Daisaku Ikeda y su madre en 1970 |
UNA MUJER DE POCAS PALABRAS. SEMBLANZA DE MI MADRE. Por Daisaku Ikeda.
La nuestra era una
familia grande; tenía cuatro hermanos mayores y dos menores, y una hermana
menor que yo. Había también dos niños adoptados, sumábamos un total de 12
miembros en la familia. Mi padre era un hombre chapado a la antigua, tanto que
le pusieron el sobrenombre de “Sr. Tozudo" Mi madre lo cuidaba, y
pacientemente se hacía cargo de 10 niños.
Ella era una persona de
gran perseverancia; nunca la escuché quejarse acerca de nada. Aún cuando el
negocio familiar de procesar algas comestible estuvo en riesgo, y cuando
nuestra casa se quemó durante la II Guerra Mundial, no pronunció ni una palabra
de queja; simplemente continuaba con el cuidado de los niños y haciendo las
tareas domésticas.
Recuerdo una vez cuando
compartíamos una sandía. La había cortado conforme al número de los presentes.
Uno de los niños que había terminado su porción le dijo a mi madre: "Ya
que no te gusta la sandía, tomaré tu porción”. A lo que mi madre replicó:
"Oh, repentinamente me empezó a gustar la sandía”, y separó una rebanada
para uno de los niños que estaba ocasionalmente ausente.
Es extraño como aún
ahora recuerdo su voz y su expresión con tanta claridad; pienso que se debe a
que mi joven corazón se conmovió ante su amor y sentido de equidad. Basado en
este sentido de ecuanimidad fuimos tratados con igualdad, y se nos enseñó
también a no hacer o decir algo que lastimara a los otros.
Con tantos niños y
tantos apetitos saludables mi madre prestaba mucha atención a lo que nos daba
para alimentarnos. No podía gastar un montón de dinero pero siempre se
aseguraba que tuviéramos las calorías suficientes. A pesar de las privaciones
de la guerra ninguno de nosotros sufrió de desnutrición. Pienso que conmigo
debe haberse esforzado el doble ya que yo era bastante débil y enfermo.
En aquella época sólo
teníamos una gallina. Los huevos que ponía se distribuían conforme a nuestras
edades, comenzando con el más grande; con esa cantidad de niños pasarían
algunos días hasta que el pequeño de la familia recibiera el suyo. Siempre
esperaba que llegara ese día con impaciencia, pensando que nunca llegaría.
Un día a quien le tocaba
el turno fue hasta el gallinero a buscar su huevo; ahí encuentra no uno sino
cuatro huevos. Regresó alborozado diciendo: "¡La gallina puso cuatro
huevos hoy!" Todos los niños aplaudieron con júbilo ante esta suerte
inesperada. En realidad mi madre se había despertado muy temprano, había salido
y compró huevos extra y lo colocó bajo la gallina. En el desayuno, se sentó sin
decir palabra; estaba claramente feliz de ver las expresiones de gozo en las
caras de sus hijos.
Los recuerdos que tengo de mi madre es que
ella era una mujer de pocas palabras, no obstante ella se las arreglaba para
expresar su gran afecto por nosotros.
Me siento muy orgullo de
esta mujer que fue capaz de compartir su amor con sus 10 hijos de forma
igualitaria. Aún puede sentir dentro de mí su voz reverberante llena de
compasión. Esto me alienta a hacer lo correcto; me ayuda a determinar qué es
correcto y qué está equivocado.
Las palabras que
recuerdo no son extraordinarias: "No hagas nada que cause problema a los
otros” y "No digas mentiras" fue básicamente lo que ella decía.
Cuando comenzamos la escuela ella agregaría: “Una vez que decidan hacer algo, asuman la responsabilidad por ello y
llévenlo a cabo ustedes mismos”. Sus palabras quedaron grabadas en mi
corazón en aquellos tempranos días y nunca las he olvidado.