PARA LAS REUNIONES DE QUIENES SE INICIAN EN EL BUDISMO. 2) LA PRÁCTICA BUDISTA.
Temas desarrollados: LA PRÁCTICA BUDISTA. NICHIREN Y EL SUTRA DEL LOTO. ¿CÓMO FUNCIONA NAM-MYOHO-RENGE-KYO? CAMBIANDO NUESTRO KARMA.
Cuando miramos a un cisne, parece que éste nadara sin esfuerzo, pero, bajo el agua, fuera de nuestra vista, sus patas reman incesantemente. De manera similar, el practicante budista posee una práctica diaria vigorosa que, si bien no carece de esfuerzo, facilita que las cosas salgan bien en su vida cotidiana, le permite encarar las dificultades de la vida con ecuanimidad y equilibrio. La iluminación o conciencia de la verdad universal que yace debajo de todo fenómeno, hace emerger los aspectos más nobles y elevados de la vida de un ser humano.
¿Cuál es esa práctica correcta del budismo que nos conduce a la iluminación?
Además de la sinfonía de cambios que se produce en el mundo que nos rodea, nuestra propia vida cambia momento a momento. Hasta la silla en la que estamos sentados está cambiando a nivel molecular, a pesar de que estos cambios sean imperceptibles para nosotros a simple vista. Este constante cambio o fluctuación, expresado bajo el concepto budista de “impermanencia”, es lo que origina el sufrimiento fundamental de la existencia humana. Tan sólo ocasionalmente, en ese flujo del diario vivir, quizás tan sólo por un fugaz momento, percibimos el ritmo subyacente, como una pulsación o zumbido, que todas las cosas poseen. Tales momentos de toma de conciencia y realización ocurren frecuentemente luego de experimentar una extraordinaria belleza y tranquilidad, por ejemplo, contemplando un bello paisaje. Ese momento también puede ocurrir en una situación límite, tal vez escalando una montaña, interpretando un difícil concierto o atajando un penal en un partido de fútbol. Cuando esto sucede, nos sentimos como si estuviéramos en un territorio especial, en la cual tanto el impredecible mundo exterior como nuestro turbulento mundo exterior emergen, el tiempo se suspende y de pronto sentimos que no hay nada que debamos hacer.
Pero... ¿cómo hacer que estos momentos surjan a nuestra voluntad? ¿Cómo podemos conectarnos con esta fuente de energía y sabiduría para que nuestras vidas y la vida del universo vibren con la misma magnífica armonía?
El maestro budista Nichiren, quien vivió en el siglo XIII, definió a este ritmo, este pulso subyacente de la vida, como Nam-myoho-renge-kyo. Nam-myoho-renge-kyo hace posible a cualquier persona tomar contacto con este ilimitado potencial, la más alta condición de vida, cada vez que lo desee. Denominamos a este estado elevado de vida la Budeidad. En los escritos de Nichiren Daishonin, la iluminación no es solamente una finalidad remota, una meta casi imposible de alcanzar que debemos perseguir vida tras vida sino que, en cambio, es una cualidad inherente, presente siempre en toda vida, sólo aguardando ser despertada en cualquier momento.
Según esta enseñanza budista, cada uno de nosotros posee el potencial de ser feliz. Es en nuestro interior que se encuentra la capacidad de vivir con coraje, de construir relaciones personales plenas y satisfactorias, de disfrutar de buena salud, de sentir misericordia por los demás y de enfrentar y resolver nuestros más profundos problemas. Para vivir esta vida de triunfo, el individuo debe atravesar por una transformación interior. Este proceso involucra la transformación misma de nuestra personalidad, lo que llamamos “revolución humana”.
Imaginemos la siguiente situación: Tal vez usted no se siente apreciado en su empleo. Puede que su jefe sea agresivo o, por el contrario, hasta lo ignore por completo. Luego de un tiempo, usted desarrolla una carga sobre sus espaldas. A pesar de que crea ser un experto en disimular sus negatividades, de vez en cuando no puede ocultarlas.
Puede que sus compañeros de trabajo o hasta el mismo jefe perciban que usted no está plenamente comprometido con su tarea, o tal vez sientan que usted tiene un problema de actitud. Por supuesto, puede que existan infinidad de justificaciones para que tener esa actitud, todas ellas “válidas”... pero cualquiera que fuera la razón, usted pierde oportunidades de avance por culpa de sus malas relaciones personales.
Esta es una situación muy frecuente en el medio ambiente laboral de hoy en día. Pero supongamos que comienza a trabajar sobre una nueva actitud que no es solamente un mero ajuste mental sino toda una visión proveniente de un profundo sentido de vitalidad, confianza y misericordia.
Su misericordia lo lleva a sentir simpatía por la situación de su jefe. Armado de la comprensión, comienza a tratar a su jefe de manera diferente, ofreciéndole su apoyo y, sintiéndose paralelamente, menos y menos desanimado frente a cualquier negatividad que él pueda mostrar hacia usted. Y su jefe comienza a verlo bajo una nueva luz. Las oportunidades comienzan a aparecer.
Obviamente, éste es un ejemplo muy simple, pero vivir cada día de esta manera requiere un cambio fundamental del propio corazón. Una vez que logramos este cambio, como si fuera una reacción en cadena, podemos obtener un impacto positivo continuo sobre la gente que nos rodea. El catalizador para experimentar esta revolución interior es la práctica del budismo tal cual la enseñó Nichiren, quien afirmó que se pueden alcanzar estos resultados de manera sencilla tan sólo invocando Nam-myoho-renge-kyo.
La práctica básica budista establecida por Nichiren, consiste en invocar la frase Nam-myoho-renge-kyo al Gohonzon, un pergamino inscripto con caracteres chinos y sánscritos. Invocamos Nam-myoho-renge-kyo para lograr la iluminación, por supuesto; pero también lo invocamos con el fin de alcanzar la felicidad, el crecimiento personal, mejorar nuestra salud o bien, de lograr metas mundanas tales como la situación laboral recién descrita. De hecho, invocamos por cualquier cosa que queramos: por un trabajo mejor, o por triunfar en el que ya tenemos. O por tener una pareja, o por mejorar y profundizar la relación que ya poseemos. Podemos invocar para salir de la depresión, o para dejar de tener sentimientos de desesperanza. De hecho, la mayor parte de los budistas invocan diariamente por una cantidad de cosas, desde mejorar su propio carácter a tener un medio ambiente más propicio.
Pero siempre, la oración budista está dirigida a manifestar la budeidad inherente, el más elevado estado de vida. ¿Cómo llegó Nichiren a descubrir esta fórmula tan concreta y eficaz para conseguir nuestros sueños?
Al igual que Shakyamuni antes que él, Nichiren deseaba conducir a las personas hacia la iluminación. En muchas escuelas de budismo, la iluminación parece ser algo remoto y el proceso de alcanzarla es sobrehumano, algo que sólo puede ser logrado luego de varias vidas de pacientes esfuerzos. Las prácticas tradicionales incluían severas austeridades, dietas y cambios en los estilos de vida. A lo largo de la historia, los practicantes budistas se han retirado de la vida mundana a los bosques, montañas y monasterios. Pero, hoy en día, abandonar el trabajo y la rutina diaria para asistir a un prolongado retiro no constituye una opción para la mayoría de nosotros. Ni tampoco es práctico para la mayor parte de las personas el dedicar largos períodos a la vida monástica, viajar a India, por ejemplo, una o dos veces al año. Nichiren, en el siglo XIII, halló una manera de acortar este camino.
NICHIREN Y EL SUTRA DEL LOTO
Desde que tenía doce años, Nichiren, hijo de un pescador, comenzó a estudiar los sutras, decidido a convertirse en “el hombre más sabio de todo Japón”. Nacido el 16 de febrero de 1222, vivió en una era de gran fermento religioso y conflicto político, en la que los señores feudales luchaban por obtener el poder y Japón estaba gobernado por los shogunes.
