LA BELLEZA ESTA EN EL INTERIOR DE CADA UNO. FELICIDAD ABSOLUTA.
De las cosas que sí importan
“Vaya cara de vinagre que tengo esta mañana y lo mal que estoy tratando a mis compañeros... Si anoche me acosté tan alegre... ¿Qué ha ocurrido desde que me he levantado para disgustarme tanto...? Ahora que lo pienso... me he pesado y no he perdido ni un gramo esta semana... pero ¿eso puede amargarme el día? ¡Qué ridículo me siento! Y todo para presumir en la playa... porque sólo me sobran 3 kilitos...”
Este ejemplo es, sin duda, un poco trivial y sin embargo, puede ayudarnos a comprender como algo, aparentemente sin mucha importancia, puede, como suele decirse, arruinarnos el día y hasta la vida.
El “problema” no radica tanto en el hecho en sí, como en nuestra relación con el mismo. Las cosas por las que sufrimos y en las que vemos verdaderas tragedias, si tuviéramos el coraje de diseccionarlas y analizarlas sin prejuicios llegaríamos a la conclusión de que, en lo más esencial,
es en la relación con los acontecimientos, que se establece en lo más profundo de nuestra vida, donde se encuentra el origen de nuestra felicidad o sufrimiento.
Volviendo al ejemplo, ¿por qué surgen sentimientos tan negativos? ¿tan importantes son unos gramos de más o de menos a la semana que pueden influir en mi carácter y éste a su vez en mi relación con mi entorno?
Sinceramente, ¿cuál es el auténtico motivo de mi enfado?:
a) He decidido hacer régimen, pero aunque parece que lo cumplo, a escondidas me lo salto. Esta falta de constancia y autoengaño los arrastro en todas las demás facetas de mi vida, pero no quiero aceptar que ésta y no otra es la causa de mis rebotes.
b) No tengo problemas de salud... Pero lo que sí ansío es despertar la admiración y la envidia de los que me rodean. Mi autoestima está por los suelos.
Definitivamente, el peso en la báscula no es más que el humo que no me deja ver el auténtico origen del conflicto. Una vez más nos dejamos llevar por lo transitorio y no vamos a las causas “verdaderas” de nuestro sufrimiento.
Perder un kilo, comprar unos zapatos nuevos, llamar a un amigo para tomar un café, hablar de corazón con esa hermana con quién discutimos hace unos días, cambiar la tendencia a la ira ante circunstancias adversas, despertar los sueños perdidos, luchar por nuestra felicidad... Cualquiera de estos asuntos puede darnos satisfacciones al llevarlos a cabo o hacernos sufrir si todavía están pendientes, pero, estaremos de acuerdo en que no todos tienen la misma trascendencia para nuestras vidas... Vistos así, escritos, parece obvio el orden en el que los colocaríamos, ¿no?... Si dudamos pensemos en las cosas que sí importan...y en esa felicidad, a largo plazo, que tanto anhelamos...
La belleza está en el interior
Nos comportamos, accionamos, y a veces, nos sentimos, de acuerdo a una escala de valores que interiormente establece “aquello que más nos importa o nos interesa”. Una medida de las cosas que viene dada por unos principios que “elegimos”, cada uno libremente, como válidos para nosotros mismos y para interpretar todo lo que nos rodea.
Pero tener estos principios no garantiza que su puesta en práctica funcione... Aunque hayamos leído El Principito y estemos de acuerdo en que “lo importante es invisible a los ojos”, en ocasiones actuamos movidos por un deseo de todo lo contrario. Por ejemplo, desear lo más “grande”: una casa grande, regalos grandes, fiestas grandes, sueldos grandes... Este anhelo puede provocar, en cierta manera, que nos despistemos de ese principio que teníamos tan claro, en teoría, y olvidemos que lo esencial de una casa grande es un hogar o de un regalo es que alguien se acuerde de ti...
Encontrar la esencia que subyace en cada cosa, en cada acto, nos puede dar una clave de cuáles son nuestras prioridades, de qué es lo transitorio y qué lo auténtico para nosotros, y qué principios albergamos en lo más profundo. Así nos descubrimos pensando, por ejemplo, que lo importante no es haberle dado un beso a nuestra madre sino descubrir que ese beso le ha llegado en un momento muy oportuno.
