DISTINTAS PERSONAS CON UN MISMO PROPÓSITO.
La unión se ha
reconocido durante mucho tiempo como un
valor humano de suma importancia, necesaria para el éxito de cualquier
emprendimiento que conste de más de una persona.
El filósofo y matemático
Gottfried Leibniz hizo la siguiente observación: «La realidad no puede
encontrarse más que en una única fuente, debido a la interconexión de todas las
cosas entre sí […] No concibo ninguna realidad sin unidad genuina»(1).
El budismo ve esa «única
fuente» a la que alude Leibniz como la Ley, o Dharma,
el principio que sirve de hilo conector entre todas las cosas.
Nichiren Daishonin la identificó como la Ley Mística, Nam-myohorenge-kyo.
El budismo existe para despertar a la gente al
vasto poder de esta Ley en la vida de cada persona. Y el
Budismo de Nichiren enseña que solamente podremos disfrutar de la verdadera
felicidad y avanzar hacia un mundo de paz si reconocemos esta fuerza de la Ley
y luchamos para hacerla aflorar en nosotros y en los demás.
Nichiren recalca la
importancia de la unión verdadera entre sus seguidores, que trabajan juntos en pos de este ideal, citando de la literatura
china el principio de «distintas personas con un mismo propósito» (itai doshini,
en japonés). EL escribe: «Cuando
en el pueblo predomina la unión de distintas personas con un mismo propósito, estas
podrán lograr todas sus metas; en cambio, cuando son iguales en apariencia pero
albergan distintos pensamientos, no serán capaces de obtener nada digno»
(Distintas personas con un mismo propósito, END, pág. 648).
«Distintas personas»,
también traducido como «diferentes en cuerpo», se refiere a la diversidad entre
las personas (su personalidad, sus cualidades, capacidades y papel únicos).
Hay quienes asocian la
palabra unión o unidad con conformidad, y, por ende, la ven como algo negativo.
La unidad impuesta y que procura controlar a las personas, no obstante, es la
antítesis absoluta de la unión de distintas personas con un mismo propósito.
Puede describirse mejor
como «un mismo cuerpo con distintos propósitos». Cuando más se cohesiona a las
personas a conformarse, menos podrán unirse verdaderamente en espíritu. En
circunstancias como estas, las personas pueden hacer una demostración de
unidad, pero en realidad están más preocupadas
por protegerse a sí mismas.
El Presidente Ikeda,
comenta: «Me parece profundamente significativo que Nichiren no utilice la
expresión uno en cuerpo con un mismo propósito (que se
usa comúnmente en japonés para expresar unidad en conformidad)
sino que utiliza distintos cuerpos, con un mismo propósito, señalando la unidad en
la diversidad. En otras palabras, aunque podamos compartir el mismo propósito o
aspiración, no suprimimos ni negamos nuestra propia individualidad.
Cuando cada uno de nosotros expresa plenamente
nuestro potencial único mediante el poder de la Ley Mística, podemos manifestar
la fuerza invencible de la unión de distintas personas con un mismo propósito» (The hope-filled Teachings of Nichiren Daishonin, págs.
205–206).
La unión de distintas personas con un mismo
propósito solamente se constituye entre aquellos que se
respetan entre sí y valoran los atributos y capacidades únicas de cada uno mientras
trabajan en armonía para compensar las debilidades del otro. Para crear esta clase de unión, cada persona
debe hacer a un lado el apego al yo y lograr una profunda
transformación interna, que denominamos revolución humana.
«Un mismo propósito»,
literalmente «uno en mente» (también «misma mente» o «mismo corazón») significa compartir un propósito noble, un
deseo común de hacer realidad un objetivo elevado. En el plano del Budismo de
Nichiren, se refiere al deseo de realizar el kosen-rufu, la propagación amplia de la
Ley para la felicidad de todas las personas. Nichiren se refiere a este misma mente o
corazón cuando dice: «Si usted comparte el mismo corazón que Nichiren, tiene
que ser un Bodhisattva de la Tierra» (El
verdadero aspecto de todos los fenómenos, END,
pág. 406); y: «lo importante es el corazón» (La
estrategia del Sutra del loto, END, pág.
1045). En definitiva, es un espíritu profundamente arraigado en la Ley Mística
misma.
Cuando invocamos
Nam-myoho-renge-kyo al Gohonzon con «el mismo corazón que Nichiren» (partiendo del espíritu de inseparabilidad de
maestro y discípulo) lo hacemos posible. El maestro se juega la vida en la promesa de
lograr el kosen-rufu y se esfuerza constantemente para despertar ese espíritu
en los demás. A medida que esta promesa despierta en nuestra propia vida
comenzamos a orar y trabajar con sinceridad no solamente por nuestra propia felicidad,
sino por la de nuestros amigos, familiares y compañeros de práctica y, por extensión,
a toda la humanidad.
Como consecuencia, emerge
el Estado de Buda de nuestro interior.
Nichiren enseña que si perseveramos en la fe con
su mismo espíritu y trabajamos juntos en armonía y con
respeto mutuo, el objetivo del kosen-rufu se realizará sin falta.
Así, tanto el espíritu
de inseparabilidad de maestro y discípulo como la unión de distintas personas con un mismo propósito o son necesarias si
deseamos hacer realidad la paz mundial.
El Presidente Ikeda
escribe: «La inseparabilidad de maestro y discípulo y el espíritu de distintas
personas con un mismo propósito son principios esencialmente inseparables; son
como las dos ruedas de una carreta. Si no compartimos el corazón o espíritu de realizar
el kosen-rufu con nuestro mentor, no habrá unión o propósito genuino entre la
diversidad de nuestros miembros. Ni tampoco podremos llamarnos discípulos que
verdaderamente personifican el espíritu de nuestro mentor si no valoramos
nuestra comunidad armónica de practicantes y hacemos esfuerzos continuos para
forjar y mantener la unión» (The
Hope-filled Teachings of Nichiren Daishonin,
pág. 203).
Estos no son meros
principios estáticos o puntos de la doctrina. Describen relaciones basadas en
la Ley Mística que pueden profundizarse sin límites, así como la fuerza y la
sabiduría que nos permiten manifestar. (Publicado en Living Buddhism, junio
2012, págs.
14–15).
NOTAS:
1. Gottfried Leibniz, Philosophical Writings (London: Dent, Rowman and
Littlefield, 1965), págs. 37 y 80).