Temas desarrollados: ¿TODO LO DEMAS ES SILENCIO? UN FLUJO ETERNO. LOS CINCO AGREGADOS. LA ENTIDAD INDIVIDUAL.
¿TODO LO DEMAS ES SILENCIO?
El reto de la muerte ha sido considerado, por el Budismo, siempre como un medio para revelar el verdadero valor de la vida. Además, en la alternación de vida y muerte se manifiesta nuestro verdadero yo y ambos aspectos son parte de la esencia cósmica. Cada vida individual es el resultado de la fusión temporánea de lo que el Budismo llama los cinco componentes: la existencia se manifiesta cuando éstas se unen armoniosamente y desaparece cuando se separan. No obstante, todos los cambios, la entidad o verdadero yo (chu) de un individuo queda constante.
Uno de los significados de Myoho se refiere a la relación entre vida y muerte. Como dijo Benjamín Franklin: “En este mundo nada puede ser cierto sino la muerte y los impuestos”. Aunque algunos logren con varias artimañas evitar los impuestos, no pueden escapar de la muerte. Hasta el más hábil de los médicos no podría sino postergar el momento del cierre de cuentas, y no existe lugar en el mundo en donde la muerte no llegue: termina siempre por triunfar. Como veremos, la muerte debe ganar por el bien de la vida misma. El misterio de la muerte representa para los seres humanos, el más grande de todos los dilemas y es difícil entender que no debe ser enfrentado solamente como final de la vida. Todo lo contrario: nuestra actitud frente a la vida se ve influenciada por la manera en que consideramos la muerte.
Pensemos por ejemplo en jóvenes extremistas islámicos que, de muy buena gana, se transforman en bombas humanas porque están absolutamente convencidos de que muriendo con el nombre de Aláh en la boca, renacerán inmediatamente en el Paraíso. Si no pensaran en una mejor vida después de la muerte, serían mucho menos arriesgados.
La actitud de la sociedad occidental hacia la muerte es menos elemental. Muy a menudo la consideramos como una tragedia y por consiguiente un asunto que se tiene que evitar.
Gracias a la moderna asistencia higiénica sanitaria, muchas personas no tienen contacto con la muerte hasta que no son afectadas de cerca por ella. Sin embargo, se trata de un aislamiento no muy sano que podría aumentar el miedo de lo que, al final de todo, es un fenómeno absolutamente natural e inevitable ¿porqué, entonces, es casi universalmente temido? Quizás porque la muerte es un símbolo de lo ignoto ya que ni la ciencia ha sabido, hasta ahora, explicar. La ciencia en efecto, puede explicar lo que pasa en el cuerpo al momento del fallecimiento, pero calla frente a la vida, al espíritu o al alma que "habitan" aquel cuerpo, al punto de que los científicos no están de acuerdo sobre el momento en que termina la vida y empieza la muerte.
Podemos entonces afirmar que la muerte desafía continuamente el poder de la ciencia, lo cuál no logra llenar el vació percibido por los que rechazan las explicaciones al respecto. Sin embargo, como dice Daisaku Ikeda: “el problema de la muerte coincide con el problema de la vida. Hasta que el problema de la muerte se quede sin resolver, la vida no puede ser verdaderamente tal”. Para entender y aceptar este punto de vista hay que considerar las opiniones y las actitudes de la sociedad occidental con ojos totalmente diferentes. De esta manera no se puede evitar notar, que muchos de los problemas de nuestra sociedad nacen sobre todo por falta de una interpretación correcta de la muerte. A grandes rasgos, en nuestra cultura prevalecen actualmente dos diferentes teorías. Por un lado se sostiene que, la vida continúa bajo alguna forma espiritual (sobre cuya naturaleza se ha discutido por siglos), por otro lado se afirma que con la muerte, la vida cesa definitivamente.
En efecto, con el declinar de la fe religiosa en occidente, se ha reforzado la idea, muy a menudo inexpresada, de que la muerte es muerte y, citando a Hamlet: “lo demás es silencio”.
