INTRODUCCION PRÁCTICA BUDISTA LAICA. PARA QUIENES SE INICIAN EN ELLA.
INTRODUCCION A LA PRACTICA. LA VIDA
VICTORIOSA. EL PROCESO DE TRANSFORMACIÓN. LOS DIEZ MUNDOS. LA POSESIÓN MUTUA DE LOS DIEZ MUNDOS. LA
UNIDAD DE LA VIDA Y SU MEDIO AMBIENTE. LAS RAÍCES.
Temas desarrollados: LA
VIDA VICTORIOSA. LA PRÁCTICA. EL PROCESO DE TRANSFORMACIÓN. LOS DIEZ MUNDOS. LA POSESIÓN MUTUA DE LOS DIEZ MUNDOS. LA
UNIDAD DE LA VIDA Y SU MEDIO AMBIENTE. LAS RAÍCES.
“La transformación que surge dentro de cada
individuo puede, no sólo modificar su propio destino, sino también el de toda
una nación y, más aún, el de toda la humanidad.”
En este rompecabezas que es nuestro mundo,
pronto se hace obvio que cuando cada persona salga victoriosa y ayude a los
demás a que hagan lo mismo, la sociedad se transformará.
Éste es el anteproyecto para alcanzar la paz
mundial o kosen-rufu. La única manera
de que las personas vivan en paz entre sí es que muchos individuos despierten a
la necesidad de una revolución interna, ya que la influencia de una persona
feliz sobre su medio ambiente llevará a un efecto profundo y duradero.
LA VIDA VICTORIOSA
Cada uno de nosotros
posee el potencial de tener una vida victoriosa. Dentro de nosotros yace la
habilidad de vivir con valor, de tener relaciones satisfactorias, de gozar de
buena salud y prosperidad, de sentir y mostrar compasión verdadera hacia otros,
y de tener el poder de enfrentar y superar nuestras dificultades más profundas.
Lo imprescindible para
vivir una vida victoriosa es pasar por una transformación interna que nos
permita hacer resaltar nuestras mejores cualidades humanas y cambiar nuestras
situaciones. Este proceso es una revolución de nuestro propio modo de ser, una
revolución humana individual.
Imagínese esta
situación:
Tal vez usted se siente menospreciado en su trabajo. Quizás su
jefe sea conflictivo o no lo toma en cuenta. Al poco tiempo, usted llega a
sentir resentimiento. Aunque usted sea un experto en ocultarla, de vez en
cuando la negatividad surge repentinamente con gran fuerza. Tal vez sus
compañeros de trabajo o su jefe le perciben como alguien que no está
completamente dedicado al éxito de su trabajo o que tiene una actitud negativa.
Por supuesto existen innumerables y válidas razones para su punto de vista.
Pero, cualquiera que sea la razón, usted pierde las oportunidades para avanzar
debido a sus malas relaciones interpersonales. Ésta es una situación típica en
el ambiente laboral hoy en día.
Ahora supongamos que
usted empieza a llegar al trabajo con una nueva actitud, que no es solamente un
ajuste mental sino una nueva perspectiva reforzada por un sentido profundo de
vitalidad, confianza y misericordia, y fundada en una seria autorreflexión.
Debido a su nueva comprensión, usted trata a su jefe y su situación de un modo
distinto, ofreciéndole apoyo, y a la vez está menos desanimado por cualquier
negatividad que él o ella exhiba contra usted.
Su supervisor empieza a
mirarle con otros ojos. Nuevas oportunidades se presentan.
Obviamente, éste es un ejemplo muy sencillo y muchos de nosotros
diríamos que es algo natural de hacer; sin embargo, vivir de esta manera todos
los días requiere un cambio básico en nuestros corazones y carácter. Una vez
que se hace el cambio, tal como el efecto sinfín del dominó, podemos tener un
impacto continuo sobre la gente que nos rodea.
El catalizador para
experimentar esta revolución interna es la práctica del budismo tal como lo
enseñó Nichiren Daishonin. Nos provee con acceso inmediato al potencial
ilimitado inherente en nuestras existencias y por el cual podemos triunfar en
la vida.
Es la promesa del
budismo de Nichiren Daishonin de que podemos lograr un estado de libertad y
felicidad inquebrantable para nosotros mismos mientras creamos la armonía con
los demás.
El budismo es un modo de
vida que, en el nivel más fundamental, no hace ninguna distinción entre el ser
humano individual y el medio ambiente en que vive esa persona. Como un pez en
el agua, los dos son, no sólo inseparables, sino que cada uno sirve de
catalizador para el otro. Así que, para un budista, la autosuperación y el
mejoramiento de sus circunstancias son coexistentes. Los dos están tan
entrelazados que sería incorrecto considerarlos como dos entidades separadas.
Al tratar los sufrimientos e ilusiones falsas de los seres humanos, existe el
resultante beneficio de mejores condiciones sociales, puesto que el uno nace
del otro - para bien o para mal.
Aunque la palabra buda evoca imágenes de una persona
particular de la historia o quizás alguien de algún curso de religiones del
mundo que hemos tomado, también es una descripción del estado más elevado de
vida que podemos lograr. Buda quiere
decir "el iluminado" o “el que ha despertado” y el Buda histórico
(conocido por el nombre de Shakyamuni o Siddhartha Gautama) descubrió que todos
los seres humanos tienen el potencial para la iluminación, -o
"budeidad"- en las profundidades de sus vidas. Se lo podría comparar
a un rosal en el invierno: las flores están en estado latente, aunque sabemos
que el arbusto contiene el potencial para florecer.
Asimismo, al utilizar
nuestro potencial, podemos hallar una abundancia de sabiduría, valor, esperanza,
confianza, compasión, vitalidad y resistencia. En vez de evitar o temer a
nuestros problemas, aprendemos a afrontarlos con gran entusiasmo, seguros de
nuestra capacidad de superar lo que la vida nos depara.
El budismo también nos
muestra la manera más satisfactoria de vivir entre otros. Nos revela que cuando
ayudamos a los demás a vencer sus problemas, se expanden nuestras vidas. Cuando
nuestra capacidad aumenta y se fortalece nuestro carácter, el origen de
nuestros problemas llega a estar bajo nuestro control. Debido a que hacemos un
cambio interno, la relación con nuestros problemas también cambia, de modo que
encontramos soluciones positivas en un número de maneras asombrosas pero a la
vez tangibles.
Mediante este proceso de
reformación interna, podemos también realizar nuestros sueños y deseos. El
budismo de Nichiren Daishonin es humanista y, primero que nada, reconoce que
ser humano significa tener deseos. Mientras procedemos hacia nuestra revolución
humana, elevamos nuestro estado de vida y, tal como si fuera un imán, nos hace
atraer a la vida lo que fomentará nuestra felicidad.
