A, B, C, D, ENFERMEDAD.
Hay unos quince mil
nombres de enfermedades, aunque cada enfermedad puede recibir diferentes
nombres, según la parte del cuerpo en que se manifieste, la causa que la
produce, su evolución o sus síntomas. Por ejemplo, la tuberculosis puede tener
más de doscientas cincuenta manifestaciones clínicas.
En los últimos años, se
ha producido un aumento de afecciones producidas por la contaminación ambiental
y de enfermedades virósicas; del mismo modo, se han tornado más frecuentes los
desórdenes psicosomáticos, como las úlceras gástricas y el asma.
Las enfermedades se
pueden clasificar según su localización (hueso, corazón, hígado), su historia
natural (aguda o crónica) o su curso (progresivo o intermitente). Dos de las
formas más útiles de clasificación son aquellas que se realizan atendiendo a la
causa de la enfermedad (etiología) o al proceso biológico que resulta afectado.
La clasificación según la
causa que provoca la enfermedad procede del estudio de las enfermedades
infecciosas. Sin embargo, incluso cuando se identifica el agente causal, la
infección no es el único factor determinante en el proceso de la enfermedad.
Por ejemplo, mucha gente pueda estar expuesta al virus de la gripe y no
padecerla; otros pueden enfermar levemente, y los ancianos o las personas
debilitadas pueden incluso fallecer. El estado del sistema inmunológico y el de
la salud general influye en el curso de la enfermedad.
También se conocen
causas no infecciosas de enfermedad, muchas de ellas, relacionadas con la
ocupación o con el “estilo de vida” del paciente. Por ejemplo, hoy en día se
considera que fumar tabaco, beber alcohol en exceso, comer demasiado o no hacer
ejercicio, y vivir en un estado de estrés permanente son factores que
predisponen a la enfermedad.
En el caso de muchas
dolencias, la causa es desconocida, aunque se puede identificar el sistema
biológico afectado. Un ejemplo es el cáncer, a causa del cual se pierde el
control habitual que el organismo ejerce sobre el crecimiento celular. Como resultado, se produce un crecimiento
incontrolado de un grupo de células determinado, hasta que se acumula una gran
masa celular que puede dañar el tejido normal. Otro grupo de enfermedades son
consecuencia de un trastorno del sistema inmunológico. En el caso de esas
afecciones, denominadas “autoinmunes”, el sistema inmunológico actúa contra los
tejidos del organismo, impidiendo su funcionamiento normal.
En otras ocasiones, la
enfermedad se debe al déficit de una determinada sustancia en el organismo,
como en el caso del mal de Parkinson y de la diabetes. Incluso, se ha
determinado que muchas alteraciones psicológicas tienen un componente
bioquímico, que actúa sobre el sistema nervioso.
EL LADO POSITIVO DE
ESTAR ENFERMO.
El tema de la salud y de
la enfermedad ha sido abordado, a lo largo de la Historia, desde numerosas
perspectivas, tanto científicas como filosóficas.
Una visión particular
fue la expuesta por el filósofo suizo Carl Hilty (1833-1909), quien planteó que
la enfermedad podía ser “una importante y valiosa fuente de motivación”. Hilty
escribió: “Tal como la creciente del río remueve el suelo y enriquece los
campos, la enfermedad remueve y enriquece el corazón de las personas. Quien
entiende el verdadero sentido de la enfermedad y la sobrelleva, gana en
profundidad y fortaleza como ser humano, y puede captar ideas y creencias que
antes estaban fuera de su alcance”.
Hilty planteó que, en la
medida en que uno se esfuerza por recuperar la salud, puede reflexionar
agudamente sobre preguntas tan fundamentales como “¿Para qué deseo volver a
tener salud” o “¿Por qué quiero vivir?”.
Así, un padecimiento
físico puede impulsarnos a examinar nuestra existencia, nuestro estilo de vida.
