LOS MIEDOS (El Asesino Múltiple instalado en nuestro interior))
Se define el miedo como una “perturbación angustiosa del ánimo ante un riesgo o daño, real o imaginario”.
No tiene que ser necesariamente negativo. Algunos estudiosos lo presentan como una defensa natural ante lo desconocido. Esa conciencia del peligro es sana, pues, como dice un antiguo refrán: “El miedo guarda la viña”.
Se trata de un sentimiento cuyo objeto es “el mal que amenaza” y no es fácil de repeler.
Es lo que Jung llama “el asesino múltiple instalado en el interior” que convierte al ser en instrumento inconsciente de sus designios; es una función progresiva y acumulativa que termina por dominar la mente. Y una de las causas más comunes es el apego a las cosas. El sentido de propiedad crea el miedo a la pérdida de aquello que creemos indispensable para nuestra felicidad, en desmedro de lo verdaderamente importante.
Confundimos lo relativo con lo absoluto. Tememos perder lo transitorio y, en ese combate estéril, desperdiciamos la oportunidad de vivir en plenitud la dicha que significa el cumplimiento de la misión que hemos elegido para esta existencia.
Y los miedos avanzan como un velo sutil que abotaga las fuerzas, que succiona la vitalidad y magnifica el objeto temido mientras vuelve minúsculo el propio valor.
Quien quiere conocer la felicidad verdadera debe, primero, mirar cara a cara sus miedos y extirparlos de raíz. Ya que uno mismo nutre sus propios temores, también es uno quien puede extinguirlos para siempre.
Pero cuáles son nuestros miedos?Son muchos y muy variados, pues dependen de las circunstancias particulares de cada individuo. Sin embargo, algunos se repiten hasta convertirse en patrones de conducta. Veamos a que tememos.
LA ENFERMEDAD, LA INCAPACIDAD Y LA MUERTE
El buda Shakyamuni abandonó el lujoso palacio donde gozaba de privilegios reales, porque había descubierto los cuatro sufrimientos básicos del hombre: el nacimiento, la enfermedad, la vejez y la muerte.
El dolor del nacimiento es algo que guardamos en el fondo de la memoria, pero tenemos conciencia de los otros tres motivos de sufrimiento y, aunque sabemos que son inevitables – o tal vez por eso – nos inspiran temor. Sin llegar a la idea obsesiva o paralizante, pensar en una enfermedad dolorosa, en la incapacidad que puede derivar de ella o en la vejez y en la muerte siempre nos inquieta. La conciencia del paso de los años y del fin de la vida es un privilegio de los seres humanos pero, lamentablemente, no viene acompañado de la sabiduría para aceptar esa realidad inevitable.
En el gosho “Carta desde Sado” dice: “Lo que más teme la gente es el dolor del fuego, el destello de las espadas y la sombra de la muerte”.
Sin embargo, cabe preguntarse: es razonable tener miedo de algo que, seguramente, va a llegar en algún momento? No es mas lógico buscar la forma de enfrentarlo? La actitud que se adopta frente al dolor físico o ante la certidumbre de la muerte también forma parte de la dignidad de la vida.
Y esa postura digna no se improvisa, se construye a lo largo de los años. Si la vida y la muerte son dos aspectos de la misma existencia, sólo cuando la primera se desenvuelve en plenitud creando un ámbito de serena armonía, la segunda recoge los frutos y es aceptada con el coraje que otorga la libertad espiritual.
LA SOLEDAD Y EL DESAMPARO
Desde tiempos muy antiguos, los hombres reconocieron y valoraron el “carácter social” del individuo y usaron, con fines políticos, el temor al peligro del ostracismo. La necesidad de relacionarse y compartir es tan poderosa, que en un aislamiento absoluto, el ser humano no se atreve a pensar lo que “no debe pensar”, según las normas establecidas. Y esta aproximación a la locura era el arma más poderosa que esgrimían quienes amenazaban con el destierro.