No sólo realizamos
nuestros deseos mientras cambiamos mediante la práctica budista, sino que la
misma búsqueda de dichos deseos por nuestra práctica es como combustible para
un cohete, que nos impulsa hacia nuestra iluminación.
La vida siempre cambia,
de momento a momento, continuamente. La única constante en la vida es el
cambio. Nuestra vida es un continuo fluir, y mientras que en un momento podemos
tener el valor para conquistar al mundo, en el próximo podemos estar abrumados
por el más mínimo acontecimiento. No obstante, por nuestra práctica firme y
diaria, siempre fortalecemos nuestra voluntad y habilidad de tener una vida de
triunfo.
Ser victorioso en la
vida, sin embargo, no significa ni carecer de problemas ni evitarlos. Ser
humano, casi por definición, quiere decir que constantemente debemos
enfrentarnos con desafíos. La felicidad
auténtica o la victoria en la vida es tener los medios para afrontar cada
obstáculo, vencerlo y hacernos más fuertes y más sabios mediante este proceso.
Dentro de cada ser humano yace un arsenal de todas las cualidades necesarias
para abordar cada problema que se nos presente. El budismo es el vehículo que
nos permite acceso a dicho arsenal y que desencadena nuestro poder inherente
para enfrentar todos los desafíos de la vida y ganar.
LA PRÁCTICA
Hay tres fundamentos a
aplicar del budismo: la fe, la práctica y el estudio. Son los ingredientes principales de la receta para
desarrollar nuestra innata condición iluminada o budeidad. Los tres son
esenciales. Mediante esta receta, experimentaremos la prueba real de nuestra
transformación, tanto bajo la forma de beneficio visible como de beneficio
invisible. La receta es universal. Estos principios básicos son los mismos en
todo país en donde se practica este budismo.
La fe: Tradicionalmente, la religión ha pedido de sus creyentes que
tengan fe en sus principios antes de aceptar su religión, sin prueba alguna de
las afirmaciones de ella. Pero ¿cómo podemos tener fe en algo que no conocemos?
Si una religión no puede proveer algún beneficio a la vida de sus creyentes y
ayudarlos a superar sus luchas, ellos nunca pueden ser felices al practicarla.
Hoy en día, muchas religiones carecen de la capacidad de verdaderamente
habilitar a la gente a cambiar.
En budismo, la fe se
basa en la experiencia. El budismo de Nichiren Daishonin hace hincapié en
obtener "prueba real" del poder de la doctrina. La fe comienza como
una expectativa o esperanza de que algo suceda. Al comienzo de esta travesía,
si estamos dispuestos a probar la práctica y anticipar algún resultado,
entonces solidificamos nuestra fe, paso a paso, mientras se acumulan ejemplos
de la prueba real.
La práctica: Para desarrollar nuestra fe, tenemos que accionar.
Solidificamos nuestra sabiduría y fuerza vital al manifestar nuestra budeidad
todos los días de una manera concreta. La práctica del budismo de Nichiren
Daishonin se compone de dos partes: practicar para nosotros mismos y practicar
para los demás. El practicar para nosotros mismos consiste principalmente en
invocar Nam-myoho-renge-kyo. Cada mañana y cada noche, los creyentes participan
en un ritual que, además de invocar Nam-myoho-renge-kyo, incluye recitar dos capítulos
importantes del Sutra del Loto. Dichos capítulos explican que cada individuo
posee el potencial de lograr la iluminación y que la vida, en sí, es eterna. A
esta ceremonia se la denomina gongyo
(literalmente "práctica asidua"). Practicar para los demás consiste
en accionar, basándonos en la misericordia, para ayudar a otras personas a que
obtengan los medios para lograr mejoras personales en sus vidas; es similar a
lo que nosotros ya experimentamos en nuestra propia relación con las enseñanzas
de Nichiren Daishonin. El desarrollo de nuestra misericordia, por medio de la
práctica para los demás, también constituye un beneficio directo para nosotros
mismos.
El estudio: Para llegar a tener la convicción de que esta práctica es
válida, y para comprender por qué nuestros esfuerzos conducirán a un resultado
concreto, es indispensable estudiar los principios básicos de este budismo. La
base del estudio proviene del fundador mismo, Nichiren Daishonin. Hace más de
700 años, él instruyó a sus adeptos en la manera correcta de practicar, y sus
escritos, que han sido preservados y traducidos al inglés, español y otros
idiomas, nos dan una perspectiva valiosa de cómo esta práctica nos brinda
provecho hoy en día.
La Soka Gakkai
Internacional (SGI) se formó para apoyar a los practicantes del budismo de
Nichiren Daishonin y asistirlos a enseñar a los demás en una escala mundial.
Hoy en día, hay unos 12 millones de miembros en más de 190 países y la filial
argentina se llama SGIAR. La SGI ha preparado varios materiales de estudio que
proporcionan un tratamiento más profundo de la teoría budista, además de
brindar aplicaciones prácticas por medio de los testimonios de los miembros.
También existen traducciones de las enseñanzas originales del budismo, como el
Sutra del Loto. Al ayudar a crear la comprensión y la confianza, los materiales
de estudio nos brindan aliento vital - especialmente en los momentos críticos.
La oración básica o lo
que invocamos es Nam-myoho-renge-kyo. Éste es el nombre de la Ley Mística que
rige la vida eternamente por todo el universo. Nichiren Daishonin reveló esta
ley como el principio fundamental dentro de la enseñanza máxima del budismo, el
Sutra del Loto. Toda vida es una expresión o manifestación de dicha ley. Así
que, cuando invocamos palabras de esta Ley Mística, armonizamos nuestras vidas
con el ritmo perfecto del universo. El resultado: un aumento de la fuerza
vital, sabiduría, misericordia y la buena fortuna necesarias para enfrentar los
desafíos que se nos presentan. El significado de Nam-myoho-renge-kyo es el
siguiente:
Nam: Devoción. Al
dedicar nuestras vidas a esta ley mediante la fe, la práctica y el estudio,
despertaremos la condición de vida de buda o iluminación, en el interior de
nosotros mismos.
