CAMBIANDO NUESTRO KARMA (en sánscrito: कर्म).
La mayoría de nosotros
reconoce la validez de la causa y el efecto como regla general y la base del
método científico moderno. Es fácil aceptar que toda causa tiene un efecto y
que, todo lo que ocurre en la vida posee una serie de causas conectadas a una
serie de efectos.
Movemos la llave de la
luz y la luz se enciende. Llueve y el techo gotea. Tendemos entonces a ver las
diversas causas y efectos en términos lineales como una interminable cadena de
causas y efectos. Pero, de acuerdo al budismo, la realidad de causa y efecto es
mucho más sutil y compleja que eso.
El budismo sostiene que causa y efecto son, en esencia,
simultáneos. En el instante en que creamos una causa, ya está contenido el
efecto, como si fuera una semilla plantada en la profundidad de nuestras vidas.
Pero si bien este efecto es plantado en el mismo instante en que la causa es
creada, puede que no aparezca instantáneamente. El efecto sólo se manifiesta
cuando aparecen las circunstancias adecuadas.
Supongamos que una
bellota cae al suelo y queda sepultada en él. Puede tomar décadas para que un
poderoso roble manifieste el efecto completo de esta causa. Entonces, a pesar
de que el efecto sea simultáneo, a pesar de que ha sido la causa para que
crezca el roble, éste no crecerá sino hasta varios años más tarde. Mientras que
el efecto último del roble estaba contenido en la bellota, le llevó años de
lluvia y sol para alcanzar las circunstancias adecuadas y que el árbol
creciera. O, para tomar un ejemplo negativo, supongamos que uno come alimentos
altos en contenido de colesterol durante un período de tiempo. Puede que tarde
muchos años en aparecer los efectos destructivos, la arteriosclerosis y las
enfermedades coronarias. Los seres humanos realizamos infinidad de causas cada
día a través de nuestros pensamientos, palabras y acciones y, por cada causa,
recibimos un efecto. Pero puede que este efecto también demore un largo tiempo
en manifestarse.
El budismo, subdivide el concepto de causa y efecto en
causas internas, causas externas, efectos latentes y efectos manifiestos.
Al respecto ha dicho
Daisaku Ikeda:
Cada actividad vital
sucede como resultado de algún estímulo exterior. Al mismo tiempo, la verdadera
causa es la causa inherente dentro del ser humano. Para dar un ejemplo muy
simple, si alguien te golpea y tú le devuelves el golpe, el primer golpe es el
estímulo que lleva al segundo golpe, pero no es la causa última. Podrías
argumentar que golpeaste a la persona porque ella te golpeó primero, pero de
hecho lo golpeaste porque tú eres tú. La
causa real yace dentro de ti, lista para ser activada por la causa externa.
Para desarrollar este
ejemplo: tal vez en una edad temprana de nuestras vidas, aprendimos a estar
enojados y a la defensiva a manera de instinto de protección frente al
comportamiento de los demás. Puede que hayamos tenido algún hermano que nos
agredía, y aprendimos de niños que la única manera de conseguir lo que
queríamos era defendernos físicamente. Esta actitud interna de nuestra parte,
esta predisposición a devolver el golpe, es lo que provoca que peguemos a
alguien que nos pegó, no el mero hecho de haber sido golpeados. Se podría decir
que es nuestro karma el responder de esta manera frente a esta situación.
El concepto de karma,
una palabra sánscrita que originalmente significaba “acción”, ha jugado un rol
fundamental en el pensamiento de la India, ya trescientos años antes de la
época en que nació Shakyamuni. Como vimos, existen tres tipos de acción
kármica: pensamientos, palabras y acciones.
En su conjunto, estos
tres tipos de acciones o causas realizados acumulativamente a lo largo de
nuestra vida, conforman nuestro karma. En otras palabras, nuestro karma es el claro resultado de cada pequeña o gran causa que
hemos hecho en nuestra vida y en vidas pasadas.
El karma puede ser
dividido en buen karma y mal karma, tal como las causas pueden ser
caracterizadas como buenas y malas. Estas categorías se aplican a las tres
formas de acción kármica: pensamiento, palabra y acción. Por ejemplo, el
ejercicio de la misericordia y de la benevolencia produce buen karma, mientras
que actitudes negativas tales como la codicia o la ira -y las acciones que
estas emociones generan- producirán mal karma.