Nichiren Daishonin describe con palabras conmovedoras su experiencia en el exilio: “En el terreno que rodeaba la choza, la nieve se acumulaba cada vez más. Nadie acudía a verme; mi único compañero era el viento helado que me azotaba”. (“Sobre el comportamiento del Buda”).
Si la angustia que produce la soledad y el desamparo es tan destructiva, cómo podríamos minimizar la situación en que se encuentran los que están solos por circunstancias imprevistas o no deseadas? El fallecimiento, la separación o el abandono dejan un vacío aterrador.
LA VERDADPero, tal vez, el miedo más paralizante es el miedo a la verdad. El pavor, según la raíz latina de la palabra, significa alarma y se manifiesta como inquietud frente a un peligro.
¿La verdad es un peligro? Puede llegar a serlo cuando descubrimos una realidad que no queremos aceptar. Iconográficamente, el espejo representa la verdad.
Si la imagen refleja el paso del tiempo o los estragos de una enfermedad, puede despertar, especialmente en las mujeres, el miedo a la vejez. La respuesta inmediata es maquillar la verdad para “sentirse bien”. La cosmetología moderna explota el miedo desarrollando el arte de enmascarar las fealdades.
Si consideramos nuestro ambiente como un espejo veraz de nuestro mundo interior, podemos llegar a alarmarnos. Pirandello, el gran dramaturgo italiano, habla del miedo a descubrir la propia identidad. Pero renunciar a la verdadera identidad es tener miedo de reconocer el propio potencial y pasar a ser esclavo de las contingencias de la vida.
“MENTIRA, MENTIRA, YO QUISE DECIRLE...”Quien se deja amedrentar por las circunstancias anula su creatividad y no puede influir en el mundo que lo rodea. Con actitud servil, se humilla frente a la adversidad y no vislumbra la esperanza de una mejor existencia.
La mentira pasa a ser una coraza detrás de la cual se esconde. Muchas veces, conocemos nuestra capacidad, pero no la ejercitamos, por miedo a la responsabilidad que acompaña a los éxitos. O por temor al fracaso, que sería la verdad acerca de nuestras posibilidades.
Ese miedo suele expresarse en mentiras convencionales: “En este país no se puede proyectar nada”, “Con una familia así, no hay quien resista”. Se vive temiendo que caiga el antifaz y aparezca el nefasto rostro de nuestra inferioridad. Nos desconectamos de nosotros mismos y de los demás.
El riesgo es la apatía, la indiferencia y un cierto apego a la infelicidad. El sentimiento paralizante que actúa como debilidad inhibe la acción. Esta otra faz del miedo lo presenta como “compañero” o “cómplice” de la desdicha.
En el ámbito familiar, cuando pretendemos ignorar infidelidades conyugales o negamos la existencia de inclinaciones peligrosas en nuestros hijos, la imaginación interviene y nos convence de una falsa verdad que puede tornarse peligrosa y desestabilizante.
CORAJE NO ES TEMERIDADPara eliminar falsas imágenes, rectificar ideologías o modificar creencias, se requiere templanza. Quien busca la verdad revela coraje.
La palabra coraje viene del latín coragium y deriva de “cor”, que significa “corazón”, “animo” o “esfuerzo”. El diccionario lo describe como una impetuosa decisión y un esfuerzo del ánimo. Si bien, en algunos casos, se lo asocia con la cólera o la ira, en este análisis vamos a considerarlo como un sinónimo de valor.
Acaso la ira contra la injusticia no puede tornarse en coraje para combatirla? Mientras los miedos proliferan en los dominios de la mente, el coraje irrumpe y brota en torrentes desde el corazón o la verdadera entidad de la vida. Para declarar una victoria es necesario primero librar una contienda. Ya que nuestros miedos suelen ser nuestro peor enemigo, no seamos “cómplices involuntarios” de una función que solo busca obstruir nuestra felicidad.