Myoho: Ley Mística. Tal
como explicó el Daishonin en uno de sus escritos: «Entonces, ¿qué significa myo? Es simplemente la naturaleza mística de
nuestra vida a cada momento, que el corazón es incapaz de captar y que las
palabras no pueden expresar. Cuando uno contempla su propia mente en cualquier
momento, no percibe ni color ni forma para verificar que existe. No obstante,
tampoco puede decir que no existe, pues todo el tiempo diversos pensamientos
ocurren en su mente. La vida es ciertamente una realidad elusiva que trasciende
las palabras y los conceptos de existencia y no-existencia. No es existencia y
tampoco es no-existencia, sin embargo, exhibe las cualidades de ambas. Es la
entidad mística que es la realidad de todas las cosas. Myo es el nombre que se
le da a la naturaleza mística y ho a sus funciones o manifestaciones.» (de
"Sobre el logro de la budeidad").
Renge: Literalmente la
"flor de loto" que florece y produce semillas a la vez. Esto
representa la simultaneidad de la causa y el efecto. Creamos causas mediante
nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones. Con cada causa
que hacemos, un efecto se registra simultáneamente en las profundidades de la
vida, y los efectos se manifiestan cuando nos encontramos con las
circunstancias correctas en nuestro medio ambiente. La vida misma es una serie
de causas y efectos simultáneos sin fin. El invocar Nam-myoho-renge-kyo es la
causa más profunda que podemos hacer para lograr nuestro efecto más deseable.
Kyo: Sonido o enseñanza.
Ésta es la manera en que el Buda ha instruido tradicionalmente - mediante la
palabra hablada, la cual se oye.
Myoho-renge-kyo es el
título del Sutra del Loto y contiene su significado esencial. Nichiren
Daishonin agregó namu (abreviado a nam), que viene del sánscrito.
Nam-myoho-renge-kyo es la invocación máxima de la vida, a menudo conocido como
el lenguaje del Buda.
No existe ningún
requisito ni regla en cuanto a la razón por la cual uno debe invocar la Ley
Mística. Simplemente tomamos la decisión de comenzar a invocar Nam-myoho-renge-kyo
y, al hacerlo, experimentamos la energía y sabiduría para lograr una vida
plena.
Durante los sesenta años
desde que este budismo ha llegado a ser accesible globalmente gracias al
esfuerzo de la Soka Gakkai, millones de personas han invocado daimoku sobre
todo problema y meta concebible, desde las crisis de salud o económicas más
graves hasta los asuntos más apremiantes del espíritu. Cuando invocamos la Ley
Mística, contrario a la mayoría de las religiones occidentales, no rezamos a
una divinidad externa investida de características y atributos humanos -como lo
es el juzgar, por ejemplo- sino que nuestras oraciones se dirigen directo hacia
las profundidades de nuestro ser.
Esta ley universal es
imparcial, y una oración no vale más que otra. La única cuestión es si podemos
crear valor en nuestras vidas y ayudar a otros a hacer lo mismo. Como enseña el
Daishonin, alcanzamos la iluminación mediante una transformación continua que
sucede en lo más profundo de nuestra existencia, a la vez que buscamos cumplir
nuestros deseos y resolver nuestros conflictos.
Es imprescindible
entender que nuestras oraciones se concretan porque extraemos de nosotros
mismos la condición más elevada y la sabiduría necesarias para accionar de
manera correcta.
Una vez que las personas
comienzan a experimentar los beneficios de invocar Nam-myoho-renge-kyo, puede
que decidan comprometerse de manera más profunda y empezar a tener una práctica
budista más completa. Después de empezar a practicar el budismo, el primer hito
es recibir el Gohonzon, el objeto de veneración del budismo de Nichiren
Daishonin. El Daishonin inscribió su iluminación en la forma de un mandala
llamado Gohonzon. Los creyentes invocan Nam-myoho-renge-kyo al Gohonzon,
inscrito en forma de pergamino, el cual conservan religiosamente en sus propias
casas.
En el Gohonzon, Nichiren
Daishonin representó su iluminación o budeidad -condición iluminada del
universo- de manera gráfica. Lo importante es que la misma capacidad para
manifestar la iluminación existe dentro de cada uno de nosotros y, cuando
fusionamos nuestras vidas con el Gohonzon al invocar Nam-myoho-renge-kyo,
establecemos conexión con esa condición de vida iluminada que es nuestra propia
budeidad.
Por esta razón, el
Daishonin se refiere al Gohonzon como un espejo del yo interior. Es una manera
de ver adentro de nosotros mismos para comenzar a modificar lo que no nos
gusta, y para fortalecer aquello que sí nos gusta. Poseemos el potencial de
manifestar diferentes condiciones de vida, que surgen cuando entramos en
contacto con diferentes estímulos externos. Por ejemplo, tal vez alguien sea
bastante apacible, pero otra persona puede decirle algo que provoque una
explosión de ira. Este ataque de furia estaba inactivo hasta que fue provocado
por el entorno. Para que surja nuestro potencial de condición vital más alta
-nuestra budeidad- también se requiere de un estímulo. Cuando desarrollamos
nuestra convicción, llegamos a ver que el Gohonzon es el estímulo externo más
positivo y que, invocar Nam-myoho-renge-kyo frente a él, constituye la causa
interna que activa el estado latente de budeidad en nuestras vidas.
Cada Gohonzon es
entronizado en un altar en la casa de la persona que practica este budismo, en
un lugar en donde esté protegido de la rutina cotidiana de las personas que
allí viven.
¿Con qué frecuencia
debemos invocar daimoku? Nuestro ritual básico, que incluye repetir
Nam-myoho-renge-kyo, recitar fragmentos del Sutra del Loto y ofrecer oraciones
silenciosas, se realiza asiduamente cada mañana y cada noche. La práctica
principal es invocar Nam-myoho-renge-kyo y es similar al combustible para un
motor, mientras que recitar el Sutra es una práctica suplementaria, como lo es
agregar aceite al motor. Combinar ambos es lo más eficaz, y así sentimos la
seguridad de funcionar a pleno.
También tenemos la
libertad de invocar la Ley Mística con tanta frecuencia como deseemos y hasta
sentirnos totalmente satisfechos. La mayoría de los principiantes prueban
invocar daimoku hasta que experimentan algo tangible, algo así como
"probar el funcionamiento de un coche". La duración de cualquier
sesión de invocación de daimoku depende de las preferencias y necesidades de
cada individuo. Sin embargo, el ritual completo de la mañana y la noche debe de
llegar a ser la base de nuestra práctica diaria, un momento especial en que
podemos comunicarnos directamente con el ritmo del universo. Cuando comenzamos
a ver la prueba verdadera del poder de nuestra práctica budista, naturalmente
llegamos a compartir nuestras experiencias con nuestros amigos y los alentamos
a probar la práctica también.