En esa época, el país padecía plagas, inestabilidad política, terremotos y la amenaza inminente de la invasión de los mongoles. A los dieciséis años, Nichiren fue ordenado como monje y emprendió un serio estudio comparado de las enseñanzas budistas -aparentemente contradictorias entre sí-, particularmente aquéllas de la secta Tendai, basadas en las enseñanzas del sabio chino T’ien T’ai ya mencionado. Nichiren también examinó las enseñanzas de la Tierra Pura y del Zen, que se habían difundido rápidamente durante el período de conflicto social que siguió a la decadencia de la aristocracia imperial y el surgimiento de la clase samurai. Las enseñanzas de la Tierra Pura (Nembutsu) se habían vuelto muy populares entre las personas comunes, mientras que el Zen era practicado por la clase samurai. Nichiren, no obstante, comprendió claramente que la mayoría de las personas seguían sin entrar en contacto con su naturaleza de Buda inherente y que, a pesar de aceptar esta idea en principio, carecían de la clave necesaria para activarla en sus vidas cotidianas.
Si bien Nichiren reconoció el gran logro de T’ien T’ai en clasificar los sutras y, en particular, en establecer como supremo al Sutra del Loto, se dio cuenta de que los métodos de meditación prescritos estaban más allá del alcance de las personas comunes. También notó que las vidas de los sacerdotes que se podían observar de las distintas sectas, desde los templos de Kioto hasta los monasterios del Monte Hiei, dejaban mucho que desear: eran corruptos, se habían degradado en su búsqueda de la fama y del beneficio personal y, eventualmente, buscaban el poder político y, por tanto, se habían alejado del pueblo. ¡No era de sorprender, entonces, que el budismo fuera incapaz de ayudar a las personas en encontrar la felicidad en sus vidas diarias!
El 28 de abril de 1253, Nichiren proclamó por primera vez Nam-myoho-renge-kyo como la única ley verdadera, oculta en las profundidades del Sutra del Loto. Visto desde un punto de vista formal, utilizó Myoho-renge-kyo (la forma japonesa de leer los caracteres del título del Sutra del Loto según la traducción de Kumarajiva del sánscrito al chino) para expresar el concepto de iluminación, añadiéndole el prefijo nam, que significa “devocionar a”. Pero desde una perspectiva más profunda, lo que Nichiren hizo fue hacer accesible a todas las personas la iluminación que había logrado Shakyamuni.
Esto constituyó un avance enorme en la historia del budismo, además del comienzo de una revolución en el concepto mismo de la religión.
El budismo de Nichiren no requiere del renunciamiento o supresión de los deseos humanos. Esto representó un cambio fundamental de perspectiva frente a otras sectas, que seguían insistiendo en la extinción de los deseos mundanos para poder lograr una más alta sabiduría. Nichiren afirmó que la fuente de todo deseo es la vida misma; mientras existe la vida, instintivamente deseamos vivir, tener amor, buscar beneficios, etc. Debido a que el deseo surge del fondo más profundo de la vida, éste es virtualmente indestructible. Aún la búsqueda de la iluminación constituye una clase de deseo.
La civilización ha avanzado debido a los instintos y deseos de hombres y mujeres. La búsqueda de la riqueza ha producido crecimiento económico. La voluntad de desafiar al frío invierno llevó al desarrollo de las ciencias naturales. El amor, un deseo humano básico, inspiró la literatura.
No sólo podemos concretar nuestros deseos a medida que cambiamos desde nuestro interior, sino que también los deseos mismos se transforman, se purifican y se vuelven más elevados. Y estos deseos nuestros funcionan como combustible, impulsándonos hacia nuestra iluminación. Los seguidores de Nichiren invocan día y noche por sus deseos personales así como también por su propia iluminación y la paz de mundo. Este proceso de revolución humana -la transformación de los deseos- se encuentra íntimamente ligado a la transformación del medio ambiente. Los budistas trabajan incansablemente para traer paz y armonía a sus trabajos, familias y comunidades, mientras se esfuerzan tenazmente por manifestar la ley universal en su propio interior.
No es necesario ir hasta la cima de una montaña: los practicantes del budismo escalan la montaña de la iluminación a través de su práctica realizada en sus propios hogares y lugares donde viven y actúan como personas comunes.
La práctica del budismo de Nichiren Daishonin dista mucho de ser una forma pasiva de meditación, sino que, en cambio, constituye la expresión dinámica de la mente y el espíritu. Los resultados se manifiestan en la propia vida de maneras tanto sutiles como también muy evidentes.
En muchas formas de meditación, se hace difícil discernir si se está meditando correctamente o no, fácilmente se pierde el enfoque en la respiración, o el mantra utilizado. La mente puede distraerse fácilmente debido a las preocupaciones, fantasías y otro sinnúmero de pensamientos. En contraste, Nam-myoho-renge-kyo es un ritmo fuerte y poderoso que rápidamente se establece en nuestras vidas.
Puede resultar extraño al comienzo, pero es algo indudablemente concreto. Cualquiera puede comprobarlo y llevarlo a la práctica. Y cuando uno lo ha hecho, ya ha dado un paso significativo en el camino hacia la iluminación.
¿CÓMO FUNCIONA NAM-MYOHO-RENGE-KYO?
La pregunta que inmediatamente surge es... “¿Cómo repitiendo una frase que apenas entiendo lo que significa, puede surtir algún efecto positivo o negativo en mi vida?” La analogía que frecuentemente se utiliza es comparar a Nam-myoho-renge-kyo a la leche.
Un bebé es alimentado por la leche materna y, más tarde, por la de vaca, durante mucho tiempo antes de que él o ella comprendan que significa “leche”. Los beneficios nutricionales son intrínsecos a la leche.
Para usar otro ejemplo, no necesitamos saber cómo funciona un automóvil para conducirlo y que nos lleve a cualquier parte. Si bien no nos haría mal aprender algo de mecánica, del mismo modo el estudio forma parte importante de nuestra práctica budista. Pero lo importante aquí es tomar conciencia de que la invocación de Nam-myoho-renge-kyo funciona, entendámosla o no, creamos en ella o no. De hecho, muchas personas comienzan a invocar Nam-myoho-renge-kyo con la expresa intención de demostrarle a quien le transmitió la Ley que ésta no funciona e, invariablemente, se ven sorprendidos cuando comprueban que sí funciona. Nam-myoho-renge-kyo funciona para todo el mundo, jóvenes o ancianos, ricos o pobres, escépticos o creyentes, ignorantes o sabios, africanos o asiáticos.
Según el budismo de Nichiren, Nam-myoho-renge-kyo es la ley del universo, y a través de invocarlo estamos revelando la ley en nuestras propias vidas, colocándonos en armonía o ritmo con el universo. La palabra “ley” es aquí utilizada en el sentido científico, tal como la ley de gravedad. Debido a que la ley de gravedad es una ley de a vida, nos afecta tanto si la comprendemos como si no. Si saltáramos del borde de un precipicio antes de 1666, cuando Isaac Newton formuló esta ley, igual sufriríamos las consecuencias de la gravedad. Nam-myoho-renge-kyo también es una ley de la vida, afirmó Nichiren; es más: es la ley de la vida. ¿Cómo es esto?
Para comenzar a comprender este punto, podría ser útil considerar a Nam-myoho-renge-kyo a la luz de la teoría de la relatividad de Einstein, expresada por la famosa ecuación E=mc2. Esto constituye el cimiento de nuestra actual visión del cosmos. Pero... ¿realmente lo entendemos? Sabemos que E simboliza energía y m es masa. La masa es multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado, o sea c2. A pesar de que gran parte de la gente puede tener una vaga noción de qué es lo que estos términos significan, todos estamos conscientes de que ellos representan conceptos de física y matemáticas que, si bien algo abstractos, se relacionan con las realidades de tiempo, espacio, energía y materia de nuestro mundo. La misma verdad es aplicable a cada uno de los caracteres de Nam-myoho-renge-kyo.
