LA SEGURIDAD EN UNO MISMO
Beatriz M. había vivido con Daniel. Estaba decidida a ser complaciente.
Se estudió las cosas que no le gustaban a él como si se estuviera preparando para un examen. Consiguió que la madre de Daniel le dijera cuáles eran las recetas favoritas de su hijo.
Por naturaleza, Beatriz era madrugadora; sin embargo, se quedaba hasta tarde en la cama porque a Daniel le gustaba hacerlo.
A Beatriz no le gustaba acostarse tarde, pero ésa era la costumbre de Daniel y de sus amigos. De hecho, dejó a sus amigas porque a Daniel no le gustaban. A cambio, intentó conseguir que los amigos de Daniel fueran los suyos, a pesar de que no le caían muy bien.
No obstante, cuanto más trataba de complacer a Daniel, más defectos hallaba éste en Beatriz, y cuantos más defectos él descubría, más trataba ella de cambiar, anticipándose a sus más mínimos caprichos y deseos, deformando su personalidad con el fin de complacerlo. Finalmente, Daniel la abandonó.
Beatriz perdió a Daniel precisamente porque sé pasó el tiempo tratando de ser la Complaciente. Debido a su desesperación por complacer, había perdido de vista su propia personalidad. Como consecuencia, se había despojado de todo rasgo individual a medida que adoptaba una personalidad tras otra en un esfuerzo desesperado por ser como Daniel quería que fuera. Se había convertido en una masa de protoplasma que Daniel podía modelar a su capricho. Sin embargo, éste nunca estaba satisfecho con lo que lograba Beatriz. De este modo, Beatriz perdió el respeto por sí misma, y el de Daniel también.
Cuando conocí a Beatriz, nada podía consolarla. Repetía sin cesar: "¿Por qué tuvo que sucederme precisamente a mí otra vez?" Siendo que se esforzaba tanto por complacer, por hacer lo correcto, ¿por qué la dejaban los hombres? ¿Por qué siempre la rechazaban?
Tenía una falsa personalidad, lo que es peor, no tenía ninguna. Es muy difícil tratar de ser lo que no somos. Es como llevar a cuestas un saco de cien kilos de identidad confusa. La moraleja de esta historia es que es preferible ser uno mismo. Al menos se nos rechazará por mérito propio. El auténtico yo debe ser el yo constante. Si esto lleva a que se nos rechace en algún lado, busquemos otro en que se nos valore por lo que realmente somos.
Carlota L., empleada estatal: "Viajaba en avión cuando una mujer de aspecto adinerado me preguntó si me molestaría correrme un lugar para que ella y su amiga pudieran sentarse juntas. Así tendría que sentarme al lado del pasillo, cosa que odio. Más tarde me quejaba: ¿por qué permito que la gente me pisotee? ¿Por qué no me defiendo? Me odio por eso".
Jorge M., analista de sistemas: "Siempre juego al tenis con un amigo mío. Para ello, debo levantarme una hora antes. Sólo tenemos la pista por una hora. Mi amigo siempre llega tarde, y yo por dentro hiervo de ira. Sin embargo, cuando él llega, no digo nada. Sólo sonrío con cara de infeliz".
Elena S., terapeuta ocupacional: "Mis parientes siempre rompen nuestros planes cuando nos avisan que van a venir a quedarse por una semana, y nunca sé cómo decirles que no".
Beatríz, Carlota, Jorge y Elena son pacientes y alumnos míos. Son adictos a la poca autoestima, a la timidez y a la pasividad. Se rebajan al permitir que otras personas los manipulen. No disfrutan de ello; por el contrario; se, sienten "utilizados", como "alfombras" o "malditos tontos". No se respetan a sí mismos porque no se hacen respetar por los demás. En una palabra, son inseguros.
Afortunadamente, en los últimos años han surgido remedios para la inseguridad. El concepto de adiestramiento para adquirir confianza en uno mismo ha tenido una gran aceptación, y sirve para romper con los malos hábitos emocionales.
Veamos cuatro tipos básicos de personalidades desde el punto de vista de la seguridad:
1. La personalidad complaciente. Beatriz M. hizo tanto para ser y hacer todo lo que Daniel quería que perdió de vista quién era ella y qué quería hacer de su vida.
2. La personalidad agresiva. Es todo lo opuesto del complaciente. Conduce por el camino rápido y es mejor que nadie se cruce en su camino. Sabe lo que quiere y no le preocupa demasiado cómo lo consigue. El fin justifica los medios. El grito de batalla de la personalidad agresiva es: "¡Viva yo, y al diablo con los demás!"
3. La personalidad pasivo-agresiva: El pasivo-agresivo es dócil en apariencia pero astuto en realidad. Pasivo-agresiva es aquella secretaria que odia archivar y se asegura de hacerlo muy mal para que alguna otra persona termine haciendo el trabajo por ella. Ya en nivel más extremo, ¿recuerdan la película Luz que agoniza en la que el "amante esposo" hace creer a su esposa que está perdiendo la razón? Los pasivo-agresivos son así.
4. La personalidad segura. Las personalidades seguras tratan de lograr aquello que honestamente creen que merecen, pero no a costa de otras personas. Hablan por ellos mismos y por los demás. Lo logran con la fuerza moral que les otorga tener el derecho de su lado. Lo hacen con justicia pero con firmeza. Personalidades seguras es lo que estoy tratando de hacer de Beatriz, Carlota, Elena y Jorge, y de todos mis pacientes y alumnos que llevan una alfombra como capa de inseguridad.
A veces desearía que hubiera una palabra mejor que seguridad para definir este estado.
Tal vez dominio de sí mismo o confianza en sí mismo sean las adecuadas. Muchas personas todavía confunden la conducta segura con la conducta avasalladora.
La principal diferencia está en que la personalidad agresiva actúa por propio interés egoísta. En cambio, la personalidad segura actúa con fuerza pero con justicia.
La personalidad agresiva puede ser tímida, mientras que la personalidad segura es respetada. La personalidad agresiva utiliza el humor como herramienta para herir y subestimar.
En cambio, la personalidad segura utiliza el humor para crear un vínculo con otras personas y para aliviar situaciones tensas.
