Mi esposa Kaneko es una mujer que me llena de admiración.
Ella es mi pareja y mi compañera; a veces, es mi enfermera y secretaria, y otras, también mi madre, amiga o hermana. Pero por sobre todo, es la mejor y más cercana compañera que jamás he tenido. Juntos hemos librado todas las batallas que se nos presentaron en la vida.
En cierta oportunidad, alguien que me entrevistaba para una revista femenina me preguntó qué pondría en el diploma de reconocimiento que le ofrecería a mi esposa por todo el apoyo que me había brindado a lo largo de tantos años.
¡Qué difícil fue responder esa pregunta!
Lo primero que dije fue que la distinción se llamaría “Premio a la Sonrisa”.
Luego, como volvieron a preguntarme cuáles serían mis palabras de agradecimiento hacia ella, les dije: “Mi matrimonio es la felicidad más grande y más valiosa que he tenido en la vida. Le diría a mi esposa que, en existencia tras existencia, desearía estar casado con ella una y otra vez, por toda la eternidad”.
Después de todo, el matrimonio comienza con un par de personas ajenas que han decidido unirse. Si uno deja de tener en cuenta ese simple hecho, comienza a esperar más y más del otro, lo cual genera gran insatisfacción y, con el tiempo, severas fricciones dentro de la pareja.
El lazo que une a dos individuos en el matrimonio tiene que forjarse de manera tal, que llegue a ser incluso más profundo que el de las relaciones consanguíneas. Una clase de vínculo así solo puede basarse en lo más íntimo de la naturaleza de cada persona.
Llevo una vida muy atareada, y Kaneko me ayuda guardando un registro de todo lo que me ocurre. Ella solía decirme: “Hace exactamente un año pasó esto y aquello”, o “lo mismo pasó hace dos años”. Al principio me impresionaba mucho su buena memoria. ¡Después me di cuenta de que el secreto era que llevaba un diario!
Kaneko siempre tiene una sonrisa a flor de labios. Y su optimismo jamás deja de asombrarme. Ella suele decir: “He aprendido tanto de las dificultades que he vivido contigo, que ya nada me sorprende, pase lo que pase”.
Cuando nos casamos, mi maestro, Josei Toda, el segundo presidente de la Soka Gakkai, le dio a Kaneko el siguiente consejo: “Por muy desagradables que se presenten las cosas, despídelo y recíbelo siempre en casa con una sonrisa”. Ese puede parecer un consejo simple, pero pienso que, para llevarlo a la práctica, como lo ha hecho Kaneko, se requieren grandes reservas de fortaleza y de sabiduría. No tengo palabras para describir la influencia enormemente positiva que su sonrisa ha ejercido sobre mí, especialmente, cuando me he sentido exhausto o agobiado por las tensiones cotidianas.
Todo lo que logró al poner en práctica las palabras de mi mentor proviene de su profunda comprensión de la vida. Creo que si mi esposa no fuese en verdad fuerte, no habría sido capaz de mantener ese constante optimismo que la caracteriza. Su lema es: “Puede que no siempre ganes, pero jamás te des por vencido, sean cuales fueren las circunstancias”. Su constante respaldo y sus cuidados me han permitido superar grandes obstáculos. De hecho, siento que la historia de nuestro matrimonio es, en realidad, la crónica de los triunfos diarios de mi esposa.
Nuestra vida en común no ha sido fácil. Me he dedicado a la batalla de crear una nueva era en que el valor de la existencia y de la felicidad humana estuviera por encima de todas las cosas. En esa lucha, cada día ha sido un torbellino colmado de eventos. Incontables veces me han hecho objeto de calumnias y de críticas infundadas; una vez fui encarcelado bajo falsos cargos; siempre estoy rodeado de gente, y hay muchas cosas que exigen mi atención y mi tiempo.
Sin embargo, finalizaré con aquello que le escribí hace algunos años:
Junto a ti, abro un nuevo camino, mi inseparable apoyo y compañera.