A pesar de que el significado de E=mc2 se nos escape, casi todo el mundo hoy en día admitiría la validez de la ecuación de Einstein debido a que ha sido demostrada innumerables veces en el mundo real. Al comienzo de su carrera, Einstein se vio ridiculizado e insultado. No fue sino hasta un eclipse total de sol ocurrido en 1919 cuando una expedición británica a la Isla Príncipe, frente a las costas del África Occidental, fue capaz de medir la desviación de la luz de las estrellas en concordancia con los principios de la relatividad general y así la teoría de Einstein había demostrado ser correcta. Desde entonces, sus teorías han sido aplicadas en el mundo físico: desde el tremendo poder de la fisión nuclear hasta el cálculo astronómico avanzado. El modelo del universo de Einstein es esencialmente correcto.
De manera similar, el budismo posee tanto una base teórica como científica. Nichiren reveló la ley de la vida, Nam-myoho-renge-kyo, transmitiéndosela a sus seguidores y futuras generaciones con una instrucción implícita: Aquí tienen la Ley; ahora compruébenla frente a las realidades de la vida y del universo. Vean si funciona siempre, bajo cualquier condición y circunstancia. Todos aquéllos que invoquen Nam-myoho-renge-kyo, por lo tanto, están llevando a cabo un experimento: determinar el poder y eficacia de esta ley dentro de sus propias vidas.
Pero, con el propósito de tener tal resultado... debemos simplemente invocar.
Podemos leer y hablar acerca de budismo, pero, al final, no tendremos más que teoría. La diferencia entre el estudio puramente teórico y la práctica budista es comparable a la diferencia entre estudiar minería y hacerse rico. Nunca podremos conocer la verdadera profundidad de Nam-myoho-renge-kyo hasta que lo experimentemos de manera directa. Para usar otra analogía: es un poco como querer explicarle el sabor del helado de frutilla a un nativo de un remoto desierto que jamás haya probado ni las frutillas ni el helado. Podríamos decirle que es húmedo, que es frío, cremoso, dulce... pero una definición verbal jamás será sustituta de la experiencia real de tomar helado de frutilla. En el budismo, al igual que en la vida, no existe sustituto que reemplace a la experiencia directa.
Con esta advertencia en mente, intentemos ahora una definición de Nam-myoho-renge-kyo.
Tal como vimos, esta “fórmula” está basada en el título del Sutra del Loto, el pináculo de las enseñanzas de Shakyamuni. El título está precedido por nam, proveniente de la palabra sánscrita namas (devocionarse uno mismo). Dentro del budismo, el título de un sutra posee gran significado. Tal como Nichiren escribió: “Incluido dentro de título, o daimoku, de Nam-myoho-renge-kyo se encuentra el sutra completo consistente en ocho volúmenes, treinta y ocho capítulos y 69.384 caracteres, sin que falte un sólo carácter.”
Al igual que los símbolos de la teoría especial de la relatividad de Einstein, cada uno de los caracteres de Nam-myoho-renge-kyo remite a una profunda verdad de la vida. Su significado detallado, según Nichiren, es el siguiente: Entonces, ¿qué significa myo? Es, sencillamente, la naturaleza mística de nuestra vida, a cada momento, que el corazón es incapaz de captar y que las palabras no pueden expresar. Cuando usted contempla su ichinen en cualquier instante, no percibe ningún color ni forma que le permitan confirmar que existe. Sin embargo, tampoco puede decir que no existe, pues todo el tiempo siente irrumpir en su mente los pensamientos más diversos. Este ichinen es una realidad insondable, que trasciende las palabras y los conceptos de existencia y de no-existencia. No es existencia y tampoco es no-existencia, pero exhibe las cualidades de ambas; es la realidad de todas las cosas, la entidad esencial. Myo es el nombre que recibe esta entidad mística de la vida, y ho es el que reciben sus funciones. (“Sobre el logro de la Budeidad”)
Como él explica, myo literalmente significa “místico”, o más allá de toda descripción, la realidad última de la vida, mientras que ho significa “todo fenómeno”. Puestos juntos, myoho indica que todos los fenómenos de la vida constituyen la expresión de la Ley.
Nichiren también enumera tres significados respecto del carácter myo:
El primer significado es “abrir” en el sentido que permite a una persona desarrollar su pleno potencial como ser humano. Otro significado de myo es “revivir”. Cuando es pronunciado, la ley mística posee el poder de revitalizar nuestra vida. El tercer significado es “estar dotado”: la ley mística nos dota de la buena fortuna que protege nuestra felicidad.
En otros escritos, Nichiren describe a myo como significando la muerte y ho a la vida.
Renge significa literalmente “flor de loto”, por lo tanto, el título del “Sutra del Loto”. El loto posee una profunda simbología en la tradición budista. En la naturaleza, la planta de loto genera flor y fruto al mismo tiempo, simbolizando así la simultaneidad de causa y efecto.
Sabemos (gracias al estudio del método científico) que la causa y el efecto subyacen en todo fenómeno. Todo posee sus causas y sus efectos. El Buda comprendió esto hace más de 2500 años. Pero dentro el budismo, la causa y el efecto poseen implicancias más profundas que las que aplicamos comúnmente: creamos causas a través del pensamiento, la palabra y la acción. Con cada causa que hacemos, un efecto se registra simultáneamente en las profundidades de la vida, y él se manifiesta cuando encuentra las circunstancias y el medio ambiente adecuados. Otro simbolismo de la flor de loto es que ella florece en los estanques lodosos, significando nuestra budeidad inherente que se abre paso y florece del “lodo” de nuestros deseos y problemas de cada día. De manera similar, la sociedad se parece a un estanque lodoso del cual los Budas emergen. Así, no importa qué difíciles sean nuestras vidas, cuán tremendas nuestras circunstancias, la flor de la budeidad puede invariablemente florecer.
Kyo significa “sutra” o “enseñanza”. Pero también puede ser interpretado como “sonido”. El Buda tradicionalmente enseñó a través de la palabra hablada en una época en la cual la escritura era considerada poco confiable y susceptible de distorsión y tergiversación. Se dice que “la voz lleva a cabo la tarea del Buda”, y existe un innegable poder en la persona que invoca Nam-myoho-renge-kyo. Uno experimenta una firme determinación y una fuerte voluntad a medida que nuestra rítmica invocación se fusiona con el ritmo mismo del universo.
Tomada en su conjunto, entonces, la frase Nam-myoho-renge-kyo podría ser traducida como “Me devociono yo mismo a la ley mística de la causa y el efecto a través del sonido.” Pero es vital tomar conciencia de que uno no necesita (al menos no es un requisito) traducir esta frase al castellano o concentrarse constantemente en su significado con el propósito de obtener beneficios de su invocación. Más aún, cuando comenzamos a practicar, puede resultarnos difícil entender todo, pero lo importante es simplemente invocar con sinceridad por los propios objetivos. Así, con una mente abierta, veamos qué pasa.
Invocar daimoku difiere de la concepción tradicional occidental de rezar. En lugar de rogarle a una fuerza externa para que nos solucione la vida, el budista moviliza sus propios recursos personales para enfrentar sus problemas. Podríamos comparar al invocar con bombear agua de un pozo: el de la budeidad que se encuentra en las profundidades de nuestra vida. Cuando uno invoca, un juramento o una determinación se toma forma. En lugar de “Deseo que esto y esto ocurra”, o bien “Señor, dame la fuerza para hacer que esto y esto ocurra”, la oración budista se parece más a “Haré que esto y esto otro ocurra” o “Me comprometo a hacer los siguientes cambios en mi vida de manera que esto y esto otro ocurra.”