Las palabras adiestramiento para adquirir seguridad en sí mismo forman parte de la lengua. El concepto es muy valioso, y como tal lo utilizaremos.
[ . . .]
Tenía una paciente a quien una persona pasivo-agresivo estaba volviendo loca en su propia casa. El nombre de mi paciente es Tina y el de él, Arturo. Este era inquilino de un apartamento en la casa de la cual Tina era propietaria. Al principio, habían sido no sólo buenos vecinos sino también amigos.
Sacaban a pasear juntos a sus perros, jugaban y bromeaban todo el tiempo.
De repente, por ninguna razón aparente, Arturo se volvió antipático. Apenas le hablaba a Tina. Cuando ésta le preguntaba: "¿Te pasa algo? ¿Hice algo que te ofendiera?", Arturo se daba la vuelta y gruñía: "No, estoy bien", y volvía a encerrarse en su caparazón.
La conducta de Arturo estaba haciendo de Tina una prisionera emocional en su propia casa. En cuanto aparecía Arturo, se sentía incómoda. Tina es una mujer sensible, con huellas de una personalidad propensa al sentimiento de culpa y al rechazo debido a lo cual empezó a venir a mi consultorio. Arturo se estaba aprovechando de sus dos hábitos. No obstante, Tina no quería echarlo porque temía el enfrentamiento.
Además, hasta antes de su cambio de actitud, Arturo había sido un inquilino modelo. De manera que Tina siguió intentando ablandarlo y sólo consiguió a cambio continuos desaires.
Le dije a Tina que estaba siendo manipulada por un pasivo-agresivo. Arturo controlaba su estado de ánimo y su medio ambiente y al parecer disfrutaba del poder. En su preocupación por saber qué había hecho ella mal, este hombre la estaba saboteando.
Le sugerí a Tina que la próxima vez que viera a Arturo le dijera lo siguiente, y sólo esto: "No sé cuál es tu problema. Pero cuando estés listo para hablar de ello, avísame. Estaré dispuesta a escucharte". (Nótese que le remendé "cuando" y no "si", de manera que la palanca psicológica quedara en manos de Tina.)
Luego le recomendé que siguiera comportándose como siempre, en la medida de lo posible. "No permitas que su conducta controle la tuya", fueron las palabras con que me despedí de Tina en mi consultorio.
La siguiente vez que vino a verme, me contó su último encuentro con Arturo: Yo estaba en el patio, paseando a mi perro. Entonces vi a Arturo y le sonreí. Le dije: “hola” y me detuve sólo el tiempo suficiente para decirle que discutiría el problema cuando él estuviera listo. Luego seguí mi camino. Caminaba ‘con seguridad en mí misma’, como diría usted. A la mañana siguiente, casi me desmayo. Arturo me dijo: “Hola, Tina, ¿cómo estás?” ¡Y se ofreció a llevarme hasta el taller donde estaban reparando mi coche!
Lo que hizo Tina fue transmitir a Arturo un mensaje en voz alta y clara. No estaba dispuesta a aguantar su rechazo. Mediante su seguridad en sí misma, dejó bien claro que era ella quien se ocupaba de su vida, fuera cual fuere la conducta de él con respecto a ella.
Cuando Arturo se dio cuenta de este hecho, supo que ya no ejercía ningún control sobre ella, y abandonó el juego. Arturo es un ejemplo no demasiado extremo de pasividad-agresividad.
[ . . .]
La seguridad es un estado mental, una postura, cierta cualidad de la propia voz. Cuando hablamos con claridad y con certeza, las personas tienden a respetar lo que decimos.
Proyectamos autoridad, cierto aire de que sabemos de lo que estamos hablando. La melodía de nuestra voz señala nuestra firmeza y confianza, o nuestros miedos e inseguridades.
Existe un gran vacío de autoridad. Y las personas que por lo menos suenan como si supieran de qué están hablando son aquellas que por lo general llenan ese vacío.
Todavía recuerdo con espanto la ocasión en que una amiga mía vino a visitarme con su hijo de cuatro años. A Marquitos le gustó un pájaro de cristal Steuben que se hallaba sobre la mesa de café, y comenzó a jugar con él. Su madre le dijo: "Marcos, querido, por favor, deja el pájaro de Penny, cariño. Por favor, Marcos".
Estas fueron las palabras. Pero la melodía decía: "Sé que nunca escuchas a tu pobre mamá, Marcos, adorable diablillo. Tampoco espero que me escuches ahora.
Pero tengo que decir algo por respeto a Penny". Por supuesto, Marcos, la ignoró y siguió manoseando mi valioso pájaro.
Sin embargo, después de que el pájaro sobreviviera a la primera caída al suelo, no pude soportarlo más: "Marcos —le dije—, deja ese pájaro". No alcé la voz. Pero mi tono fue fríamente seguro. El tono fue certero, mientras que el de su madre fue complaciente. Y el niño captó la diferencia. Cuando hablé, Marcos dejó el pájaro.
[ . . . ]
Marga A. tenía problemas para hacerse valer en su casa. El mal hábito emocional de Marga era la poca autoestima, que la conducta de su esposo acentuaba. Según lo definió Marga: "Siempre tengo la sensación de que lo que yo quiero no cuenta, que ni siquiera yo cuento".
Esteban no era un mal hombre, sólo era irreflexivo. Una de las cosas que molestaba especialmente a Marga era que Esteban rara vez se preocupaba de decirle dónde iba a estar o a qué hora iba a llegar a casa. Si Marga le hacía preguntas, se ponía a la defensiva.
También Marga se ponía a la defensiva, y sus quejas acerca de su conducta insensata terminaban por lo general en fuertes discusiones, en las que Esteban siempre acababa burlándose de Marga. Cuando finalmente cesaba el griterío, la queja original se había perdido en medio de la agresión verbal. Esteban siempre conseguía dejar a Marga llorando, convencida de que había sido la culpable de la disputa.
La situación de Marga no es en absoluto inusual: también es la de muchas otras mujeres. Quise hacerla salir de la trampa en la que comúnmente se hace caer a las mujeres, según la cual se enzarzan en una discusión por una razón perfectamente válida y terminan sintiéndose culpables en lugar de ser las víctimas.