El objetivo final de la
SGI es contribuir a establecer un mundo pacífico en el cual todas las personas
experimenten la felicidad. Podemos ampliar nuestra vida y experimentar una condición
de vida más fuerte al intentar ayudar a otros. Este estilo de vida, basado en
la misericordia, contribuye a que fortalezcamos nuestra propia naturaleza de
buda. Es la interacción altruista con las personas en nuestra vida diaria la
que nos ayuda a crecer y a manifestar la iluminación.
Ésta no es solamente una
teoría budista, sino que la mayoría de las personas reconocen la satisfacción y
el crecimiento personal que acompañan sus esfuerzos al ayudar sinceramente a
otros. Practicar el budismo para superar nuestros problemas o circunstancias
nos brinda una sabiduría que podemos compartir con los demás. Podemos invocar
daimoku por nuestras familias y amigos, podemos alentarlos a practicar y
podemos comenzar a desplegar nuestra propia transformación para que otros se
sientan alentados a buscar la fuente de nuestros grandes cambios y nuestra
nueva libertad personal.
EL PROCESO DE TRANSFORMACIÓN
La naturaleza de buda
no es sólo un sentimiento feliz ni una dicha existencial: es un estado de vida
real basado en la Ley Mística del universo. No necesitamos entender exactamente
cómo funciona esta Ley Mística para poder usarla para nuestro beneficio. Las
leyes de la naturaleza no requieren ni que las comprendamos ni que creamos en
ellas. Aunque no podamos "ver" la ley de gravedad, podemos atestiguar
que existe. La ley de la vida (la Ley Mística), que es la que el budismo
postula, es demasiado profunda para tratar completamente aquí. No obstante, a
continuación explicaremos algunos conceptos básicos:
LA ETERNIDAD DE LA VIDA
Algunas religiones
enseñan que vivimos solamente una vida y, cuando morimos, nos vamos
permanentemente a un más allá bello, como el cielo, o a una eterna y horrenda
cámara de torturas, el infierno. Sin embargo, en lo que se refiere a eternidad
de la vida desde el punto de vista budista, la vida o esencia de cada uno no
posee comienzo ni fin verdadero. Vivimos muchas vidas, repitiendo el ciclo del
nacimiento y la muerte. Igual que cuando dormimos en la noche, refrescamos el
cuerpo y nos despertamos de nuevo.
El budismo explica que
nuestras vidas poseen un aspecto eterno e invariable. Cuando morimos, aunque
cesen las funciones vitales, la esencia misma de nuestras vidas -nuestra
identidad eterna, con una miríada de causas grabadas en ella- continúa en una
forma que no se puede ver. La muerte, así, se convierte en el potencial de
vivir. Es comparable a un rosal en invierno, que contiene el potencial interno
para tener flores (la vida) y, cuando las circunstancias externas correctas están
presentes (la primavera), las rosas florecen (el nacimiento).
Todo lo que hemos hecho
hasta este momento llega a ser la suma de quiénes somos. Ésta es la ley de
causa y efecto. Por cada causa, tiene que haber un efecto. Esto es el karma.
Hacemos innumerables causas cada día a través de nuestros pensamientos,
palabras y acciones; y experimentamos un efecto por cada causa.
El budismo explica que,
esencialmente, esta ley de causa y efecto es simultánea. En el momento en que
se creó una causa, se registra un efecto, como una semilla sembrada en las
profundidades de la vida. De hecho, esta ley está simbolizada por la flor del
loto, que brota y florece a la vez. Aunque el efecto esté sembrado en el mismo
momento en que se crea la causa, puede que no aparezca instantáneamente. Cuando
aparecen las circunstancias externas correctas, el efecto se transformará de lo
potencial a lo real. Visto de otra manera, nuestro karma es como un saldo
bancario de efectos latentes que experimentaremos cuando en nuestras vidas se
den las condiciones ambientales apropiadas.
Mientras estamos vivos (haciendo causas), los efectos residen
dentro de nosotros y, al morir, esos efectos determinan las circunstancias de
nuestro nacimiento en la próxima existencia. De modo que cuando renacemos,
todavía enfrentamos los mismos problemas o karma de las causas que hemos hecho.
Esto contribuye en gran medida a explicar por qué las personas nacen bajo
circunstancias tan distintas o, en otras palabras, porqué cada persona posee un
karma diferente.
Este principio sugiere
que podemos cambiar nuestro karma o destino, el cual creíamos inmutable. Ésta
es la gran esperanza y promesa que brinda la práctica budista. Mientras, en
teoría, lo único que debemos hacer es crear las mejores causas para obtener los
mejores efectos, frecuentemente sentimos que tenemos poco control sobre las
causas que hacemos. Un ejemplo principal sería cuando estamos enfadados y
decimos algo que no queríamos decir a aquellos con quienes estamos muy unidos.
En tales momentos, la condición de ira puede parecer más intensa que nuestro
carácter general. Sin embargo, cuando practicamos el budismo, podemos
establecer la budeidad como nuestra condición de vida básica y afrontar
nuestras circunstancias llenos de sabiduría y misericordia.
LOS DIEZ MUNDOS
Una manera en que el
budismo explica la vida es mediante el concepto de "los diez mundos".
Estos son diez estados o condiciones de vida que experimentamos dentro de
nosotros y que después se manifiestan en todos los aspectos de nuestras vidas.
Cada uno de nosotros posee el potencial para todos los diez, y fluctuamos de
uno a otro en cualquier momento, según nuestra interacción con el entorno. O
sea, en cada momento, uno de los diez mundos se manifiesta y los otros nueve
permanecen latentes. Del inferior al superior, son a continuación:
Infierno - Éste es un estado
de sufrimiento y desesperación, en el cual percibimos que no tenemos libertad
de acción. Se caracteriza por el impulso de destruirnos a nosotros mismos y a
todo lo que nos rodea.
Hambre - El hambre es un
estado del ser dominado por el deseo insaciable de dinero, poder, posición
social o lo que sea. Mientras los deseos son una parte inherente de cualquiera
de los diez mundos, en este estado estamos a merced de nuestras ansias y no
podemos controlarlas.
Animalidad - En este estado
estamos regidos por los instintos. No desplegamos ni la razón, ni la moral, ni
la habilidad de hacer decisiones a largo plazo. En este mundo de la animalidad,
operamos de esta forma: "el pez grande se come al pez chico". No
vacilamos en aprovecharnos de los más débiles y adular a los que son más
fuertes.
Ira - en este próximo
estado, emerge una conciencia del yo, pero es un yo egoísta, avaro,
desvirtuado, determinado a ganar a los demás a toda costa, y que percibe todo
como una amenaza posible a sí mismo. En este estado, sólo nos estimamos a
nosotros mismos y tendemos a despreciar a otros. Estamos firmemente aferrados a
la idea de nuestra propia superioridad y no podemos soportar admitir que
alguien nos supere en algo.