Pero ¿será verdad que lo demás es silencio, o hay silencio sólo porque la ciencia, elemento dominante de la sociedad contemporánea, tiene muy poco que decir al respecto? Si nos basamos en el materialismo científico (ke) la ciencia tiene que afirmar, consecuentemente, que lo que no se puede ver o medir y no se percibe cuantitativamente, no existe; por lo tanto nada puede existir después de la descomposición del cuerpo. Esto pasa porque la ciencia no puede opinar sobre los asuntos del "espíritu" (ku).
A lo largo de los siglos los seres humanos, conscientes de la caducidad de sus vidas y estimulados por un ardiente deseo de inmortalidad, han indagado sobre la posibilidad de que la vida pueda continuar, de alguna manera, después de la muerte. No obstante para el hombre moderno, educado en la lógica científica, la falta de pruebas válidas descarta tanto las hipótesis propuestas de Infierno y Paraíso después de la muerte, como aquellas de muchas religiones orientales, el Budismo entre ellas, que predican reencarnaciones periódicas. En sustancia, estas doctrinas son descartadas porque se niegan a considerar la vida como fenómeno único e irrepetible, o porque tienden a influenciar el comportamiento de los seres vivientes anunciando futuras consolaciones o penas. Marx, por ejemplo, definió la religión como "el opio de los pueblos".
Aunque sea cierto que la idea de cualquier forma de vida futura es muy a menudo usada por diferentes religiones para condicionar a las personas con fines políticos o económicos, no se puede negar que el hecho de creer en una vida futura puede ejercer un efecto benéfico sobre la mente humana. De hecho, pensar que nuestras acciones de hoy influyan sobre lo que acontecerá después de la muerte puede ser motivo de gran fuerza en los momentos difíciles.
Tenemos un magnifico ejemplo en la vida de Nichiren Daishonin, profundamente convencido del efecto futuro de sus acciones sobre sí mismo y sobre los demás, enfrentó la muerte y soportó más de un exilio para propagar el Sutra del Loto y para explicar a los hombres la necesidad de entonar Nam-Myoho-Rengue-Kyo. Aun viviendo en condiciones desesperadas, él decía: “Por lo que he hecho, he sido condenado al exilio, pero esto es sólo un pequeño sufrimiento que soporto en esta vida y no merece ni una lágrima. En las vidas futuras gozaré de una infinita felicidad. Este pensamiento me llena de una gran satisfacción”. La confianza, o hasta la esperanza de una futura recompensa, es un instrumento poderoso contra de la desesperación provocada por los sufrimientos actuales. Sin embargo, las creencias nihilistas que afirman que después de una breve permanencia sobre esta tierra estamos destinados a la oscuridad y al olvido, son muy incómodas de sostener. La perspectiva de una eternidad en la nada no sólo es poco atractiva para quien esta acostumbrado a la variedad de la vida sino que, a la luz de la anterior afirmación de Daisaku Ikeda acerca de la unión entre la vida y la muerte, se corre el riesgo de convertir en vacía también la vida que ahora transcurrimos.
Existen por supuestos opiniones y comportamientos de otro tipo. Como dice el sociólogo Brian Wilson: “Algunos laicos, personas sinceras y concienzudas, han logrado y mantienen hasta el final un alto grado de integridad en su vidas y enfrentan la muerte con compostura y calmada decisión”. El aspecto positivo de esta actitud reside en el esfuerzo de transformar este mundo en un lugar mejor, aunque nuestra presencia sólo sea temporal. Es una actitud que el Budismo apoya sinceramente, sumándole, sin embargo, la importantísima dimensión de la eternidad de la vida y del universo a través del interminable ciclo del renacer, como veremos pronto.
Entre las innumerables relaciones frente al dilema vida - muerte hay que destacar la posición de los seguidores de carpe diem (vivir al día o vivir el presente) considerado por ellos el único remedio a la desesperación que deriva de la idea de un vacío inminente.
