Un proverbio japonés afirma que el espejo es el alma de la mujer, se dice que, así como los guerreros jamás se separan de sus espadas, las mujeres nunca abandonan sus espejos. Parecería que hay algo de cierto en ese dicho, pues las mujeres valoran el espejo en todo el mundo.
ESPEJITO, ESPEJITO… Por Daisaku Ikeda. Fuente: Reunión de capacitación de la división de Damas de la SGI-USA, realizada en la universidad Soka de Los Ángeles.
Daisaku Ikeda, traza un paralelo entre la
historia del espejo y el Budismo, como filosofía para observarse en un plano
mas profundo de la vida, y embellecer el
alma, sin necesidad de maquillarse la cara.
UN ESPEJO DE LA PROPIA VIDA.
Un proverbio japonés afirma que el espejo es el alma de la mujer, se dice que, así como los guerreros jamás se separan de sus espadas, las mujeres nunca abandonan sus espejos. Parecería que hay algo de cierto en ese dicho, pues las mujeres valoran el espejo en todo el mundo.
En el Budismo, el espejo se utiliza para
explicar diversas doctrinas, Nichiren Daishonin llega a decirnos: “Existen
profundas enseñanzas transmitidas en forma secreta con respecto a los espejos”.
En otro escrito afirma: “Un espejo de
bronce puede reflejar el cuerpo, pero no la mente. El espejo del Sutra del Loto
refleja no solo nuestra apariencia física, sino también nuestro ser interior.
Además, el Sutra refleja con perfecta claridad el propio karma pasado y sus
efectos futuros”.
Los espejos reflejan nuestra apariencia
externa. El Budismo, por su parte, revela el aspecto intangible de nuestra
vida.
Los espejos, que funcionan en virtud de las
leyes de refracción de la luz, son producto de las sabiduría humana. Por otra
parte, el Gohonzon, que se basa en la
Ley del Universo y de la vida misma, nos permite lograr la Budeidad , al brindarnos
un medio con el cual percibir el verdadero aspecto de nuestra existencia; por
lo tanto, es la culminación de la sabiduría de Buda.
El espejo es indispensable para arreglarse
el rostro y el cabello, si uno quiere llevar una existencia más hermosa, pero
es necesario tener un espejo que para que nos revele la profundidad de la vida.
PULAN EL
ESPEJO DE SU VIDA
Tal como
indica el Daishonin en el pasaje del Gosho que cite anteriormente, en el que
hace referencia al espejo de bronce, en la antigüedad dichos objetos se
confeccionan con aleaciones de metales pulidos, como el bronce, el níquel o el
acero.
Los espejos de bronce, además de no
reflejar bien, se empañan con mucha rapidez. Por lo tanto, si no se lo suplía
con regularidad, se volvían inservibles. Durante la era Kamkura (1185-1333), en
la que vivió Daishonin, esa clase de espejos tubo gran popularidad.
En “Sobre de logro de la Budeidad ”, Nichirern
escribe: “Hasta un espejo percudió brilla como una gema, si se lo pule y se lo
lustra. Una mente nublada por las ilusiones que se originan en la oscuridad
fundamental de la vida es como un espejo percudido, pero cuando se le pule, se
vuelve clara y refleja la iluminación de la verdad inmutable”.
En ese pasaje tan conocido, el Daishonin traza
un paralelo entre el tradicional pulido del espejo y el proceso de lograr la
iluminación.
Originariamente, la vida de toda persona es
brillante como un espejo reluciente. Las diferencias dependen de que ese espejo
se pula o no; el espejo bruñido es la vida del Buda, mientras que el espejo
empañado es la vida el hombre común. Lo que pule nuestra vida es invocar
Nam-Myoho-Renge-Kyo. Pero no solo practicamos para nuestro beneficio; también
enseñamos a otros la Ley
Mística , para que puedan, a su vez, sacar un brillo
esplendido al espejo de su vida. Así, puede decirse que somos “maestros en el
arte de pulir el espejo de la vida”.