Humanidad (también llamado
Tranquilidad) - Éste es un estado de vida calmado, pasivo, del que podemos
cambiar fácilmente hacia los cuatro mundos inferiores. Aunque por lo general
nos comportamos de una manera humana, somos muy vulnerables a las potentes
influencias externas.
Éxtasis - Éste es un estado
de regocijo intenso que se deriva, por ejemplo, de realizar algún deseo, de
sentirse bien físicamente o de una satisfacción interna. Aunque sea intensa, la
alegría que uno experimenta en este estado es efímera y también vulnerable a
influencias externas.
Los seis estados desde
Infierno hasta Éxtasis se denominan los Seis
Caminos o Seis Mundos Inferiores.
Lo que tienen en común es el hecho de que su aparición o desaparición se guía
por circunstancias externas. Tomemos el ejemplo de un hombre obsesionado por el
deseo por el deseo de encontrar a alguien que lo ame (Hambre). Cuando por fin
conoce a aquella persona, se siente feliz y satisfecho (Éxtasis). Con el
tiempo, rivales potenciales aparecen en escena y él es presa de los celos
(Ira). Eventualmente, su posesividad ahuyenta a su ser querido. Agobiado por la
desesperación (Infierno), no siente que valga la pena vivir. De esta manera,
muchos de nosotros pasamos la vida yendo de acá para allá, atrapados dentro de
los Seis Caminos sin jamás darnos cuenta de que estamos dominados por nuestras
reacciones al medio ambiente. Toda felicidad o satisfacción que se obtiene en
estos estados depende totalmente de las circunstancias y, por ende, es
transitoria y sujeta al cambio.
En estos seis mundos
inferiores, basamos toda nuestra felicidad, realmente nuestra identidad
completa, sobre aspectos exteriores.
Los siguientes dos
estados, Aprendizaje y Comprensión, surgen cuando reconocemos que todo lo
experimentado en los seis caminos es impermanente y comenzamos a buscar alguna
verdad duradera. Estos dos estados, más los dos siguientes -Bodhisattva y Buda-
se conocen en conjunto como los Cuatro
Mundos Nobles. A diferencia de los Seis Caminos, que son reacciones pasivas
al ambiente, estos cuatro estados superiores se logran por medio de un esfuerzo
deliberado y activo.
Aprendizaje - En este estado,
buscamos la verdad mediante las enseñanzas o experiencias de otros.
Comprensión - Este estado es
parecido al de Aprendizaje, salvo que en este mundo buscamos la verdad no a
través de las enseñanzas de otras personas, sino por medio de nuestra propia
percepción directa del mundo.
Aprendizaje y Comprensión, en su conjunto, se denominan los Dos
Vehículos. Habiendo comprendido la impermanencia de las cosas, las personas,
cuando están en estos estados, han ganado cierto grado de independencia y ya no
están sujetas a sus propias reacciones, a diferencia de aquéllas que se
encuentran en los seis estados más bajos. Sin embargo, tienden a mirar con
desdén a los que están en los seis caminos, o sea quienes no han alcanzado este
nivel de comprensión aún. Además, su búsqueda de la verdad es, en gran parte,
una cuestión de interés propio, de manera tal que en estos dos estados hay una
gran posibilidad de que exista todavía el egoísmo. Las personas en estos
estados tienden a sentirse satisfechas con su progreso, sin llegar a descubrir
el potencial supremo de la vida humana: los estados noveno y décimo.
Bodhisattva - Los
bodhisattvas son quienes aspiran a lograr la iluminación y a la vez están
comprometidos a que todos los demás seres humanos la alcancen también. Teniendo
conciencia de los lazos que nos unen a todos los demás, en este estado
comprendemos que toda felicidad que gozamos únicamente nosotros es parcial, y
por eso nos dedicamos a aliviar el sufrimiento de otros. Los que están en este
estado encuentran que su mayor satisfacción proviene del comportamiento
altruista.
Los estados desde Infierno
hasta Bodhisattva se denominan, en su conjunto, los Nueve Mundos. Esta
expresión se utiliza a menudo para indicar el contraste con el Décimo Mundo, el
estado iluminado de la Budeidad.
Buda - La Budeidad es un
estado dinámico que es difícil de describir. En parte, podemos describirlo como
un estado de libertad perfecta en el cual despertamos a la verdad fundamental
de la vida. Se caracteriza por la misericordia infinita y la sabiduría
ilimitada. En este estado, de una manera armoniosa, podemos resolver lo que
desde el punto de vista de los Nueve Mundos parecen ser contradicciones
insolubles. Un sutra budista describe los atributos de la vida del Buda como un
yo verdadero, libertad perfecta de los lazos kármicos por toda la eternidad,
una vida depurada de esperanzas vanas, y la felicidad absoluta. También, el
estado de Budeidad se expresa físicamente como la manera de ser del Bodhisattva
o como las acciones de un Bodhisattva.
LA POSESIÓN MUTUA DE LOS DIEZ MUNDOS
Originalmente, se
consideraba que los diez mundos eran esferas físicas distintas en las que los
seres nacían como resultado de la acumulación del karma.
Por ejemplo, los seres
humanos nacían en el mundo de Humanidad, los animales en el de Animalidad y los
dioses en el de Éxtasis. Sin embargo, en el budismo de Nichiren Daishonin, se
consideran los diez mundos como condiciones de la vida que todas las personas
tienen el potencial de experimentar. En cualquier momento, uno de los diez
mundos se manifiesta y los otros nueve están latentes, pero siempre existe el
potencial para cambiar.
Este principio además se
expresa como la posesión mutua de los diez mundos: el concepto de que cada uno
de los diez mundos o estados comprende a todos los diez mundos dentro de sí.
Por ejemplo, una persona que está experimentando ahora el estado de Infierno,
puede, al momento siguiente, o bien permanecer en ese estado de Infierno o bien
manifestar cualquiera de los otros nueve estados. La implicancia vital de este
principio es que todas las personas, en cualquiera de los estados de la vida en
que se encuentren, tienen la capacidad siempre presente de manifestar la
budeidad. Y, al igual de importante, la budeidad se encuentra dentro de la
realidad de nuestras vidas en los otros nueve mundos, no en algún otro lugar.
