RISSHO ANKOKU – ASEGURAR LA PAZ PARA EL PUEBLO.
En lo fundamental, el budismo adopta una visión positiva de la vida humana. Su mensaje esencial es que todo individuo posee dignidad y potencial sin límites.
En el Sutra del loto, la escritura que es reconocida en la tradición de Nichiren como la más elevada, la enseñanza más completa de Shakyamuni, aparece la imagen de una torre de los tesoros masivamente engalanada con joyas para ilustrar la belleza, dignidad y el inapreciable valor de la vida.
Si comprendemos verdaderamente que la vida es el más valioso de todos los tesoros, valoramos la nuestra y la de los demás. Desde esta perspectiva es evidente que la guerra, el abuso y la crueldad, deben ser absoluta y totalmente rechazados, y que la paz debe ser nuestra inquebrantable meta.
Si la sociedad abrazara esta perspectiva del valor de la vida, la prevención de la violencia y el tratamiento de todas las formas de sufrimientos se convertirían en las principales prioridades de la humanidad, en oposición a la acumulación de riqueza material y poder. Quienes nutren y cuidan la vida –los padres, las enfermeras, los médicos y los profesores– serían tratados con el máximo respeto.
Pero lo común es que la humanidad manifieste una gran incapacidad para creer plenamente en el valor de la vida –tanto la propia como la de los demás– o que logre apreciarla en su verdadera dimensión. Y, aún cuando lo aceptemos en teoría, actuar día tras día sobre la base de esa valoración es sumamente difícil. Cuando afrontamos un conflicto interpersonal muy amargo seguimos experimentando venenosos pensamientos de envidia y odio, y hasta llegamos a sentir deseos de dañar a la otra persona o de que, de una u otra manera, "desaparezca del camino".
Transformación interior
La Constitución de la Unesco dice que "puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz". De manera similar, el budismo enseña que sólo una transformación interior de nuestra vida, desde el nivel más profundo, puede hacer que nuestra misericordia sea más fuerte que nuestro deseo egoísta por ganarle a los demás o utilizarlos. Nos ofrece enseñanzas y herramientas que nos permiten efectuar este tipo de transformación esencial.
El budismo ve la vida como una lucha entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. El bien es definido como la naturaleza creativa y misericordiosa inherente a las personas, su deseo de ser felices y de que los demás también lo sean. El mal es definido como aquello que divide y quiebra nuestro sentido de conexión, impulsándonos a una competencia por utilizar y dominar a otros, antes de que nos lo hagan a nosotros.
Durante la vida de Nichiren, en el Japón del siglo XIII, una serie de desastres naturales –terremotos, inundaciones, pestes e incendios– habían devastado al país. Los sufrimientos de las personas comunes eran enormes. La determinación de Nichiren por descubrir la causa fundamental de esta miseria lo llevó a estudiar y analizar las estructuras de creencia que subyacían a la sociedad.
Específicamente, él estaba consciente de que, aun cuando el país estaba lleno de templos y sacerdotes budistas, de alguna manera sus oraciones y acciones no se estaban traduciendo en la forma de paz y seguridad para las personas.
Nichiren sintió que el desorden evidente en el mundo reflejaba el desorden dentro de los seres humanos. Tal como lo describió, "En un país donde los tres venenos [avaricia, ira y estupidez] prevalecen en semejante medida, ¿cómo puede haber paz o estabilidad? (...)
El hambre se genera como resultado de la avaricia, las pestes son el fruto de la necedad; la guerra, hija de la ira". Él estaba convencido de que sólo el budismo podía darle al pueblo el poder para erradicar estos venenos espirituales de su vida, pero como resultado de un amplio estudio, concluyó que el budismo, tal como estaba siendo practicado en su época, estaba alentando a una pasividad que hacía a las personas vulnerables al dominio de estos venenos en lugar de capacitarlos para superarlos.
Felicidad aquí y ahora
Nichiren rechazó, específicamente, la creencia prevaleciente de que todo lo que el budismo podía ofrecer era esperanza de tranquilidad después de la muerte, y que la mejor actitud que se podía asumir frente a la vida era la de resistir, pacientemente. Él creía apasionadamente que el budismo, como había sido enseñado en sus orígenes, tenía algo mucho mejor que ofrecer: la posibilidad de felicidad y realización en esta vida actual. Según Nichiren, el budismo podía darles a las personas la fuerza para transformar la sociedad humana misma en una tierra ideal y pacífica.
