogar donde puedan disfrutar de tranquilidad y de paz espiritual.
EL PADRE NO DEBERÍA SER QUIEN AMONESTE A LOS HIJOS
Los hijos tienden a rebelarse cuando son castigados por su padre, mientras que suelen escuchar más la reconvención si viene de la madre. Lo peor es que el padre y la madre armen un frente y se lancen a amonestar al niño: esto deja al pequeño sin nadie a quien recurrir.
En lo que hace a las niñas, el padre tiende a adoptar una actitud más condescendiente. Por eso, en ciertas cosas es demasiado indulgente. Por otra parte, madre e hija comparten una comprensión natural y profunda. Por eso también es mejor que sea la madre la que amoneste a la hija.
El señor Toda decía: «Cuando el padre se enfurece, hace que sus hijos se separen de él; pero aunque la madre se enoje, sus hijos permanecen cerca de ella». Esta sabiduría se basa en las leyes de la conducta humana, en las leyes de la vida y de la psicología.
Desde luego, siempre hay diferencias entre culturas y familias, pero espero que estas observaciones les puedan servir a modo de orientación.
CADA NIÑO ES UN INVIDIDUO IRREPETIBLE
Los padres deber ser equitativos. Jamás tendrían que privilegiar a un hijo porque es más bonito o por cualquier otra razón. Una observación imprudente de un padre puede, a menudo, dejar una herida profunda en el corazón de un niño o crear en él un sentimiento de inferioridad. ¡Cuánto peor será el daño, si a un niño se lo compara constantemente con su hermano o si es tratado injustamente! Seguramente se sentirá ávido de cariño, sólo y herido. En estas circunstancias, no podrá madurar del modo más sano y deseable. Y esto no es bueno ni para el hijo ni para el padre. Sencillamente, es una conducta insensata.
Los que más necesitan de nuestro aliento son los hijos que sufren alguna desventaja en comparación con sus semejantes. Cuiden a estos niños con afecto e incentívenlos. Descubran sus aptitudes y elógienlos por aquello que hagan bien, para infundirles confianza en sí mismos. Conviértanse en sus aliados incondicionales, apóyenlos, envuélvanlos de amor y crean en su potencial, contra viento y marea. Respeten la individualidad de cada hijo: esa es la función de los padres.
Nuestra sociedad y nuestras escuelas tal vez actúen basadas en el frío e insensible principio de la competencia, que juzga y selecciona a la gente por su capacidad o su apariencia. Por eso, precisamente, es tan importante que la familia sea un ámbito imparcial y equitativo, donde cada miembro sea valorado por ser como es.
COMUNICAR A NUESTROS HIJOS LA ALEGRÍA DE LA FE.
Uno de los factores esenciales para que un niño se convierta en un excelente adulto es que los padres armonicen bien con sus hijos y crezcan junto con ellos; es decir, que padres e hijos avancen como si fuesen una sola persona.
Nosotros, los miembros de la SGI, nos consagramos a servir a la Ley, a servir a la humanidad. La nuestra no es una vida egocéntrica. Por eso, llevamos un ritmo de vida tal vez más ajetreado que el de los demás y quizá no tengamos tantos ratos de ocio junto a nuestra familia como otras personas. Pero, así y todo, seguimos dedicándonos a los demás.
La nuestra es la forma más noble de vivir. Debemos cerciorarnos de que nuestros hijos puedan comprender y respetar nuestras convicciones, nuestra forma de vida y la misión que escogimos.
Es un error suponer que los hijos se las arreglan por sí solos para descubrir cuánto los amamos o para comprender nuestra dedicación al kosen-rufu, sin que medie ninguna comunicación de nuestra parte. Debemos hacer un esfuerzo consciente para verbalizar y comunicar nuestros pensamientos y sentimientos frente a ellos... y hacerlo sabiamente, de un modo distendido y abierto, sin arrebatos indebidos. Hallar la sabiduría necesaria para encarar esta tarea es, en sí, una expresión de nuestra fe.
