POR UN MUNDO DE DIGNIDAD PARA TODOS: EL TRIUNFO DE LA VIDA CREATIVA.
Al iniciarse la segunda década del siglo XXI, quisiera expresar algunas ideas acerca de los problemas que afectan a nuestra sociedad contemporánea y sobre los medios más efectivos de establecer un mundo en paz.
La desvalorización del lenguaje.
El año pasado, el Japón se vio sacudido por una serie de terribles incidentes que demostraron claramente las dificultades que enfrenta una sociedad que envejece.
A fines de julio, el cuerpo momificado de un hombre, considerado uno de los ciudadanos más ancianos del Japón cuando tenía ciento once años de edad, fue encontrado sobre su cama, en su casa de Tokio, donde había fallecido unos treinta años antes. Con la consiguiente alarma, las autoridades locales comenzaron a verificar la condición de residentes ancianos y descubrieron que en realidad había numerosas personas centenarias cuyo paradero era desconocido. En algunos casos, algunos individuos de mucha edad todavía figuraban como vivos en los registros oficiales, pues sus familiares habían ocultado su fallecimiento para seguir recaudando el dinero de las pensiones.
Esa insospechada condición de una sociedad que es famosa por su longevidad perturbó sobremanera al público en general. Se ha acuñado la frase muen shakai o sociedad fragmentada para describir la desintegración de las relaciones sociales que, con incidentes como ese, pone en evidencia un escalofriante panorama sicológico.
Como lo explica el concepto budista del origen dependiente, la trama de la vida diaria se crea a partir de los lazos que nos conectan con nuestro ambiente. Los incidentes antes mencionados, sin embargo, nos recuerdan dolorosamente la fragilidad de esas conexiones. Ante relaciones familiares y comunitarias cada vez más endebles, e individuos cada vez más distanciados unos de otros, un gran número de jóvenes y de adultos mayores abrigan una visión pesimista acerca del futuro.
La fragmentación de la sociedad está inexorablemente ligada al fracaso de la comunicación, a una ruptura del lenguaje. Las dificultades económicas y la erosión de los lazos con los parientes se cuentan entre los factores causantes del problema, si bien no se puede negar que el vertiginoso avance de la tecnología de la información también se encuentra entre las causas más importantes. Los aspectos negativos de la era de la información, en donde las palabras pierden su valor y sustancia original, y se convierten en signos y cifras vacíos, contrastan irónicamente con el impresionante volumen de información. Todo ello lleva inevitablemente a la decadencia de la capacidad de diálogo, el cual es un sello distintivo del ser humano.
El científico y ensayista francés Albert Jacquard, brindó la siguiente observación imparcial sobre la tecnología de la información: La ciencia de la información […] únicamente provee comunicación enlatada o congelada. Es incapaz de suscitar los estallidos de creatividad que surgen naturalmente en el curso de un diálogo, que involucra tanto momentos de silencio como de palabras.(1)
Es verdad que el desarrollo de la tecnología de la información proporciona oportunidades para que las personas forjen nuevas conexiones entre sí. Sin embargo, las relaciones que se establecen a través de medios tecnológicos jamás tendrán un rostro humano si se limitan a intercambios anónimos y despersonalizados. Esa clase de interacción solo puede ser inorgánica y neutra, completamente alejada del estimulante asombro, la respuesta tangible y la satisfacción que proviene del esfuerzo por concretar una comunicación cara a cara, corazón a corazón.
En contraste, quisiera destacar cuán importantes para el espíritu humano son los esfuerzos para fomentar el diálogo que realizan los miembros de la Soka Gakkai Internacional (SGI) a escala global, en especial, a través de encuentros de diálogo en diferentes localidades, lo que constituye una de las actividades fundamentales que llevamos a cabo desde el inicio de nuestra organización.
Esos encuentros interactivos, que se realizan en miles de lugares cada día, reflejan el concepto de Jacquard sobre el diálogo que involucra tanto momentos de silencio como de palabras. Quienes participamos de esas reuniones experimentamos un sentimiento de alegría y de plenitud cuando nuestras palabras llegan al corazón de otras personas, y del mismo modo, nos sentimos confundidos y frustrados cuando no lo logran. En silencio, nos esforzamos con paciencia por encontrar palabras más adecuadas, y nos vemos embargados de una alegría aun mayor cuando finalmente estas son escuchadas y provocan una respuesta.
El tapiz multicolor que se va tejiendo gracias a ese empeño incansable para generar el diálogo nos permite desarrollar y enriquecer nuestra mente y nuestra alma. Constituye la caldera donde se templa y se capacita la vida interior. Es, pues, el opuesto exacto de la “comunicación congelada”.
Los seres humanos pueden ser realmente humanos solamente cuando se sumergen en las palabras y en el diálogo; no es posible madurar y llegar a ser un individuo hecho y derecho si no se viven esas experiencias. Es por esa razón que Sócrates declaró en su Phaedo que [la misología], es decir, el odio hacia el lenguaje y la misantropía (aversión al trato humano) se originaban de la misma fuente.