Pensé que la técnica del disco rayado ayudaría a Marga a no desviarse de su objetivo. Mantendría clara su visión incluso cuando Esteban comenzara a arrojarle arena verbal a los ojos. De manera que elaboramos respuestas de disco rayado para las disputas que con más frecuencia mantenía con su esposo.
Cierta noche, semanas más tarde, Marga tenía la cena en el horno, lista para servirla a los ocho. A las nueve, Esteban aún no había llegado. Llamó a su oficina, pero no contestó nadie.
Comenzó a irritarse. A las diez de la noche, estaba asustada. Esteban había estado tomando una nueva medicina para su angina de pecho y la preocupación de Marga era que hubiera sufrido un ataque cardíaco. ¿Estaría en un hospital? ¿Estaría muerto, tirado en la calle? Se quedó pegada a la ventana, mirando, hora tras hora.
Sin embargo, en un rincón de su mente estaba ensayando cierta respuesta de disco rayado que habíamos estado practicando. Por fin, a medianoche, llegó Esteban. Era evidente que había estado bebiendo. Marga reprimió sus impulsos ambivalentes: abrazarlo porque estaba bien, y estrangularlo por lo que le había hecho pasar. En cambio, tragó saliva y con tanta calma como pudo le dijo: "Esteban, la cena está lista desde las ocho de la noche, y ahora es demasiado tarde para comerla. Hay muchas cosas que me habría gustado hacer esta noche, en lugar de estar esperándote. En el futuro, te agradecería que, cuando vayas a llegar tarde, me llames y me lo hagas saber con anticipación".
ESTEBAN: ¿Y cuál es el gran problema? ¡Guarda la cena para mañana por la noche!
MARGA: Esteban, en el futuro, te agradecería que, cuando vayas a llegar tarde, me llames y me lo hagas saber con anticipación.
ESTEBAN: No te entiendo. Mi jefe me invitó a tomar unas copas. Luego me pidió que cenara con él. ¿Que se supone que debo hacer? ¿Dejarlo plantado?
MARGA: En el futuro, te agradecería que, cuando vayas a llegar tarde...
ESTEBAN (ahora confuso e irritado): ¡Eres tan egoísta! Todo esto me repatea. ¡Por Dios, iré a acostarme, y al diablo tú y tu cena! ¡Has arruinado la noche!
MARGA: En el futuro...
¿Surtió efecto el disco rayado de Marga? ¿Logrará cambiar a Esteban? ¿La llamará la próxima vez que vaya a llegar tarde? ¿Será más responsable en el futuro? Tal vez sí, tal vez no. Pero, lo haga o no, el disco rayado ayudó a Marga a ganar una batalla consigo misma. Fue capaz de cristalizar sus sentimientos en una frase. No se permitió ninguna distracción, no se permitió verse arrastrada a una discusión a gritos con su esposo. Con calma y dignidad, giró alrededor de su recién descubierta base de confianza y defendió sus derechos. En ningún momento perdió los estribos, ni alzó la voz. Y se fue a la cama sin llorar y sin la sensación de que estaba equivocada. De hecho, se fue a la cama sintiéndose bien consigo misma. Y hasta es posible que Esteban captara el mensaje.
Las conductas complacientes, agresivas y pasivo-agresivas son esencialmente enfermizas: es necesario que desarrollemos un enfoque seguro ante la vida.
La conducta agresiva sólo se recomienda en raras ocasiones y sólo cuando podemos sostener firmemente los hilos que conectan o desconectan tal conducta.
Podemos tratar con personas agresivas y pasivo-agresivas si dejamos bien claro que no estamos dispuestos a soportar sus manipulaciones.
La seguridad no necesita ser estridente. Puede expresarse por medio del humor y la sutileza.
El ser repetitivo como un disco rayado es una técnica muy efectiva para lograr seguridad y para no dejar dudas acerca de lo que queremos y de cuál es nuestro lugar.
[ . . . ]
Angela G. es experta en convertir su conducta en algo predecible para los demás.
No es paciente; es una amiga que hace mucho que dejó de lado sus capas de inseguridad, si es que alguna vez las tuvo. Sin embargo, el marido de Angela,
Roberto, es un hombre profundamente neurótico. El modo en que Angela controla sus exigencias de compasión son modelos de cómo no ponerse a disposición de las neurosis de otras personas.
Roberto sufre de una interminable lista de enfermedades, reales e imaginarias. Hace poco, estuvo bajo tratamiento por su alta presión sanguínea. Poco después, Roberto le dijo a Angela: "No lo soporto más. Voy a matarme". Y la miró esperando a ver qué decía. Se produjo el siguiente diálogo:
ANGELA: Ojalá no te sintieras así. Pero si realmente te sientes tan mal...
ROBERTO: ¿Es que no te importa? Soy tu esposo. Te estoy diciendo que voy a matarme y actúas como si te estuviera hablando del tiempo.
ANGELA: No me gustaría que tuvieras una vida desdichada.
ROBERTO: Os dejaría a ti y a los niños en dificultades, ¿no es cierto?
ANGELA: Sí, y además te extrañaríamos terriblemente. Pero estás tan descontento con tu vida...
ROBERTO: Creí que te volverías loca con sólo oírme hablar de ello.
ANGELA: Lo siento, mi amor. Es que yo no tengo ganas de suicidarme, amo la vida. Y ojalá tú también la amaras.
ROBERTO: Acabo de recordarlo. El médico me dijo que esas píldoras podrían tener un efecto depresivo. Tal vez pueda recetarme alguna otra cosa.
Angela era lo suficientemente lista como para no ser el blanco de la neurosis de su marido. Simplemente, no se prestó en modo alguno a la manipulación emocional de Roberto. Convirtió su conducta en algo muy predecible. Angela también es un buen ejemplo de alguien que proporciona empatía en lugar de compasión. En lugar de saltar al río con Roberto, le dio la cuerda suficiente para que pudiera salir.