El autor británico Oscar Fingal O'Flahertie
Wills Wilde (1854-1900) escribió una novela titulada El retrato del Dorian
Gray. El protagonista es un joven llamado Dorian Gray, tan bello, que lo
llamaban “el joven Adonis”. La historia cuenta que un artista, con el deseo de
preservar eternamente aquella belleza, pinta el retrato de Dorian. Logra realizar
una obra brillante, que lo personifica en toda su hermosura y juventud. Sin
embargo, a medida que un amigo va instigando a Dorian a seguir una vida de
hedonismo e inmortalidad, comienza a suceder algo extraño: mientras Dorian
permanece apuesto y joven, a pesar de que el tiempo pasa, el retrato comienza,
increíblemente, a perder brillo y a afearse, como si reflejara el estado de
vida e su dueño.
Por ejemplo, en cierta ocasión, Dorian se
burla de una joven, lo que lleva a esta al suicidio. En ese momento, el rostro
del retrato adquiere una expresión malvada, salvaje y aterradora. Al verlo,
Dorian cae presa del horror; si el muriese en ese instante, el cuadro
perpetuaría eternamente su apariencia espantosa, mostrando la verdad de sus
acciones con elocuencia.
Convencido de que, solo si se desembarazaba
del cuadro podría acabar con aquello y ser libre del oprobio que sentía por la
situación, Dorian decide destruir el retrato. Así, atraviesa la pintura con un
cuchillo. Al instante, desgarradores gritos se escuchan desde el cuarto donde
se hallaba Dorian; los vecinos, quienes acuden a la casa sobresaltados, se
encuentran con una terrible escena: un anciano de aspecto repulsivo, con un
cuchillo clavado en el pecho, yace en el suelo; y ante el, un retrato que
representa la figura de un hombre joven y hermoso. Aquel anciano era Dorian,
caído frente a su misteriosa pintura.
En otras palabras, el retrato expresaba la
imagen de la existencia Dorian, el rostro de su alma, en el que se reflejaba
los efectos de sus acciones, sin la más minima omisión.
Uno puede
maquillarse la cara, pero no puede disimular el rostro del alma; la ley de la
causa y efecto que opera en las profundidades de la vida es estricta e
imparcial.
El budismo enseña que la virtud invisible
genera una recompensa visible. Uno nunca deja de recibir el efecto de sus
acciones, buenas o malas; por lo tanto, en el mundo del budismo, de nada sirve
fingir o darse aires.
Un dicho expresa: “El rostro es el espejo
del alma”. El “rostro del espíritu”, esculpido con las causas positivas
negativas que hemos cometido, se refleja en igual medida en nuestra apariencia.
Así,
las causas del pasado se manifiestan plenamente en nuestra apariencia en el
momento de la muerte.
Tal como Dorian revelo su fealdad en su
interior en el momento final, el “rostro de la propia vida” se expresa
plenamente a la hora de la muerte. En ese momento, no hay como ocultar la
verdad del alma. Nosotros realizamos la práctica budista precisamente para no experimentar
ningún tormento o remordimiento en el momento postrero.
El Gohonzon, el espejo para observar la
vida así como uno se mira en el espejo para arreglarse, para embellecer el
“rostro del alma”, es necesario un espejo que refleje las profundidades de
nuestra vida. Ese espejo no es otro que el Gohonzon, que nos permite “observar
la propia mente”, la propia existencia. Nichiren Daishonin explica que
significa “observar la propia mente”, en su escrito “el posee los seis órgano
sensoriales”.
De igual modo, observar la propia vida
significa percibir que poseemos los Diez Estados y, en especial, el de la Budeidad. Para que
las personas pudieran lograr dicha percepción. Nichiren Daishonin lego a toda
la humanidad el Gohonzon, para “observar al propiamente”. En su exegesis sobre
“el verdadero objeto de veneración”, el 26° sumo prelado Nichikan, señalo: “el
verdadero objeto de veneración puede compararse con un espejo prodigioso”.
