LA REVOLUCION HUMANA.
El segundo presidente de
Soka Gakkai, Josei Toda, acuñó el término revolución humana para describir el
proceso de la transformación interior individual que resulta de la práctica del
budismo.
Habló de la posibilidad de que los seres humanos puedan cambiar y, en
particular, de cultivar el potencial de iluminación, o Budeidad, el propósito
fundamental del Budismo de Nichiren.
En esta forma, se puede
ver la revolución humana como una expresión moderna del principio de «lograr la
Budeidad en esta existencia».
El presidente Ikeda,
explica:
Hay todo tipo de revoluciones, políticas, económicas,
industriales, científicas, artísticas, tecnológica, de distribución,
comunicaciones y muchas otras. Cada una reviste una importancia distinta y, con
frecuencia, su necesidad.
Pero cambiemos lo que cambiemos, el mundo nunca
mejorará a menos que la gente, la fuerza rectora y el ímpetu detrás de todo
emprendimiento, siga siendo egoísta y no tenga compasión.
Por ello, la revolución
humana es la más fundamental de las revoluciones y, al mismo tiempo, la más
necesaria.
Hay muchas formas de
describir la revolución humana: una persona ensimismada en las preocupaciones egoístas del «pequeño yo» se transforma en
alguien que vive de acuerdo con su «gran yo» actuando a partir de su verdadero
interés por el bienestar de los demás. O alguien que no ha causado más que
problemas a los demás, mejora su conducta, comienza a ayudar a otros y se convierte
en alguien valioso para la comunidad.
Hay un sinnúmero de formas en las que podemos
mejorar. Desde el punto de vista de los diez mundos, podemos decir que la
revolución humana supone un cambio en nuestro estado básico de vida, del estado
caracterizado por los «cuatro caminos bajos» (estados de infierno, hambre,
animalidad e ira) a un estado que exhibe los estados más elevados, en
particular, los estados de bodhisattva y Buda.
La revolución humana es un proceso sin fin de
autosuperación continua. Describe una forma de vida budista de vivir, que
procura el eterno crecimiento y desarrollo personal. Se trata de cuánto crecemos
y mejoramos ahora, y no de lo que hayamos logrado en el pasado.
LA RELACION MAESTRO DISCIPULO: EL GRAN CAMINO DE LA REVOLUCION HUMANA.
El deseo de ser fuerte e imperturbable ante cualquier problema es
lo que impulsa nuestra revolución humana.
En «El logro de la
Budeidad en esta existencia », Nichiren Daishonin declara: «aunque recite
Nam-myoho-renge-kyo y crea en él, si piensa que la Ley está fuera de usted, no
está abrazando la Ley Mística, sino una enseñanza inferior» (END, pág. 3).
El Budismo de Nichiren pone
énfasis en buscar tanto las causas como las soluciones a los problemas dentro
de nuestra propia vida. Hace hincapié en que, al emplear la fuerza de la Ley inherente a nuestra vida, podemos
cambiar cualquier situación en algo positivo.
Cuando procuramos
influencias que nos ayudan a estimular y hacer surgir la fuerza y la sabiduría
natural que poseemos, y que nos inspiran en el camino de la práctica del budismo,
llevamos a cabo la revolución humana.
Con este fin, debemos
aprender de las enseñanzas y ejemplo de un excelente maestro o mentor
completamente dedicado a la práctica correcta del budismo. El presidente Ikeda escribió:
«el camino del maestro y el discípulo es estricto y exigente; es en sí mismo el
gran camino de la revolución humana y del logro de la Budeidad en esta
existencia» (La nueva revolución humana, Vol. 17, pág. 16).
Lo que cualifica a un
maestro en el Budismo de Nichiren es el compromiso de por vida con la felicidad de todas las personas mediante la
propagación de la Ley Mística, y la acción intrépida para cumplir con ese compromiso
frente a todos los obstáculos y a toda oposición. La simple imitación del maestro
o la búsqueda de la aprobación del maestro no es el camino del maestro y el discípulo.
Al contrario, esta relación está basada en compartir la misma promesa que el
maestro de aliviar el sufrimiento de todas las personas y actuar constantemente
hacia ese fin. Al luchar para desarrollarnos y cumplir con esa promesa,
superamos los límites de nuestro débil «pequeño yo» y cultivamos nuestro «gran
yo» o verdadero yo que considera la felicidad de los demás la nuestra propia.
Aunque la autodisciplina
nos puede llevar lejos, el cambio fundamental solamente proviene de transformar nuestras debilidades interiores en
fortalezas profundamente arraigadas. La revolución humana exige identificar y desafiar lo que nos
impide expresar todo nuestro potencial y nuestra humanidad más profunda, y reemplazarlo
con causas que hacen surgir nuestro verdadero potencial y genuino humanismo. Al
invocar Nam-myoho-renge-kyo y al luchar
con sinceridad en nuestra práctica del budismo, extraemos valentía, sabiduría y
misericordia inagotables, también aprendemos a crear valor en cualquier situación.
El presidente Ikeda
dice: «Una gran revolución humana en un simple individuo ayudará a lograr un
cambio en el destino de una nación y, aún más, permitirá un cambio en el
destino de toda la humanidad». La transformación de toda la humanidad, un
objetivo grandioso por cierto.
Cuando podemos demostrar con nuestro
comportamiento y postura cuánto hemos cambiado, este cambio se convierte en un
ejemplo de la fuerza del budismo. El mero hecho de hablar de la
iluminación o la Budeidad es inútil. Debemos mostrar claramente que estamos
progresando en la vida y que nunca nos damos por vencidos. «Quiero que tengan la
seguridad de que el desafío que emprendemos día tras día, el de nuestra
revolución humana, es el camino real para realizar una transformación en nuestra
familia, región local y sociedad», dice el Presidente Ikeda. «Una revolución
interna es la revolución fundamental y, al mismo tiempo, la suprema revolución
para engendrar el cambio en todas las cosas» (Mis queridos amigos en América,
tercera edición, págs. 252–53).
Nuestra práctica como
miembros de la SGI y la consecuente transformación interna que logramos con ella
se convierten en el impulso para cambiar el destino de toda la humanidad. (Living
Buddhism, Agosto de 2012 de, págs. 14–15).