Por el contrario, “declaremos la guerra” al miedo hasta que nuestra acción se base solo en la libertad, la sabiduría y la misericordia. Buscar la verdad es buscar el conocimiento superior. Cuando hay convergencia de pensamiento y acción, desaparecen los fantasmas y se acepta el desafío de establecer esas verdades relativas que van mutando a medida que cambian las circunstancias. Cuando el hombre se libra del miedo e investiga la verdad, se desprende de las viejas ataduras y utiliza correctamente la función de pensar.
En un mundo sujeto a la ley de la impermanencia, el futuro –si lo que sea queremos promisorio- debe ser forjado por aquellos que rompan el yugo de lo convencional; por aquellos que estén dispuestos a desenmascarar los miedos; por aquellos que rechacen la dicotomía entre “lo que se dice” y “lo que se hace”, entre “lo que es” y “lo que aparenta ser”.
El coraje es una decisión de la persona y es el requisito básico para ser feliz. Pero debemos recordar que la felicidad relativa esta estrechamente vinculada con el ambiente, en tanto que la felicidad absoluta depende exclusivamente de nuestro estado de vida, de la misión que elegimos y del empeño que pongamos para cumplir con ese compromiso.
NO TEMERLE AL CORAJE
La cobardía se alimenta de la duda. La valentía, de la convicción. El coraje no se puede “pensar” o elaborar mentalmente, es acción pura y decidida. En general, se lo identifica con el impulso provocado por un sentimiento; pero en el Budismo, es un estado activo que surge de la misericordia y se basa en la sabiduría. Una persona que siente verdadera misericordia, tiene el coraje de ponerse de pie para luchar por la verdad. Josei Toda es el ejemplo irrefutable de lo que puede lograr un espíritu indómito, no temerario, sino consciente de su fuerza interior.
Cuando una mujer corta las cadenas del miedo, crea una atmosfera tan radiante y tranquilizadora a su alrededor, que todos crecen a gusto y avanzan a partir de su visión amplia y optimista. Y quien ha vencido el miedo en su fuero íntimo logra encender la flama del coraje en innumerables corazones dominados por el temor.
El miedo sobreviene, el coraje se obtiene: este es nuestro gran desafío.
No tiene que ser necesariamente negativo. Algunos estudiosos lo presentan como una defensa natural ante lo desconocido. Esa conciencia del peligro es sana, pues, como dice un antiguo refrán: “El miedo guarda la viña”.
Se trata de un sentimiento cuyo objeto es “el mal que amenaza” y no es fácil de repeler.
Es lo que Jung llama “el asesino múltiple instalado en el interior” que convierte al ser en instrumento inconsciente de sus designios; es una función progresiva y acumulativa que termina por dominar la mente. Y una de las causas más comunes es el apego a las cosas. El sentido de propiedad crea el miedo a la pérdida de aquello que creemos indispensable para nuestra felicidad, en desmedro de lo verdaderamente importante.
Confundimos lo relativo con lo absoluto. Tememos perder lo transitorio y, en ese combate estéril, desperdiciamos la oportunidad de vivir en plenitud la dicha que significa el cumplimiento de la misión que hemos elegido para esta existencia.
Y los miedos avanzan como un velo sutil que abotaga las fuerzas, que succiona la vitalidad y magnifica el objeto temido mientras vuelve minúsculo el propio valor.
Quien quiere conocer la felicidad verdadera debe, primero, mirar cara a cara sus miedos y extirparlos de raíz. Ya que uno mismo nutre sus propios temores, también es uno quien puede extinguirlos para siempre.
Pero cuáles son nuestros miedos?Son muchos y muy variados, pues dependen de las circunstancias particulares de cada individuo. Sin embargo, algunos se repiten hasta convertirse en patrones de conducta. Veamos a que tememos.
LA ENFERMEDAD, LA INCAPACIDAD Y LA MUERTE
El buda Shakyamuni abandonó el lujoso palacio donde gozaba de privilegios reales, porque había descubierto los cuatro sufrimientos básicos del hombre: el nacimiento, la enfermedad, la vejez y la muerte.