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Si alguien nos da algo, por ejemplo un libro, nuestra reacción es tomarlo. Si alguien nos cuenta una sarta de patrañas, nuestro impulso puede ser también aceptarlas. Pero, ¿por qué habríamos de hacerlo? Si no la aceptamos, quienquiera que sea el que nos la está ofreciendo, no podrá deshacerse de ella. De eso se trata ser predecible y no estar a disposición de los demás. Tenemos todo el derecho a no dejarnos arrastrar por el juego emocional de otra persona. Tenemos derecho a decir que "no".
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Muy a menudo, damos indicios falsos acerca de nuestra conducta. Nos exponemos a un trato injusto. Tomemos como ejemplo a la mujer soñadora que adorna a su hombre con las cualidades combinadas de Clark Gable y San Francisco. Ella lo "inventa" como ideal. Luego comienza a echarle en cara que no es lo que ella invento. El hombre se pregunta: "¿Qué está pasando aquí? Esto es un caso de falsa identidad. Elegiste al hombre equivocado. Me voy de aquí". Ella se estuvo buscando su propia soledad y conspiró para asegurarse de que así sucedería. O tomemos el ejemplo de Adela, dolida porque su sobrina no le envió una nota de agradecimiento. Adela está preparada, lista y disponible para el rechazo, sentada como un pato en el tiro al blanco, esperando que la hieran.
No se puede rechazar a alguien que no esté disponible para el rechazo, ni humillar a alguien que no esté dispuesto a ser humillado, ni castrar a un hombre que no esté dispuesto a ser castrado. Podemos disminuir la vulnerabilidad si hacemos saber a aquellos que nos rodean cómo vamos a reaccionar, poniendo en claro qué cosas soportaremos de ellos y cuáles no.
[ . . . ]
Si no tuviéramos columna vertebral, nuestros cuerpos serían como globos desinflados. Lo mismo sucede con nuestra postura emocional. El depresivo crónico, la mujer desvalida, el rechazado, el que piensa que va a suceder una catástrofe, todos ellos tienen un defecto emocional al descubierto. Carecen de la columna vertebral de la confianza. Proclaman el mensaje de que están disponibles para la explotación emocional. Por otra parte, todos conocemos personas que emiten señales opuestas. Giran alrededor de una espina dorsal de confianza. Ofrecen claros indicios de aquello que tolerarán y aquello que no tolerarán. Su columna vertebral de la confianza los mantiene en pie. Casi podemos verla, como si fuera un segundo espinazo que proporciona seguridad psicológica. Y obedecemos el mensaje que transmiten estas personas: "Trátame con respeto".
Nosotros también podemos construir en nosotros mismos una columna vertebral de confianza. Podemos aprender a adquirir una postura de seguridad en nosotros mismos. Comencemos por asumir una determinada postura física. Digámonos a nosotros mismos:
• Mantengo derechos los hombros, no encorvados.
• Me siento en el centro de la silla, y no a ocho centímetros de él.
• Dejo un espacio entre los brazos y el cuerpo y debajo de la barbilla.
• Apoyo los pies con firmeza en el suelo.
• ¡Listo! Ahora me siento cómodo y dispuesto. Puedo comenzar a sentir la columna de confianza que corre por mi espina dorsal.
• También me concedo mucho tiempo para pensar.
No podrán obligarme a decir ni a hacer nada hasta que esté listo, hasta que lo haya pensado bien. No estoy disponible para que me manipulen.
No voy a permitir que nadie me utilice como cubo de basura de su ira, su neurosis o su chantaje emocional.
Tengo seguridad y una determinada autoridad.
Mis pensamientos, palabras y hechos emanan de una columna de confianza.
[ . . . ]
Tomemos una serie de hechos y veamos cómo reaccionaría ante esa situación una persona con su columna de confianza, en comparación con otra persona que no posee tal columna.
El jefe va a ir a la oficina durante el fin de semana, y le dice a su ayudante que deje una importante carpeta sobre su escritorio. Cuando va rumbo a su trabajo el lunes, el ayudante recuerda con horror que olvidó dejar la carpeta a disposición de su jefe.
Entonces aparecen los peores elementos de contrición y la autodefensa: "¡Por Dios, señor Pérez, qué estupidez cometí! Lo lamento tanto... Arruiné su fin de semana, ¿no es cierto? Lo hice venir a la oficina para nada. Me siento la persona más estúpida de la empresa. Estaba seguro de que mi secretaria se ocuparía de la carpeta. Creo estar seguro de habérselo encargado. Pero por supuesto, soy el responsable, ¿no es cierto? Por supuesto, soy culpable... culpable...".
La personalidad segura gira alrededor de su columna de confianza y muestra empatía hacia su jefe, pero no se rebaja. "Lo lamento, señor Pérez, fue un descuido por mi parte. Debe de haber sido molesto haber venido hasta aquí y no encontrar la carpeta. Espero que haya tenido otra cosa que hacer y no haberle causado muchos inconvenientes. No creo que esto vuelva a suceder."
La columna de confianza se transmite a otras personas. Todos nos sentimos atraídos hacia las personas seguras. Todos respetamos las palabras tranquilas, el pensamiento cuidadosamente razonado y la opinión objetiva. Ser ansioso y tener las palmas de las manos húmedas hace sentir incómodas a otras personas, y les hacen sospechar de nosotros. Esto puede aplicarse a nuestras relaciones con jefes, maestros, gerentes de bancos y hasta posibles amantes.
La personalidad confiada posee el autocontrol para aprovecharse de las buenas situaciones y para salir de las malas. La persona que gira alrededor de una columna vertebral de confianza no huye de un rechazo, sino que se aleja con la dignidad y el orgullo intactos. La personalidad confiada no debe proteger su yo con frío desdén.
El o ella se enfrentarán a una relación social frustrada con esta actitud: "Para ti, no vale la pena seguir con esta relación. Para mí, es una pena. Podríamos habernos enriquecido mutuamente".
Las personas que giran alrededor de una columna de confianza están sincronizadas: internamente, al tratar con ellas mismas, y exteriormente, al tratar con otras personas. Podemos construir ese núcleo dentro de nosotros mismos. Podemos mantenernos emocionalmente firmes. Y desde esa postura podemos dejar caer las adicciones a la infelicidad de nuestras espaldas.
