La perspectiva de Occidente hacia el cuerpo y la mente se ha
caracterizado desde hace mucho tiempo por el dualismo, que podría describirse
como la creencia en una distinción absoluta entre el cuerpo y el espíritu.
El matemático y filósofo francés del siglo XVIII, Descartes,
describió a la mente como algo que no es físico, distinto y sin interacción con
la entidad física del cuerpo.
En contraste con esto, el punto de vista del materialismo
considera que ambos, el cuerpo y la mente son fenómenos físicos.
La ciencia y la medicina moderna parecen apoyar este reciente
punto de vista: se ha demostrado que los estados emocionales acompañan cambios
físicos en el cerebro y el sistema nervioso. El daño físico en el cerebro puede
tener efectos profundos en las funciones mentales y emocionales.
Ese estado mental o psicológico que puede afectar el sistema
inmunológico y por ende la recuperación de una enfermedad, es ampliamente aceptado
por la ciencia hoy en día. Pero cuando llega a conclusiones extremas, el
materialismo deshumaniza al considerar que todas las cosas vivientes son apenas
máquinas sofisticadas o procesos químicos.
Desde el punto de vista del budismo, no obstante, puede decirse
que los dos puntos de vista anteriores son limitados.
El Sutra del loto enfatiza el principio de la «inseparabilidad
del cuerpo y de la mente», abreviación del término chino que literalmente
significa «la forma y la mente no son dos». Cuerpo es lo que tiene forma
visible, o que puede medirse o verse.
Mente es el ámbito del pensamiento, intención o espíritu —los
cuales son invisibles.
Inseparabilidad es la traducción de un término que literalmente
significa «no dos», que a su vez es la abreviación de «dos pero no dos». Esto
implica que cuerpo y mente, o forma y espíritu, parecieran ser entidades distintas
y que de algún modo pueden describirse como tal, pero que en el nivel más profundo ambos son manifestación de la misma realidad esencial
que es la vida en sí.
En The Record of the
Orally Transmitted Teachings (Registro de las Enseñanzas Transmitidas Oralmente), Nichiren Daishonin señala que la palabra Nam de Nam-myoho-renge-kyo,
deriva del sánscrito y se traduce al chino con dos caracteres:
Uno significa dedicación y el otro significa vida. Luego afirma:
«‘Dedicación’ se refiere al elemento de la forma física, tal como nos atañe,
mientras que ‘vida’ se refiere al elemento de la mente, tal como nos atañe.
Pero la enseñanza suprema nos dice que la forma y la mente no son
dos cosas» (OTT, pág. 3). Desde el punto de vista del budismo, entonces, cuerpo
y mente no son entidades separadas, como describe el dualismo, ni tampoco son simples expresiones de fenómenos puramente físicos.
En verdad, el budismo considera que todos los fenómenos, aun los objetos
inanimados, tienen ambos aspectos: el físico y el espiritual y todos son
expresiones de la Ley
Mística.
Ambos, el cuerpo y la mente, están arraigados en la eterna fuente
común de la vida misma, la Ley
de Nam-myoho-renge-kyo; ellos son parte y porción de la verdadera realidad de
la vida.
Nichiren también «la voz expresa los propios pensamientos. La
mente representa el aspecto espiritual, y la voz, el aspecto fisico… Uno puede
conocer los pensamientos de otra persona, escuchando su voz. Esto se Esto se debe a que el aspecto físico revela el aspecto espiritual»
(“Abrir los ojos de las imágenes talladas
y pintadas”, END, pág. 89).
Cuando invocamos Nam-myoho-renge-kyo por el bien de otras
personas (mente), nuestras palabras y acciones (cuerpo) hacia ellas pueden
elevar sus espíritus (mente), los que a su vez lleva hacia un cambio positivo
en su salud física y también en sus propias palabras y acciones (cuerpo).
Refiriéndose a este proceso, el presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, dijo:
«este es un excelente ejemplo de la ‘inseparabilidad de cuerpo y mente’. Unas
pocas palabras de aliento sincero pueden tener un efecto muy poderoso en una
persona enferma». (Traducido del Seikyo
Shimbum del 17 de Diciembre del
2005, pág. 3).
Nichiren también expresó: «Cuando uno reanima el semblante de
otras personas, uno también está reanimando el suyo propio, cuando uno les da
fortaleza, uno también se está dando fortaleza, cuando uno prolonga sus vidas,
uno prolonga igualmente la suya propia» (“Sobre ropa y alimento”,
WND, vol. 2, pág. 1066).
Una persona verdaderamente feliz puede ser descrita como alguien
que siente paz interna y satisfacción (mente), disfruta una fuerza vital
vibrante y se comporta de tal manera que brinda satisfacción y regocijo a otros
(cuerpo).
Cuando nos esforzamos en cuerpo y mente en orar, hablar y tomar
acción por el bienestar de otros, contribuimos simultáneamente con nuestra
propia salud física y bienestar espiritual.
Fuente Departamento de Estudio de la SGI-USA