Daisaku Ikeda promueve el concepto de “revolución humana”, basado en la filosofía del humanismo budista, el sostiene que todas las personas pueden lograr una transformación positiva en la vida y en la sociedad por decisión propia.
Ikeda escribe: “La revolución humana no es algo extraordinario ni alejado de nuestra vida cotidiana. (…) La revolución humana es alzar la mirada más allá del mundo cotidiano, restringido y pequeño, para tratar de abarcar algo más elevado, más profundo y universal. La postura de esforzarse un poco más es fundamental. ¿Vamos a dar un paso adelante, o nos daremos por satisfechos como estamos hoy? Todo en la vida queda determinado por esa decisión. (…) Hay muchos factores que determinan su rumbo: nuestra personalidad, las costumbres y el karma, la familia en la cual nos criamos... Es difícil liberarse de estos factores o influencias, que, a su vez, están todos muy relacionados entre sí. Y, por otro lado, la vida pasa en un abrir y cerrar de ojos. Muchos desperdician sus días corriendo de acá para allá, absortos en preocupaciones triviales y pequeñas, entregados a desvelos egoístas... Sin embargo, cuando decidimos romper este cascarón y comenzamos a actuar de un modo más solidario y sincero en nuestra conducta cotidiana, estamos poniendo en acto nuestra revolución humana. (…) Cuando ese nivel de solidaridad se expanda desde la vida individual hasta el orden de la familia, la nación y el mundo, entonces surgirá una revolución no violenta sin precedentes, orientada a la paz.” (2).
Ikeda, señala también: “Hay revoluciones de toda índole: políticas, económicas, industriales, científicas, artísticas, revoluciones en la distribución y comunicación... y tantas otras. Cada una tiene su propia trascendencia y todas son necesarias, a su manera. Pero por muchas cosas que uno modifique externamente, el mundo nunca mejorará, a menos que el mismo ser humano, fuerza motriz y el impulso de cualquier empresa, siga siendo egoísta y falto de solidaridad. En ese sentido, la revolución humana es el más esencial de todos los cambios y, al mismo tiempo, la transformación más necesaria que hoy espera la humanidad. (…) La revolución humana va a ser un tópico de importancia cada vez mayor en los años venideros. Su esencia radica en la postura de orientar en una dirección nueva y positiva las actitudes de la gente hacia la vida, la sociedad y la paz. Creo rotundamente que la revolución humana será un término clave para el siglo XXI.” 3
Asimismo, explica: "Revolucionar significa dar vuelta, e implica un cambio rotundo y drástico. El cambio gradual que uno tiene con el curso de los años, a medida que madura y crece, es parte de la evolución natural de la vida. Pero la revolución humana ocurre cuando uno trasciende el ritmo normal del crecimiento y experimenta un cambio rápido, para mejor.
El proceso de la revolución humana se caracteriza por una mejoría marcada y sostenida, que nos permite seguir creciendo y desarrollarnos durante toda la vida e, incluso, la eternidad. Jamás nos topamos con un límite, con un callejón sin salida, en nuestro camino hacia el propio perfeccionamiento. La fe es el motor, la usina que alimenta, en forma constante, esa revolución humana. (…) Los seres humanos poseemos la capacidad exclusiva de aspirar a la autosuperación y al crecimiento personal. En lugar de limitarnos a seguir la corriente de la vida, podemos pensar en trazarnos un rumbo y seguirlo. Cuando las personas dicen que quieren triunfar, generalmente piensan en adquirir una posición social de prestigio. Pero hacer la revolución humana es un objetivo mucho más profundo, pues implica modificar y elevar la vida desde adentro. La transformación que se logra así es permanente, y mucho, mucho más valiosa y preciada que cualquier prestigio social. Las personas somos eso: seres humanos. Nadie puede ser más que un ser humano. Por ese motivo, lo importante es ser el mejor individuo que cada uno pueda ser. Alguien podrá adornarse con todos los atributos de la fama, los títulos académicos, el dinero o el conocimiento, pero si su vida es pobre por dentro, nada le hará olvidar su vacío y su fracaso como ser humano. Cuando nos despojan de todos los adornos externos y quedamos al descubierto, con el único atributo de nuestra condición humana, ¿qué clase de persona resultamos ser? La revolución humana es el desafío de transformar la vida en el nivel más esencial.” (4).
Ikeda asevera: “Hemos padecido dos guerras mundiales en el siglo XX. Millones y millones han sufrido el espanto del infierno. Cuando nos preguntamos por qué ocurrieron cosas así, nos damos cuenta de que la humanidad necesita convertirse en una presencia más solidaria y benevolente, dentro de este planeta.” (5)
En otra obra escribe: “Algunos dicen que el estado de ánimo preponderante en el mundo actual es la impotencia. Sea cual fuere el caso, todos estamos muy conscientes de que las cosas no pueden seguir como hasta hoy. Sin embargo, las decisiones sobre temas políticos, económicos y ambientales parecen tomarse en algún lugar muy fuera de nuestro alcance. ¿Qué puede lograr hacer un individuo, en vista de las gigantescas instituciones que gobiernan nuestro mundo? Este sentimiento de impotencia alimenta un círculo vicioso que solo consigue agravar el cuadro y alentar en la gente la idea de que todo es inútil. En el extremo opuesto de esta percepción de impotencia, la filosofía del Sutra del loto nos enseña que cada instante de la vida abarca tres mil estados posibles (concepto budista del ichinen sanzen) y nos orienta a aplicar esta enseñanza en nuestra vida diaria. El principio de que la determinación esencial interior (ichinen) de una persona puede transformar cualquier cosa. Esta enseñanza da expresión suprema al potencial infinito y a la dignidad inherente a la vida de cada ser humano.” (6)