El Gohonzon es un espejo límpido. Revela a
la perfección nuestro estado de fe y lo proyecta al universo. Eso demuestra la
realidad del principio de que “cada instante de nuestra vida contiene tres mil
aspectos” (Ichinen Sanzen).
La fe es lo más importante por tal razón,
lo más importante es el espíritu de la fe. En ese sentido, la mente posee una
influencia sutil y de largo alcance.
Por ejemplo, puede que alguien, algunas
veces, no tenga ganas de hacer la practica Budista ni de participar en las
actividades Kosen-Rufu. En ese estado de la mente se refleja en el universo con
exactitud, como si se proyectara sobre la superficie de un espejo nítido.
Las funciones protectoras (que nosotros
llamamos” Dioses Budistas”), también se sentirán reacias a desempeñar su
cometido y, naturalmente, no podrán desplegar todo el potencial de su
protección.
Por el contrario, cuando uno lleva al cabo
la practica budista con alegría y realizada las actividades con la
determinación de acumular buena fortuna en su vida, las deidades celestiales se
sentirán encantadas y cumplirán animosamente su deber.
Del mismo modo, si uno ha decidido hacer
algo, su acción será mucho más beneficiosa si la lleva a cabo con espontaneidad
y alegría.
En cambio, cuando se practica sin ganas,
con el sentimiento que es una perdida de tiempo, la queja y el escepticismo
corroerán la buena fortuna. Y, de continuar practicando de ese modo, uno no
obtendrá beneficios notables, lo que solo servirá para convencerlo de que la
practica es en vano. Y esto es un círculo vicioso.
Si practicamos dudando del efecto
lograremos resultados que, a lo sumo, serán insatisfactorios.
Eso es el reflejo de nuestra fe endeble en
el espejo de los cosmos. Por otro lado, si emprendemos la practica con gran
confianza, los beneficios que acumularemos serán ilimitados.
Mientras controlamos muestra mente, que es en extremo sutil y sumamente
profunda, debemos esforzarnos con frescura y vigor para elevar el estado de
nuestra fe. Al hacerlo, tanto nuestra vida como nuestro entorno se abrirán
maravillosamente, y todas las acciones que realicemos nos brindaran beneficios.
La clave de la fe y del logro de la
Budeidad en esta existencia yace en comprender las sutiles
funciones de la propia mente.
Un proverbio ruso dice: “no culpes al
espejo si tienes la cara torcida”. Del mismo modo, la felicidad o la
infelicidad son un reflejo acabado del equilibrio entre las causas positivas y
negativas que acumulamos a lo largo de la vida. Nadie puede culpar a los demás
de sus desgracias. En el mundo de la fe, es necesario percatarse de eso con la
mayor claridad.
LOS QUE NO CONOCEN EL ESPEJO
Una clásica
comedia japonesa relata el siguiente episodio:
Había una vez
un pueblo en el que nadie tenía espejo. En aquellos días, los espejos tenían un
valor inapreciable.
Un día, al regresar de un viaje a la
capital, un hombre le trae a su esposa un espejo como recuerdo. La mujer lo
acepta y mira en el por primera vez en su vida, cuando lo hace exclama: “¿Quién
diablos es esta mujer? Seguramente la conociste en la capital y la trajiste
contigo”. Y así comienza una pelea memorable.
Aunque es una historia ficticia, hay mucha
gente que se aflige o se enoja por fenómenos que no son mas que el reflejo de
su vida, se su mente y de las causas que ha creado. Esas personas, como la
esposa que exclama: “¿Quién es esta mujer?”, no comprenden lo absurdo de su
actitud.
No pueden verse como realmente son, por que
ignoran que existe el “espejo de la vida” del Budismo. Por ello, no pueden
conducir a otros por el camino correcto, ni discernir la verdadera naturaleza
de lo que ocurre en la sociedad.
REVERENCIA EL ESTADO DE BUDA DE LOS DEMÁS.
Las
relaciones humanas también funcionan como una suerte de espejo. Nichiren
Daishonin dice que el “Ongi Kuden”: “Cuando el bodhisattva Jamás Despreciar
reverenciaba alas cuatro categorías de personas, la naturaleza de Buda
inherente a la vida de esas personas arrogantes se inclinaba ante el. Del mismo
modo, cuando alguien se inclina ante el espejo, la imagen también le rinde
reverencia”.