El tratado más importante de Nichiren, el Rissho Ankoku Ron, significa literalmente "Sobre el establecimiento de la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra". Fue entregado al gobernante de la época en julio de 1260, y es un apasionado clamor por un retorno al propósito original del budismo –asegurar la paz y la felicidad del pueblo. Una función clave de los sacerdotes budistas para ese entonces, era la de orar por la protección de los gobernantes de la nación. En contraste, el enfoque de Nichiren estaba en los ciudadanos comunes.
En un sentido, se puede decir que la preocupación de Nichiren era lo que ahora se define como "seguridad humana". Como dijo el presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, en un reciente diálogo sobre este tratado, "Antes, la, ‘seguridad’ se refería sólo a la seguridad nacional. La prioridad, para todos los países del mundo, ha sido proteger la integridad territorial y el Estado.
Pero, ¿qué clase de seguridad es si, mientras el Estado recibe protección, la vida y la dignidad de cada ciudadano quedan expuestas y menoscabadas?
Actualmente, se está replanteando el concepto de la seguridad, de tal manera que el eje que antes se ponía en el Estado hoy se pone en la población".
Nichiren comienza su tratado describiendo el desorden que veía a su alrededor. "Más de la mitad de la población ha caído víctima de la muerte, y casi no hay un solo habitante que no llore la pérdida de algún ser querido".
Su motivación principal era un violento impulso hacia un sentido de empatía por la situación del pueblo. Él había hecho una promesa para conducirse a sí mismo y a los demás hacia la felicidad, y esto significaba luchar para despertar y capacitar a las personas para que desafiaran su propio destino. Su abierta determinación le ganó una reputación controversial que persiste hasta la fecha.
"No puedo guardar silencio frente a una crisis que pone en peligro la supervivencia del país", escribió él, "No puedo reprimir mis temores".
En términos de la acción concreta, Nichiren instó a los líderes políticos de la época a no seguir protegiendo a las sectas favorecidas, y pidió debates abiertos sobre los méritos de las diferentes escuelas del budismo. En lo personal, exigió a los líderes "reformar las doctrinas que albergan en su corazón".
En términos actuales, esto significa transformarnos a nosotros mismos, y transformar nuestras creencias más profundamente sostenidas acerca de la naturaleza de la vida.
Filosofía de paz
Comentando sobre la naturaleza de esa transformación, el presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, dice, "Lo que cuenta es que la comunidad, en general, funcione plenamente basada en el espíritu de la gran filosofía de paz expuesta en el Sutra del loto, [según la cual todas las personas son budas].
En el nivel social, ‘establecer la enseñanza correcta’ significa establecer como base del funcionamiento social los principios de la dignidad humana y del respeto supremo a la vida".
En la actualidad, muchas personas viven con una sensación de confusión, vacío y desesperación. Se sienten impotentes para lograr cambios ya sea dentro de su propia vida como en la sociedad en general. El idealismo se equipara con la ingenuidad, y el cinismo sirve como cubierta para el fracaso de la esperanza. La falta de respeto por la vida humana alimenta la violencia y la explotación.
La función de cualquier religión o filosofía debe ser darles a las personas el coraje y la esperanza necesarios para transformar sus sufrimientos. Tenemos que desarrollar la fuerza para involucrarnos exitosamente en una lucha contra las fuerzas de la división y la destrucción dentro de nuestra propia vida y en la sociedad. A menos que nuestra capacitación propia y la de los demás sea nuestra meta, no podremos resistir y superar las influencias negativas dentro de nuestra vida y de su entorno.
Para crear una era de paz, una era en que se le dé un supremo valor a la vida, es esencial que tengamos una filosofía que revele la maravilla, la dignidad y el infinito potencial de la vida. Cuando nuestras acciones tienen como base esta creencia y las emprendemos plenos de amor compasivo por los demás, el resultado es una alegría pura que, a su vez, nos motiva a más acciones.
Capacitándonos desde nuestro interior, nuestra esfera de misericordia se amplía cada vez más, abarcando no sólo nuestra propia vida, sino también a nuestras familias, nuestras naciones, y la humanidad en general. Desarrollamos la sabiduría y la misericordia para rechazar y resistir todos los actos que dañan y denigran la vida.
