DEIDADES Y DEMONIOS BUDISTAS.
La naturaleza positiva del ser humano es
tal, que se esfuerza por la felicidad de otras personas, como también por la
propia perfección.
Los demonios pueden definirse como
fuerzas o influencias negativas que interfieren con esta naturaleza
benevolente. En general, la amplia variedad de factores que obstaculizan el
desarrollo del carácter humano puede categorizarse como aquellos que surgen de
nuestra propia vida y los que son externos a ella.
Los factores externos son naturales,
sociales y culturales. No sólo los desastres naturales, sino cosas como el
pensamiento y las costumbres tradicionales pueden, a veces, operar
negativamente para obstaculizar nuestro progreso hacia la perfección y hacia el
bienestar de las demás personas. Por su parte, la naturaleza destructiva
potencial inherente, considerada una función del demonio, no es otra cosa que
las funciones de la propia vida. Algunos ejemplos son el egoísmo, el apetito de
fama personal y la pereza dominada por la fuerza del hábito. Todas ellas son
producto, esencialmente, del deseo humano.
En el Budismo, el término «demonios» y «deidades» indica las dos
fuerzas opuestas latentes dentro del ambiente. Pero los factores externos
pueden reconocerse como función de los demonios o de las deidades, según cómo
nos afecten.
Los factores externos no son ni demonios
ni deidades per se. Tomemos, por ejemplo, una persona que vagabundea bajo el
enceguecedor sol del desierto. Para ella, el intenso calor del sol es como un
demonio que amenaza su vida. Sin embargo, ese mismo astro, simultáneamente,
cumple la función de una deidad budista cuando brinda apoyo a todas las cosas
en crecimiento.
Debido a su virulencia, las bacterias o
los hongos pueden ser considerados como demonios capaces de causar enfermedades
e incluso la muerte; pero cuando son utilizados apropiadamente, pueden actuar
de manera benéfica como medicina o comida, como en el caso de la penicilina o
la levadura.
Lo mismo ocurre con la influencia que
ejercen el pensamiento y las costumbres. Lo que determina si su influencia es
destructiva o beneficiosa es cómo uno los acepta y los utiliza. Así como los
demonios son hostiles a las deidades, los diablos se oponen al Buda o, más
precisamente, al supremo estado de Budeidad.
La vida humana está dotada inherentemente
de las funciones de proteger y mantener su existencia. Los múltiples deseos e
instintos son intrínsecos al funcionamiento de la vida. Sin embargo, tienden a
hacer egoísta a la persona y a volverla deseosa de ganancia inmediata, a
expensas de una felicidad futura.
Como
se dice con frecuencia, a algunas personas «el árbol no las deja ver el
bosque». Es una incalculable pérdida para la
humanidad cuando los individuos se vuelven ciegos por una mera prosperidad
material y olvidan esforzarse por el propio crecimiento y por la felicidad de
otros.
Nuestra fortaleza espiritual en busca de
la autoperfección y de la felicidad para los demás sólo puede estar inspirada y
apoyada en un deseo espontáneo. Por esa razón, es natural que las funciones
demoníacas innatas de la vida tiendan a interferir con nuestras aspiraciones y
acciones benevolentes.
Los demonios latentes en nuestro medio no
tienen significado, hasta que estimulan y originan las funciones diabólicas del
interior de nuestra vida. Por lo tanto, lo más importante para quienes
practican el Budismo de Nichiren, es vencer las tendencias negativas inherentes con el poder de la fe.