Penélope Russianoff (del libro "When Am I Going to Be Happy?")
Se estudió las cosas que no le gustaban a él como si se estuviera preparando para un examen. Consiguió que la madre de Daniel le dijera cuáles eran las recetas favoritas de su hijo.
Por naturaleza, Beatriz era madrugadora; sin embargo, se quedaba hasta tarde en la cama porque a Daniel le gustaba hacerlo.
A Beatriz no le gustaba acostarse tarde, pero ésa era la costumbre de Daniel y de sus amigos. De hecho, dejó a sus amigas porque a Daniel no le gustaban. A cambio, intentó conseguir que los amigos de Daniel fueran los suyos, a pesar de que no le caían muy bien.
No obstante, cuanto más trataba de complacer a Daniel, más defectos hallaba éste en Beatriz, y cuantos más defectos él descubría, más trataba ella de cambiar, anticipándose a sus más mínimos caprichos y deseos, deformando su personalidad con el fin de complacerlo. Finalmente, Daniel la abandonó.
Beatriz perdió a Daniel precisamente porque sé pasó el tiempo tratando de ser la Complaciente. Debido a su desesperación por complacer, había perdido de vista su propia personalidad. Como consecuencia, se había despojado de todo rasgo individual a medida que adoptaba una personalidad tras otra en un esfuerzo desesperado por ser como Daniel quería que fuera. Se había convertido en una masa de protoplasma que Daniel podía modelar a su capricho. Sin embargo, éste nunca estaba satisfecho con lo que lograba Beatriz. De este modo, Beatriz perdió el respeto por sí misma, y el de Daniel también.
Cuando conocí a Beatriz, nada podía consolarla. Repetía sin cesar: "¿Por qué tuvo que sucederme precisamente a mí otra vez?" Siendo que se esforzaba tanto por complacer, por hacer lo correcto, ¿por qué la dejaban los hombres? ¿Por qué siempre la rechazaban?
Tenía una falsa personalidad, lo que es peor, no tenía ninguna. Es muy difícil tratar de ser lo que no somos. Es como llevar a cuestas un saco de cien kilos de identidad confusa. La moraleja de esta historia es que es preferible ser uno mismo. Al menos se nos rechazará por mérito propio. El auténtico yo debe ser el yo constante. Si esto lleva a que se nos rechace en algún lado, busquemos otro en que se nos valore por lo que realmente somos.
Carlota L., empleada estatal: "Viajaba en avión cuando una mujer de aspecto adinerado me preguntó si me molestaría correrme un lugar para que ella y su amiga pudieran sentarse juntas. Así tendría que sentarme al lado del pasillo, cosa que odio. Más tarde me quejaba: ¿por qué permito que la gente me pisotee? ¿Por qué no me defiendo? Me odio por eso".
Jorge M., analista de sistemas: "Siempre juego al tenis con un amigo mío. Para ello, debo levantarme una hora antes. Sólo tenemos la pista por una hora. Mi amigo siempre llega tarde, y yo por dentro hiervo de ira. Sin embargo, cuando él llega, no digo nada. Sólo sonrío con cara de infeliz".
Elena S., terapeuta ocupacional: "Mis parientes siempre rompen nuestros planes cuando nos avisan que van a venir a quedarse por una semana, y nunca sé cómo decirles que no".
Beatríz, Carlota, Jorge y Elena son pacientes y alumnos míos. Son adictos a la poca autoestima, a la timidez y a la pasividad. Se rebajan al permitir que otras personas los manipulen. No disfrutan de ello; por el contrario; se, sienten "utilizados", como "alfombras" o "malditos tontos". No se respetan a sí mismos porque no se hacen respetar por los demás. En una palabra, son inseguros.
Afortunadamente, en los últimos años han surgido remedios para la inseguridad. El concepto de adiestramiento para adquirir confianza en uno mismo ha tenido una gran aceptación, y sirve para romper con los malos hábitos emocionales.
Veamos cuatro tipos básicos de personalidades desde el punto de vista de la seguridad:
1. La personalidad complaciente. Beatriz M. hizo tanto para ser y hacer todo lo que Daniel quería que perdió de vista quién era ella y qué quería hacer de su vida.
2. La personalidad agresiva. Es todo lo opuesto del complaciente. Conduce por el camino rápido y es mejor que nadie se cruce en su camino. Sabe lo que quiere y no le preocupa demasiado cómo lo consigue. El fin justifica los medios. El grito de batalla de la personalidad agresiva es: "¡Viva yo, y al diablo con los demás!"
3. La personalidad pasivo-agresiva: El pasivo-agresivo es dócil en apariencia pero astuto en realidad. Pasivo-agresiva es aquella secretaria que odia archivar y se asegura de hacerlo muy mal para que alguna otra persona termine haciendo el trabajo por ella. Ya en nivel más extremo, ¿recuerdan la película Luz que agoniza en la que el "amante esposo" hace creer a su esposa que está perdiendo la razón? Los pasivo-agresivos son así.
4. La personalidad segura. Las personalidades seguras tratan de lograr aquello que honestamente creen que merecen, pero no a costa de otras personas. Hablan por ellos mismos y por los demás. Lo logran con la fuerza moral que les otorga tener el derecho de su lado. Lo hacen con justicia pero con firmeza. Personalidades seguras es lo que estoy tratando de hacer de Beatriz, Carlota, Elena y Jorge, y de todos mis pacientes y alumnos que llevan una alfombra como capa de inseguridad.
A veces desearía que hubiera una palabra mejor que seguridad para definir este estado.
Tal vez dominio de sí mismo o confianza en sí mismo sean las adecuadas. Muchas personas todavía confunden la conducta segura con la conducta avasalladora.
La principal diferencia está en que la personalidad agresiva actúa por propio interés egoísta. En cambio, la personalidad segura actúa con fuerza pero con justicia.
La personalidad agresiva puede ser tímida, mientras que la personalidad segura es respetada. La personalidad agresiva utiliza el humor como herramienta para herir y subestimar.
En cambio, la personalidad segura utiliza el humor para crear un vínculo con otras personas y para aliviar situaciones tensas.
