La vida está plagada de dolor y sufrimiento.
Sin embargo, toda vida grandiosa se construye en la medida que se enfrentan adversidades. Nadie en la historia ha logrado algo descollante sin experimentar algún tipo de dolor o de crisis.
El doctor José V. Abueva, ex presidente de la Universidad de Filipinas, es un testimonio vivo de esta verdad.
Cuando tenía dieciséis años, hace ya casi medio siglo, tuvo que ir en busca de sus padres en bote; estos habían caído prisioneros de las fuerzas armadas japonesas que habían ocupado Filipinas.
Los militares japoneses habían estado tras el padre de José Abueva durante mucho tiempo. Luego de permanecer escondida durante un año en las montañas junto a las fuerzas guerrilleras, la familia Abueva fue finalmente capturada, a excepción de José y de su hermano Napoleón (Billy).
Aquel se convertiría en un periplo doloroso. Cuando los jóvenes arribaron al pueblo donde Teodoro y Purificación habían sido trasladados, comprobaron que los soldados japoneses habían desaparecido de los alrededores, ahuyentados por la noticia de que los Estados Unidos ocuparían nuevamente las islas. José Abueva oraba por un milagro: encontrar a sus padres con vida.
Así pues, escaló la colina. Bajo un cielo azul, el Sol ardía sin clemencia. Avanzó hasta un claro circundado de arbustos. De pronto, un olor rancio invadió sus sentidos y fue volviéndose más intenso a medida que se acercaba al lugar del hecho.
A pesar del horroroso momento, José Abueva no lloró. Estaba tan exhausto física y emocionalmente, que ya no le quedaban lágrimas. Desvió su mirada hacia el brillante mar que se extendía en dirección a Mindanao, y un torrente de pensamientos inundó su mente.
El doctor José Abueva escribe: "Aunque eso ocurrió hace medio siglo, lo conservo grabado nítidamente. Jamás podré olvidarlo".
A pesar de todo, el doctor Abueva no alberga vestigios de amargura. Una vez, cuando estaba de visita en Tokio dijo: "Nuestros padres fueron asesinados por soldados japoneses, pero ninguno de los siete hijos guarda resentimiento alguno hacia el Japón. Me agradan los japoneses. Creo que tanto el pueblo nipón como el filipino comparte el mismo amor por la paz".
Quedé admirado al escuchar sus palabras. A pesar de su terrible sufrimiento, mantuvo en alto las más nobles convicciones. Es un ser humano de corazón magnánimo. ¡Qué diferente de aquellos que asesinaron a personas inocentes y honradas! ¿Por qué hay tantos japoneses incapaces de manifestar respeto hacia sus vecinos asiáticos? ¿Por qué no se dan cuenta de que su arrogancia es objeto de desprecio? Y, aún, la violencia y la explotación prosiguen en nuestros días en la forma económica.
El doctor Abueva ha desempeñado diversas funciones en Nepal, Tailandia, Estados Unidos y Japón, alentado siempre por el preciado recuerdo de sus amados padres.
El académico filipino recuerda: "La mayor ironía de mi vida ocurrió cuando fui seleccionado para prestar servicios en la Universidad de las Naciones Unidas, en Tokio". Durante ocho años, vivió con su esposa y su familia en el país que había dado muerte a sus padres y, durante todo ese tiempo, trabajó como embajador de la amistad, con un corazón tan amplio como el océano.
En 1987, fue elegido presidente de la Universidad de Filipinas. En esa ocasión, el doctor Abueva declaró: "A lo largo de la historia, ha habido muchos líderes de la guerra, pero pocos líderes de la paz. Mi decisión es contribuir a cambiar eso."
Una de las preocupaciones del doctor Abueva era que los estudiantes de su universidad adquirieran conciencia de su responsabilidad social y que tomasen el liderazgo en la búsqueda de soluciones para los problemas del país.
Como presidente, dedicó especiales esfuerzos a la creación de la Casa de la Paz, consagrada al intercambio internacional, tal vez para cristalizar el voto de contribuir a la paz que se había hecho de joven.
En mayo de 1993, el doctor Abueva, al invitarme al acto de apertura oficial de la Casa de la Paz, manifestó su deseo de que ese centro se convirtiera en un símbolo de la amistad entre las Filipinas y el Japón.