Quizás esta sea una explicación del creciente consumismo que afecta a nuestra sociedad. Sin embargo el materialismo, con sus tres venenos de codicia, ira (bajo la forma de una despiadada competencia) y estupidez, incrementa los "deseos mundanos" y atormenta no sólo a las personas, sino al mundo entero. En realidad, como ha observado Daisaku Ikeda, hasta que los seres humanos no se den cuenta de que la vida es eterna e indestructible, el mundo no eliminará nunca estos tres venenos.
Incluso el miedo a la muerte influencia nuestra actitud hacia el tiempo. Todos quisiéramos más. Es un deseo tan profundamente enraizado que no nos damos cuenta, y lo consideramos absolutamente normal: inconscientemente tememos que el tiempo que nos ha sido concedido, termine. Este miedo puede guiar muchas de nuestras acciones, hasta aquellas, aparentemente más insignificantes.
Que la duración de nuestra vida sea limitada es innegable. Ninguna religión o filosofía afirma lo contrario, además las filosofías y religiones mas elevadas nos enseñan que deberíamos aprovechar plenamente nuestro tiempo. El progreso tecnológico y científico nos ha ofrecido un don precioso: un enorme ahorro de tiempo. ¿Podemos entonces darnos el lujo de malgastarlo? ¿Pensamos quizás que el tiempo dedicado a los demás tiene un valor menor del que tiene aquel que dedicamos a nosotros mismos o que, si no percibimos una ganancia, ese tiempo se ha perdido?
Contestar estas preguntas no es nada fácil, porque están relacionadas con la esencia misma de nuestra vida. Entonces resulta aún mas claro que una actitud correcta hacia la muerte determina una actitud correcta hacia la vida. La felicidad, según el Daishonin, se logra creando el máximo valor, para nosotros mismos y para los demás, en cada instante de la vida: y es el propio Budismo el que enseña a los seres humanos cómo liberarse de la opresión de la muerte.
UN FLUJO ETERNO
El desafío de la muerte, desde siempre fue considerado, por el Budismo, como un medio para revelar el verdadero significado de la vida. Recordarán que Shakyamuni dejó las comodidades de su palacio para buscar una respuesta a los cuatro sufrimientos de la humanidad: nacimiento, envejecimiento, enfermedad y muerte; para después enseñar a las personas cómo vencerlos.
También Nichiren Daishonin, animado por una inmensa compasión hacia la humanidad, quiso llegar a entender la verdadera naturaleza de la muerte: “Desde la infancia, afirmaba, he estudiado el Budismo con un sólo pensamiento en la mente. La vida del ser humano es fugaz. Cada momento puede ser el último. Ni siquiera el rocío evaporado secado por el viento es tan efímero. Nadie, sabio o tonto, joven o viejo, puede escapar a la muerte. Por esto, mi único deseo fue resolver este eterno misterio. Lo demás era secundario”.
Así Nichiren subraya la importancia de estar concientes de la eternidad de la vida. Sin embargo, este concepto no debe ser confundido con la idea del Paraíso y del Infierno, donde el alma vivirá eternamente. Según el Budismo la vida de cada ser viviente es eterna porque pertenece al universo que existe eternamente. Por esta misma razón, ningún ser viviente puede ser creado o destruido.
Creación y destrucción son en realidad momentos del proceso de renovación universal que, según la Ley de Nam-Myoho-Rengue-Kyo, recorre un ciclo interrumpido de nacimiento, crecimiento, declinación y muerte.
El concepto Budista de la eternidad de la vida anticipa de casi tres mil años las leyes de la física sobre la "transformación" de la energía y la materia, según las cuales éstas últimas no se "dispersan" sino que se convierten en formas diferentes.
También nuestra vida compuesta de energías físicas y "espirituales", sigue estas leyes. Como explica Daisaku Ikeda: “Nuestras vidas existen, siempre existieron y siempre existirán junto al universo. No se originaron antes del universo, ni aparecieron por casualidad, ni fueron creadas por una entidad sobrenatural. Nichiren Daishonin ha enseñado que al alternarse vida y muerte se manifiesta nuestro verdadero yo, siendo ambos aspectos parte de la esencia cósmica”.