CAMBIANDO NUESTRO KARMA
La mayoría de nosotros reconoce la validez de la causa y el efecto como regla general y la base del método científico moderno. Es fácil aceptar que toda causa tiene un efecto y que, todo lo que ocurre en la vida posee una serie de causas conectadas a una serie de efectos. Movemos la llave de la luz y la luz se enciende. Llueve y el techo gotea. Tendemos entonces a ver las diversas causas y efectos en términos lineales como una interminable cadena de causas y efectos. Pero, de acuerdo al budismo, la realidad de causa y efecto es mucho más sutil y compleja que eso.
El budismo sostiene que causa y efecto son, en esencia, simultáneos. En el instante en que creamos una causa, ya está contenido el efecto, como si fuera una semilla plantada en la profundidad de nuestras vidas. Pero si bien este efecto es plantado en el mismo instante en que la causa es creada, puede que no aparezca instantáneamente. El efecto sólo se manifiesta cuando aparecen las circunstancias adecuadas. Supongamos que una bellota cae al suelo y queda sepultada en él. Puede tomar décadas para que un poderoso roble manifieste el efecto completo de esta causa. Entonces, a pesar de que el efecto sea simultáneo, a pesar de que ha sido la causa para que crezca el roble, éste no crecerá sino hasta varios años más tarde. Mientras que el efecto último del roble estaba contenido en la bellota, le llevó años de lluvia y sol para alcanzar las circunstancias adecuadas y que el árbol creciera.
O, para tomar un ejemplo negativo, supongamos que uno come alimentos altos en contenido de colesterol durante un período de tiempo. Puede que tarde muchos años en aparecer los efectos destructivos, la arteriosclerosis y las enfermedades coronarias. Los seres humanos realizamos infinidad de causas cada día a través de nuestros pensamientos, palabras y acciones y, por cada causa, recibimos un efecto. Pero puede que este efecto también demore un largo tiempo en manifestarse.
El budismo, además, subdivide el concepto de causa y efecto en causas internas, causas externas, efectos latentes y efectos manifiestos.
Al respecto ha dicho Daisaku Ikeda:
Cada actividad vital sucede como resultado de algún estímulo exterior. Al mismo tiempo, la verdadera causa es la causa inherente dentro del ser humano. Para dar un ejemplo muy simple, si alguien te golpea y tú le devuelves el golpe, el primer golpe es el estímulo que lleva al segundo golpe, pero no es la causa última. Podrías argumentar que golpeaste a la persona porque ella te golpeó primero, pero de hecho lo golpeaste porque tú eres tú. La causa real yace dentro de ti, lista para ser activada por la causa externa.
Para desarrollar este ejemplo: tal vez en una edad temprana de nuestras vidas, aprendimos a estar enojados y a la defensiva a manera de instinto de protección frente al comportamiento de los demás. Puede que hayamos tenido algún hermano que nos agredía, y aprendimos de niños que la única manera de conseguir lo que queríamos era defendernos físicamente. Esta actitud interna de nuestra parte, esta predisposición a devolver el golpe, es lo que provoca que peguemos a alguien que nos pegó, no el mero hecho de haber sido golpeados. Se podría decir que es nuestro karma el responder de esta manera frente a esta situación.
El concepto de karma, una palabra sánscrita que originalmente significaba “acción”, ha jugado un rol fundamental en el pensamiento de la India, ya trescientos años antes de la época en que nació Shakyamuni.
Como vimos, existen tres tipos de acción kármica: pensamientos, palabras y acciones.
En su conjunto, estos tres tipos de acciones o causas realizados acumulativamente a lo largo de nuestra vida, conforman nuestro karma. En otras palabras, nuestro karma es el claro resultado de cada pequeña o gran causa que hemos hecho en nuestra vida (y en vidas pasadas, como veremos más adelante). El karma puede ser dividido en buen karma y mal karma, tal como las causas pueden ser caracterizadas como buenas y malas. Estas categorías se aplican a las tres formas de acción kármica: pensamiento, palabra y acción.
Por ejemplo, el ejercicio de la misericordia y de la benevolencia produce buen karma, mientras que actitudes negativas tales como la codicia o la ira y las acciones que estas emociones generan, producirán mal karma.
Nuestro karma es como una cuenta bancaria de efectos latentes que experimentaremos cuando nuestras vidas encuentren las condiciones ambientales adecuadas. Las buenas causas producirán efectos agradables y benéficos; las malas causas producirán sufrimiento. Nuestras acciones en el pasado ejercen influencia en nuestra existencia presente, mientras que nuestras acciones presentes configuran nuestro futuro.
El principio del karma, según Nichiren, es absolutamente preciso. No hay manera de escapar a nuestras acciones pasadas.
La ley de causa y efecto impregna nuestras vidas a través de las existencias pasadas, presentes y futuras. Nada es olvidado, borrado o perdido. Constituye un error el creer que podemos simplemente dejar nuestros problemas detrás e irnos a Hawai o algún otro paraíso tropical y vivir una vida libre de contratiempos. Llevamos nuestro karma a cuestas, como si fuera una mochila, dondequiera que vayamos. Todo, en el ámbito de nuestra existencia, es eternamente registrado en los niveles más profundos de nuestra vida.
Entonces, ¿no nos queda más opción que pasivamente aceptar y resignarnos a recibir los efectos de cual fuera el karma que forjamos en el pasado?
No. En el budismo creamos el karma con nuestras propias acciones y, por tanto, también tenemos el poder de cambiarlo. Ésta es la promesa que ofrece la práctica del budismo. Si bien, en teoría, todo lo que tendríamos que hacer para que nos vaya bien en la vida es realizar la mayor cantidad posible de buenas causas, en la mayoría de los casos tenemos muy poco control sobre las causas que hacemos. Tendemos a caer atrapados por la inquebrantable cadena de causas y efectos que es nuestro karma, y actuamos en consecuencia.
Pero cuando invocamos Nam-myoho-renge-kyo, comenzamos a iluminar los aspectos negativos de nuestro karma, y a ver nítidamente nuestras debilidades, así como los pasos que debemos dar para transformarnos a nosotros mismos y a nuestro destino. Nichiren utilizó la metáfora de un espejo para sugerir este proceso de autopercepción.
Hace más de setecientos años, escribió:
Lo mismo sucede en el caso de un Buda y un hombre común: no se trata de dos entidades separadas. Uno se llama “mortal común” mientras duda que la budeidad y su propia vida son una misma cosa; pero una vez que percibe esta verdad, puede llamarse “Buda”. Hasta un espejo percudido brilla como una gema, si se lo pule y se lo lustra.
Una mente nublada por las ilusiones que se originan en la oscuridad fundamental de la vida es como un espejo percudido, pero, cuando se la pule, se vuelve clara y refleja la iluminación de la verdad inmutable. Haga brotar una fe profunda y pula su espejo día y noche, con ahínco y esmero. ¿Cómo hacerlo? Sólo invocando Nam-myoho-renge-kyo, pues la invocación es, en sí, el acto de pulir. (“Sobre el logro de la Budeidad”)
Desde el punto de vista de la ley de causalidad, Nichiren afirmó que, invocar Nam-myoho-renge-kyo era la mejor causa que una persona podía llevar a cabo. Esto no significa que una persona que enfrenta un problema serio deba permanecer en su casa invocando día y noche, eso sería escapismo. Uno debería primero invocar para hacer surgir la sabiduría necesaria para enfrentar su problema y luego salir y llevar a cabo acciones precisas. Bajo la clara luz de la iluminación, no sólo nos comprendemos a nosotros mismos, sino que también podemos cambiarnos a nosotros mismos y alcanzar el más elevado plano de existencia.
En última instancia, invocamos Nam-myoho-renge-kyo para revelar nuestra budeidad, permitiéndonos percibir y comprender la ley del universo mientras que, al mismo tiempo, podemos ejercer la sabiduría para aplicar esa ley. Al igual que la bellota que contiene la semilla de un magnífico roble, cada ser humano posee la semilla de la iluminación en su interior. Como lo ha expresado Daisaku Ikeda: “Cuando usted invoca Nam-myoho-renge-kyo, llama a su naturaleza de Buda o el Nam-myoho-renge-kyo que se encuentra dentro suyo. Entonces, usted mismo es Buda.”
