DIVULGANDO EL BUDISMO DE NICHIREN DAISHONIN EN OCCIDENTE. Por Richard Causton director de la Soka Gakkai Británica. CAPITULO 7: CON EL OJO DEL BUDA.
Temas desarrollados: CON EL OJO DEL BUDA. UN DEPÓSITO GRANDE COMO EL TIEMPO.
CON EL OJO DEL BUDA.
En la vida humana existen nueve niveles de conciencia. Los primeros cinco corresponden a los sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. La sexta conciencia organiza las percepciones del mundo exterior y material y la séptima concierne la capacidad de pensar y evaluar. La octava es el "deposito" del Karma, donde se guardan las experiencias desde el infinito pasado. La novena conciencia es la Budeidad, que Nichiren Daishonin identifica con Nam-Myoho-Rengue-Kyo.
Según el Budismo, en la mente humana, existen nueve niveles de conciencia, que actúan juntos influenciando nuestra vida. Los primeros cinco corresponden a los sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. La sexta conciencia organiza las percepciones del mundo exterior y material (ke). A la séptima conciencia concierne el mundo exterior y espiritual (ku) e indica la capacidad de pensar y evaluar. La octava conciencia es el "deposito" del karma. La novena conciencia, base de todas las funciones espirituales es llamada amala, que significa puro e incontaminado. El Daishonin identifica la novena conciencia con Nam-Myoho-Rengue-Kyo. En momentos diferentes, diferentes niveles de conciencia predominan sobre otros (por ejemplo, cuando estamos despiertos o dormimos), pero los nueve niveles son inseparables y forman parte de nuestra vida todo el tiempo, ya sea que nos demos cuenta o no.
Ya conocemos los primeros siete niveles, dado que se refieren a las funciones de percepción y concepción explicadas en referencia a los Cinco Agregados. Normalmente recibimos información del mundo externo a través de nuestro cinco sentidos y la sexta conciencia sensorial integra estas informaciones, permitiendo distinguirlas entre los numerosos datos externos, además de registrar y juzgar los objetos físicos. Como cuando tomamos una naranja, por ejemplo, es nuestra sexta conciencia la que integra las cualidades del color, forma, medidas, materia y olor; lo cual nos permite juzgar si lo que tenemos en la mano es una naranja o una pelota amarilla. Además si el despertador suena mientras estamos quitando la cáscara de la naranja, la sexta conciencia nos hace entender que el sonido no sale del fruto.
La séptima conciencia, por otra parte, nos permite formular ideas, imaginar cosas, evaluar y establecer la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, filosofar, captar y expresar el lado invisible, es decir espiritual, de nuestra vida. Así, mientras la sexta conciencia nos hace decidir: “esta es una naranja”, la séptima conciencia nos permite pensar: “me gustan las naranjas. Contienen vitamina C y por eso son buenas para la humanidad”.
El filosofo francés René Descartes (1596-1650) estaba muy conciente de la función de la séptima conciencia (aunque no la definiera de la misma manera, Nota de la redacción), cuando afirmó: “Pienso, luego existo”, el bien conocido cogito ergo sum.
Él lo consideraba una prueba fundamental de la existencia humana. Cuando estamos despiertos, actuamos esencialmente basados en estas siete conciencias que nos permiten interactuar con nuestro medio ambiente.
Todas las impresiones sensoriales filtradas por la mente conciente durante el día, aun los pensamientos mas fugaces nunca se pierden y se conservan en el estado de ku, que el Budismo llama también la octava conciencia o "deposito". Este "deposito" equivale a la memoria, pero es mucho mas profundo de lo que podemos imaginar, pues registra todas nuestras experiencias personales: pensamientos, palabras y acciones, estemos conciente o no.
Mientras algunos recuerdos y momentos particularmente significativos pueden ser evocados a nuestro antojo, otros pueden emerger repentinamente, posiblemente despertados por banales estímulos sensoriales como olores o sabores. Desde esta intima experiencia nace la escritura poética de Proust: “Y muy pronto, abrumado por el triste día y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharadita de té en el que había remojado un trozo de bizcocho. Pero en el mismo instante en que aquel trago mixto con migajas de galleta, tocó mi paladar, me estremecí, fijando mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción alguna de que lo causaba. Me volvió indiferente a las vicisitudes de la vida, sus desastres se volvieron inofensivos y su brevedad ilusoria, de la misma manera como actúa el amor, llenándome de una esencia preciosa; mejor dicho, esa esencia no estaba en mi, sino que era yo mismo.[...]
¿De donde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Sentía que estaba ligada al sabor del té y de la galleta, sin embargo le excedía en mucho, no debía ser de la misma naturaleza. ¿De donde venia y que significaba? ¿Como atraparla? Bebo un segundo trago, que no me dice mas que el primero; luego un tercero que me dice menos que el segundo. Es hora de pararse, parece que la virtud del brebaje va aminorándose.