Buscar lo que hay de “verdad” en cada acción que llevamos a cabo, y que esa acción sea coherente con un principio fuerte e inamovible, requiere, además, coraje y tener la determinación de, una vez que hayamos asentado en nuestro interior la firme convicción del valor que poseemos como personas, no traicionar ese principio con nuestros comportamientos cotidianos.
¿Cómo podemos extraer este tesoro?
“El ser humano posee un poder inmenso en su interior. Es el mismo poder que el del Buda de la alegría ilimitada, y la fe es el medio que nos permite extraer ese tesoro oculto”.
Daisaku Ikeda, Diálogo sobre la religión humanística, Pág. 343
Parece de Perogrullo pero, para extraer un tesoro la primera condición es estar convencidos de que existe ese tesoro. Esto es la fe: la convicción en nuestro potencial y en el potencial de los demás. Puede ser que teóricamente aceptemos este principio, pero si nos quedamos ahí, no será más que una declaración de buenas intenciones que, por sí solas, no cambian la realidad de las cosas.
En todos los órdenes de la vida, la predisposición con que encaramos un hecho es el factor determinante. Si verdaderamente queremos cortar las causas de nuestros sufrimientos, se da por descontado que nos emplearemos a fondo en esa tarea. Pero la realidad es que, muchas veces, encontramos excusas y justificaciones y, como seres humanos que somos, buscamos soluciones “lógicas”, y nos devanamos los sesos pensado: “¿y si le dijera?, no, debo decirle esto o aquello”, y así interminablemente. En este caso, por ejemplo, en vez de diseñar un “plan” infalible, ¿no sería más efectivo, si vamos a entablar una conversación con alguien, hacerlo dirigiéndonos a ese tesoro que tenemos en común...?
Para Mario Benedetti la táctica y la estrategia era aquella de “mirarte, aprender como eres”... para quienes practican el budismo de Nichiren Daishonin se trata de seguir “la estrategia del Sutra del Loto”, es decir, dirigirse directamente al valor inherente que radica en todas las personas, sin excepción. La recitación de Nam-myoho-rengue-kyo es la herramienta que nos permite extraer nuestros tesoros: el coraje, la fortaleza, la sabiduría, la esperanza…, y el amor compasivo.
¿Felicidad relativa o felicidad absoluta?
“La felicidad relativa es la felicidad que depende de las cosas que están fuera. Es esto lo que sentimos cuando se satisface un deseo o se logra algo que anhelábamos. Aunque la felicidad que nos traen tales cosas es real, el hecho es que nada de esto dura para siempre. Las cosas cambian y las personas cambian. Este tipo de felicidad se pierde fácilmente cuando las condiciones externas se alteran.
La felicidad relativa se basa también en la comparación con los demás. Puede que sintamos este tipo de felicidad por tener una casa más nueva o grande que la de los vecinos. ¡Pero este sentimiento se convertirá en desdicha tan pronto como ellos empiecen a hacer nuevas ampliaciones a la suya!
Por otra parte, la felicidad absoluta es algo que debemos encontrar dentro de nosotros mismos. Significa establecer una condición de vida en la que nunca seamos derrotados por las tribulaciones y en la que el sólo hecho de estar vivos sea una fuente de gran alegría. Ésta persiste sin importar lo que nos falte o suceda a nuestro alrededor. Una profunda sensación de alegría es algo que sólo puede existir en lo más profundo de nuestra vida y no puede ser destruida por ninguna fuerza externa. Es eterna e inagotable”.
Daisaku Ikeda
Quienes de verdad se regocijan por la felicidad ajena también disfrutan de una felicidad profunda y genuina dentro de sí. De hecho, cada uno de nosotros alcanza, exactamente, el mismo grado de felicidad que es capaz de ayudar a otros a alcanzar.
Daisaku Ikeda
La felicidad está en compartir.
¿Compartir lo transitorio o compartir lo “verdadero”?