Myoho se refiere al eterno ritmo de vida y muerte. Nichiren Daishonin dice: “Myo representa la muerte y Ho la vida. La vida y la muerte son dos fases que están enhebradas por las entidades de los Diez Mundos, la entidad de todos los seres vivientes que materializan la Ley de causa y efecto (Rengue). [...] Ningún fenómeno, cielo o tierra, yin o yan, el sol o la luna, los cinco planetas, o cualquier condición de vida desde el Infierno hasta la Budeidad esta libre del nacimiento y de la muerte. Entonces la vida y la muerte de todos los fenómenos son simplemente las dos fases de Nam-Myoho-Rengue-Kyo”.
En el Maka shinkan, T'ien-t'ai dice: “La aparición de todas las cosas es la manifestación de su naturaleza intrínseca, y su extinción es el retiro de tal naturaleza en el estado de latencia”.
El hecho de que nuestros ojos no puedan ver la vida de una determinada persona no significa necesariamente que esa persona no exista. Es más, el Budismo del Daishonin enseña que después de la muerte, la vida continúa su existencia, aunque invisible, en el estado de ku, y seguramente volverá a aparecer en el futuro en forma de ke, al momento justo y con las justas condiciones.
Explicar como la vida emerge del estado de muerte y viceversa, es un poco complicado. Una vez más tenemos que recurrir al concepto de las tres verdades de la existencia temporal (ke), de lo no sustancial (ku) y del Camino del medio (chu).
LOS CINCO AGREGADOS
El concepto de verdad de la existencia temporal (ke) no significa simplemente reconocer que la existencia humana es transitoria. Esto explica también que cada vida es la fusión temporal de lo que el Budismo llama Los Cinco Agregados: forma, percepción, concepción, voluntad, y conciencia. La existencia se manifiesta cuando los cinco agregados se unen armoniosamente dentro de la entidad de la vida o núcleo, como resultado de causas pasadas y de las condiciones presentes, y luego desaparece cuando ellos se dispersan.
La forma, indica el aspecto físico (el cuerpo) que tiene forma, color y órganos sensoriales que reciben informaciones del medio ambiente. Los otros cuatro agregados pertenecen al aspecto espiritual de la vida. La percepción permite organizar las informaciones recibidas del mudo exterior a través de los ojos, oídos, nariz, lengua y piel, en aquello que el Budismo llama el órgano del sexto sentido: "la mente". La concepción es la capacidad de formular ideas basadas sobre las percepciones registradas, mientras que la voluntad es la capacidad de actuar consecuentemente con lo que se ha percibido y concebido. El quinto agregado, la conciencia, integra los otros cuatro y explica la función del discernimiento, en sentido abstracto o concreto, de juzgar y actuar.
Los cinco agregados son los elementos esenciales de la existencia humana. Hemos visto que los aspectos físicos y espirituales de la vida son inseparables y, así como la conciencia no puede existir sin forma, percepción, concepción y voluntad, también la forma debe tener percepción, concepción, voluntad y conciencia.
Es importante tener presente que tanto los cinco agregados como las tres verdades, no están separados los unos de las otras. El concepto de los cinco agregados enseña entonces que, cuando la vida se manifiesta, hacen falta los atributos físicos, conciencia, percepción, concepción, y voluntad para hacerla "funcionar".
Según el materialismo, la vida sería creada en le acto de la fecundación, pero el Budismo (y las leyes sobre "transformación" de materia y energía) niegan la posibilidad de creación como tal. Daisaku Ikeda explica: “El Budismo reconoce un estado de latencia que contiene unas posibilidades intrínsecas de convertirse en existencia y así transciende tanto el concepto de existencia como el de no existencia. Este estado se denomina ku. Cuando se verifican las condiciones apropiadas para que la tendencia vital se pueda manifestar, la vida puede reproducirse en cualquier lugar y en cualquier momento”.
