LA ETERNIDAD DE LA VIDA. Por Dick Causton, Director General de la SGI-UK
¿Han leído ustedes la historia de Wu-Lung y de I-Lung?, dos caballeros chinos que al conocerlos pueden jugar un papel importante en nuestras vidas.
Su historia está en una carta escrita por Nichiren Daishonin a la madre de Nanyo Tokimitsu, quién fue el valiente joven discípulo que donó los terrenos donde está construido el Templo Principal, Taiseki-ji.
Wu-Lung era un apreciado calígrafo, el mejor en la antigua China. Odiaba el Budismo y más que nada, menospreciaba al Sutra del Loto. En su lecho de muerte, elogió a su hijo I-Lung, diciéndole que el era aún mejor calígrafo que él, y al mismo tiempo obtuvo la promesa de éste de que nunca copiaría el Sutra del loto.
Inevitablemente, porque esto es una leyenda, el rey de esos tiempos quién creía en la grandeza del Budismo, solicitó a I-Lung para que le copiara el Sutra del Loto. El rehusó hacerlo y el rey se enfureció. Sin embargo, admiraba tanto la caligrafía de I-Lung, que, usando toda clase de argumentos y persuasión, finalmente obtuvo su consentimiento de que al menos, escribiría para él los títulos de los ocho volúmenes del Sutra del Loto.
Como I-Lung trabajaba de acuerdo a las peticiones del rey, le produjo una gran agonía el pensar cuanto estaba traicionando a su padre. De hecho, luego de concluir su trabajo, pasó tres días de ayuno al lado de la sepultura de su padre, rogando por su perdón.
Al tercer día cuando ya se encontraba desfallecer en su desesperación, experimentó lo que parecía un sueño o una visión. Su padre, Wu-Lung estaba parado frente a él mirándolo casi como un dios, rodeado de una “multitud celestial”.
Después de decirle a su hijo acerca de sus apabullantes sufrimientos en el infierno cuando murió, le describió la súbita aparición allí de un Buda dorado quién, anunciándole que el representaba al carácter “Mio”, extinguió instantáneamente los fuegos del infierno y le dijo que en ese preciso momento, su hijo I-Lung estaba de hecho ocupado inscribiendo el título del Sutra del Loto.
Así, como el Gosho dice: “en concordancia con el principio de que todo lugar es, sin cambiar sus características, en sí misma la tierra del Buda, el infierno de incesante sufrimiento fue transformado inmediatamente en la capital de la Luz Eternamente Tranquila...” (MW, Vol. 4, Pág. 309).
Al oir este sorprendente relato, I-Lung, todavía angustiado, le gritó a su padre que él ni siquiera había escrito los títulos del Sutra del Loto con sinceridad: “... ¿Cómo entonces puede ser que te haya ayudado?” Preguntó. Su padre contestó, “...Qué ignorante eres...”. “tu mano es mi mano y tu cuerpo es mi cuerpo. Tu acción de escribir los caracteres equivale a que yo también lo hubiera hecho.”
“Si bien no tenías fe en tu corazón, sin embargo escribiste los títulos con tu mano. En consecuencia, yo ya he sido salvado. Piensa en un niño que le prende fuego a algo y, sin la más mínima intención de hacerlo, causa que se queme.
Lo mismo sucede con el Sutra del Loto, si uno le profesa fe, seguro que se transformará en un Buda, incluso si uno no lo espera en lo más mínimo. Ahora que ya conoces este principio, nunca calumnies al Sutra del Loto...” (MW, Bo. 4, Pág. 310)
Aunque esta historia nos parezca como un cuento de hadas, es importante entender que, como siempre, Nichiren Daishonin utiliza este antiguo cuento para expresar una realidad, la realidad de que la vida es, de hecho, eterna.
La madre de Najo Tokimitsu, a quién el Daishonin le escribió esta carta, le había enviado ofrecimientos a él para conmemorar el aniversario de la muerte del padre de ella. Fue la gratitud de Nichiren Daishonin hacia ella y su misericordioso deseo de darle algo a cambio, lo que lo motivó a enviarle esta referencia acerca de la naturaleza de la muerte.