Los hombres y las mujeres son completamente iguales. Pero, a partir de esta premisa fundamental, también pueden trazarse ciertas peculiaridades propias de cada sexo. Quisiera que nuestros hombres fuesen individuos valientes, honestos y capaces de proteger a los demás. Desearía que nuestras damas sean personas especialmente dotadas de una inmensa felicidad y buena fortuna. Para lograrlo, deben tener corazón puro. El refrán afirma: «Una mujer de corazón puro es un ángel; una mujer de corazón malvado es una bruja». La única diferencia entre ambos extremos es, simplemente, el corazón.
Escuché que uno de los principales problemas sociales de los Estados Unidos es el colapso de la institución familiar. En el Japón también se vislumbra la misma tendencia. A la luz de esta situación -y también urgido por el anuncio de que se fundará la División Futuro-, quise analizar diversas ideas que tenía en mente.
Una de las guías eternas de la SGI es que sus miembros desarrollen familias felices y armoniosas mediante la fe.
Concluyo mis palabras vislumbrando el día en que los jóvenes forjados dentro de sus cálidas y placenteras familias lleguen a ser líderes sobresalientes del siglo XXI, que iluminen los Estados Unidos y el mundo entero, como una brillante constelación de estrellas o como el sol resplandeciente.
LA DICHA Y LA BUENA FORTUNA QUE SE OBTIENEN AL FORJAR SUCESORES.
Permítanme contarles algunas cosas que he estado pensando sobre lo que deberíamos enseñarles a nuestros hijos en el hogar. He tenido la oportunidad de conocer numerosas familias, y pasé por muchísimas vicisitudes. Lo que voy a brindarles son mis propias conclusiones, y me sentiré realmente muy recompensado si les sirven de alguna utilidad o provecho.
En primer lugar, los miembros de la División Futuro deben dar absoluta prioridad al estudio. No hace falta decir que la fe es importante pero, a la vez, también es algo que practicaremos durante toda la vida. Para estudiar, en cambio, existe un cierto período, una determinada edad. Si no ponemos empeño durante ese período, lamentablemente quedarán muchos conocimientos y aptitudes importantes sin incorporar o desarrollar. Y luego, en un momento u otro, nos arrepentiremos.
La fe se manifiesta en la vida cotidiana. En el caso de los miembros de la División Futuro, su fe se manifestará en los estudios. Durante este período, consagrarse a estudiar representa una parte importante de la práctica de la fe. Por cierto, no está nada bien que alguien utilice la fe como excusa para descuidar los estudios, con el argumento de que hacer el gongyo e ir a las actividades le resta mucho tiempo.
A veces, puede que sus hijos no deseen realizar el gongyo, pero los padres no deberían ver en esto una razón para preocuparse o inquietarse demasiado. Habrá ocasiones en que recitar daimoku tres veces será suficiente. Mucho más importante es seguir practicando la fe, aunque no siempre se pueda hacer el gongyo completo. Lo que importa es que los chicos mantengan su vínculo con el gohonzon y con la SGI por el resto de su vida. Tienen todo el futuro por delante para ir mejorando gradualmente su práctica de la fe. Los padres deberían tener un corazón amplio en este sentido. A veces, incluso tendrían que alentar a un hijo que está muy ocupado estudiando, diciéndole: «No te preocupes, hoy yo haré el gongyo por ti».
En verdad, lo único que se logra cuando se ejerce demasiada presión para que los hijos practiquen es alejarlos de la fe. Espero que los vayan guiando con sabiduría, para que maduren en la mejor dirección, de un modo natural y libre de tensiones.
Quiero pedirles que siempre encuentren el tiempo necesario para reunirse a dialogar con sus hijos, por muy ocupados que se encuentren. La cantidad de tiempo no es lo que importa, sino que los padres empleen su sabiduría. Cuando por alguna razón deben estar ausentes del hogar, traten de dejarles una nota a los hijos o de llamarlos por teléfono en cualquier momento... Lo importante es cerciorarse de que exista comunicación con ellos, de una forma u otra. Los chicos regresan al hogar, no hay nadie en casa. No saben dónde están sus padres, no hay ningún mensaje para ellos... es natural que se sientan solos y emocionalmente inseguros. Este es un modo muy frío de tratar a los hijos; por favor, no los expongan a semejante soledad.