Aquí, el Daishonin revela el espíritu
fundamental que debemos tener al propagar la Ley Mística. La
propagación es un acto que debe realizarse con el mayor respeto hacia la
persona y con una sincera reverencia hacia su naturaleza de Buda inherente. Por
lo tanto, corresponde que seamos estrictamente corteses y que actuemos siempre
con sentido común.
Debemos dialogar con calma y buenos
modales, pensando que nos estamos dirigiendo a la naturaleza de Buda de la otra
persona. A veces, según a la situación, hay que ser directos con ella, pero
siempre motivados por una profunda misericordia. En el curso de ese tipo de
relación, la naturaleza de Buda de la otra persona nos respetara, pues será el
reflejo de nuestra propia sinceridad.
Cuando cuidamos a alguien con profundo
respeto, como si fuera el Buda, la naturaleza de Buda de su vida actuara para
protegernos. Por el contrario, si menospreciamos a esa persona o si la miramos
con desden, seremos despreciados, como si nuestra horrible imagen se reflejara
en un espejo.
En el reino interior de la vida, la cauda y
el efecto ocurren simultáneamente; y, con el transcurrir del tiempo, esa
relación causal se manifiesta en el mundo fenoménico de la vida cotidiana.
NI BRIBONES NI CRÉDULOS.
Por lo
general, la gente que nos rodea refleja nuestro estado de vida. Por ejemplo, en
sus actitudes se ven nuestras preferencias personales. Eso se observa con
claridad desde la perspectiva del Budismo, que explica las funciones de causa y
efecto como el reflejo de un espejo inmaculado.
Somos una familia de seguidores del Buda.
Por lo tanto, si nos respetamos unos a otros, nuestra buena fortuna se
multiplicara infinitamente, como una imagen que se refleja, interminablemente,
en una sucesión de espejos.
Pero la persona que practica sola no puede
experimentar esa enorme multiplicación de beneficios. En resumen, el medio que
se encuentra a su alrededor, favorable o no, es producto de su propia vida. Sin
embargo, mucha gente no lo comprende y tiende a culpar a los demás de sus
problemas.
El Daishonin señala: “La gente no reconoce
su propia agresividad y piensa, en cambio, que yo, Nichiren, soy belicoso.
Son como la mujer celosa que mira con ojos
enfurecidos a la cortesana y que, sin darse cuenta de su propia expresión
aborrecible, causa a la joven de lanzarle una mirada aterradora”.
Nichiren Daishonin explica la psicología
humana de un modo claro y fácil de comprender. Hay gente que, con malicia, nos
ha criticado y ha buscado oprimir a los seguidores de Daishonin. Pero si esas
personas se miraran en el espejo de la ley verdadera, solo verían sus propias
faltas, ambiciones y codicia, y observarían con desden su propia imagen.
Para el individuo poseído por el afán de
poder, las acciones desinteresadas y benevolentes de los demás son maniobras
astutas para conseguir ventajas. Del mismo modo, la persona con un gran deseo
de fama vera el accionar basado en la convicción y en la consideración como
meras maniobras publicitarias. Y los que se dejan esclavizar por el dinero no
pueden entender que haya personas diferentes ante los logros materiales.
Por otro lado, la persona particularmente
amable y bondadosa cree que los demás son iguales. En mayor o menor grado,
todos tienden a ver en los demás su propio reflejo.
En la Pére Goriot , el autor
francés Honoré de Blazac (1799-1850), escribe:” cualquier maldad que oiga de la
soledad, créala…”. Así de malvado era el mundo que percibía. Y después agrega:
“luego descubrirá que el mundo es una congregación de incautos y de bribones.
No se sume a ninguno de ambos partidos”.
Debemos conquistar una victoria decisiva
contra las ásperas realidades de la sociedad y llevar una vida correcta e
inamovible. Ese es el propósito de nuestra fe.