El dolor del nacimiento es algo que guardamos en el fondo de la memoria, pero tenemos conciencia de los otros tres motivos de sufrimiento y, aunque sabemos que son inevitables – o tal vez por eso – nos inspiran temor. Sin llegar a la idea obsesiva o paralizante, pensar en una enfermedad dolorosa, en la incapacidad que puede derivar de ella o en la vejez y en la muerte siempre nos inquieta. La conciencia del paso de los años y del fin de la vida es un privilegio de los seres humanos pero, lamentablemente, no viene acompañado de la sabiduría para aceptar esa realidad inevitable.
En el gosho “Carta desde Sado” dice: “Lo que más teme la gente es el dolor del fuego, el destello de las espadas y la sombra de la muerte”.
Sin embargo, cabe preguntarse: es razonable tener miedo de algo que, seguramente, va a llegar en algún momento? No es mas lógico buscar la forma de enfrentarlo? La actitud que se adopta frente al dolor físico o ante la certidumbre de la muerte también forma parte de la dignidad de la vida.
Y esa postura digna no se improvisa, se construye a lo largo de los años. Si la vida y la muerte son dos aspectos de la misma existencia, sólo cuando la primera se desenvuelve en plenitud creando un ámbito de serena armonía, la segunda recoge los frutos y es aceptada con el coraje que otorga la libertad espiritual.
LA SOLEDAD Y EL DESAMPARO
Desde tiempos muy antiguos, los hombres reconocieron y valoraron el “carácter social” del individuo y usaron, con fines políticos, el temor al peligro del ostracismo. La necesidad de relacionarse y compartir es tan poderosa, que en un aislamiento absoluto, el ser humano no se atreve a pensar lo que “no debe pensar”, según las normas establecidas. Y esta aproximación a la locura era el arma más poderosa que esgrimían quienes amenazaban con el destierro.
Nichiren Daishonin describe con palabras conmovedoras su experiencia en el exilio: “En el terreno que rodeaba la choza, la nieve se acumulaba cada vez más. Nadie acudía a verme; mi único compañero era el viento helado que me azotaba”. (“Sobre el comportamiento del Buda”).
Si la angustia que produce la soledad y el desamparo es tan destructiva, cómo podríamos minimizar la situación en que se encuentran los que están solos por circunstancias imprevistas o no deseadas? El fallecimiento, la separación o el abandono dejan un vacío aterrador.
LA VERDADPero, tal vez, el miedo más paralizante es el miedo a la verdad. El pavor, según la raíz latina de la palabra, significa alarma y se manifiesta como inquietud frente a un peligro.
¿La verdad es un peligro? Puede llegar a serlo cuando descubrimos una realidad que no queremos aceptar. Iconográficamente, el espejo representa la verdad.
Si la imagen refleja el paso del tiempo o los estragos de una enfermedad, puede despertar, especialmente en las mujeres, el miedo a la vejez. La respuesta inmediata es maquillar la verdad para “sentirse bien”. La cosmetología moderna explota el miedo desarrollando el arte de enmascarar las fealdades.
Si consideramos nuestro ambiente como un espejo veraz de nuestro mundo interior, podemos llegar a alarmarnos. Pirandello, el gran dramaturgo italiano, habla del miedo a descubrir la propia identidad. Pero renunciar a la verdadera identidad es tener miedo de reconocer el propio potencial y pasar a ser esclavo de las contingencias de la vida.
“MENTIRA, MENTIRA, YO QUISE DECIRLE...”Quien se deja amedrentar por las circunstancias anula su creatividad y no puede influir en el mundo que lo rodea. Con actitud servil, se humilla frente a la adversidad y no vislumbra la esperanza de una mejor existencia.
La mentira pasa a ser una coraza detrás de la cual se esconde. Muchas veces, conocemos nuestra capacidad, pero no la ejercitamos, por miedo a la responsabilidad que acompaña a los éxitos. O por temor al fracaso, que sería la verdad acerca de nuestras posibilidades.