La historia de Wu-Lung e I-Lung nos enseña algo muy valioso, y es que debido a que la entidad de nuestras vidas es indestructible y eterna y que nunca estaremos ni en la vida ni en la muerte, separados de aquellos a quienes amamos y respetamos y con quienes tenemos una cercana conexión kármica. Esos son vínculos eternos que pueden seguir vivos por siempre, si este es nuestro deseo.
Tal como Wu-Lung, podemos estar seguros de que debido a que la vida es eterna, nosotros también podemos decir de alguien que ha muerto: “... Tu mano es mi mano y tu cuerpo es mi cuerpo...” Quizás aún más importante, también podemos decir “... Tu felicidad es mi felicidad...”, y al decirlo, darnos cuenta de cuan importantes son nuestra felicidad y nuestro bienestar para aquellos a quienes amamos, ya sea en vida o en lo que llamamos “muerte”.
Con este entendimiento, una ceremonia para los difuntos puede ser muy alentadora, y con un propósito determinado, a medida que enviamos Daimoku a alguien que haya muerto, a fin de acelerarlos a una fresca y nueva vida; y cuanto regocijo pueden llegar a sentir los afligidos a medida que sobrepasan su dolor por medio de la captación de que cada daimoku que entonemos alcanza instantáneamente el corazón de sus seres queridos y de que nuestra felicidad es importante para su felicidad.
Adicionalmente, en la medida que nuestro entendimiento aumenta, cuan maravillosa llega a ser la quinta oración del Gonguio, al ofrecernos una oportunidad de alcanzar dos veces al día a nuestros ancestros, familiares y amigos que han fallecido antes que nosotros.
Yo creo que nosotros, las personas de Occidente, realmente no podemos entender la grandeza del Budismo de Nichiren Daishonin, hasta que seamos capaces de colocarlo en medio de la absoluta realidad para nosotros, de la eternidad de la vida, porque tal entendimiento nos brinda un nuevo conjunto de valores.
¿Como podemos saber si esto es cierto ya que según nuestro conocimiento, nadie ha regresado de la muerte para decírnoslo? La respuesta, por supuesto, es entonar Daimoku para tener la sabiduría de entender, sin ninguna sombra de duda, que la vida es eterna y que hemos y seguiremos como cualquier otra persona renaciendo vida tras vida. Como todas las oraciones, esta no dejará de ser contestada.
Su historia está en una carta escrita por Nichiren Daishonin a la madre de Nanyo Tokimitsu, quién fue el valiente joven discípulo que donó los terrenos donde está construido el Templo Principal, Taiseki-ji.
Wu-Lung era un apreciado calígrafo, el mejor en la antigua China. Odiaba el Budismo y más que nada, menospreciaba al Sutra del Loto. En su lecho de muerte, elogió a su hijo I-Lung, diciéndole que el era aún mejor calígrafo que él, y al mismo tiempo obtuvo la promesa de éste de que nunca copiaría el Sutra del loto.
Inevitablemente, porque esto es una leyenda, el rey de esos tiempos quién creía en la grandeza del Budismo, solicitó a I-Lung para que le copiara el Sutra del Loto. El rehusó hacerlo y el rey se enfureció. Sin embargo, admiraba tanto la caligrafía de I-Lung, que, usando toda clase de argumentos y persuasión, finalmente obtuvo su consentimiento de que al menos, escribiría para él los títulos de los ocho volúmenes del Sutra del Loto.
Como I-Lung trabajaba de acuerdo a las peticiones del rey, le produjo una gran agonía el pensar cuanto estaba traicionando a su padre. De hecho, luego de concluir su trabajo, pasó tres días de ayuno al lado de la sepultura de su padre, rogando por su perdón.
Al tercer día cuando ya se encontraba desfallecer en su desesperación, experimentó lo que parecía un sueño o una visión. Su padre, Wu-Lung estaba parado frente a él mirándolo casi como un dios, rodeado de una “multitud celestial”.
Después de decirle a su hijo acerca de sus apabullantes sufrimientos en el infierno cuando murió, le describió la súbita aparición allí de un Buda dorado quién, anunciándole que el representaba al carácter “Mio”, extinguió instantáneamente los fuegos del infierno y le dijo que en ese preciso momento, su hijo I-Lung estaba de hecho ocupado inscribiendo el título del Sutra del Loto.