Actualmente estoy manteniendo un diálogo en forma de serie con los doctores Larry Hickman y Jim Garrison, ambos ex presidentes de la Sociedad John Dewey; en nuestras conversaciones estamos tratando el tema del célebre filósofo estadounidense y de la educación Soka. El doctor Hickman definió los centros comunitarios de la SGI como la clase de instituciones que fortalecen los lazos en la sociedad y como la cuna donde los ciudadanos maduran, o donde aquellos a quienes Dewey denominó “públicos” se forjan.(2)
El énfasis que pone la SGI en el establecimiento del diálogo tal vez parezca un enfoque que involucra un proceso paulatino y difícil de palpar. Pero tenemos el orgullo de que, precisamente por esa razón, ese empeño tiene el potencial de revitalizar el lenguaje tan desvalorizado y desvirtuado que domina el mundo actual.
Recuerdo aquí un intento de insuflar nueva vida al lenguaje y al discurso. El profesor Michael Sandel dicta una cátedra de filosofía política en la Universidad de Harvard, y ese programa se ha convertido en uno de las más populares en la historia de la institución. No se trata de clases conducidas por una sola persona; el docente encara cuestiones contemporáneas de público conocimiento, preguntándoles a los alumnos su opinión acerca del curso de acción correcto. Las clases, por ende, se transforman en un apasionado e interactivo intercambio de ideas.
Ese método de trabajo, que ha sido comparado con el diálogo socrático, llegó a ser conocido en Japón y tratado una y otra vez por los medios. El profesor Sandel visitó Japón el año pasado para acercar “Justicia con Michael Sandel” al público japonés, lo que concitó una gran atención por parte de la gente. Su obra, Justice: What’s the Right Thing to Do? [Justicia: ¿Cómo debemos actuar?], sigue siendo un best seller, algo inusual para un libro de su clase.
La cuestión de la justicia es sumamente compleja. Yo he explorado el tema en mi propuesta de paz del año pasado, al referirme a un episodio de la novela Los miserables de Víctor Hugo, en el cual el obispo Myriel y un jacobino moribundo sostienen una acalorada discusión debido a sus diferentes interpretaciones de la justicia.(3)
Esas cuestiones deben tratarse con respeto y cuidado. De no ser así, las opiniones enfrentadas sobre el concepto de justicia irán subiendo cada vez más de tono, hasta que el concepto en sí se vacíe de significado. La competencia sin freno entre las diferentes teorías sobre la justicia fue en gran medida la causa de que el siglo XX se convirtiera en una era de derramamientos de sangre, guerras y revoluciones violentas. Quizás la enorme popularidad de una iniciativa como la del curso del profesor Sandel sea un reflejo de la aguda necesidad de emprender una profunda revisión interior.
Las preguntas primordiales
Quisiera referirme ahora a la obra del filósofo francés Henri Bergson (1859-1941), al que fui muy afecto en mi juventud, con el propósito de esclarecer el concepto de humanismo budista tal como lo concibe la SGI.
Muy pocas personas han analizado la desvalorización de las palabras, la vulnerabilidad del lenguaje ante el abuso, tan incisivamente como Bergson. Casi no hay quienes hayan alertado de manera tan completa sobre la desequilibrada tendencia occidental de considerar todo a través del lenguaje y de la lógica. La filosofía de Bergson siempre se centró en el principio de que este debe estar al servicio de las necesidades de la gente. Así afirmó al respecto el filósofo francés Vladimir Jankélévitch (1903-1985): “Bergson restauró la filosofía, que estaba patas arriba”.(4)
Tengo un cálido recuerdo de cuando fui invitado a mi primera reunión de diálogo, durante el verano de 1947. Tenía diecinueve años, y cuando mi amigo me dijo que era una reunión sobre, la filosofía de la vida, mi primera reacción fue preguntar: ¿Es acerca de Bergson?.
Bergson se guiaba por el axioma primun vivere (primero vivir) y definía su motivación hacia la filosofía de la siguiente manera:
¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Hacia dónde vamos? Estas son preguntas vitales, que nos plantearíamos de inmediato si nos entregáramos a la reflexión filosófica, más allá de cualquier sistema filosófico.(5)
Un día, un seguidor reciente del Buda le hizo a este una serie de preguntas metafísicas. El Buda replicó con una parábola sobre un hombre al que le habían disparado una flecha envenenada. Aunque sus amigos y familiares trataron de que un médico lo curara, él se negó a que le quitaran la flecha hasta no saber quién la había disparado, su casta, nombre, altura, y procedencia; quiso saber también qué tipo de arco se había empleado, de qué estaba hecho, quién había puesto las plumas a la flecha, y qué clase de plumas eran esas. Antes de que se pudiera responder a todas esas preguntas, el hombre murió. El Buda utilizó la parábola para demostrar el sinsentido de obsesionarse con la conjetura
abstracta.