Cuando miramos a un cisne, parece que éste nadara sin esfuerzo, pero, bajo el agua, fuera de nuestra vista, sus patas reman incesantemente. De manera similar, el practicante budista posee una práctica diaria vigorosa que, si bien no carece de esfuerzo, facilita que las cosas salgan bien en su vida cotidiana, le permite encarar las dificultades de la vida con ecuanimidad y equilibrio. La iluminación o conciencia de la verdad universal que yace debajo de todo fenómeno, hace emerger los aspectos más nobles y elevados de la vida de un ser humano.
¿Cuál es esa práctica correcta del budismo que nos conduce a la iluminación?
Además de la sinfonía de cambios que se produce en el mundo que nos rodea, nuestra propia vida cambia momento a momento. Hasta la silla en la que estamos sentados está cambiando a nivel molecular, a pesar de que estos cambios sean imperceptibles para nosotros a simple vista. Este constante cambio o fluctuación, expresado bajo el concepto budista de “impermanencia”, es lo que origina el sufrimiento fundamental de la existencia humana. Tan sólo ocasionalmente, en ese flujo del diario vivir, quizás tan sólo por un fugaz momento, percibimos el ritmo subyacente, como una pulsación o zumbido, que todas las cosas poseen. Tales momentos de toma de conciencia y realización ocurren frecuentemente luego de experimentar una extraordinaria belleza y tranquilidad, por ejemplo, contemplando un bello paisaje. Ese momento también puede ocurrir en una situación límite, tal vez escalando una montaña, interpretando un difícil concierto o atajando un penal en un partido de fútbol. Cuando esto sucede, nos sentimos como si estuviéramos en un territorio especial, en la cual tanto el impredecible mundo exterior como nuestro turbulento mundo exterior emergen, el tiempo se suspende y de pronto sentimos que no hay nada que debamos hacer.
Pero... ¿cómo hacer que estos momentos surjan a nuestra voluntad? ¿Cómo podemos conectarnos con esta fuente de energía y sabiduría para que nuestras vidas y la vida del universo vibren con la misma magnífica armonía?
El maestro budista Nichiren, quien vivió en el siglo XIII, definió a este ritmo, este pulso subyacente de la vida, como Nam-myoho-renge-kyo. Nam-myoho-renge-kyo hace posible a cualquier persona tomar contacto con este ilimitado potencial, la más alta condición de vida, cada vez que lo desee. Denominamos a este estado elevado de vida la Budeidad. En los escritos de Nichiren Daishonin, la iluminación no es solamente una finalidad remota, una meta casi imposible de alcanzar que debemos perseguir vida tras vida sino que, en cambio, es una cualidad inherente, presente siempre en toda vida, sólo aguardando ser despertada en cualquier momento.
Según esta enseñanza budista, cada uno de nosotros posee el potencial de ser feliz. Es en nuestro interior que se encuentra la capacidad de vivir con coraje, de construir relaciones personales plenas y satisfactorias, de disfrutar de buena salud, de sentir misericordia por los demás y de enfrentar y resolver nuestros más profundos problemas. Para vivir esta vida de triunfo, el individuo debe atravesar por una transformación interior. Este proceso involucra la transformación misma de nuestra personalidad, lo que llamamos “revolución humana”.
Imaginemos la siguiente situación: Tal vez usted no se siente apreciado en su empleo. Puede que su jefe sea agresivo o, por el contrario, hasta lo ignore por completo. Luego de un tiempo, usted desarrolla una carga sobre sus espaldas. A pesar de que crea ser un experto en disimular sus negatividades, de vez en cuando no puede ocultarlas.
Puede que sus compañeros de trabajo o hasta el mismo jefe perciban que usted no está plenamente comprometido con su tarea, o tal vez sientan que usted tiene un problema de actitud. Por supuesto, puede que existan infinidad de justificaciones para que tener esa actitud, todas ellas “válidas”... pero cualquiera que fuera la razón, usted pierde oportunidades de avance por culpa de sus malas relaciones personales.
Esta es una situación muy frecuente en el medio ambiente laboral de hoy en día. Pero supongamos que comienza a trabajar sobre una nueva actitud que no es solamente un mero ajuste mental sino toda una visión proveniente de un profundo sentido de vitalidad, confianza y misericordia.
Su misericordia lo lleva a sentir simpatía por la situación de su jefe. Armado de la comprensión, comienza a tratar a su jefe de manera diferente, ofreciéndole su apoyo y, sintiéndose paralelamente, menos y menos desanimado frente a cualquier negatividad que él pueda mostrar hacia usted. Y su jefe comienza a verlo bajo una nueva luz. Las oportunidades comienzan a aparecer.
Obviamente, éste es un ejemplo muy simple, pero vivir cada día de esta manera requiere un cambio fundamental del propio corazón. Una vez que logramos este cambio, como si fuera una reacción en cadena, podemos obtener un impacto positivo continuo sobre la gente que nos rodea. El catalizador para experimentar esta revolución interior es la práctica del budismo tal cual la enseñó Nichiren, quien afirmó que se pueden alcanzar estos resultados de manera sencilla tan sólo invocando Nam-myoho-renge-kyo.
La práctica básica budista establecida por Nichiren, consiste en invocar la frase Nam-myoho-renge-kyo al Gohonzon, un pergamino inscripto con caracteres chinos y sánscritos. Invocamos Nam-myoho-renge-kyo para lograr la iluminación, por supuesto; pero también lo invocamos con el fin de alcanzar la felicidad, el crecimiento personal, mejorar nuestra salud o bien, de lograr metas mundanas tales como la situación laboral recién descrita. De hecho, invocamos por cualquier cosa que queramos: por un trabajo mejor, o por triunfar en el que ya tenemos. O por tener una pareja, o por mejorar y profundizar la relación que ya poseemos. Podemos invocar para salir de la depresión, o para dejar de tener sentimientos de desesperanza. De hecho, la mayor parte de los budistas invocan diariamente por una cantidad de cosas, desde mejorar su propio carácter a tener un medio ambiente más propicio.
Pero siempre, la oración budista está dirigida a manifestar la budeidad inherente, el más elevado estado de vida. ¿Cómo llegó Nichiren a descubrir esta fórmula tan concreta y eficaz para conseguir nuestros sueños?
Al igual que Shakyamuni antes que él, Nichiren deseaba conducir a las personas hacia la iluminación. En muchas escuelas de budismo, la iluminación parece ser algo remoto y el proceso de alcanzarla es sobrehumano, algo que sólo puede ser logrado luego de varias vidas de pacientes esfuerzos. Las prácticas tradicionales incluían severas austeridades, dietas y cambios en los estilos de vida. A lo largo de la historia, los practicantes budistas se han retirado de la vida mundana a los bosques, montañas y monasterios. Pero, hoy en día, abandonar el trabajo y la rutina diaria para asistir a un prolongado retiro no constituye una opción para la mayoría de nosotros. Ni tampoco es práctico para la mayor parte de las personas el dedicar largos períodos a la vida monástica, viajar a India, por ejemplo, una o dos veces al año. Nichiren, en el siglo XIII, halló una manera de acortar este camino.
NICHIREN Y EL SUTRA DEL LOTO
Desde que tenía doce años, Nichiren, hijo de un pescador, comenzó a estudiar los sutras, decidido a convertirse en “el hombre más sabio de todo Japón”. Nacido el 16 de febrero de 1222, vivió en una era de gran fermento religioso y conflicto político, en la que los señores feudales luchaban por obtener el poder y Japón estaba gobernado por los shogunes.