Así, como el Gosho dice: “en concordancia con el principio de que todo lugar es, sin cambiar sus características, en sí misma la tierra del Buda, el infierno de incesante sufrimiento fue transformado inmediatamente en la capital de la Luz Eternamente Tranquila...” (MW, Vol. 4, Pág. 309).
Al oir este sorprendente relato, I-Lung, todavía angustiado, le gritó a su padre que él ni siquiera había escrito los títulos del Sutra del Loto con sinceridad: “... ¿Cómo entonces puede ser que te haya ayudado?” Preguntó. Su padre contestó, “...Qué ignorante eres...”. “tu mano es mi mano y tu cuerpo es mi cuerpo. Tu acción de escribir los caracteres equivale a que yo también lo hubiera hecho.”
“Si bien no tenías fe en tu corazón, sin embargo escribiste los títulos con tu mano. En consecuencia, yo ya he sido salvado. Piensa en un niño que le prende fuego a algo y, sin la más mínima intención de hacerlo, causa que se queme.
Lo mismo sucede con el Sutra del Loto, si uno le profesa fe, seguro que se transformará en un Buda, incluso si uno no lo espera en lo más mínimo. Ahora que ya conoces este principio, nunca calumnies al Sutra del Loto...” (MW, Bo. 4, Pág. 310)
Aunque esta historia nos parezca como un cuento de hadas, es importante entender que, como siempre, Nichiren Daishonin utiliza este antiguo cuento para expresar una realidad, la realidad de que la vida es, de hecho, eterna.
La madre de Najo Tokimitsu, a quién el Daishonin le escribió esta carta, le había enviado ofrecimientos a él para conmemorar el aniversario de la muerte del padre de ella. Fue la gratitud de Nichiren Daishonin hacia ella y su misericordioso deseo de darle algo a cambio, lo que lo motivó a enviarle esta referencia acerca de la naturaleza de la muerte.
La historia de Wu-Lung e I-Lung nos enseña algo muy valioso, y es que debido a que la entidad de nuestras vidas es indestructible y eterna y que nunca estaremos ni en la vida ni en la muerte, separados de aquellos a quienes amamos y respetamos y con quienes tenemos una cercana conexión kármica. Esos son vínculos eternos que pueden seguir vivos por siempre, si este es nuestro deseo.
Tal como Wu-Lung, podemos estar seguros de que debido a que la vida es eterna, nosotros también podemos decir de alguien que ha muerto: “... Tu mano es mi mano y tu cuerpo es mi cuerpo...” Quizás aún más importante, también podemos decir “... Tu felicidad es mi felicidad...”, y al decirlo, darnos cuenta de cuan importantes son nuestra felicidad y nuestro bienestar para aquellos a quienes amamos, ya sea en vida o en lo que llamamos “muerte”.
Con este entendimiento, una ceremonia para los difuntos puede ser muy alentadora, y con un propósito determinado, a medida que enviamos Daimoku a alguien que haya muerto, a fin de acelerarlos a una fresca y nueva vida; y cuanto regocijo pueden llegar a sentir los afligidos a medida que sobrepasan su dolor por medio de la captación de que cada daimoku que entonemos alcanza instantáneamente el corazón de sus seres queridos y de que nuestra felicidad es importante para su felicidad.
Adicionalmente, en la medida que nuestro entendimiento aumenta, cuan maravillosa llega a ser la quinta oración del Gonguio, al ofrecernos una oportunidad de alcanzar dos veces al día a nuestros ancestros, familiares y amigos que han fallecido antes que nosotros.
Yo creo que nosotros, las personas de Occidente, realmente no podemos entender la grandeza del Budismo de Nichiren Daishonin, hasta que seamos capaces de colocarlo en medio de la absoluta realidad para nosotros, de la eternidad de la vida, porque tal entendimiento nos brinda un nuevo conjunto de valores.
¿Como podemos saber si esto es cierto ya que según nuestro conocimiento, nadie ha regresado de la muerte para decírnoslo? La respuesta, por supuesto, es entonar Daimoku para tener la sabiduría de entender, sin ninguna sombra de duda, que la vida es eterna y que hemos y seguiremos como cualquier otra persona renaciendo vida tras vida. Como todas las oraciones, esta no dejará de ser contestada.