De esta manera, se pueden asegurar tanto nuestra sensación interior de seguridad como una sociedad pacífica que dé prioridad a la protección de los más vulnerables.
En el Sutra del loto, la escritura que es reconocida en la tradición de Nichiren como la más elevada, la enseñanza más completa de Shakyamuni, aparece la imagen de una torre de los tesoros masivamente engalanada con joyas para ilustrar la belleza, dignidad y el inapreciable valor de la vida.
Si comprendemos verdaderamente que la vida es el más valioso de todos los tesoros, valoramos la nuestra y la de los demás. Desde esta perspectiva es evidente que la guerra, el abuso y la crueldad, deben ser absoluta y totalmente rechazados, y que la paz debe ser nuestra inquebrantable meta.
Si la sociedad abrazara esta perspectiva del valor de la vida, la prevención de la violencia y el tratamiento de todas las formas de sufrimientos se convertirían en las principales prioridades de la humanidad, en oposición a la acumulación de riqueza material y poder. Quienes nutren y cuidan la vida –los padres, las enfermeras, los médicos y los profesores– serían tratados con el máximo respeto.
Pero lo común es que la humanidad manifieste una gran incapacidad para creer plenamente en el valor de la vida –tanto la propia como la de los demás– o que logre apreciarla en su verdadera dimensión. Y, aún cuando lo aceptemos en teoría, actuar día tras día sobre la base de esa valoración es sumamente difícil. Cuando afrontamos un conflicto interpersonal muy amargo seguimos experimentando venenosos pensamientos de envidia y odio, y hasta llegamos a sentir deseos de dañar a la otra persona o de que, de una u otra manera, "desaparezca del camino".
Transformación interior
La Constitución de la Unesco dice que "puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz". De manera similar, el budismo enseña que sólo una transformación interior de nuestra vida, desde el nivel más profundo, puede hacer que nuestra misericordia sea más fuerte que nuestro deseo egoísta por ganarle a los demás o utilizarlos. Nos ofrece enseñanzas y herramientas que nos permiten efectuar este tipo de transformación esencial.
El budismo ve la vida como una lucha entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal. El bien es definido como la naturaleza creativa y misericordiosa inherente a las personas, su deseo de ser felices y de que los demás también lo sean. El mal es definido como aquello que divide y quiebra nuestro sentido de conexión, impulsándonos a una competencia por utilizar y dominar a otros, antes de que nos lo hagan a nosotros.
Durante la vida de Nichiren, en el Japón del siglo XIII, una serie de desastres naturales –terremotos, inundaciones, pestes e incendios– habían devastado al país. Los sufrimientos de las personas comunes eran enormes. La determinación de Nichiren por descubrir la causa fundamental de esta miseria lo llevó a estudiar y analizar las estructuras de creencia que subyacían a la sociedad.
Específicamente, él estaba consciente de que, aun cuando el país estaba lleno de templos y sacerdotes budistas, de alguna manera sus oraciones y acciones no se estaban traduciendo en la forma de paz y seguridad para las personas.
Nichiren sintió que el desorden evidente en el mundo reflejaba el desorden dentro de los seres humanos. Tal como lo describió, "En un país donde los tres venenos [avaricia, ira y estupidez] prevalecen en semejante medida, ¿cómo puede haber paz o estabilidad? (...)
El hambre se genera como resultado de la avaricia, las pestes son el fruto de la necedad; la guerra, hija de la ira". Él estaba convencido de que sólo el budismo podía darle al pueblo el poder para erradicar estos venenos espirituales de su vida, pero como resultado de un amplio estudio, concluyó que el budismo, tal como estaba siendo practicado en su época, estaba alentando a una pasividad que hacía a las personas vulnerables al dominio de estos venenos en lugar de capacitarlos para superarlos.
Felicidad aquí y ahora
Nichiren rechazó, específicamente, la creencia prevaleciente de que todo lo que el budismo podía ofrecer era esperanza de tranquilidad después de la muerte, y que la mejor actitud que se podía asumir frente a la vida era la de resistir, pacientemente. Él creía apasionadamente que el budismo, como había sido enseñado en sus orígenes, tenía algo mucho mejor que ofrecer: la posibilidad de felicidad y realización en esta vida actual. Según Nichiren, el budismo podía darles a las personas la fuerza para transformar la sociedad humana misma en una tierra ideal y pacífica.
