EL CÁNCER Y LA MENTE. De “Los Valores Humanos en un Mundo Cambiante”. Diálogo entre Daisaku Ikeda y Bryan Wilson.
LOS VALORES HUMANOS EN UN MUNDO CAMBIANTE.
IKEDA: Como en muchos casos, el cáncer es incurable, decirle a un paciente
moribundo la verdad acerca de su estado puede provocarle el temor a la muerte.
En la actualidad muchos médicos discuten la conveniencia de revelar la
naturaleza de la enfermedad a un paciente con cáncer.
Algunas veces el impacto
del anuncio es tan grande que gente cuyas vidas hubieran podido prolongarse
mueren prematuramente. ¿Concuerda usted en que, por esta razón, la naturaleza
de la enfermedad debiera ocultarse prácticamente hasta el final?
Algunas personas
insisten en que informar al paciente de que tiene cáncer le permite usar a
fondo el tiempo que le queda. Otros sostienen que decir la verdad en esas
circunstancias es deber de todo ser humano sincero.
Aunque en muchos casos
recomiendo ocultar la verdad a los pacientes, advierto que las personas que
tienen una fe firme y una sólida filosofía pueden prepararse mejor si saben lo
que les está sucediendo.
WILSON: Lo que usted dice en este tema me parece lo más
aconsejable, y creo que uno debe guiarse por su conocimiento del paciente.
Algunas personas tienen la fuerza espiritual para absorber y soportar las
peores noticias y encuentran enseguida una forma de superar la inmensa angustia
inicial provocada por el conocimiento de la cercanía de la muerte y las
terribles complicaciones y el dolor que causa el cáncer. Otras pueden ser mucho
más frágiles y pueden necesitar ser tratados con cuidado, para amortiguar el
impacto. Evidentemente, si se enteran de su diagnóstico enseguida, esas
personas pueden vivir meses en un estado de desesperación, mientras que si se
les oculta la verdad pueden al menos tener momentos de consuelo, esperanza y
hasta de alegría durante sus últimos meses de vida. Debemos reconocer, sin
embargo, que no siempre podemos saber cuáles individuos son frágiles y cuáles son
resistentes por nuestras observaciones anteriores. Hombres que parecían fuertes
y lleno de recursos estando sanos pueden volverse espiritualmente débiles en la
enfermedad, y los débiles del mundo cotidiano descubren y muestran una fuerza
interior hasta entonces insospechada.
Es así que, si bien no
creo que la verdad desnuda sea siempre exigible en todas las situaciones,
reconozco la dificultad de decidir cómo actuar en los casos individuales. La
vida humana se civiliza por el cultivo de sutiles aptitudes de cuidado y amor;
a veces la discreción, la postergación y un benévolo autocontrol pueden tener
mayor valor en última instancia que un audaz compromiso con la verdad absoluta,
cualesquiera sean las circunstancias y el que los recibe. Este consejo obviamente
puede considerarse como cobardía engañosa y abandono de los valores absolutos.
Lo que yo siento es que es imposible justificar este tipo de juicios de manera
absoluta. Las circunstancias cambian en cada caso, y aunque sostenemos que
decir la verdad absoluta es un ideal elevado que, en circunstancias
equivalentes, significa una obligación, sin embargo, debemos reconocer que
otros valores pueden a veces modificar nuestro compromiso con la verdad
absoluta. En la práctica, nadie dice todo lo que sabe en cualquier momento;
puede ser peligroso, a veces imprudente y a menudo hiriente hacerlo. Tiene
cierta razón, creo, el viejo dicho inglés de que se debe "atemperar el
viento para el cordero esquilado".
IKEDA: Tiene razón. Deben considerarse diversos elementos para
determinar si se revela a un paciente que su mal es cáncer. Primero, ¿está en
una etapa temprana que puede responder al tratamiento o en su etapa final en
última instancia fatal? Segundo, ¿se trata de alguno de los tipos de cáncer que
la medicina contemporánea encuentra fácil de curar? Si la enfermedad no se
desarrolla rápido o es susceptible de tratamiento, el paciente debería
enterarse, el anuncio debería estar acompañado de una explicación completa, y
debería darse al paciente toda la cooperación que necesite en su lucha con la
enfermedad. Sin embargo, si la situación es desesperada, decidir decir la
verdad o no depende de la fuerza y resistencia psicológica del paciente. Si la
persona es fuerte y desea aprovechar lo mejor posible el tiempo que le queda y
morir bien, hay que decirle la verdad.