Uno de los atajos más directos para sentirse bien, satisfecho, alegre y pleno es, sin duda, el de compartir con el otro la causa de nuestra felicidad. Más de una vez habremos experimentado que un pastel sabe más dulce cuando se divide en dos y que una película “se vuelve” auténticamente interesante cuando podemos dialogar sobre ella con los amigos. Si leemos un buen libro estamos deseando contarlo y si descubrimos un buen restaurante queremos llevar allí a nuestro compañero de oficina. Es un sentimiento natural que surge cuando la maquinita de la felicidad interior funciona, cuando no hay nubes en el cielo porque las hemos despejado... y cuando estamos en sintonía con lo que nos rodea.
Claro que compartir pasteles, películas o restaurantes no implica ningún riesgo. Otra cosa muy distinta es permitir que alguien se asome a nuestro corazón, que nos conozca bien, que sepa cuáles son nuestros deseos, nuestras prioridades, nuestros valores y nuestras estrategias para conducirnos en la vida... Sobre todo si no nos sentimos tan “a gusto” y nos encerramos en nuestra burbuja pensando que nadie nos podrá ayudar, o que lo que nos ocurre es “lo peor del mundo”. O, por el contrario, si nos sentimos tan bien que nos da miedo que esa persona que sufre pueda perturbar nuestro oasis de tranquilidad...
Preguntémonos entonces, y con sinceridad, ¿qué queremos compartir?, ¿cómo queremos que sean nuestras relaciones? ¿tenemos coraje no sólo para acercarnos al otro sino para permitir que el otro nos conozca bien?
Si compartir una tarta la vuelve más dulce, compartir esa “verdad” que instalamos en nuestro interior y que reconoce el potencial que todos poseemos y la capacidad para transformar nuestras circunstancias, multiplica infinitas veces la alegría que podamos experimentar.
Ahora, pase lo que pase, persevere en la fe y hágase conocer como devoto del Sutra del Loto; siga siendo mi discípulo por el resto de sus días. Si usted comparte el mismo corazón que Nichiren, tiene que ser un Bodhisattva de la Tierra. Y si es un Bodhisattva de la Tierra, no puede haber la menor duda de que ha sido discípulo del buda Shakyamuni desde el remoto pasado.
Gosho “El verdadero aspecto de todos los fenómenos”.
http://www.sgi-es.org/civglobal/dialogo_sep07.pdf
“Vaya cara de vinagre que tengo esta mañana y lo mal que estoy tratando a mis compañeros... Si anoche me acosté tan alegre... ¿Qué ha ocurrido desde que me he levantado para disgustarme tanto...? Ahora que lo pienso... me he pesado y no he perdido ni un gramo esta semana... pero ¿eso puede amargarme el día? ¡Qué ridículo me siento! Y todo para presumir en la playa... porque sólo me sobran 3 kilitos...”
Este ejemplo es, sin duda, un poco trivial y sin embargo, puede ayudarnos a comprender como algo, aparentemente sin mucha importancia, puede, como suele decirse, arruinarnos el día y hasta la vida.
El “problema” no radica tanto en el hecho en sí, como en nuestra relación con el mismo. Las cosas por las que sufrimos y en las que vemos verdaderas tragedias, si tuviéramos el coraje de diseccionarlas y analizarlas sin prejuicios llegaríamos a la conclusión de que, en lo más esencial,
es en la relación con los acontecimientos, que se establece en lo más profundo de nuestra vida, donde se encuentra el origen de nuestra felicidad o sufrimiento.
Volviendo al ejemplo, ¿por qué surgen sentimientos tan negativos? ¿tan importantes son unos gramos de más o de menos a la semana que pueden influir en mi carácter y éste a su vez en mi relación con mi entorno?
Sinceramente, ¿cuál es el auténtico motivo de mi enfado?:
a) He decidido hacer régimen, pero aunque parece que lo cumplo, a escondidas me lo salto. Esta falta de constancia y autoengaño los arrastro en todas las demás facetas de mi vida, pero no quiero aceptar que ésta y no otra es la causa de mis rebotes.
b) No tengo problemas de salud... Pero lo que sí ansío es despertar la admiración y la envidia de los que me rodean. Mi autoestima está por los suelos.
Definitivamente, el peso en la báscula no es más que el humo que no me deja ver el auténtico origen del conflicto. Una vez más nos dejamos llevar por lo transitorio y no vamos a las causas “verdaderas” de nuestro sufrimiento.
