UN MUNDO SIN FRONTERAS
DAISAKU IKEDA, CONFERENCIA BRINDADA EN LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, ARGENTINA, EL 1º DE MARZO DE 1990. (LEÍDA POR UN SUSTITUTO.)
Hoy es, para mí, un día
inolvidable. En primer lugar, tengo el honor de expresar mis ideas en una de
las instituciones universitarias más prestigiosas de América Latina. Por esta
oportunidad, quiero manifestar mi sincero agradecimiento al rector Shuberoff, a
la comunidad docente y a los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires. En
segundo lugar, reitero mi agradecimiento por el doctorado honoris causa que
esta casa de estudios acaba de concederme. Con ello, me inviste de un mérito
que me esforzaré por representar de la manera más digna posible.
UN MUNDO SIN FRONTERAS
Hoy vivimos en lo que, en muchos sentidos,
bien podría llamarse “un mundo sin fronteras”. Los límites nacionales han
perdido relevancia en muchos campos; no sólo me refiero al comercio y a las
finanzas, sino también a la tecnología. A fines de 1989 cayó el Muro de Berlín,
símbolo de la Guerra Fría entre el Este y el Oeste de Occidente. Por conocer la
ciudad de Berlín personalmente, este giro drástico de la historia me impactó de
una manera especial. Los hechos nos obligaron a reconocer que la
interdependencia global, tanto en lo político como en lo económico, está
creciendo en forma incesante; ya ningún Estado o régimen puede obstinarse en
mantener una política de aislamiento.
Se está gestando una
gran transición. Los engranajes de la historia, durante mucho tiempo confinados
a una repetición trágica de enfrentamientos y divisiones, por fin rechinan en
dirección inversa y avanzan hacia un orden de convivencia y armonía. Sin
embargo, lo que podría ser una rotación aceitada y veloz sufre el lastre de una
tercera inercia, representada por nuestros supuestos sobre la relación que nos
une al mundo.
El desafío más grande
que enfrentamos en vísperas del siglo XXI es cambiar de marcha y encontrar la
forma de armonizar y fusionar esas dos fuerzas divergentes que son el nacionalismo
y el globalismo. Lo que tenemos por delante es nada menos que la tarea de
redefinir el nacionalismo, en el contexto de un mundo unificado, de una aldea
global. En los años posteriores a Yalta se produjeron cambios de impacto
contundente en el orden mundial. Puede apreciárselos en los conflictos étnicos
de la Unión Soviética y Europa oriental, en los desvelos de la unificación
alemana y en el movimiento hacia la integración de la Comunidad Europea. Un mal
tratamiento de estas cuestiones sería capaz de conducirnos a una confusión
incontrolable; si eso sucediera, el sol de la unión mundial, que apenas
vislumbramos sobre el lejano horizonte, quedaría cubierto por un espeso manto
de nubes.
En 1990 conocí en Tokio
al embajador De la Guardia. En ese momento me brindó una perspicaz descripción
del temperamento nacional argentino. Es difícil caer en generalizaciones
apuradas, dijo, pero quizá sea acertado decir que Argentina es una “tierra de
fusión armoniosa”. Su comentario inesperado me resultó muy esclarecedor.
Geográficamente, éste es un país muy extenso y variado; no hace falta abandonar
el territorio para cambiar totalmente de escenario y de clima. Los argentinos
son producto de la fusión de grupos étnicos muy diversos. Esa nación para la
cual todos ellos han trabajado, la unión de numerosos pueblos, simboliza la
clase de transformación que debe emprender el hombre para hacer un uso óptimo
del potencial que ofrece el futuro.
El proceso de fusión
aparenta ser caótico, pero en realidad sigue un orden. Es como un remolino que,
a partir de la confusión, termina generando un nuevo cosmos. En el vórtice
donde el caos parece ser extremo, el movimiento de la vida humana es dinámico y
exhibe una creatividad suprema. Ésta podría ser la imagen de Argentina de hoy:
una tierra multirracial, aún en proceso de fusión. La energía que produce este
crisol es gigantesca; parece que va a evaporarse hasta la desaparición, pero en
lugar de disiparse, se acumula. Lo que está sucediendo en Argentina tiene todo
el aspecto del “caos generativo” que mencionó el sociólogo francés Edgar Morin
para describir a Europa. Por eso, veo a Argentina como la precursora de un
nuevo globalismo
UNA NUEVA IMAGEN DE LA HUMANIDAD
Un mundo sin fronteras
exige una nueva imagen de la humanidad, a tono con la época. En esa
perspectiva, si hay algo que impacta es la clase de individualismo que ha
echado raíz aquí en Argentina. Esta tierra ha mantenido, orgullosamente, un
espíritu de la libertad y autonomía desde los días en que declaró la independencia,
a la vanguardia del movimiento emancipador hispanoamericano. Su pueblo supo
forjar una unidad multirracial y crear un floreciente ethos cosmopolita. Así,
pues, Argentina ofrece un valioso ejemplo de alianza amistosa entre el
individuo autónomo y el ciudadano del mundo.