A lo largo del día,
experimentamos diferentes estados, momento a momento, como respuesta a nuestra
interacción con el ambiente. Ver a alguien sufriendo puede provocar el mundo
misericordioso del Bodhisattva, y el perder a un ser querido puede hundirnos en
el mundo del Infierno. No obstante, todos nosotros tenemos uno o más mundos
alrededor de los cuales se centran nuestras actividades vitales y a los cuales
tendemos a volver cuando los estímulos externos amainan. Ésta es la tendencia
básica de vida de uno, y ha sido establecida por cada individuo por sus
acciones previas. Las vidas de algunas personas giran alrededor de los tres
malos caminos, algunas van y vienen entre los seis mundos inferiores, y algunas
están motivadas en primer lugar por el deseo de buscar la verdad que
caracteriza los dos vehículos. El objetivo de la práctica budista es elevar la
tendencia básica de vida y, con el tiempo, establecer la budeidad como su
estado fundamental.
El establecer la
budeidad como nuestra tendencia básica de vida no significa eliminar los otros
nueve mundos. Todos estos estados son aspectos integrales y necesarios de la
vida. Sin experimentar los sufrimientos del Infierno, nunca podríamos sentir
verdadera misericordia hacia otros. Sin los deseos instintivos representados
por el mundo del Hambre y la Animalidad, nos olvidaríamos de comer, dormir y
reproducirnos, y pronto estaríamos extintos. Aún si establecemos la budeidad
como nuestra tendencia vital básica, seguiremos experimentando los momentos de
júbilo y tristeza de los nueve mundos. Sin embargo, estos no nos dominarán y no
nos definiremos en términos de ellos. Basándonos en la tendencia vital de la
budeidad, nuestros nueve mundos se armonizarán y funcionarán para beneficio de
nosotros mismos y de aquellos en nuestro alrededor.
LA UNIDAD DE LA VIDA Y SU MEDIO AMBIENTE
El principio de la
unidad de la vida y su medio ambiente describe la relación inseparable del
individuo y el ambiente. Por lo general, tendemos a considerar el entorno como
algo separado de nosotros y, desde el punto de vista de lo que podemos
observar, tenemos razón en hacer esta distinción. No obstante, desde el punto
de vista de la realidad fundamental, el individuo y el medio ambiente son uno e
inseparables. La vida se manifiesta tanto en un sujeto viviente como en un
ambiente objetivo.
La “vida” implica un
“yo” subjetivo que experimenta los efectos kármicos de acciones pasadas. El
ambiente es la esfera objetiva donde los efectos kármicos de la vida toman
forma. Acá, el ambiente no quiere decir un único contexto global en el que
todos los seres viven. Cada ser viviente tiene su propio entorno en el que los
efectos del karma aparecen. Los efectos del karma de uno, tanto los buenos como
los malos, se manifiestan tanto en uno mismo como en el medio ambiente, puesto
que son dos fases integrantes de la misma entidad.
Ya que la vida y su
medio ambiente son uno, cualquiera de los diez mundos que un individuo
manifiesta en su interior, se refleja en el entorno de él o ella. Por ejemplo,
una persona que está en el estado de Infierno percibirá el medio ambiente como
sufrimiento horrible, mientras que una persona que está en el estado de
Animalidad verá el mismo ambiente como una selva donde sólo los fuertes
sobreviven.
Esta idea conlleva importantes
repercusiones. Primero que nada, y como ya mencionamos, no hace falta que
busquemos la iluminación en un lugar particular. Dondequiera que estemos, bajo
cualquier circunstancia, podemos hacer surgir nuestra budeidad innata mediante
nuestra práctica budista, transformando así nuestra experiencia del medio
ambiente en la tierra del buda. Éste es un acto de libertad por el que nos
libramos del dominio de las circunstancias. Por ejemplo, si elevamos nuestra
condición de vida lo suficiente, no seremos aplastados por la adversidad, sino
que podremos disponer de fuerza y sabiduría y usarlas de una manera
constructiva para nuestro propio desarrollo.
Además, mientras
acumulamos el karma “positivo” al practicar el budismo, los efectos del karma
se harán evidentes, no sólo reflejados en nosotros mismos sino en nuestro
entorno también -bajo la forma de mejores circunstancias materiales, mayor
respeto de los demás, etcétera.
Visto así, nuestro medio
ambiente se expande hasta abarcar la dimensión entera del espacio. Por lo
tanto, nuestra iluminación no se limita a nosotros mismos sino que ejerce una
influencia sobre nuestras familias, comunidades, naciones y, finalmente, sobre
toda la humanidad. El principio de la unidad de la vida y su medio ambiente es la
razón fundamental para afirmar que la práctica budista de una sola persona
efectuará una transformación en toda la sociedad.
El budismo amplía la
entera realidad de la vida y nos muestra la manera de tener una vida victoriosa
– la existencia más satisfactoria y completa.
LAS RAÍCES
El budismo es una de
las religiones más antiguas del mundo. La esencia del budismo radica en la
búsqueda de la comprensión de la vida misma y de ayudar a las personas a
superar sus sufrimientos básicos. El budismo de Nichiren Daishonin traza sus
orígenes hasta las enseñanzas de Shakyamuni, quien vivió hace 2500 años.
Conocido por el nombre
de Siddharta Gautama, cuando era muy joven -contaba con 19 años de edad– se
convirtió en heredero real en el norte de India. Su existencia en el palacio
estaba muy alejada de la vida cotidiana de la gente común. Así que, cuando
descubrió cuánto sufría la gente fuera de los muros del palacio, emprendió la
búsqueda de cómo superar las raíces del sufrimiento humano.
Shakyamuni hizo de su
propósito en la vida el encontrar soluciones a los sufrimientos ineludibles de
la existencia. Buscó los mejores maestros de su época y practicó las formas más
extremas de ascetismo que ellos proponían como medio parda alcanzar la realidad
fundamental de la vida. Después de seguir sus enseñanzas durante varios años y
ya a punto de morir a causa de los ayunos, Shakyamuni tomó conciencia de que su
camino era demasiado severo y despertó a la sabiduría del “Camino Medio”, ni el
extremo de la austeridad ni el de la indulgencia.
Después de aceptar
comida de una joven, se sentó bajo el árbol “bodhi” (pipal, una variedad de
higuera). Allí entró en un estado profundo de meditación y, al final, alcanzó
la iluminación. Inmediatamente comenzó a enseñar a toda persona que lo
escuchara. Dialogaba tanto con admiradores como con oponentes por igual, con el
propósito de transmitir su conocimiento y aguda comprensión de la condición
humana. Puesto que el alcance del entendimiento de Shakyamuni superaba al de
los más sabios de su época, tuvo que preparar a sus oyentes enseñándoles
primero las doctrinas más fáciles de comprender, utilizando parábolas y
analogías de la vida cotidiana. De esta manera, pudo elevar la condición de
vida de los que instruía, siempre manteniendo su intención fundamental de
mostrar a la gente que inherentemente poseían la budeidad, y que podrían
desarrollar las cualidades necesarias para vencer sus sufrimientos.