Perder un kilo, comprar unos zapatos nuevos, llamar a un amigo para tomar un café, hablar de corazón con esa hermana con quién discutimos hace unos días, cambiar la tendencia a la ira ante circunstancias adversas, despertar los sueños perdidos, luchar por nuestra felicidad... Cualquiera de estos asuntos puede darnos satisfacciones al llevarlos a cabo o hacernos sufrir si todavía están pendientes, pero, estaremos de acuerdo en que no todos tienen la misma trascendencia para nuestras vidas... Vistos así, escritos, parece obvio el orden en el que los colocaríamos, ¿no?... Si dudamos pensemos en las cosas que sí importan...y en esa felicidad, a largo plazo, que tanto anhelamos...
La belleza está en el interior
Nos comportamos, accionamos, y a veces, nos sentimos, de acuerdo a una escala de valores que interiormente establece “aquello que más nos importa o nos interesa”. Una medida de las cosas que viene dada por unos principios que “elegimos”, cada uno libremente, como válidos para nosotros mismos y para interpretar todo lo que nos rodea.
Pero tener estos principios no garantiza que su puesta en práctica funcione... Aunque hayamos leído El Principito y estemos de acuerdo en que “lo importante es invisible a los ojos”, en ocasiones actuamos movidos por un deseo de todo lo contrario. Por ejemplo, desear lo más “grande”: una casa grande, regalos grandes, fiestas grandes, sueldos grandes... Este anhelo puede provocar, en cierta manera, que nos despistemos de ese principio que teníamos tan claro, en teoría, y olvidemos que lo esencial de una casa grande es un hogar o de un regalo es que alguien se acuerde de ti...
Encontrar la esencia que subyace en cada cosa, en cada acto, nos puede dar una clave de cuáles son nuestras prioridades, de qué es lo transitorio y qué lo auténtico para nosotros, y qué principios albergamos en lo más profundo. Así nos descubrimos pensando, por ejemplo, que lo importante no es haberle dado un beso a nuestra madre sino descubrir que ese beso le ha llegado en un momento muy oportuno.
Buscar lo que hay de “verdad” en cada acción que llevamos a cabo, y que esa acción sea coherente con un principio fuerte e inamovible, requiere, además, coraje y tener la determinación de, una vez que hayamos asentado en nuestro interior la firme convicción del valor que poseemos como personas, no traicionar ese principio con nuestros comportamientos cotidianos.
¿Cómo podemos extraer este tesoro?
“El ser humano posee un poder inmenso en su interior. Es el mismo poder que el del Buda de la alegría ilimitada, y la fe es el medio que nos permite extraer ese tesoro oculto”.
Daisaku Ikeda, Diálogo sobre la religión humanística, Pág. 343
Parece de Perogrullo pero, para extraer un tesoro la primera condición es estar convencidos de que existe ese tesoro. Esto es la fe: la convicción en nuestro potencial y en el potencial de los demás. Puede ser que teóricamente aceptemos este principio, pero si nos quedamos ahí, no será más que una declaración de buenas intenciones que, por sí solas, no cambian la realidad de las cosas.
En todos los órdenes de la vida, la predisposición con que encaramos un hecho es el factor determinante. Si verdaderamente queremos cortar las causas de nuestros sufrimientos, se da por descontado que nos emplearemos a fondo en esa tarea. Pero la realidad es que, muchas veces, encontramos excusas y justificaciones y, como seres humanos que somos, buscamos soluciones “lógicas”, y nos devanamos los sesos pensado: “¿y si le dijera?, no, debo decirle esto o aquello”, y así interminablemente. En este caso, por ejemplo, en vez de diseñar un “plan” infalible, ¿no sería más efectivo, si vamos a entablar una conversación con alguien, hacerlo dirigiéndonos a ese tesoro que tenemos en común...?
Para Mario Benedetti la táctica y la estrategia era aquella de “mirarte, aprender como eres”... para quienes practican el budismo de Nichiren Daishonin se trata de seguir “la estrategia del Sutra del Loto”, es decir, dirigirse directamente al valor inherente que radica en todas las personas, sin excepción. La recitación de Nam-myoho-rengue-kyo es la herramienta que nos permite extraer nuestros tesoros: el coraje, la fortaleza, la sabiduría, la esperanza…, y el amor compasivo.