Las palabras adiestramiento para adquirir seguridad en sí mismo forman parte de la lengua. El concepto es muy valioso, y como tal lo utilizaremos.
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Tenía una paciente a quien una persona pasivo-agresivo estaba volviendo loca en su propia casa. El nombre de mi paciente es Tina y el de él, Arturo. Este era inquilino de un apartamento en la casa de la cual Tina era propietaria. Al principio, habían sido no sólo buenos vecinos sino también amigos.
Sacaban a pasear juntos a sus perros, jugaban y bromeaban todo el tiempo.
De repente, por ninguna razón aparente, Arturo se volvió antipático. Apenas le hablaba a Tina. Cuando ésta le preguntaba: "¿Te pasa algo? ¿Hice algo que te ofendiera?", Arturo se daba la vuelta y gruñía: "No, estoy bien", y volvía a encerrarse en su caparazón.
La conducta de Arturo estaba haciendo de Tina una prisionera emocional en su propia casa. En cuanto aparecía Arturo, se sentía incómoda. Tina es una mujer sensible, con huellas de una personalidad propensa al sentimiento de culpa y al rechazo debido a lo cual empezó a venir a mi consultorio. Arturo se estaba aprovechando de sus dos hábitos. No obstante, Tina no quería echarlo porque temía el enfrentamiento.
Además, hasta antes de su cambio de actitud, Arturo había sido un inquilino modelo. De manera que Tina siguió intentando ablandarlo y sólo consiguió a cambio continuos desaires.
Le dije a Tina que estaba siendo manipulada por un pasivo-agresivo. Arturo controlaba su estado de ánimo y su medio ambiente y al parecer disfrutaba del poder. En su preocupación por saber qué había hecho ella mal, este hombre la estaba saboteando.
Le sugerí a Tina que la próxima vez que viera a Arturo le dijera lo siguiente, y sólo esto: "No sé cuál es tu problema. Pero cuando estés listo para hablar de ello, avísame. Estaré dispuesta a escucharte". (Nótese que le remendé "cuando" y no "si", de manera que la palanca psicológica quedara en manos de Tina.)
Luego le recomendé que siguiera comportándose como siempre, en la medida de lo posible. "No permitas que su conducta controle la tuya", fueron las palabras con que me despedí de Tina en mi consultorio.
La siguiente vez que vino a verme, me contó su último encuentro con Arturo: Yo estaba en el patio, paseando a mi perro. Entonces vi a Arturo y le sonreí. Le dije: “hola” y me detuve sólo el tiempo suficiente para decirle que discutiría el problema cuando él estuviera listo. Luego seguí mi camino. Caminaba ‘con seguridad en mí misma’, como diría usted. A la mañana siguiente, casi me desmayo. Arturo me dijo: “Hola, Tina, ¿cómo estás?” ¡Y se ofreció a llevarme hasta el taller donde estaban reparando mi coche!
Lo que hizo Tina fue transmitir a Arturo un mensaje en voz alta y clara. No estaba dispuesta a aguantar su rechazo. Mediante su seguridad en sí misma, dejó bien claro que era ella quien se ocupaba de su vida, fuera cual fuere la conducta de él con respecto a ella.
Cuando Arturo se dio cuenta de este hecho, supo que ya no ejercía ningún control sobre ella, y abandonó el juego. Arturo es un ejemplo no demasiado extremo de pasividad-agresividad.
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La seguridad es un estado mental, una postura, cierta cualidad de la propia voz. Cuando hablamos con claridad y con certeza, las personas tienden a respetar lo que decimos.
Proyectamos autoridad, cierto aire de que sabemos de lo que estamos hablando. La melodía de nuestra voz señala nuestra firmeza y confianza, o nuestros miedos e inseguridades.
Existe un gran vacío de autoridad. Y las personas que por lo menos suenan como si supieran de qué están hablando son aquellas que por lo general llenan ese vacío.
Todavía recuerdo con espanto la ocasión en que una amiga mía vino a visitarme con su hijo de cuatro años. A Marquitos le gustó un pájaro de cristal Steuben que se hallaba sobre la mesa de café, y comenzó a jugar con él. Su madre le dijo: "Marcos, querido, por favor, deja el pájaro de Penny, cariño. Por favor, Marcos".
Estas fueron las palabras. Pero la melodía decía: "Sé que nunca escuchas a tu pobre mamá, Marcos, adorable diablillo. Tampoco espero que me escuches ahora.
Pero tengo que decir algo por respeto a Penny". Por supuesto, Marcos, la ignoró y siguió manoseando mi valioso pájaro.
Sin embargo, después de que el pájaro sobreviviera a la primera caída al suelo, no pude soportarlo más: "Marcos —le dije—, deja ese pájaro". No alcé la voz. Pero mi tono fue fríamente seguro. El tono fue certero, mientras que el de su madre fue complaciente. Y el niño captó la diferencia. Cuando hablé, Marcos dejó el pájaro.
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Marga A. tenía problemas para hacerse valer en su casa. El mal hábito emocional de Marga era la poca autoestima, que la conducta de su esposo acentuaba. Según lo definió Marga: "Siempre tengo la sensación de que lo que yo quiero no cuenta, que ni siquiera yo cuento".
Esteban no era un mal hombre, sólo era irreflexivo. Una de las cosas que molestaba especialmente a Marga era que Esteban rara vez se preocupaba de decirle dónde iba a estar o a qué hora iba a llegar a casa. Si Marga le hacía preguntas, se ponía a la defensiva.
También Marga se ponía a la defensiva, y sus quejas acerca de su conducta insensata terminaban por lo general en fuertes discusiones, en las que Esteban siempre acababa burlándose de Marga. Cuando finalmente cesaba el griterío, la queja original se había perdido en medio de la agresión verbal. Esteban siempre conseguía dejar a Marga llorando, convencida de que había sido la culpable de la disputa.
La situación de Marga no es en absoluto inusual: también es la de muchas otras mujeres. Quise hacerla salir de la trampa en la que comúnmente se hace caer a las mujeres, según la cual se enzarzan en una discusión por una razón perfectamente válida y terminan sintiéndose culpables en lugar de ser las víctimas.