En el instante en que el esperma fecunda el óvulo se crea simplemente la "condición apropiada" para que la vida humana se manifieste.
En el mismo movimiento en que la vida aparece, está dotada de los Cinco Agregados; aunque en forma de embriones, éstos últimos también evolucionarán con el pasar del tiempo. Mientras el feto crece físicamente, gradualmente crece también su conciencia, hasta que, en el momento del nacimiento, él está en capacidad de enfrentar la vida fuera del cuerpo de la madre, a pesar de que todavía no sea independiente de ella. Se tornará independiente con el progresivo desarrollo de su cuerpo y de su conciencia: la percepción del mundo que lo rodea poco a poco se hará más clara, podrá concebir ideas cada vez más sofisticadas (empezará, por ejemplo, a hablar) y su voluntad será siempre más precisa y fuerte.
Desde el momento de la fecundación hasta la muerte, la vida del ser humano consiste en un continúo interactuar de los Cinco Agregados. La manera en que percibimos la realidad influencia nuestras ideas sobre ella y viceversa, condicionando también nuestra voluntad y las acciones que emprendemos. Sin cuerpo ni conciencia no podríamos ni siquiera actuar.
Cuando una persona muere desaparece su conciencia, junto a las funciones de percepción, concepción, y voluntad; después de un cierto tiempo, también su cuerpo se deteriora. Podríamos decir que la muerte coincide con el momento en que, por envejecimiento o por otras influencias, el cuerpo no está en capacidad de sostener los otros cuatro componentes. En algunos casos, establecer el momento exacto en que esto se verifica no es nada fácil. Por ejemplo: cuando un soldado viene literalmente despedazado por una bomba enemiga muere instantáneamente, dado que en el mismo instante en que su cuerpo es destruido desaparecen también su conciencia, su percepción, su concepción y su voluntad. Otras veces, cuando el cuerpo esta todavía íntegro, precisar el momento de la muerte es más difícil, dado que los Cinco Agregados pueden todavía interactuar, aunque de una manera intermitente.
Podemos decir, que la muerte ha llegado sólo cuando el cuerpo no presenta ningún signo de vida, respiro o calor por un cierto período de tiempo, ni tampoco presentan signos de actividad los demás agregados "espirituales". Hasta en este caso, sin embargo, pueden producirse errores, como demuestran los ejemplos de personas "regresadas" a la vida sobre la mesa de la morgue. De todas maneras, dejando a un lado el instante preciso de la muerte, ¿qué pasa después? ¿Cómo explica el Budismo la posible reaparición o renacimiento de la vida en el futuro?
Para comprender la posición de la filosofía budista al respecto, debemos entender el concepto de ku: el estado que no es ni existencia ni no existencia.
Piensen en las flores del cerezo, que en invierno "no existen" y que sin embargo, cuando el tiempo es maduro, aparecen de la nada como por magia. Análogamente, cada vida puede ser visible (ke) o invisible, en el estado de ku. Ella aparece cuando emerge del estado de ku, del vasto "mar" de fuerza vital que permea el universo, y al momento de la muerte se sumerge nuevamente en el.
Describir y comprender este proceso es muy difícil porque el estado de ku escapa a los conceptos normales de tiempo y espacio utilizados por la razón. Para entender hacia "donde va" nuestra vida cuando morimos, intentamos compararla con una ola en el océano, símbolo de la fuerza en el universo. Una ola puede ser definida en cuanto tal, y tener un comportamiento y características especificas, solo garcías a su forma momentánea; sin embargo no difiere absolutamente del resto del océano. Quien haya estudiado física en la escuela sabe que la ola que vemos en superficie es simplemente el producto de la energía de un movimiento ondulatorio que existe, invisible en el océano. Podemos entonces decir que la ola "visible" viene de la ola "invisible". La concentración de energía cinética que ha generado la ola "visible" se fusionara nuevamente con las profundas olas "invisibles" del océano desde el cual había aparecido.