Es evidente que la verdad que yo busco no esta en él, sino en mi.[..] En cuanto reconocí el sabor del pedazo de galleta mojada en el tilo que mi tía me daba (a pesar de haber siembre ignorado y seguir ignorando por mucho mas tiempo la razón por la cual ese recuerdo me daba tata dicha), en ese instante la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino a mi como un escenario de teatro, ajustándose al pabelloncito del jardín, detrás de casa, construido para mis padres.
Y con la casa vino la ciudad, la plaza donde me mandaban antes del desayuno, las calles por donde andaba desde la mañana hasta la noche, con cualquier tiempo, los paseos que dábamos cuando hacia buen tiempo. Y, como ese juego que hacen los japoneses sumergiendo en una vasija de porcelana, llena de agua, pequeños pedacitos de papel, hasta ese momento sin una forma aparente, que en contacto con el agua se estiran y toman forma y color, se distinguen, convirtiéndose en flores, casas, personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del Sr. Swann y las ninfas de Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus pequeñas viviendas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo lo que va tomando forma y solidez, surgió de mi taza de té”.(M.Proust, En busca del tiempo perdido).
Puede acontecer que algunas personas bajo hipnosis, logren recordar detalles de cosas sucedidas en el lejano pasado y de las cuales no tenían memoria conciente. Entonces, nada de lo que pasa en nuestra vida, por insignificante que pueda parecer, escapa a la octava conciencia. Potencialmente, mediante el apropiado estimulo externo, podemos recordar todo lo que hemos experimentado. El echo de que normalmente no reconocemos muchas de las cosas que han pasado es un simple índice de cuan profunda es la octava conciencia y cuan difícil es explorarla.
UN DEPOSITO GRANDE COMO EL TIEMPO
A la luz del principio de la eternidad de la vida, el Budismo explica que la octava conciencia almacena no solo las experiencias de esta vida, sino todo lo que nuestra entidad de vida ha experimentado desde el infinito pasado. Sin embargo, muy a menudo no estamos concientes de esto, la influencia de esta conciencia sobre nuestros pensamientos, palabras y acciones es, entonces, enorme.
Es interesante observar que también el psicólogo suizo Carl Jung (1875-1961), que junto a Sigmund Freud, abrió la vía a la exploración de la psiquis humana, percibió la existencia de esta "memoria" heredada desde el lejano pasado, como explica en su teoría del inconsciente colectivo. En pocas palabras, él pensaba que las personas, así como comparten la herencia de características físicas tales como brazos y piernas, comparten también un patrimonio innato de experiencias comunes que proceden de la prehistoria o quizás hasta de más lejos.
En efectos él revelo que las imágenes y los símbolos arquetípicos recorren independientemente los sueños y fantasías de las personas y cubren la mitología de sociedades enteras, en todas las épocas y todas las culturas.
La teoría de Jung sobre el inconsciente colectivo, subraya que los seres humanos están íntimamente conectados con el pasado, tanto con su pasado individual como con el pasado de la humanidad entera. Esto es posible, explica el Budismo, dado que todos nosotros poseemos el "deposito" de la octava conciencia, que graba por siempre, en la profundidad de la vida, las experiencias registradas en las primeras siete conciencias.
Cuando estamos despiertos, el trabajo de la octava conciencia esta oculto por las actividades de las primeras siete, aunque reciba y transmita continuamente informaciones, ya sea en forma de memoria nítida o como vagas sensaciones, simpatías, antipatías y así sucesivamente. Cuando dormimos, por el contrario, las primeras siete conciencias se duermen y la octava las sustituye completamente: nos olvidamos del mundo externo y perdemos el concepto del tiempo y del espacio.
Los científicos han descubierto cinco diferentes fases de sueño que transcurren cíclicamente toda la noche y que pueden ser identificadas registrando las onda cerebrales, los movimientos de los ojos y la tensión muscular de la persona que duerme. Las primeras cuatro, conocidas como "las escalas del sueño", marcan una gradual inmersión en el "sueño delta". La quinta fase presenta comportamientos muy bizarros, porque reúne en si la casi total ausencia de tensión muscular típica del "sueño delta" y la secuencia de ondas cerebrales de la fase transitoria entre el despertar y el sueño. Los movimientos de los ojos son, extraordinariamente, más rápido que en el estado de vigilia. Por esto es llamado "sueño REM" (rápido movimiento de los ojos).
Podemos soñar (explican los científicos) en cualquier fase del sueño, desde que estamos entrando en el sueño hasta que estamos despertando.
Mientras la mente consciente se relaja, los pensamientos, las palabras y las acciones, acumuladas en la octava conciencia, escapan a su control y forman un sueño; no obstante, apenas nos despertamos, las primeras conciencias vuelven a tomar el control y muy pronto nos olvidamos completamente de lo que hemos soñado.