Aunque se trate sólo de un breve encuentro, cuando vean a sus hijos, denles un gran abrazo. Tengan contacto físico con ellos, háblenles. Traten de encontrar el tiempo necesario para escuchar lo que ellos necesiten decirles. Mientras tengan amor y misericordia, encontrarán la sabiduría apropiada para hacer que esto funcione.
La fe se manifiesta como sabiduría. El propósito de la fe es que desarrollemos nuestra sabiduría, precisamente para vivir sabiamente. El deseo de salvar a los demás del sufrimiento es sólo un objetivo abstracto, si los que practicamos la fe no podemos comunicarnos con nuestros propios hijos ni construir familias felices y fuertes.
La buena fortuna que acumula un padre cuando se dedica seriamente a las actividades de la SGI protegerá a sus hijos sin falta. Sobre la base de esta convicción, aún así deben tomar medidas concretas para entablar y mantener un buen diálogo con sus hijos. Jamás incurran en el error de descuidarlos, so pretexto de que están demasiado ocupados, de que simplemente les resulta imposible hacerlo o de que, vaya a saber cómo, las cosas estarán controladas de algún modo. Si no ponen empeño en esta labor, serán padres irresponsables y faltos de misericordia.
Lo que cuenta no es la apariencia de las cosas, sino lo que hay en nuestro corazón. ¿Existen lazos de corazón a corazón? Hay algunas familias que parecen estar muy unidas físicamente, pero espiritualmente cada integrante vive en un mundo distinto. Otras familias sólo pueden reunirse de a ratos, pero consiguen disfrutar de una comunicación atenta y vívida, de corazón a corazón, cuando se encuentran.
Si la suya es una familia que comparte lazos de unión basados en el esfuerzo de cada día, seguramente los integrantes se sentirán a gusto y cómodos unos con otros, sean como fueren, y más allá de la actividad concreta que cada uno realice.
Siempre pido a los padres que continuamente se esfuercen por mejorar, ellos junto a sus hijos, del modo que mejor les siente, y de acuerdo con el estilo de vida que han escogido.
UN HIJO ES UNA PERSONA
Un hijo es una persona, un individuo con una personalidad definida. A veces, los niños resultan ser mucho más perceptivos y agudos que los adultos. Por eso uno tiene que ser tan cuidadoso en su comportamiento frente a ellos. Digo, por ejemplo, que las parejas jamás deberían discutir delante de los niños. Si tienen que pelear, pues váyanse a algún sitio donde no puedan verlos. ¡Cómo se entristecen los niños cuando ven pelear a sus padres...! Al día siguiente, van al colegio con un peso en el corazón. Y tardan mucho tiempo en olvidarlo.
Según cierto psicólogo, hay muchos casos en que los niños se ven obligados a presenciar peleas entre sus padres y se conmueven hasta tal punto, que el estremecimiento los sacude en lo más íntimo de su ser. Lo que experimentan es una sensación de miedo y de angustia, como si el suelo hubiese desaparecido bajo sus pies.
Los árboles altos crecen de raíces sólidas y seguras. Por favor, brinden a sus hijos un hogar donde puedan disfrutar de tranquilidad y de paz espiritual.
EL PADRE NO DEBERÍA SER QUIEN AMONESTE A LOS HIJOS
Los hijos tienden a rebelarse cuando son castigados por su padre, mientras que suelen escuchar más la reconvención si viene de la madre. Lo peor es que el padre y la madre armen un frente y se lancen a amonestar al niño: esto deja al pequeño sin nadie a quien recurrir.
En lo que hace a las niñas, el padre tiende a adoptar una actitud más condescendiente. Por eso, en ciertas cosas es demasiado indulgente. Por otra parte, madre e hija comparten una comprensión natural y profunda. Por eso también es mejor que sea la madre la que amoneste a la hija.
El señor Toda decía: «Cuando el padre se enfurece, hace que sus hijos se separen de él; pero aunque la madre se enoje, sus hijos permanecen cerca de ella». Esta sabiduría se basa en las leyes de la conducta humana, en las leyes de la vida y de la psicología.
Desde luego, siempre hay diferencias entre culturas y familias, pero espero que estas observaciones les puedan servir a modo de orientación.