El poeta y escritor
argentino Jorge Luis Borges, quien acuño la visión de un laberinto que existe
fuera del tiempo y del espacio, señaló: “Nadie es alguien, un solo hombre
inmortal es todos los hombres”. Por sí mismo, arribó al prodigioso
descubrimiento de que una persona abarca a todas las demás; de que todos los
seres humanos existen dentro de cada individuo. Dicho de otro modo, cuando uno
se interna verticalmente en las capas profundas que forman su propio ser, lo
que encuentra es lo universal. Según Borges, los argentinos son individuos, más
que ciudadanos. Así, pues, la universalidad se logra atravesando el marco
“horizontal” de las naciones Estado. En la convergencia entre las dimensiones
vertical y horizontal yace la imagen de un individuo cosmopolita, equipado de
autonomía personal y de un enfoque global.
Martín Fierro es una de
las obras fundamentales de la literatura argentina, que retrata la dura
supervivencia del gaucho en la vasta llanura pampeana. En la última parte de
esta obra fascinante, el protagonista canta, poéticamente:
Pues son mis dichas desdichas
las de todos mis hermanos,
ellos guardarán ufanos
en su corazón mi historia,
me tendrán en su memoria
para siempre mis paisanos. (1)
El estereotipo del gaucho
es el de un marginal desafiante e independiente, a menudo perseguido por la
ley. Pero este mismo aislamiento del gaucho es lo que vuelve más conmovedora
esta entrañable referencia a los demás paisanos. (2) Jamás abandono la
esperanza de ver una nueva era, en que los individuos sean capaces de pensar en
la humanidad de la misma forma que Fierro atesora a sus paisanos.
Entre los desafíos
francamente difíciles de nuestro tiempo hay que mencionar la cuestión de los
derechos humanos, que cada vez parece tornarse más compleja, más controvertida
e importante. En este quehacer, puede ser de ayuda invaluable el aporte de un
pueblo cosmopolita. Vivimos en la época de los “derechos humanos de tercera
generación”. Los de primera y segunda generación se refieren a derechos
básicos, como la libertad y la vida, respectivamente. En este momento, es el
Estado el que protege y estos derechos, y el que recibe los reclamos de la
población. Con todo, los de tercera generación abarcan aspectos referidos al
desarrollo, al ambiente y la paz, y no pueden consolidarse sin una gestión
coordinada y global, libre de los límites de las fronteras nacionales.
Consideremos, por
ejemplo, el derecho a un ambiente sano. Las medidas para asegurar y proteger la
integridad ambiental no sirven de nada si quedan confinadas dentro de una
nación y si solo se limitan a contemplar el interés de ella. La única forma de
garantizar una atmósfera limpia y un agua libre de contaminación es trabajar
con un enfoque global, que tenga en cuenta los intereses de toda la humanidad.
El mundo sin fronteras
ofrece, oportunidades insuperables. Pero para llegar a el debemos abandonar las
prácticas y los conceptos que excluyen al otro. En lo personal, cada ser humano
debe entender, en los simples actos de su vida cotidiana, que la supervivencia
de la especie humana y su propia suerte son una misma cosa. La cuestión de los
derechos humanos, forma parte de un nuevo sistema universalista de valores. En
tal sentido, observo que el temperamento nacional del pueblo argentino, y la
energía creativa de sus jóvenes, prometen dar a este país un papel protagonista
en el movimiento por los derechos humanos.
NOTAS
(1) HERNÁNDEZ, José: Martín Fierro, Buenos Aires, Instituto
Salesiano de Artes Gráficas, 1972, pág. 299.
(2) En español, en el original.