Podemos hasta ilusionarnos de no haber soñado, pero los científicos nos dicen que todos soñamos, hasta varias veces por noche. El profesor Alexander Boberly escribe en su testo Los secretos del sueño que una persona despertada del sueño REM “se orienta inmediatamente y es conciente del ambiente que lo rodea, mientras que quien es despertado de un sueño profundo esta desorientado y las funciones de su memoria son limitadas”.
He aquí como Proust define esta misma condición: “Pero era suficiente que, hasta en mi cama, mi sueno fuera profundo y me llevara a una total relajación de mi razón, entonces esta ultima, abandonaba el lugar donde me había quedado dormido, y, cuando me despertaba en el corazón de la noche, así como ignoraba el lugar donde me encontraba, en el primer momento tampoco sabía quien era ; tenia si a caso, en su primitiva sencillez, el sentido de la existencia tal cual puede vibrar en lo hondo de un animal y me hallaba en la desnudez del hombre de las cavernas; pero entonces el recuerdo, no él del lugar donde me hallaba, sino de algún otro donde yo había vivido y donde habría podido estar, venía a mi como socorro llegado de lo alto para sacarme de la nada, de donde yo no hubiese podido salir solo; en un segundo pasaba por encima de siglos de civilización, y la borrosa imagen de las lámparas de petróleo, de las camisas con cuello vuelto, iba recomponiendo lentamente los rasgos peculiares de mi personalidad”. (M. Proust, En busca del tiempo perdido).
Así él nos deja intuir poéticamente, lo que también Boberly teoriza cuando dice que podría existir, en el "sueño delta", un nivel de conciencia mas profundo que aquel experimentado durante los sueños. Entonces se trataría de una posible evidencia de lo que el Budismo llama la novena conciencia, "la esencia misma de nuestra vida"; es decir, la pura e inagotable fuerza vital del universo. En la teoría Budista ella asume varias definiciones y equivale a Myoho, chu, Camino del Medio, Verdadera Entidad de la Vida, Estado de Buda, Nam-Myoho-Rengue-Kyo. En otras palabras, la novena conciencia es el manantial de energía para todas nuestras actividades mentales y espirituales, es el motor que hace funcionar nuestro cuerpo, es lo que nos sostiene por toda la eternidad.
Cuando dormimos, entonces, quizás podemos "extraer" directamente de esta conciencia la fuerza vital del universo y eso explicaría porque el sueño restaura nuestras energías.
En un testo taoísta chino del siglo III a.c., Chuang Tzu, afirma: “Todo es unidad. Durante el sueño el alma es absorbida por esta unidad; cuando se despierta tiende a distraerse y percibe los seres diferentes”. Como sea, el sueño y la muerte son un aspecto fundamental y misterioso de la vida. Vamos a dormir cansados y nos despertamos renovados. Además, el Budismo nos enseña que morimos cuando estamos deteriorados y que luego la entidad de nuestra vida vuelve a nacer bajo nuevas formas. Sueño y muerte expresan así el continuo ritmo de Myoho, la Ley Mística. Si llegáramos a considerar la muerte como un sueño, como un período de descanso y recuperación en la eternidad de nuestra vida, entonces ella no nos provocaría mas terror e incluso podríamos hasta esperarla con la misma felicidad con la cual anhelamos un buen sueño nocturno después de un día de duro trabajo, confiando en que nuestra vida volverá a nacer fresca y vigorosa.
Desarrollar una confianza tal, sin embargo, es verdaderamente difícil, hasta para aquellos que practican el Budismo de Nichiren Daishonin.
En realidad, la muerte se convierte en un fracaso o en una causa de arrepentimiento solo cuando, acercándonos a ella, nos damos cuenta de que hemos malgastado nuestra vida. Como explica Daisaku Ikeda, la verdadera felicidad brota solo cuando dedicamos nuestras existencias a la creación de valor: “El Budismo subraya tan a menudo la importancia de los últimos momentos de la vida porque ellos contienen la totalidad de nuestra existencia y representan el primer paso hacia el futuro. Todos los fenómenos representan la Verdadera Entidad, todas las acciones cumplida durante la existencia, tantos las buenas como las malas determinan la manera en la cual morimos. Nada puede ser escondido. La manera en que se muere, en paz o atormentado por el dolor, es un reflejo perfecto de la vida que se ha llevado y un espejo del futuro”.
Estas consideraciones podrían parecer demasiado severas o restrictivas. Desde luego, sabemos que el bueno puede morir pobre, miserablemente y con grandes sufrimientos, mientras el rico y corrompido puede dejar esta vida en paz y en el lujo.
¿Cómo pueden estas muertes constituir un "reflejo perfecto" de las vidas que estas personas han conducido? Para entender los motivos de esta aparente contradicción, y para profundizar ulteriormente la comprensión de Myoho y de la eternidad de la vida, debemos analizar unos de los principios más importantes de la doctrina Budista; Rengue, la Ley de la simultaneidad de causa y efecto.