Durante los cuarenta y
dos años posteriores a su propio despertar -que ocurrió cuando contaba con 30
años– se dedicó a comunicar parte de su iluminación a los demás. Pero durante
los ocho años finales de su vida, expuso sus máximas enseñanzas, que más tarde
fueron recopiladas como el Sutra del Loto. El Sutra del Loto es único entre las
doctrinas del budismo, ya que firma que manifestar la iluminación es posible
para todas las personas, sin distinción de etnias, sexo, posición social o
educación. El budismo tal como está expresado en el Sutra del Loto, es una
enseñanza poderosa, afirmativa de la vida, igualitaria y humanista.
Luego del fallecimiento
de Shakyamuni, se propagaron varias escuelas de budismo por toda Asia. Era de
esperar que una amplia gama de escuelas interpretativas del budismo surgiera,
puesto que en sus cincuenta años de enseñanza había empleado una variedad de
medios para transmitir su iluminación a personas de diversas capacidades y
circunstancias.
El sutra del Loto obtuvo
singular prominencia mientras se propagaba desde el Asia Central hacia China,
Corea y Japón. No obstante, al mismo tiempo imperaba la confusión acerca de la
verdadera naturaleza del budismo y de la superioridad relativa de determinado
sutra sobre los demás. Para solucionar este problema, los grandes pensadores de
la época comparaban y sistematizaban las varias enseñanzas. Con el tiempo, un
erudito de China llamado Chi-i (luego conocido por el nombre de Gran Maestro
T’ien-t’ai) formuló un estándar definitivo para juzgarlas. Este sistema
clasificó así las enseñanzas de Shakyamuni de acuerdo al orden en que éste las
expuso, la naturaleza de la doctrina particular enseñada en cada sutra, y el
método de su exposición. Al clasificar las doctrinas de esta manera, T’ien-t’ai
aclaró que todos los sutras eran medios de preparación para la enseñanza
suprema: el Sutra del Loto.
Sin embargo, fue
Nichiren Daishonin en el Japón quien dio el paso fundamental de transformar la
teoría profunda en una práctica sencilla y así permitir a la gente común que
pudiera revelar su máximo estado de vida en medio de la realidad cotidiana.
El Daishonin se dio
cuenta de que su propósito era revelar esta verdad fundamental a las personas
de su época y para toda la eternidad. Por ende, el budismo de Nichiren
Daishonin es para la época actual, y Shakyamuni y T’ien-t’ai prepararon el
terreno.
Nichiren Daishonin vivió
de 1222 hasta 1282 durante un período tumultuoso de malestar social y
catástrofes naturales. Hijo de un pescador, se hizo acólito religioso y,
después de un período de intensos estudios, llegó a darse cuenta de que el
Sutra del Loto constituía la médula de las enseñanzas budistas.
Además, lo llevó fuera
de la esfera de la contemplación teórica hacia una práctica verdadera, cuando
invocó Nam-myoho-renge-kyo por primera vez el 28 de abril de 1253, y más tarde
inscribió el Gohonzon, el objeto de veneración para toda la humanidad.
Posteriormente, dedicó
su vida a compartir su comprensión de la ley, a pesar de enfrentar numerosas
persecuciones por predicar lo que se consideraba como una doctrina subversiva.
Al declarar que abrazar esta Ley tenía el poder de permitirle a todo individuo
manifestar la iluminación, Nichiren Daishonin perturbó a la clase gobernante de
políticos y sacerdotes quienes adherían a otras formas de budismo. No obstante,
lo siguió un grupo de fieles creyentes. En particular, él abrazaba a la gente
común, de cualquier condición.
Después de que
falleciera Nichiren Daishonin, su discípulo más cercano, Nikko, mantuvo vivo el
espíritu verdadero del budismo. A lo largo de los seis siglos siguientes, un grupo
religioso relativamente pequeño preservó el budismo del Daishonin hasta
principios del siglo XX.
Tsunesaburo Makiguchi
(1871-1944), un educador de Japón, se dedicó apasionadamente a la reforma del
sistema educativo japonés, el cual enfatizaba el aprendizaje de memoria en
lugar del pensamiento crítico independiente. Se esforzó por desarrollar modos
de enseñanza que liberaran el potencial del individuo. Después de estudiar las
enseñanzas de Nichiren Daishonin, se dio cuenta de que éstas podrían proveer
los cimientos filosóficos de la educación para la creación de valores que había
sido su meta de toda la vida.
En 1928, el Sr.
Makiguchi se comprometió a practicar este budismo, junto con un maestro joven,
Josei Toda (1900-1958) que había conocido en 1920. En 1930 fundaron la Soka
Kyoiku Gakkai, o “Sociedad Pedagógica para la Creación de Valores”, como un
organismo laico cuyos miembros eran principalmente educadores colegas.
En aquel entonces, Japón
se encontraba sumergido en la guerra: una postura diametralmente opuesta al
respeto budista por la vida. Mientras avanzaba la Segunda Guerra Mundial, el
gobierno militarista redobló sus esfuerzos por tomar medidas severas contra
toda forma de disidencia. El Sr. Makiguchi y el Sr. Toda se encontraron bajo una
creciente presión para que renunciaran a sus creencias y practicaran la
religión oficial del shintoísmo.
Por último, el gobierno
exigió que el sumo sacerdote de la Nichiren Shoshu aceptara un objeto de
devoción del shintoísmo y lo instalara en el templo principal, lo cual estaría
en directa contradicción con las enseñanzas y el espíritu de Nichiren
Daishonin. Los sacerdotes, temiendo por su propia seguridad y queriendo
congraciarse con las autoridades, aceptaron esta orden gubernamental para
protegerse de la persecución.
Sin embargo, el Sr.
Makiguchi rehusó violar el espíritu del budismo del Daishonin. En 1943, por
resistir el mandato del gobierno, el Sr. Makiguchi sufrió el maltrato y las
privaciones en prisión, no obstante rehusándose firmemente a comprometer sus
creencias. Los registros de sus interrogatorios nos revelan a un hombre que
sostenía, sin el menor asomo de vacilación ni temor, las mismas ideas que lo
habían llevado a su encarcelamiento. El 18 de noviembre de 1944, murió a la
edad de 73 años en el Centro de Detención de Tokio.
Josei Toda sobrevivió a
esta terrible experiencia y salió en libertad el 3 de julio de 1945, tan sólo
unas semanas antes de la rendición de Japón. La Soka Kyoiku Gakkai se había
casi desintegrado bajo la persecución que sufriera durante la guerra.