El tratado más importante de Nichiren, el Rissho Ankoku Ron, significa literalmente "Sobre el establecimiento de la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra". Fue entregado al gobernante de la época en julio de 1260, y es un apasionado clamor por un retorno al propósito original del budismo –asegurar la paz y la felicidad del pueblo. Una función clave de los sacerdotes budistas para ese entonces, era la de orar por la protección de los gobernantes de la nación. En contraste, el enfoque de Nichiren estaba en los ciudadanos comunes.
En un sentido, se puede decir que la preocupación de Nichiren era lo que ahora se define como "seguridad humana". Como dijo el presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, en un reciente diálogo sobre este tratado, "Antes, la, ‘seguridad’ se refería sólo a la seguridad nacional. La prioridad, para todos los países del mundo, ha sido proteger la integridad territorial y el Estado.
Pero, ¿qué clase de seguridad es si, mientras el Estado recibe protección, la vida y la dignidad de cada ciudadano quedan expuestas y menoscabadas?
Actualmente, se está replanteando el concepto de la seguridad, de tal manera que el eje que antes se ponía en el Estado hoy se pone en la población".
Nichiren comienza su tratado describiendo el desorden que veía a su alrededor. "Más de la mitad de la población ha caído víctima de la muerte, y casi no hay un solo habitante que no llore la pérdida de algún ser querido".
Su motivación principal era un violento impulso hacia un sentido de empatía por la situación del pueblo. Él había hecho una promesa para conducirse a sí mismo y a los demás hacia la felicidad, y esto significaba luchar para despertar y capacitar a las personas para que desafiaran su propio destino. Su abierta determinación le ganó una reputación controversial que persiste hasta la fecha.
"No puedo guardar silencio frente a una crisis que pone en peligro la supervivencia del país", escribió él, "No puedo reprimir mis temores".
En términos de la acción concreta, Nichiren instó a los líderes políticos de la época a no seguir protegiendo a las sectas favorecidas, y pidió debates abiertos sobre los méritos de las diferentes escuelas del budismo. En lo personal, exigió a los líderes "reformar las doctrinas que albergan en su corazón".
En términos actuales, esto significa transformarnos a nosotros mismos, y transformar nuestras creencias más profundamente sostenidas acerca de la naturaleza de la vida.
Filosofía de paz
Comentando sobre la naturaleza de esa transformación, el presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, dice, "Lo que cuenta es que la comunidad, en general, funcione plenamente basada en el espíritu de la gran filosofía de paz expuesta en el Sutra del loto, [según la cual todas las personas son budas].
En el nivel social, ‘establecer la enseñanza correcta’ significa establecer como base del funcionamiento social los principios de la dignidad humana y del respeto supremo a la vida".
En la actualidad, muchas personas viven con una sensación de confusión, vacío y desesperación. Se sienten impotentes para lograr cambios ya sea dentro de su propia vida como en la sociedad en general. El idealismo se equipara con la ingenuidad, y el cinismo sirve como cubierta para el fracaso de la esperanza. La falta de respeto por la vida humana alimenta la violencia y la explotación.
La función de cualquier religión o filosofía debe ser darles a las personas el coraje y la esperanza necesarios para transformar sus sufrimientos. Tenemos que desarrollar la fuerza para involucrarnos exitosamente en una lucha contra las fuerzas de la división y la destrucción dentro de nuestra propia vida y en la sociedad. A menos que nuestra capacitación propia y la de los demás sea nuestra meta, no podremos resistir y superar las influencias negativas dentro de nuestra vida y de su entorno.
Para crear una era de paz, una era en que se le dé un supremo valor a la vida, es esencial que tengamos una filosofía que revele la maravilla, la dignidad y el infinito potencial de la vida. Cuando nuestras acciones tienen como base esta creencia y las emprendemos plenos de amor compasivo por los demás, el resultado es una alegría pura que, a su vez, nos motiva a más acciones.
Capacitándonos desde nuestro interior, nuestra esfera de misericordia se amplía cada vez más, abarcando no sólo nuestra propia vida, sino también a nuestras familias, nuestras naciones, y la humanidad en general. Desarrollamos la sabiduría y la misericordia para rechazar y resistir todos los actos que dañan y denigran la vida.
De esta manera, se pueden asegurar tanto nuestra sensación interior de seguridad como una sociedad pacífica que dé prioridad a la protección de los más vulnerables.