Ese miedo suele expresarse en mentiras convencionales: “En este país no se puede proyectar nada”, “Con una familia así, no hay quien resista”. Se vive temiendo que caiga el antifaz y aparezca el nefasto rostro de nuestra inferioridad. Nos desconectamos de nosotros mismos y de los demás.
El riesgo es la apatía, la indiferencia y un cierto apego a la infelicidad. El sentimiento paralizante que actúa como debilidad inhibe la acción. Esta otra faz del miedo lo presenta como “compañero” o “cómplice” de la desdicha.
En el ámbito familiar, cuando pretendemos ignorar infidelidades conyugales o negamos la existencia de inclinaciones peligrosas en nuestros hijos, la imaginación interviene y nos convence de una falsa verdad que puede tornarse peligrosa y desestabilizante.
CORAJE NO ES TEMERIDADPara eliminar falsas imágenes, rectificar ideologías o modificar creencias, se requiere templanza. Quien busca la verdad revela coraje.
La palabra coraje viene del latín coragium y deriva de “cor”, que significa “corazón”, “animo” o “esfuerzo”. El diccionario lo describe como una impetuosa decisión y un esfuerzo del ánimo. Si bien, en algunos casos, se lo asocia con la cólera o la ira, en este análisis vamos a considerarlo como un sinónimo de valor.
Acaso la ira contra la injusticia no puede tornarse en coraje para combatirla? Mientras los miedos proliferan en los dominios de la mente, el coraje irrumpe y brota en torrentes desde el corazón o la verdadera entidad de la vida. Para declarar una victoria es necesario primero librar una contienda. Ya que nuestros miedos suelen ser nuestro peor enemigo, no seamos “cómplices involuntarios” de una función que solo busca obstruir nuestra felicidad.
Por el contrario, “declaremos la guerra” al miedo hasta que nuestra acción se base solo en la libertad, la sabiduría y la misericordia. Buscar la verdad es buscar el conocimiento superior. Cuando hay convergencia de pensamiento y acción, desaparecen los fantasmas y se acepta el desafío de establecer esas verdades relativas que van mutando a medida que cambian las circunstancias. Cuando el hombre se libra del miedo e investiga la verdad, se desprende de las viejas ataduras y utiliza correctamente la función de pensar.
En un mundo sujeto a la ley de la impermanencia, el futuro –si lo que sea queremos promisorio- debe ser forjado por aquellos que rompan el yugo de lo convencional; por aquellos que estén dispuestos a desenmascarar los miedos; por aquellos que rechacen la dicotomía entre “lo que se dice” y “lo que se hace”, entre “lo que es” y “lo que aparenta ser”.
El coraje es una decisión de la persona y es el requisito básico para ser feliz. Pero debemos recordar que la felicidad relativa esta estrechamente vinculada con el ambiente, en tanto que la felicidad absoluta depende exclusivamente de nuestro estado de vida, de la misión que elegimos y del empeño que pongamos para cumplir con ese compromiso.
NO TEMERLE AL CORAJE
La cobardía se alimenta de la duda. La valentía, de la convicción. El coraje no se puede “pensar” o elaborar mentalmente, es acción pura y decidida. En general, se lo identifica con el impulso provocado por un sentimiento; pero en el Budismo, es un estado activo que surge de la misericordia y se basa en la sabiduría. Una persona que siente verdadera misericordia, tiene el coraje de ponerse de pie para luchar por la verdad. Josei Toda es el ejemplo irrefutable de lo que puede lograr un espíritu indómito, no temerario, sino consciente de su fuerza interior.
Cuando una mujer corta las cadenas del miedo, crea una atmosfera tan radiante y tranquilizadora a su alrededor, que todos crecen a gusto y avanzan a partir de su visión amplia y optimista. Y quien ha vencido el miedo en su fuero íntimo logra encender la flama del coraje en innumerables corazones dominados por el temor.
El miedo sobreviene, el coraje se obtiene: este es nuestro gran desafío.