La lucha contra la enfermedad nos hace comprender la vida humana con mayor
profundidad, tanto en su fase luminosa como en la sombría, y nos capacita para
que desarrollemos verdadera fortaleza interior. Puede ser un motivador muy
importante, ciertamente valioso. En ese sentido, la enfermedad no es algo de lo
que haya que avergonzarse.
LA “CAPACIDAD CURATIVA”
DE LA VIDA.
El doctor Norman Cousins
(1915-1990), conocido mundialmente por impulsar la “terapia de la risa”,
sostenía que la esperanza era el arma secreta para recuperar o mantener la
salud.
Cuando tenía cuarenta y
nueve años, Cousins cayó presa del “mal del colágeno”; posteriormente, a los
sesenta y cinco, padeció una afección cardiaca. A pesar de ello, logró superar
ambas dolencias. Cuando fue atacado por la enfermedad del colágeno, un médico
le dijo a Cousins que solo tenía una posibilidad entre quinientas de
recuperarse totalmente; según se relata en el libro de Cousins “Anatomía de la
enfermedad”, la reacción de éste fue pensar: “Si voy a ser ese uno entre
quinientos, lo mejor será que no me limite a ser un observador pasivo”.
Al respecto, el doctor
Cousins escribió: “He aprendido a no subestimar jamás la capacidad de la mente
y del cuerpo humano para regenerarse, aun cuando las perspectivas luzcan
desastrosas. Puede que la fuerza vital sea la fuerza menos comprendida en el
mundo”. Él destacaba que, a pesar de que nuestro cuerpo está dotado, de un modo
natural, de fuertes poderes autocurativos, demasiados pacientes adoptaban la
postura de que no estaba en sus manos curarse de su enfermedad.
El deseo de vivir del
paciente, decía Cousins, es la fuerza motriz para vencer la enfermedad;
afirmaba que la esperanza libera eso que la Medicina denomina “la capacidad
curativa natural de la vida”.
Josei Toda, segundo
presidente de la Soka Gakkai, solía comparar al cuerpo humano con una
gigantesca industria farmacéutica, capaz de producir el medicamento requerido
para combatir cualquier enfermedad.
Cousins logró probar un
nuevo y extraordinario tratamiento en su propia vida y, como resultado, logró
vencer una enfermedad que, por lo general, es fatal.
EL BUDISMO Y LA SALUD.
El Budismo reconoce la
enfermedad como uno de los sufrimientos básicos que experimenta el ser humano,
por lo que la incluye en los denominados “cuatro sufrimientos” (nacer,
envejecer, enfermar y morir), enunciados por el fundador de la filosofía
budista, Shakyamuni, en la India en el siglo V a.C.
Pero el Budismo no ha
abordado el tema de la salud desde una perspectiva “espiritualista” o como una
teoría abstracta. Los budistas de todas las épocas han abordado la realidad de
las enfermedades físicas y psicológicas con un enfoque dualista y directo;
buscaron mitigar el sufrimiento de las personas desde el punto de vista del
Budismo y de la ciencia médica.
El presidente de la SGI,
Daisaku Ikeda, señala al respecto: “En cuanto al Budismo y a la ciencia médica,
se puede decir, en líneas muy generales, que la medicina lucha contra la
enfermedad poniendo en juego los conocimientos científicos, en tanto que el
Budismo nos permite desarrollar sabiduría, para que podamos regular nuestro
propio ritmo y vigorizar nuestra fuerza vital. Eso contribuye a la eficacia del
tratamiento médico y nos ayuda a salir airosos del mal trance, porque activamos
los poderes curativos que poseemos naturalmente”. Dado que ambos buscan la
forma de liberar a la gente de esa clase de sufrimiento, el Budismo y la
Medicina comparten un objetivo en común.
Desde la perspectiva budista, la salud y la
enfermedad no están separadas. Así como la vida no existe separada de la
muerte. Son parte de un todo único. Nichiren Daishonin escribió: “De la
enfermedad surge la determinación para avanzar por el camino”.