De todos modos, en la
actualidad todos saben qué es el cáncer. Es así que los pacientes, aunque no se
les diga nada, presienten la naturaleza de la enfermedad, especialmente en las
últimas etapas o cuando se emplean tratamientos como la radiación. Lo
importante es que el paciente se prepare mental y espiritualmente para combatir
el temor a la muerte. Y en esto los médicos, las enfermeras y los hombres de
religión pueden ser de gran ayuda. Es así que enseñar a la gente no sólo cómo
vivir sino cómo morir, puede ser una de las funciones más importantes de la
religión. Es concebible que, con la ayuda de consejeros médicos y religiosos,
el paciente pueda desarrollar actitudes respecto de la vida y la muerte que le
darán una gran fuerza psicológica, y a su vez esto generará energía física para
ayudar a vencer a la enfermedad.
IKEDA: Mucha gente reconoce la importancia de los elementos
psicosomáticos en las enfermedades, y últimamente se han considerado los posibles
aspectos e influencias mentales implicadas en el cáncer. Por ejemplo, el tema
se discutió en el Cuarto Congreso Internacional de Medicina Psicosomática, que
tuvo lugar en Tokio en 1977: y un artículo sobre esto fue publicado en la
revista norteamericana Science, número de Junio, 1978. Las investigaciones han
demostrado que los cambios psicológicos favorables en el estado mental de un
individuo o una revolución en su filosofía de la vida han causado una reducción
natural de los tumores. El estado mental del paciente es importante para
pronosticar el tiempo que puede quedarle de vida. El empeoramiento del enfoque
mental es considerado de efecto más destructivo que el de las propias
condiciones físicas. Si es cierto, la religión, que ayuda a los seres humanos a
desarrollar una filosofía de la vida, puede tener un papel importante. Por
ejemplo, si puede mostrarse que la religión ayuda a revolucionar la filosofía
del individuo o a mejorar su estado psicológico, y así influye en el curso de
desarrollo de los tumores cancerosos, su importancia para la terapia médica
será innegable. ¿Qué papel piensa usted que tiene la religión en la terapia
médica, especialmente en el tratamiento de enfermedades como el cáncer?
WILSON: La íntima asociación entre la religión y el arte de curar
se presenta algunas veces como prueba del recurso humano al reino de lo
sobrenatural cuando su conocimiento empírico confiable se termina. Ante la
incertidumbre y la falta de conocimiento los hombres se han vuelto a la magia,
la oración, los amuletos y ciertos ejercicios justificados puramente por
teorías espirituales o metafísicas. En consecuencia, se hizo habitual en la
medicina ortodoxa descalificar los métodos curativos prescritos religiosamente.
Obviamente, en situaciones sociales donde existía una ignorancia de la medicina
y de las pruebas empíricas, se hicieron muchas cosas que en el mejor de los
casos eran inútiles, y en las peores dañinas. Pero es cierto que los
testimonios no apuntan siempre para el mismo lado. Así como las viejas hierbas
medicinales indicadas por la tradición popular a veces han probado su eficacia,
y han sido el punto de partida de la farmacología médica, también se reconoce
cada vez más la posibilidad de efectos beneficiosos por la práctica religiosa,
aún cuando los mecanismos exactos de la causa religiosa y el efecto somático no
se comprendan del todo.
IKEDA: Los mecanismos no siempre se comprenden claramente, pero la
importancia de la actitud mental en todas las condiciones psicosomáticas no se
pone en duda. Puesto que la religión y la fe a menudo tienen un
efecto de calmar y equilibrar la mente, es fácil ver que tienen efectos
somáticos. Ciertamente, la medicina occidental está tomando en cuenta
cada vez más este tipo de efecto, pues toda la naturaleza de la enfermedad, al
menos en las naciones industrializadas, ha cambiado drásticamente.