En esa época, el país padecía plagas, inestabilidad política, terremotos y la amenaza inminente de la invasión de los mongoles. A los dieciséis años, Nichiren fue ordenado como monje y emprendió un serio estudio comparado de las enseñanzas budistas -aparentemente contradictorias entre sí-, particularmente aquéllas de la secta Tendai, basadas en las enseñanzas del sabio chino T’ien T’ai ya mencionado. Nichiren también examinó las enseñanzas de la Tierra Pura y del Zen, que se habían difundido rápidamente durante el período de conflicto social que siguió a la decadencia de la aristocracia imperial y el surgimiento de la clase samurai. Las enseñanzas de la Tierra Pura (Nembutsu) se habían vuelto muy populares entre las personas comunes, mientras que el Zen era practicado por la clase samurai. Nichiren, no obstante, comprendió claramente que la mayoría de las personas seguían sin entrar en contacto con su naturaleza de Buda inherente y que, a pesar de aceptar esta idea en principio, carecían de la clave necesaria para activarla en sus vidas cotidianas.
Si bien Nichiren reconoció el gran logro de T’ien T’ai en clasificar los sutras y, en particular, en establecer como supremo al Sutra del Loto, se dio cuenta de que los métodos de meditación prescritos estaban más allá del alcance de las personas comunes. También notó que las vidas de los sacerdotes que se podían observar de las distintas sectas, desde los templos de Kioto hasta los monasterios del Monte Hiei, dejaban mucho que desear: eran corruptos, se habían degradado en su búsqueda de la fama y del beneficio personal y, eventualmente, buscaban el poder político y, por tanto, se habían alejado del pueblo. ¡No era de sorprender, entonces, que el budismo fuera incapaz de ayudar a las personas en encontrar la felicidad en sus vidas diarias!
El 28 de abril de 1253, Nichiren proclamó por primera vez Nam-myoho-renge-kyo como la única ley verdadera, oculta en las profundidades del Sutra del Loto. Visto desde un punto de vista formal, utilizó Myoho-renge-kyo (la forma japonesa de leer los caracteres del título del Sutra del Loto según la traducción de Kumarajiva del sánscrito al chino) para expresar el concepto de iluminación, añadiéndole el prefijo nam, que significa “devocionar a”. Pero desde una perspectiva más profunda, lo que Nichiren hizo fue hacer accesible a todas las personas la iluminación que había logrado Shakyamuni.
Esto constituyó un avance enorme en la historia del budismo, además del comienzo de una revolución en el concepto mismo de la religión.
El budismo de Nichiren no requiere del renunciamiento o supresión de los deseos humanos. Esto representó un cambio fundamental de perspectiva frente a otras sectas, que seguían insistiendo en la extinción de los deseos mundanos para poder lograr una más alta sabiduría. Nichiren afirmó que la fuente de todo deseo es la vida misma; mientras existe la vida, instintivamente deseamos vivir, tener amor, buscar beneficios, etc. Debido a que el deseo surge del fondo más profundo de la vida, éste es virtualmente indestructible. Aún la búsqueda de la iluminación constituye una clase de deseo.
La civilización ha avanzado debido a los instintos y deseos de hombres y mujeres. La búsqueda de la riqueza ha producido crecimiento económico. La voluntad de desafiar al frío invierno llevó al desarrollo de las ciencias naturales. El amor, un deseo humano básico, inspiró la literatura.
No sólo podemos concretar nuestros deseos a medida que cambiamos desde nuestro interior, sino que también los deseos mismos se transforman, se purifican y se vuelven más elevados. Y estos deseos nuestros funcionan como combustible, impulsándonos hacia nuestra iluminación. Los seguidores de Nichiren invocan día y noche por sus deseos personales así como también por su propia iluminación y la paz de mundo. Este proceso de revolución humana -la transformación de los deseos- se encuentra íntimamente ligado a la transformación del medio ambiente. Los budistas trabajan incansablemente para traer paz y armonía a sus trabajos, familias y comunidades, mientras se esfuerzan tenazmente por manifestar la ley universal en su propio interior.
No es necesario ir hasta la cima de una montaña: los practicantes del budismo escalan la montaña de la iluminación a través de su práctica realizada en sus propios hogares y lugares donde viven y actúan como personas comunes.
La práctica del budismo de Nichiren Daishonin dista mucho de ser una forma pasiva de meditación, sino que, en cambio, constituye la expresión dinámica de la mente y el espíritu. Los resultados se manifiestan en la propia vida de maneras tanto sutiles como también muy evidentes.
En muchas formas de meditación, se hace difícil discernir si se está meditando correctamente o no, fácilmente se pierde el enfoque en la respiración, o el mantra utilizado. La mente puede distraerse fácilmente debido a las preocupaciones, fantasías y otro sinnúmero de pensamientos. En contraste, Nam-myoho-renge-kyo es un ritmo fuerte y poderoso que rápidamente se establece en nuestras vidas.
Puede resultar extraño al comienzo, pero es algo indudablemente concreto. Cualquiera puede comprobarlo y llevarlo a la práctica. Y cuando uno lo ha hecho, ya ha dado un paso significativo en el camino hacia la iluminación.
¿CÓMO FUNCIONA NAM-MYOHO-RENGE-KYO?
La pregunta que inmediatamente surge es... “¿Cómo repitiendo una frase que apenas entiendo lo que significa, puede surtir algún efecto positivo o negativo en mi vida?” La analogía que frecuentemente se utiliza es comparar a Nam-myoho-renge-kyo a la leche.
Un bebé es alimentado por la leche materna y, más tarde, por la de vaca, durante mucho tiempo antes de que él o ella comprendan que significa “leche”. Los beneficios nutricionales son intrínsecos a la leche.
Para usar otro ejemplo, no necesitamos saber cómo funciona un automóvil para conducirlo y que nos lleve a cualquier parte. Si bien no nos haría mal aprender algo de mecánica, del mismo modo el estudio forma parte importante de nuestra práctica budista. Pero lo importante aquí es tomar conciencia de que la invocación de Nam-myoho-renge-kyo funciona, entendámosla o no, creamos en ella o no. De hecho, muchas personas comienzan a invocar Nam-myoho-renge-kyo con la expresa intención de demostrarle a quien le transmitió la Ley que ésta no funciona e, invariablemente, se ven sorprendidos cuando comprueban que sí funciona. Nam-myoho-renge-kyo funciona para todo el mundo, jóvenes o ancianos, ricos o pobres, escépticos o creyentes, ignorantes o sabios, africanos o asiáticos.
Según el budismo de Nichiren, Nam-myoho-renge-kyo es la ley del universo, y a través de invocarlo estamos revelando la ley en nuestras propias vidas, colocándonos en armonía o ritmo con el universo. La palabra “ley” es aquí utilizada en el sentido científico, tal como la ley de gravedad. Debido a que la ley de gravedad es una ley de a vida, nos afecta tanto si la comprendemos como si no. Si saltáramos del borde de un precipicio antes de 1666, cuando Isaac Newton formuló esta ley, igual sufriríamos las consecuencias de la gravedad. Nam-myoho-renge-kyo también es una ley de la vida, afirmó Nichiren; es más: es la ley de la vida. ¿Cómo es esto?
Para comenzar a comprender este punto, podría ser útil considerar a Nam-myoho-renge-kyo a la luz de la teoría de la relatividad de Einstein, expresada por la famosa ecuación E=mc2. Esto constituye el cimiento de nuestra actual visión del cosmos. Pero... ¿realmente lo entendemos? Sabemos que E simboliza energía y m es masa. La masa es multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado, o sea c2. A pesar de que gran parte de la gente puede tener una vaga noción de qué es lo que estos términos significan, todos estamos conscientes de que ellos representan conceptos de física y matemáticas que, si bien algo abstractos, se relacionan con las realidades de tiempo, espacio, energía y materia de nuestro mundo. La misma verdad es aplicable a cada uno de los caracteres de Nam-myoho-renge-kyo.