Pensé que la técnica del disco rayado ayudaría a Marga a no desviarse de su objetivo. Mantendría clara su visión incluso cuando Esteban comenzara a arrojarle arena verbal a los ojos. De manera que elaboramos respuestas de disco rayado para las disputas que con más frecuencia mantenía con su esposo.
Cierta noche, semanas más tarde, Marga tenía la cena en el horno, lista para servirla a los ocho. A las nueve, Esteban aún no había llegado. Llamó a su oficina, pero no contestó nadie.
Comenzó a irritarse. A las diez de la noche, estaba asustada. Esteban había estado tomando una nueva medicina para su angina de pecho y la preocupación de Marga era que hubiera sufrido un ataque cardíaco. ¿Estaría en un hospital? ¿Estaría muerto, tirado en la calle? Se quedó pegada a la ventana, mirando, hora tras hora.
Sin embargo, en un rincón de su mente estaba ensayando cierta respuesta de disco rayado que habíamos estado practicando. Por fin, a medianoche, llegó Esteban. Era evidente que había estado bebiendo. Marga reprimió sus impulsos ambivalentes: abrazarlo porque estaba bien, y estrangularlo por lo que le había hecho pasar. En cambio, tragó saliva y con tanta calma como pudo le dijo: "Esteban, la cena está lista desde las ocho de la noche, y ahora es demasiado tarde para comerla. Hay muchas cosas que me habría gustado hacer esta noche, en lugar de estar esperándote. En el futuro, te agradecería que, cuando vayas a llegar tarde, me llames y me lo hagas saber con anticipación".
ESTEBAN: ¿Y cuál es el gran problema? ¡Guarda la cena para mañana por la noche!
MARGA: Esteban, en el futuro, te agradecería que, cuando vayas a llegar tarde, me llames y me lo hagas saber con anticipación.
ESTEBAN: No te entiendo. Mi jefe me invitó a tomar unas copas. Luego me pidió que cenara con él. ¿Que se supone que debo hacer? ¿Dejarlo plantado?
MARGA: En el futuro, te agradecería que, cuando vayas a llegar tarde...
ESTEBAN (ahora confuso e irritado): ¡Eres tan egoísta! Todo esto me repatea. ¡Por Dios, iré a acostarme, y al diablo tú y tu cena! ¡Has arruinado la noche!
MARGA: En el futuro...
¿Surtió efecto el disco rayado de Marga? ¿Logrará cambiar a Esteban? ¿La llamará la próxima vez que vaya a llegar tarde? ¿Será más responsable en el futuro? Tal vez sí, tal vez no. Pero, lo haga o no, el disco rayado ayudó a Marga a ganar una batalla consigo misma. Fue capaz de cristalizar sus sentimientos en una frase. No se permitió ninguna distracción, no se permitió verse arrastrada a una discusión a gritos con su esposo. Con calma y dignidad, giró alrededor de su recién descubierta base de confianza y defendió sus derechos. En ningún momento perdió los estribos, ni alzó la voz. Y se fue a la cama sin llorar y sin la sensación de que estaba equivocada. De hecho, se fue a la cama sintiéndose bien consigo misma. Y hasta es posible que Esteban captara el mensaje.
Las conductas complacientes, agresivas y pasivo-agresivas son esencialmente enfermizas: es necesario que desarrollemos un enfoque seguro ante la vida.
La conducta agresiva sólo se recomienda en raras ocasiones y sólo cuando podemos sostener firmemente los hilos que conectan o desconectan tal conducta.
Podemos tratar con personas agresivas y pasivo-agresivas si dejamos bien claro que no estamos dispuestos a soportar sus manipulaciones.
La seguridad no necesita ser estridente. Puede expresarse por medio del humor y la sutileza.
El ser repetitivo como un disco rayado es una técnica muy efectiva para lograr seguridad y para no dejar dudas acerca de lo que queremos y de cuál es nuestro lugar.
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Angela G. es experta en convertir su conducta en algo predecible para los demás.
No es paciente; es una amiga que hace mucho que dejó de lado sus capas de inseguridad, si es que alguna vez las tuvo. Sin embargo, el marido de Angela,
Roberto, es un hombre profundamente neurótico. El modo en que Angela controla sus exigencias de compasión son modelos de cómo no ponerse a disposición de las neurosis de otras personas.
Roberto sufre de una interminable lista de enfermedades, reales e imaginarias. Hace poco, estuvo bajo tratamiento por su alta presión sanguínea. Poco después, Roberto le dijo a Angela: "No lo soporto más. Voy a matarme". Y la miró esperando a ver qué decía. Se produjo el siguiente diálogo:
ANGELA: Ojalá no te sintieras así. Pero si realmente te sientes tan mal...
ROBERTO: ¿Es que no te importa? Soy tu esposo. Te estoy diciendo que voy a matarme y actúas como si te estuviera hablando del tiempo.
ANGELA: No me gustaría que tuvieras una vida desdichada.
ROBERTO: Os dejaría a ti y a los niños en dificultades, ¿no es cierto?
ANGELA: Sí, y además te extrañaríamos terriblemente. Pero estás tan descontento con tu vida...
ROBERTO: Creí que te volverías loca con sólo oírme hablar de ello.
ANGELA: Lo siento, mi amor. Es que yo no tengo ganas de suicidarme, amo la vida. Y ojalá tú también la amaras.
ROBERTO: Acabo de recordarlo. El médico me dijo que esas píldoras podrían tener un efecto depresivo. Tal vez pueda recetarme alguna otra cosa.
Angela era lo suficientemente lista como para no ser el blanco de la neurosis de su marido. Simplemente, no se prestó en modo alguno a la manipulación emocional de Roberto. Convirtió su conducta en algo muy predecible. Angela también es un buen ejemplo de alguien que proporciona empatía en lugar de compasión. En lugar de saltar al río con Roberto, le dio la cuerda suficiente para que pudiera salir.