En fin, en el momento de la muerte, nuestra vida no se dirige físicamente a ningún lugar, porque ya es parte del universo. Aunque nuestra forma y nuestra conciencia no están funcionando, la entidad de nuestra vida continua existiendo en la vida eterna del universo, igual al movimiento de las olas que prosigue, invisible, en el abismo del océano.
LA ENTIDAD INDIVIDUAL
El termino "Entidad de la Vida" puede crear confusión, dado que pareciera ser otra manera de describir el alma, esencia individual que se libera al momento de la muerte. En realidad se trata de dos conceptos profundamente diferentes.
El Cristianismo piensa que el alma nace en el momento de la fecundación, y que por eso es un resultado de la acción de Dios. Se la identifica completamente con un individuo en particular y continúa existiendo después de la muerte de este, en algún lugar espiritual, ya que es esencia exclusiva de aquella persona.
La "Entidad de la Vida" de una persona, enseña el Budismo de Nichiren Daishonin, existe más bien desde el "tiempo sin comienzo". O sea antes de la fecundación. Ella se manifiesta en el momento en que se verifican las condiciones apropiadas como resultado de todas las causas acumuladas desde el pasado infinito y se mantiene constante por toda la vida de aquella persona. No se altera por causa de la muerte sino que desaparece, para reaparecer luego en el futuro bajo forma diferente, dependiendo de las condiciones que prevalecerán en aquel entonces.
El Budismo niega específicamente la existencia del alma y profesa la "no sustancialidad (ku) de las personas".
Según este concepto los seres humanos no tienen un yo absoluto que continúa su existencia a través del tiempo, porque son solo el producto de la unión de los Cinco Agregados por el efecto de causas y condiciones particulares. En el transcurso de la vida, por ejemplo, en la persona se producen unos cambios tales que, aunque sean invisibles de un momento a otro, harán que con el tiempo aquella persona aparecerá completamente diferente. Sin embargo a pesar de todos los cambios, la Entidad o verdadero yo (chu) de un individuo permanece inalterable.
Es nuestro verdadero yo (chu) el que nos permite saber que hoy somos esencialmente la misma persona que éramos desde niños, igual que un manzano sigue siendo un manzano, aunque de un año a otro produzca frutos a veces dulces, a veces agrios, a veces enfermos, a veces perfectos. Una vez comprendido que durante la presente existencia nuestra "identidad" ( ke y ku ) se transforma continuamente, aún manteniendo una precisa constante (chu), podemos también entender la relación que existe entre nuestra pasada "identidad" (antes del nacimiento) y nuestra futura "identidad" después de la muerte. La única diferencia radica en el hecho de que el aspecto y el carácter cambian radicalmente en cada renacimiento.
"La vida no es una sombra que camina; un pobre comediante que se enaltece y se agita, en la escena del mundo durante su hora, y después ya no se habla mas de el; una fábula contada por un idiota, llena de ruido y de furor, que no significa nada". (Macbeth, Acto V, Escena V). Aquí Shakespeare, como muy a menudo sucede en sus obras, compara la vida con un espectáculo, en el cual el ser humano, como un actor, transforma la propia "identidad" dependiendo del rol que tiene que interpretar. Al final del drama el actor sale de la escena y es como si no existiera más para el público, hasta el siguiente espectáculo.
"¿Porqué, tenemos que morir, si renacemos continuamente?" Podría preguntarse alguien. ¿Porqué no vivimos para siempre evitando así todas estas preocupaciones respecto a la muerte?
En realidad la muerte desempeña en nuestra vida entera el mismo papel del sueño en la existencia actual: regenera la fuerza vital de la entidad de nuestra vida, dándonos la posibilidad de volver a asumir una nueva y fresca forma física. Cuando la entidad de la vida ha acumulado suficiente energía, y cuando todas las demás condiciones son apropiadas, automáticamente reaparece en el ambiente exactamente adecuado para ella, según el "programa" establecido por todas las causas pasadas.