A pesar de que el significado de E=mc2 se nos escape, casi todo el mundo hoy en día admitiría la validez de la ecuación de Einstein debido a que ha sido demostrada innumerables veces en el mundo real. Al comienzo de su carrera, Einstein se vio ridiculizado e insultado. No fue sino hasta un eclipse total de sol ocurrido en 1919 cuando una expedición británica a la Isla Príncipe, frente a las costas del África Occidental, fue capaz de medir la desviación de la luz de las estrellas en concordancia con los principios de la relatividad general y así la teoría de Einstein había demostrado ser correcta. Desde entonces, sus teorías han sido aplicadas en el mundo físico: desde el tremendo poder de la fisión nuclear hasta el cálculo astronómico avanzado. El modelo del universo de Einstein es esencialmente correcto.
De manera similar, el budismo posee tanto una base teórica como científica. Nichiren reveló la ley de la vida, Nam-myoho-renge-kyo, transmitiéndosela a sus seguidores y futuras generaciones con una instrucción implícita: Aquí tienen la Ley; ahora compruébenla frente a las realidades de la vida y del universo. Vean si funciona siempre, bajo cualquier condición y circunstancia. Todos aquéllos que invoquen Nam-myoho-renge-kyo, por lo tanto, están llevando a cabo un experimento: determinar el poder y eficacia de esta ley dentro de sus propias vidas.
Pero, con el propósito de tener tal resultado... debemos simplemente invocar.
Podemos leer y hablar acerca de budismo, pero, al final, no tendremos más que teoría. La diferencia entre el estudio puramente teórico y la práctica budista es comparable a la diferencia entre estudiar minería y hacerse rico. Nunca podremos conocer la verdadera profundidad de Nam-myoho-renge-kyo hasta que lo experimentemos de manera directa. Para usar otra analogía: es un poco como querer explicarle el sabor del helado de frutilla a un nativo de un remoto desierto que jamás haya probado ni las frutillas ni el helado. Podríamos decirle que es húmedo, que es frío, cremoso, dulce... pero una definición verbal jamás será sustituta de la experiencia real de tomar helado de frutilla. En el budismo, al igual que en la vida, no existe sustituto que reemplace a la experiencia directa.
Con esta advertencia en mente, intentemos ahora una definición de Nam-myoho-renge-kyo.
Tal como vimos, esta “fórmula” está basada en el título del Sutra del Loto, el pináculo de las enseñanzas de Shakyamuni. El título está precedido por nam, proveniente de la palabra sánscrita namas (devocionarse uno mismo). Dentro del budismo, el título de un sutra posee gran significado. Tal como Nichiren escribió: “Incluido dentro de título, o daimoku, de Nam-myoho-renge-kyo se encuentra el sutra completo consistente en ocho volúmenes, treinta y ocho capítulos y 69.384 caracteres, sin que falte un sólo carácter.”
Al igual que los símbolos de la teoría especial de la relatividad de Einstein, cada uno de los caracteres de Nam-myoho-renge-kyo remite a una profunda verdad de la vida. Su significado detallado, según Nichiren, es el siguiente: Entonces, ¿qué significa myo? Es, sencillamente, la naturaleza mística de nuestra vida, a cada momento, que el corazón es incapaz de captar y que las palabras no pueden expresar. Cuando usted contempla su ichinen en cualquier instante, no percibe ningún color ni forma que le permitan confirmar que existe. Sin embargo, tampoco puede decir que no existe, pues todo el tiempo siente irrumpir en su mente los pensamientos más diversos. Este ichinen es una realidad insondable, que trasciende las palabras y los conceptos de existencia y de no-existencia. No es existencia y tampoco es no-existencia, pero exhibe las cualidades de ambas; es la realidad de todas las cosas, la entidad esencial. Myo es el nombre que recibe esta entidad mística de la vida, y ho es el que reciben sus funciones. (“Sobre el logro de la Budeidad”)
Como él explica, myo literalmente significa “místico”, o más allá de toda descripción, la realidad última de la vida, mientras que ho significa “todo fenómeno”. Puestos juntos, myoho indica que todos los fenómenos de la vida constituyen la expresión de la Ley.
Nichiren también enumera tres significados respecto del carácter myo:
El primer significado es “abrir” en el sentido que permite a una persona desarrollar su pleno potencial como ser humano. Otro significado de myo es “revivir”. Cuando es pronunciado, la ley mística posee el poder de revitalizar nuestra vida. El tercer significado es “estar dotado”: la ley mística nos dota de la buena fortuna que protege nuestra felicidad.
En otros escritos, Nichiren describe a myo como significando la muerte y ho a la vida.
Renge significa literalmente “flor de loto”, por lo tanto, el título del “Sutra del Loto”. El loto posee una profunda simbología en la tradición budista. En la naturaleza, la planta de loto genera flor y fruto al mismo tiempo, simbolizando así la simultaneidad de causa y efecto.
Sabemos (gracias al estudio del método científico) que la causa y el efecto subyacen en todo fenómeno. Todo posee sus causas y sus efectos. El Buda comprendió esto hace más de 2500 años. Pero dentro el budismo, la causa y el efecto poseen implicancias más profundas que las que aplicamos comúnmente: creamos causas a través del pensamiento, la palabra y la acción. Con cada causa que hacemos, un efecto se registra simultáneamente en las profundidades de la vida, y él se manifiesta cuando encuentra las circunstancias y el medio ambiente adecuados. Otro simbolismo de la flor de loto es que ella florece en los estanques lodosos, significando nuestra budeidad inherente que se abre paso y florece del “lodo” de nuestros deseos y problemas de cada día. De manera similar, la sociedad se parece a un estanque lodoso del cual los Budas emergen. Así, no importa qué difíciles sean nuestras vidas, cuán tremendas nuestras circunstancias, la flor de la budeidad puede invariablemente florecer.
Kyo significa “sutra” o “enseñanza”. Pero también puede ser interpretado como “sonido”. El Buda tradicionalmente enseñó a través de la palabra hablada en una época en la cual la escritura era considerada poco confiable y susceptible de distorsión y tergiversación. Se dice que “la voz lleva a cabo la tarea del Buda”, y existe un innegable poder en la persona que invoca Nam-myoho-renge-kyo. Uno experimenta una firme determinación y una fuerte voluntad a medida que nuestra rítmica invocación se fusiona con el ritmo mismo del universo.
Tomada en su conjunto, entonces, la frase Nam-myoho-renge-kyo podría ser traducida como “Me devociono yo mismo a la ley mística de la causa y el efecto a través del sonido.” Pero es vital tomar conciencia de que uno no necesita (al menos no es un requisito) traducir esta frase al castellano o concentrarse constantemente en su significado con el propósito de obtener beneficios de su invocación. Más aún, cuando comenzamos a practicar, puede resultarnos difícil entender todo, pero lo importante es simplemente invocar con sinceridad por los propios objetivos. Así, con una mente abierta, veamos qué pasa.
Invocar daimoku difiere de la concepción tradicional occidental de rezar. En lugar de rogarle a una fuerza externa para que nos solucione la vida, el budista moviliza sus propios recursos personales para enfrentar sus problemas. Podríamos comparar al invocar con bombear agua de un pozo: el de la budeidad que se encuentra en las profundidades de nuestra vida. Cuando uno invoca, un juramento o una determinación se toma forma. En lugar de “Deseo que esto y esto ocurra”, o bien “Señor, dame la fuerza para hacer que esto y esto ocurra”, la oración budista se parece más a “Haré que esto y esto otro ocurra” o “Me comprometo a hacer los siguientes cambios en mi vida de manera que esto y esto otro ocurra.”
CAMBIANDO NUESTRO KARMA
La mayoría de nosotros reconoce la validez de la causa y el efecto como regla general y la base del método científico moderno. Es fácil aceptar que toda causa tiene un efecto y que, todo lo que ocurre en la vida posee una serie de causas conectadas a una serie de efectos. Movemos la llave de la luz y la luz se enciende. Llueve y el techo gotea. Tendemos entonces a ver las diversas causas y efectos en términos lineales como una interminable cadena de causas y efectos. Pero, de acuerdo al budismo, la realidad de causa y efecto es mucho más sutil y compleja que eso.