Aunque físicamente
destruido a causa de los dos años transcurridos en la prisión, Toda
inmediatamente emprendió la reconstrucción de la organización, redenominándola
con el nombre de Soka Gakkai (“Sociedad para la Creación de Valores”).
El Sr. Toda decidió que
la misión de esta nueva organización no debería estar limitada al campo de la
educación, sino que debía extenderse a la mejora de la sociedad en su
totalidad. La Soka Gakkai creció rápidamente bajo el liderazgo de Josei toda,
hasta llegar a tener más de 750.000 familias al momento de su muerte en 1958.
Sus responsabilidades
fueron asumidas por Daisaku Ikeda, quien se convirtió en el tercer presidente
el 3 de mayo de 1960. Él conoció al Sr. Toda cuando tenía 19 años y se
comprometió a practicar los ideales de la Soka Gakkai, tomando al Sr. Toda como
su maestro.
Daisaku Ikeda se ha
dedicado constantemente a cumplir los ideales que el Sr. Toda compartió con él
en los ámbitos de la paz, la cultura y la educación, basadas en las doctrinas
del Daishonin. Mediante los viajes internacionales que comenzara en 1960,
Daisaku Ikeda ha contribuido en gran parte a que el budismo se convierta en una
religión verdaderamente mundial. En 1975 se formó la Soka Gakkai Internacional
y, hoy en día, más de 12 millones de personas practican el budismo de Nichiren
Daishonin en 190 países bajo los auspicios de la SGI.
La SGI cree que el
desarrollo de la paz, la cultura y la educación es esencial para construir un
mundo mejor. Enfocada en esta idea, la SGI realiza actividades a escala
mundial. En 1957, Josei Toda hizo una proclamación contra el uso de armas
nucleares, calificándolas como criminales bajo cualquier circunstancia y
realizó un llamamiento a los jóvenes del mundo para abolir dichas armas de
destrucción masiva. Aceptando ese desafío, la Soka Gakkai Internacional, bajo
el liderazgo de Daisaku Ikeda, ha venido trabajando incansablemente para crear
las condiciones para un mundo pacífico.
Los esfuerzos para
cumplir con la visión de paz que tuvo el Sr. Toda han resultado en las
numerosas actividades de la SGI, por ejemplo, bajo la forma de una organización
no gubernamental (ONG) con vínculos oficiales a las Naciones Unidas. La SGI ha
patrocinado programas de información pública que aspiran a promover el
conocimiento de las cuestiones de la guerra y la paz, y la viabilidad de
alternativas pacíficas a través de exposiciones, simposios y otros foros
culturales. Grandes exposiciones internacionales que tratan otros temas tales como
el desarme, los derechos humanos y la protección ambiental, han viajado por
todo el mundo, despertando a la conciencia pública acerca de estos asuntos
críticos.
Personalmente, el Sr.
Ikeda ha entablado diálogo con catedráticos e intelectuales tales como el
historiador británico Arnold Toynbee, y con legisladores y dirigentes políticos
como Zhou Enlai, Corazón Aquino, Mijail Gorbachov y Nelson Mandela,
intercambiando con ellos ideas acerca de cómo construir la paz mundial y un
mejor entendimiento entre los pueblos, así como sobre muchos otros temas. Se le
han otorgado numerosos galardones y reconocimiento de universidades y países de
todo el mundo por sus esfuerzos por fomentar la paz.
Aplicando el espíritu
del budismo a los tiempos modernos, también ha fundado varios institutos
dedicados a la paz y al diálogo intercultural. El Instituto Toda para la Paz
Mundial y la Investigación de Políticas lleva a cabo investigaciones
independientes y establece contactos con investigadores de la paz, activistas y
legisladores para proveer un foro global en donde se puedan discutir e
implementar estrategias políticas de elaboración colectiva. Además, el Centro
de Investigación para el Siglo XXI de Boston provee un espacio en donde se
pueda reunir el conocimiento y fomentar el diálogo entre las diversas
tradiciones culturales, filosóficas y religiosas, centradas en la paz, creando
así una red global de ciudadanos en busca de la paz.
En 1963, Daisaku Ikeda
fundó la Asociación de Conciertos Min-On, que patrocina giras de grupos de
actuación pertenecientes a setenta países, con el objeto de promover el
entendimiento de los diversos pueblos a través de la música, la danza y otras
expresiones culturales. También creó el Museo de Arte Fuji de Tokio en 1983,
que realiza un amplio programa de intercambio con institutos culturales en todo
el mundo.
La educación ha sido el
eje central de la Soka Gakkai desde su origen, y muchas de las ideas expuestas
por el Sr. Makiguchi y el Sr. Toda han sido plasmadas por el Sistema Educativo
Soka. Desde la enseñanza preescolar hasta el posgrado, el Sistema Soka aplica
la educación designada a estimular la sabiduría y la participación de los
miembros dentro de la sociedad. El 3 de mayo de 2001, la Universidad Soka de
América abrió sus puertas con la Facultad de Letras al sur de California,
Estados Unidos.
En el centro de este
movimiento mundial se encuentran las reuniones de diálogo. Estas reuniones de
barrio, en las que la gente comparte sus experiencias, donde las personas se
alientan unas a otras, donde se estudia el budismo en grupo, constituyen la
piedra angular de la SGI. Son verdaderos foros dentro de los cuales cualquier
persona puede expresarse libremente, hacer preguntas o simplemente asistir y
observar. Las reuniones se convocan con regularidad bien ya sea en domicilios
particulares o en centros comunitarios de la SGI.
El budismo de Nichiren
Daishonin es verdaderamente una religión que va más allá de cualquier frontera,
exhibiendo una diversidad raramente vista en otras instituciones similares.
Ésta es la prueba de que, al superar todos nuestros obstáculos, al vencer
nuestra falta de comprensión y al luchar por despertar la naturaleza de buda
que está dentro de cada uno de nosotros, podemos crear una paz mundial
duradera.
No hay ninguna forma de legislar, dictar o
forzar la paz a la humanidad. Como escribe Daisaku Ikeda en el prólogo a su
libro “La Revolución Humana”: “La transformación que surge dentro de cada
individuo puede, no sólo modificar su propio destino, sino también el de toda
una nación y, más aún, el de toda la humanidad.”
En este rompecabezas que es nuestro mundo,
pronto se hace obvio que cuando cada persona salga victoriosa y ayude a los
demás a que hagan lo mismo, la sociedad se transformará.
Éste es el anteproyecto para alcanzar la paz
mundial o kosen-rufu. La única manera
de que las personas vivan en paz entre sí es que muchos individuos despierten a
la necesidad de una revolución interna, ya que la influencia de una persona
feliz sobre su medio ambiente llevará a un efecto profundo y duradero.