¿Felicidad relativa o felicidad absoluta?
“La felicidad relativa es la felicidad que depende de las cosas que están fuera. Es esto lo que sentimos cuando se satisface un deseo o se logra algo que anhelábamos. Aunque la felicidad que nos traen tales cosas es real, el hecho es que nada de esto dura para siempre. Las cosas cambian y las personas cambian. Este tipo de felicidad se pierde fácilmente cuando las condiciones externas se alteran.
La felicidad relativa se basa también en la comparación con los demás. Puede que sintamos este tipo de felicidad por tener una casa más nueva o grande que la de los vecinos. ¡Pero este sentimiento se convertirá en desdicha tan pronto como ellos empiecen a hacer nuevas ampliaciones a la suya!
Por otra parte, la felicidad absoluta es algo que debemos encontrar dentro de nosotros mismos. Significa establecer una condición de vida en la que nunca seamos derrotados por las tribulaciones y en la que el sólo hecho de estar vivos sea una fuente de gran alegría. Ésta persiste sin importar lo que nos falte o suceda a nuestro alrededor. Una profunda sensación de alegría es algo que sólo puede existir en lo más profundo de nuestra vida y no puede ser destruida por ninguna fuerza externa. Es eterna e inagotable”.
Daisaku Ikeda
Quienes de verdad se regocijan por la felicidad ajena también disfrutan de una felicidad profunda y genuina dentro de sí. De hecho, cada uno de nosotros alcanza, exactamente, el mismo grado de felicidad que es capaz de ayudar a otros a alcanzar.
Daisaku Ikeda
La felicidad está en compartir.
¿Compartir lo transitorio o compartir lo “verdadero”?
Uno de los atajos más directos para sentirse bien, satisfecho, alegre y pleno es, sin duda, el de compartir con el otro la causa de nuestra felicidad. Más de una vez habremos experimentado que un pastel sabe más dulce cuando se divide en dos y que una película “se vuelve” auténticamente interesante cuando podemos dialogar sobre ella con los amigos. Si leemos un buen libro estamos deseando contarlo y si descubrimos un buen restaurante queremos llevar allí a nuestro compañero de oficina. Es un sentimiento natural que surge cuando la maquinita de la felicidad interior funciona, cuando no hay nubes en el cielo porque las hemos despejado... y cuando estamos en sintonía con lo que nos rodea.
Claro que compartir pasteles, películas o restaurantes no implica ningún riesgo. Otra cosa muy distinta es permitir que alguien se asome a nuestro corazón, que nos conozca bien, que sepa cuáles son nuestros deseos, nuestras prioridades, nuestros valores y nuestras estrategias para conducirnos en la vida... Sobre todo si no nos sentimos tan “a gusto” y nos encerramos en nuestra burbuja pensando que nadie nos podrá ayudar, o que lo que nos ocurre es “lo peor del mundo”. O, por el contrario, si nos sentimos tan bien que nos da miedo que esa persona que sufre pueda perturbar nuestro oasis de tranquilidad...
Preguntémonos entonces, y con sinceridad, ¿qué queremos compartir?, ¿cómo queremos que sean nuestras relaciones? ¿tenemos coraje no sólo para acercarnos al otro sino para permitir que el otro nos conozca bien?
Si compartir una tarta la vuelve más dulce, compartir esa “verdad” que instalamos en nuestro interior y que reconoce el potencial que todos poseemos y la capacidad para transformar nuestras circunstancias, multiplica infinitas veces la alegría que podamos experimentar.
Ahora, pase lo que pase, persevere en la fe y hágase conocer como devoto del Sutra del Loto; siga siendo mi discípulo por el resto de sus días. Si usted comparte el mismo corazón que Nichiren, tiene que ser un Bodhisattva de la Tierra. Y si es un Bodhisattva de la Tierra, no puede haber la menor duda de que ha sido discípulo del buda Shakyamuni desde el remoto pasado.
Gosho “El verdadero aspecto de todos los fenómenos”.
http://www.sgi-es.org/civglobal/dialogo_sep07.pdf