El budismo sostiene que causa y efecto son, en esencia, simultáneos. En el instante en que creamos una causa, ya está contenido el efecto, como si fuera una semilla plantada en la profundidad de nuestras vidas. Pero si bien este efecto es plantado en el mismo instante en que la causa es creada, puede que no aparezca instantáneamente. El efecto sólo se manifiesta cuando aparecen las circunstancias adecuadas. Supongamos que una bellota cae al suelo y queda sepultada en él. Puede tomar décadas para que un poderoso roble manifieste el efecto completo de esta causa. Entonces, a pesar de que el efecto sea simultáneo, a pesar de que ha sido la causa para que crezca el roble, éste no crecerá sino hasta varios años más tarde. Mientras que el efecto último del roble estaba contenido en la bellota, le llevó años de lluvia y sol para alcanzar las circunstancias adecuadas y que el árbol creciera.
O, para tomar un ejemplo negativo, supongamos que uno come alimentos altos en contenido de colesterol durante un período de tiempo. Puede que tarde muchos años en aparecer los efectos destructivos, la arteriosclerosis y las enfermedades coronarias. Los seres humanos realizamos infinidad de causas cada día a través de nuestros pensamientos, palabras y acciones y, por cada causa, recibimos un efecto. Pero puede que este efecto también demore un largo tiempo en manifestarse.
El budismo, además, subdivide el concepto de causa y efecto en causas internas, causas externas, efectos latentes y efectos manifiestos.
Al respecto ha dicho Daisaku Ikeda:
Cada actividad vital sucede como resultado de algún estímulo exterior. Al mismo tiempo, la verdadera causa es la causa inherente dentro del ser humano. Para dar un ejemplo muy simple, si alguien te golpea y tú le devuelves el golpe, el primer golpe es el estímulo que lleva al segundo golpe, pero no es la causa última. Podrías argumentar que golpeaste a la persona porque ella te golpeó primero, pero de hecho lo golpeaste porque tú eres tú. La causa real yace dentro de ti, lista para ser activada por la causa externa.
Para desarrollar este ejemplo: tal vez en una edad temprana de nuestras vidas, aprendimos a estar enojados y a la defensiva a manera de instinto de protección frente al comportamiento de los demás. Puede que hayamos tenido algún hermano que nos agredía, y aprendimos de niños que la única manera de conseguir lo que queríamos era defendernos físicamente. Esta actitud interna de nuestra parte, esta predisposición a devolver el golpe, es lo que provoca que peguemos a alguien que nos pegó, no el mero hecho de haber sido golpeados. Se podría decir que es nuestro karma el responder de esta manera frente a esta situación.
El concepto de karma, una palabra sánscrita que originalmente significaba “acción”, ha jugado un rol fundamental en el pensamiento de la India, ya trescientos años antes de la época en que nació Shakyamuni.
Como vimos, existen tres tipos de acción kármica: pensamientos, palabras y acciones.
En su conjunto, estos tres tipos de acciones o causas realizados acumulativamente a lo largo de nuestra vida, conforman nuestro karma. En otras palabras, nuestro karma es el claro resultado de cada pequeña o gran causa que hemos hecho en nuestra vida (y en vidas pasadas, como veremos más adelante). El karma puede ser dividido en buen karma y mal karma, tal como las causas pueden ser caracterizadas como buenas y malas. Estas categorías se aplican a las tres formas de acción kármica: pensamiento, palabra y acción.
Por ejemplo, el ejercicio de la misericordia y de la benevolencia produce buen karma, mientras que actitudes negativas tales como la codicia o la ira y las acciones que estas emociones generan, producirán mal karma.
Nuestro karma es como una cuenta bancaria de efectos latentes que experimentaremos cuando nuestras vidas encuentren las condiciones ambientales adecuadas. Las buenas causas producirán efectos agradables y benéficos; las malas causas producirán sufrimiento. Nuestras acciones en el pasado ejercen influencia en nuestra existencia presente, mientras que nuestras acciones presentes configuran nuestro futuro.
El principio del karma, según Nichiren, es absolutamente preciso. No hay manera de escapar a nuestras acciones pasadas.
La ley de causa y efecto impregna nuestras vidas a través de las existencias pasadas, presentes y futuras. Nada es olvidado, borrado o perdido. Constituye un error el creer que podemos simplemente dejar nuestros problemas detrás e irnos a Hawai o algún otro paraíso tropical y vivir una vida libre de contratiempos. Llevamos nuestro karma a cuestas, como si fuera una mochila, dondequiera que vayamos. Todo, en el ámbito de nuestra existencia, es eternamente registrado en los niveles más profundos de nuestra vida.
Entonces, ¿no nos queda más opción que pasivamente aceptar y resignarnos a recibir los efectos de cual fuera el karma que forjamos en el pasado?
No. En el budismo creamos el karma con nuestras propias acciones y, por tanto, también tenemos el poder de cambiarlo. Ésta es la promesa que ofrece la práctica del budismo. Si bien, en teoría, todo lo que tendríamos que hacer para que nos vaya bien en la vida es realizar la mayor cantidad posible de buenas causas, en la mayoría de los casos tenemos muy poco control sobre las causas que hacemos. Tendemos a caer atrapados por la inquebrantable cadena de causas y efectos que es nuestro karma, y actuamos en consecuencia.
Pero cuando invocamos Nam-myoho-renge-kyo, comenzamos a iluminar los aspectos negativos de nuestro karma, y a ver nítidamente nuestras debilidades, así como los pasos que debemos dar para transformarnos a nosotros mismos y a nuestro destino. Nichiren utilizó la metáfora de un espejo para sugerir este proceso de autopercepción.
Hace más de setecientos años, escribió:
Lo mismo sucede en el caso de un Buda y un hombre común: no se trata de dos entidades separadas. Uno se llama “mortal común” mientras duda que la budeidad y su propia vida son una misma cosa; pero una vez que percibe esta verdad, puede llamarse “Buda”. Hasta un espejo percudido brilla como una gema, si se lo pule y se lo lustra.
Una mente nublada por las ilusiones que se originan en la oscuridad fundamental de la vida es como un espejo percudido, pero, cuando se la pule, se vuelve clara y refleja la iluminación de la verdad inmutable. Haga brotar una fe profunda y pula su espejo día y noche, con ahínco y esmero. ¿Cómo hacerlo? Sólo invocando Nam-myoho-renge-kyo, pues la invocación es, en sí, el acto de pulir. (“Sobre el logro de la Budeidad”)
Desde el punto de vista de la ley de causalidad, Nichiren afirmó que, invocar Nam-myoho-renge-kyo era la mejor causa que una persona podía llevar a cabo. Esto no significa que una persona que enfrenta un problema serio deba permanecer en su casa invocando día y noche, eso sería escapismo. Uno debería primero invocar para hacer surgir la sabiduría necesaria para enfrentar su problema y luego salir y llevar a cabo acciones precisas. Bajo la clara luz de la iluminación, no sólo nos comprendemos a nosotros mismos, sino que también podemos cambiarnos a nosotros mismos y alcanzar el más elevado plano de existencia.
En última instancia, invocamos Nam-myoho-renge-kyo para revelar nuestra budeidad, permitiéndonos percibir y comprender la ley del universo mientras que, al mismo tiempo, podemos ejercer la sabiduría para aplicar esa ley. Al igual que la bellota que contiene la semilla de un magnífico roble, cada ser humano posee la semilla de la iluminación en su interior. Como lo ha expresado Daisaku Ikeda: “Cuando usted invoca Nam-myoho-renge-kyo, llama a su naturaleza de Buda o el Nam-myoho-renge-kyo que se encuentra dentro suyo. Entonces, usted mismo es Buda.”