Nuestro karma es como
una cuenta bancaria de efectos latentes que experimentaremos cuando nuestras
vidas encuentren las condiciones ambientales adecuadas. Las buenas causas
producirán efectos agradables y benéficos; las malas causas producirán
sufrimiento. Nuestras acciones en el pasado ejercen influencia en nuestra
existencia presente, mientras que nuestras acciones presentes configuran
nuestro futuro.
El principio del karma,
según Nichiren, es absolutamente preciso. No hay manera de escapar a nuestras
acciones pasadas. La ley de causa y efecto impregna nuestras vidas a través de
las existencias pasadas, presentes y futuras. Nada es olvidado, borrado o
perdido. Constituye un error el creer que podemos simplemente dejar nuestros
problemas detrás e irnos a Hawai o algún otro paraíso tropical y vivir una vida
libre de contratiempos.
Llevamos nuestro karma a cuestas, como si fuera una
mochila, dondequiera que vayamos. Todo, en el ámbito de
nuestra existencia, es eternamente registrado en los niveles más profundos de
nuestra vida. Entonces, ¿no nos queda más opción que pasivamente aceptar y
resignarnos a recibir los efectos de cual fuera el karma que forjamos en el
pasado?
No. En el budismo creamos el karma con
nuestras propias acciones y, por tanto, también tenemos el poder de cambiarlo.
Ésta es la promesa que ofrece la práctica del budismo. Si bien, en teoría, todo
lo que tendríamos que hacer para que nos vaya bien en la vida es realizar la
mayor cantidad posible de buenas causas, en la mayoría de los casos tenemos muy
poco control sobre las causas que hacemos. Tendemos a caer atrapados por la
inquebrantable cadena de causas y efectos que es nuestro karma, y actuamos en
consecuencia.
Pero cuando invocamos Nam-myoho-renge-kyo, comenzamos a
iluminar los aspectos negativos de nuestro karma, y a ver nítidamente nuestras
debilidades, así como los pasos que debemos dar para transformarnos a nosotros
mismos y a nuestro destino.
Nichiren utilizó la
metáfora de un espejo para sugerir este proceso de autopercepción. Hace más de
setecientos años, escribió:
Lo mismo sucede en el
caso de un Buda y un hombre común: no se trata de dos entidades separadas. Uno
se llama “mortal común” mientras duda que la budeidad y su propia vida son una
misma cosa; pero una vez que percibe esta verdad, puede llamarse “Buda”. Hasta
un espejo percudido brilla como una gema, si se lo pule y se lo lustra. Una
mente nublada por las ilusiones que se originan en la oscuridad fundamental de
la vida es como un espejo percudido, pero, cuando se la pule, se vuelve clara y
refleja la iluminación de la verdad inmutable. Haga brotar una fe profunda y
pula su espejo día y noche, con ahínco y esmero. ¿Cómo hacerlo? Sólo invocando
Nam-myoho-renge-kyo, pues la invocación es, en sí, el acto de pulir. (“Sobre el logro de la Budeidad”)
Desde el punto de vista
de la ley de causalidad, Nichiren afirmó que, invocar Nam-myoho-renge-kyo era
la mejor causa que una persona podía llevar a cabo. Esto no significa que una
persona que enfrenta un problema serio deba permanecer en su casa invocando día
y noche, eso sería escapismo. Uno debería primero invocar para hacer surgir la
sabiduría necesaria para enfrentar su problema y luego salir y llevar a cabo
acciones precisas. Bajo la clara luz de la iluminación, no sólo nos
comprendemos a nosotros mismos, sino que también podemos cambiarnos a nosotros mismos y alcanzar el más elevado plano de
existencia.
En última instancia,
invocamos Nam-myoho-renge-kyo para revelar nuestra budeidad, permitiéndonos
percibir y comprender la ley del universo mientras que, al mismo tiempo,
podemos ejercer la sabiduría para aplicar esa ley. Al igual que la bellota que
contiene la semilla de un magnífico roble, cada
ser humano posee la semilla de la iluminación en su interior. Como lo ha
expresado Daisaku Ikeda: “Cuando usted invoca Nam-myoho-renge-kyo, llama a su
naturaleza de Buda o el Nam-myoho-renge-kyo que se encuentra dentro suyo.
Entonces, usted mismo es Buda.”