CADA NIÑO ES UN INVIDIDUO IRREPETIBLE
Los padres deber ser equitativos. Jamás tendrían que privilegiar a un hijo porque es más bonito o por cualquier otra razón. Una observación imprudente de un padre puede, a menudo, dejar una herida profunda en el corazón de un niño o crear en él un sentimiento de inferioridad. ¡Cuánto peor será el daño, si a un niño se lo compara constantemente con su hermano o si es tratado injustamente! Seguramente se sentirá ávido de cariño, sólo y herido. En estas circunstancias, no podrá madurar del modo más sano y deseable. Y esto no es bueno ni para el hijo ni para el padre. Sencillamente, es una conducta insensata.
Los que más necesitan de nuestro aliento son los hijos que sufren alguna desventaja en comparación con sus semejantes. Cuiden a estos niños con afecto e incentívenlos. Descubran sus aptitudes y elógienlos por aquello que hagan bien, para infundirles confianza en sí mismos. Conviértanse en sus aliados incondicionales, apóyenlos, envuélvanlos de amor y crean en su potencial, contra viento y marea. Respeten la individualidad de cada hijo: esa es la función de los padres.
Nuestra sociedad y nuestras escuelas tal vez actúen basadas en el frío e insensible principio de la competencia, que juzga y selecciona a la gente por su capacidad o su apariencia. Por eso, precisamente, es tan importante que la familia sea un ámbito imparcial y equitativo, donde cada miembro sea valorado por ser como es.
COMUNICAR A NUESTROS HIJOS LA ALEGRÍA DE LA FE.
Uno de los factores esenciales para que un niño se convierta en un excelente adulto es que los padres armonicen bien con sus hijos y crezcan junto con ellos; es decir, que padres e hijos avancen como si fuesen una sola persona.
Nosotros, los miembros de la SGI, nos consagramos a servir a la Ley, a servir a la humanidad. La nuestra no es una vida egocéntrica. Por eso, llevamos un ritmo de vida tal vez más ajetreado que el de los demás y quizá no tengamos tantos ratos de ocio junto a nuestra familia como otras personas. Pero, así y todo, seguimos dedicándonos a los demás.
La nuestra es la forma más noble de vivir. Debemos cerciorarnos de que nuestros hijos puedan comprender y respetar nuestras convicciones, nuestra forma de vida y la misión que escogimos.
Es un error suponer que los hijos se las arreglan por sí solos para descubrir cuánto los amamos o para comprender nuestra dedicación al kosen-rufu, sin que medie ninguna comunicación de nuestra parte. Debemos hacer un esfuerzo consciente para verbalizar y comunicar nuestros pensamientos y sentimientos frente a ellos... y hacerlo sabiamente, de un modo distendido y abierto, sin arrebatos indebidos. Hallar la sabiduría necesaria para encarar esta tarea es, en sí, una expresión de nuestra fe.
Los hombres y las mujeres son completamente iguales. Pero, a partir de esta premisa fundamental, también pueden trazarse ciertas peculiaridades propias de cada sexo. Quisiera que nuestros hombres fuesen individuos valientes, honestos y capaces de proteger a los demás. Desearía que nuestras damas sean personas especialmente dotadas de una inmensa felicidad y buena fortuna. Para lograrlo, deben tener corazón puro. El refrán afirma: «Una mujer de corazón puro es un ángel; una mujer de corazón malvado es una bruja». La única diferencia entre ambos extremos es, simplemente, el corazón.
Escuché que uno de los principales problemas sociales de los Estados Unidos es el colapso de la institución familiar. En el Japón también se vislumbra la misma tendencia. A la luz de esta situación -y también urgido por el anuncio de que se fundará la División Futuro-, quise analizar diversas ideas que tenía en mente.
Una de las guías eternas de la SGI es que sus miembros desarrollen familias felices y armoniosas mediante la fe.
Concluyo mis palabras vislumbrando el día en que los jóvenes forjados dentro de sus cálidas y placenteras familias lleguen a ser líderes sobresalientes del siglo XXI, que iluminen los Estados Unidos y el mundo entero, como una brillante constelación de estrellas o como el sol resplandeciente.