LO MÁS IMPORTANTE ES LA DETERMINACIÓN DE
CURARSE.
Myoho-ama era una
creyente que abrazó la fe budista junto con su esposo, Toki Jonin, cuando
Nichiren Daishonin les habló personalmente a ambos, un año después de declarar
Nam-myoho-renge-kyo (el 28 de abril de 1253).
Ella, al igual que su
marido, fue una devota practicante, que incluso albergó al Daishonin en su
hogar, luego de la persecución de Matsubagayatsu (en agosto de 1260). Myoho-ama
también fue un ejemplo de amor, que prodigó tanto a su esposo y a sus hijos
como a su suegra, a quien cuidó diligentemente durante una enfermedad que duró
varios años. Cuando la madre de Toki Jonin finalmente falleció, fue Myoho-ama
quien cayó enferma; pero ella prestó poca atención a su estado de salud. Otro destacado
discípulo de Nichiren, Shijo Kingo, que era médico, observó los síntomas de
Myoho-ama y advirtió que ella no estaba consciente de cuán grave era su estado,
por lo que le comunicó al Daishonin su preocupación por la vida de la esposa de
Toki.
Al enterarse, el
Daishonin escribió una carta a Myoho-ama, llamada “Sobre la prolongación de la
vida”, en la que busca abrir los ojos de su discípula sobre la importancia de
su vida y de su salud, y hasta le sugiere formas de actuar para resolver su
enfermedad.
Para que Myoho
comprendiera, Nichiren cita varios casos de practicantes budistas legendarios
que habían logrado superar sus dolencias y extender su vida, entre ellos, el de
la propia madre del Daishonin, el hermano del sabio chino T’ien-t’ai, el rey
indio Ajatashatru y el bodhisattva Fukyo. Todos habían sido personas que, en
determinado momento, parecieron condenadas a sufrir una muerte inevitable y
que, a través de abrazar la enseñanza budista, habían logrado prolongar su
vida.
“Sobre la prolongación
de la vida” es, al mismo tiempo, un escrito muy estricto y misericordioso. Al
principio, uno puede pensar que el Daishonin le escribe a una mujer de escasa
fe; pero en realidad, no es así. Justamente porque Myoho-ama era una mujer tan
dedicada y abnegada, Nichiren le pide encarecidamente que reflexione sobre su
actitud negligente con respecto a su enfermedad; la exhorta a no aceptar su
sufrimiento como un “destino inmutable” y a que se desafíe por su
transformación. Le explica que, como budistas, debemos cuidar nuestra vida para
poder cumplir nuestra misión. La misión existe cuando hay vida. Y luchar por
prolongar la vida es atesorar nuestra misión como seres humanos. Esa postura
fue la que desplegó Myoho-ama, quien, alentada por su maestro, pudo derrotar la
enfermedad y vivir otros ¡veinticinco años más!
¡SALUD!
La salud es el deseo
universal de todo ser humano. Por muy acaudalada o poderosa que sea una
persona, la salud será siempre su más valiosa posesión.
La salud es mucho más que, simplemente, no enfermarse. Es un
estilo de vida pleno de sabiduría, balance y esperanza; una vital armonía de
cuerpo y mente. Una vida constructiva y preocupada por los demás en la que uno
siempre se muestra creativo, avanza y abre a nuevos escenarios, es una vida
verdaderamente sana.
Como señala el
presidente Ikeda: “La salud es nuestra más preciada posesión. Es algo que sé
por experiencia. Contraje tuberculosis cuando era muy joven, y algunos médicos
me pronosticaron que, con suerte, tal vez llegaría a cumplir treinta años. […]
El haberme enfrentado a la posibilidad de una muerte temprana me permitió
percatarme de lo valioso que es cada momento de la vida. Fue así que determiné
lograr todo cuanto pudiera mientras estuviera vivo, sin perder un minuto; y ha sido
gracias a mi enfermedad que me he visto motivado a extraer de cada día de mi
vida el valor de una semana o de un mes”.