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Si alguien nos da algo, por ejemplo un libro, nuestra reacción es tomarlo. Si alguien nos cuenta una sarta de patrañas, nuestro impulso puede ser también aceptarlas. Pero, ¿por qué habríamos de hacerlo? Si no la aceptamos, quienquiera que sea el que nos la está ofreciendo, no podrá deshacerse de ella. De eso se trata ser predecible y no estar a disposición de los demás. Tenemos todo el derecho a no dejarnos arrastrar por el juego emocional de otra persona. Tenemos derecho a decir que "no".
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Muy a menudo, damos indicios falsos acerca de nuestra conducta. Nos exponemos a un trato injusto. Tomemos como ejemplo a la mujer soñadora que adorna a su hombre con las cualidades combinadas de Clark Gable y San Francisco. Ella lo "inventa" como ideal. Luego comienza a echarle en cara que no es lo que ella invento. El hombre se pregunta: "¿Qué está pasando aquí? Esto es un caso de falsa identidad. Elegiste al hombre equivocado. Me voy de aquí". Ella se estuvo buscando su propia soledad y conspiró para asegurarse de que así sucedería. O tomemos el ejemplo de Adela, dolida porque su sobrina no le envió una nota de agradecimiento. Adela está preparada, lista y disponible para el rechazo, sentada como un pato en el tiro al blanco, esperando que la hieran.
No se puede rechazar a alguien que no esté disponible para el rechazo, ni humillar a alguien que no esté dispuesto a ser humillado, ni castrar a un hombre que no esté dispuesto a ser castrado. Podemos disminuir la vulnerabilidad si hacemos saber a aquellos que nos rodean cómo vamos a reaccionar, poniendo en claro qué cosas soportaremos de ellos y cuáles no.
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Si no tuviéramos columna vertebral, nuestros cuerpos serían como globos desinflados. Lo mismo sucede con nuestra postura emocional. El depresivo crónico, la mujer desvalida, el rechazado, el que piensa que va a suceder una catástrofe, todos ellos tienen un defecto emocional al descubierto. Carecen de la columna vertebral de la confianza. Proclaman el mensaje de que están disponibles para la explotación emocional. Por otra parte, todos conocemos personas que emiten señales opuestas. Giran alrededor de una espina dorsal de confianza. Ofrecen claros indicios de aquello que tolerarán y aquello que no tolerarán. Su columna vertebral de la confianza los mantiene en pie. Casi podemos verla, como si fuera un segundo espinazo que proporciona seguridad psicológica. Y obedecemos el mensaje que transmiten estas personas: "Trátame con respeto".
Nosotros también podemos construir en nosotros mismos una columna vertebral de confianza. Podemos aprender a adquirir una postura de seguridad en nosotros mismos. Comencemos por asumir una determinada postura física. Digámonos a nosotros mismos:
• Mantengo derechos los hombros, no encorvados.
• Me siento en el centro de la silla, y no a ocho centímetros de él.
• Dejo un espacio entre los brazos y el cuerpo y debajo de la barbilla.
• Apoyo los pies con firmeza en el suelo.
• ¡Listo! Ahora me siento cómodo y dispuesto. Puedo comenzar a sentir la columna de confianza que corre por mi espina dorsal.
• También me concedo mucho tiempo para pensar.
No podrán obligarme a decir ni a hacer nada hasta que esté listo, hasta que lo haya pensado bien. No estoy disponible para que me manipulen.
No voy a permitir que nadie me utilice como cubo de basura de su ira, su neurosis o su chantaje emocional.
Tengo seguridad y una determinada autoridad.
Mis pensamientos, palabras y hechos emanan de una columna de confianza.
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Tomemos una serie de hechos y veamos cómo reaccionaría ante esa situación una persona con su columna de confianza, en comparación con otra persona que no posee tal columna.
El jefe va a ir a la oficina durante el fin de semana, y le dice a su ayudante que deje una importante carpeta sobre su escritorio. Cuando va rumbo a su trabajo el lunes, el ayudante recuerda con horror que olvidó dejar la carpeta a disposición de su jefe.
Entonces aparecen los peores elementos de contrición y la autodefensa: "¡Por Dios, señor Pérez, qué estupidez cometí! Lo lamento tanto... Arruiné su fin de semana, ¿no es cierto? Lo hice venir a la oficina para nada. Me siento la persona más estúpida de la empresa. Estaba seguro de que mi secretaria se ocuparía de la carpeta. Creo estar seguro de habérselo encargado. Pero por supuesto, soy el responsable, ¿no es cierto? Por supuesto, soy culpable... culpable...".
La personalidad segura gira alrededor de su columna de confianza y muestra empatía hacia su jefe, pero no se rebaja. "Lo lamento, señor Pérez, fue un descuido por mi parte. Debe de haber sido molesto haber venido hasta aquí y no encontrar la carpeta. Espero que haya tenido otra cosa que hacer y no haberle causado muchos inconvenientes. No creo que esto vuelva a suceder."
La columna de confianza se transmite a otras personas. Todos nos sentimos atraídos hacia las personas seguras. Todos respetamos las palabras tranquilas, el pensamiento cuidadosamente razonado y la opinión objetiva. Ser ansioso y tener las palmas de las manos húmedas hace sentir incómodas a otras personas, y les hacen sospechar de nosotros. Esto puede aplicarse a nuestras relaciones con jefes, maestros, gerentes de bancos y hasta posibles amantes.
La personalidad confiada posee el autocontrol para aprovecharse de las buenas situaciones y para salir de las malas. La persona que gira alrededor de una columna vertebral de confianza no huye de un rechazo, sino que se aleja con la dignidad y el orgullo intactos. La personalidad confiada no debe proteger su yo con frío desdén.
El o ella se enfrentarán a una relación social frustrada con esta actitud: "Para ti, no vale la pena seguir con esta relación. Para mí, es una pena. Podríamos habernos enriquecido mutuamente".
Las personas que giran alrededor de una columna de confianza están sincronizadas: internamente, al tratar con ellas mismas, y exteriormente, al tratar con otras personas. Podemos construir ese núcleo dentro de nosotros mismos. Podemos mantenernos emocionalmente firmes. Y desde esa postura podemos dejar caer las adicciones a la infelicidad de nuestras espaldas.
Penélope Russianoff (del libro "When Am I Going to Be Happy?")