En muchas partes del
mundo, las epidemias, que antes causaban gran mortandad son ahora rarezas. En
su lugar han aparecido males como el cáncer, enfermedades circulatorias, y
todos los problemas relacionados con las tensiones. Al encontrar que los
métodos clásicos de la anatomía, la citología, la fisiología y todos los otros
aspectos puramente físicos de su ciencia ya no logran curaciones perfectas, los
médicos están prestando atención a los efectos psicológicos, incluyendo los
estados de tensión, y están desarrollando un nuevo campo de medicina
psicosomática.
Se sabe que el estado mental del paciente
está relacionado con su capacidad para combatir el cáncer, pues la tensión hace
bajar mucho el poder de inmunización del cuerpo, mientras que una actitud viva
y resuelta hacia la enfermedad lo eleva. Está claro que las religiones que
ayudan a los creyentes a cultivar esas actitudes tienen efectos terapéuticos
directos.
WILSON: Me parece que hay ciertos problemas en este campo tan
complejo. Primero, a veces es difícil comprobar los beneficios terapéuticos
obtenidos con una práctica religiosa específica, ya sea porque las autoridades
religiosas ponen objeciones al diagnóstico médico o no consideran necesario
obtenerlo. Resulta así que las pretensiones de sus técnicas religiosas
específicas quedan sin verificación por pruebas médicas empíricas. Segundo, los
terapistas religiosos a veces explican los resultados que obtienen en términos,
y con el apoyo de teorías, que son inaceptables para la profesión médica, y tal
vez, que chocan con los presupuestos e ideas que son corrientes en la sociedad
en general. Tercero, parte de la técnica de las terapias religiosas,
especialmente en los casos de curaciones por la fe o por la metafísica, puede
ser negar la existencia o la realidad de la enfermedad que debe ser curada. En
consecuencia, se hace difícil evaluar cuáles casos (desde una perspectiva
médica) son reales y cuáles son, desde el principio, ilusorios tanto con
respecto a la enfermedad como a su curación.
La cuarta dificultad se
aplica más generalmente a las terapias religiosas y menos específicamente a
esas religiones que proponen técnicas terapéuticas especiales o tienen teorías
curativas propias. Está, esencialmente, en la dificultad de conciliar la
influencia altamente personalizada de la religión con el efecto sumamente
rutinario e impersonal de la medicina. Así, sucede que en determinado caso la
influencia de la fe o la práctica religiosa aparentemente tiene un efecto sobre
el paciente, en el caso de otro individuo igualmente dedicado a su religión no
se da ese efecto. La medicina esperaría encontrar efectos semejantes con
terapias idénticas, y en general sus tratamientos dan buenos resultados, en
casos comparables. Sabemos que, en el asunto de las influencias religiosas, los
efectos son sumamente variables. Por supuesto, esto puede originarse en las
diferencias en el compromiso religioso que son imposibles de percibir para un extraño.
Dos hombres en apariencia igualmente devotos pueden tener, en el fondo de su
corazón, un diferente grado de fe, estar diversamente comprometidos, y tener
historias distintas de práctica religiosa y devoción privada. Lamentablemente,
puesto que estas diferencias interpersonales no pueden medirse objetivamente,
no sabemos con certeza si una devoción más profunda por sí misma lleva a
resultados terapéuticas mejores. Los dirigentes religiosos no han dejado de
notar esta paradoja. Jesús decía a los que curaba, "Tu fe te ha
salvado"; pero la tradición judeo-cristiana reconoce que a veces los
malvados "florecen como el verde olivo", y el salmista virtualmente
pide a Dios una explicación de esta aparente injusticia.
No tengo dudas de que
los hombres que han adquirido disposiciones positivas, que pueden mantener un
equilibrio mental, orientaciones afirmativas hacia su prójimo y una actitud
abierta y receptiva a los otros y al mundo, pueden recibir enormes beneficios
en la vida, incluyendo una capacidad para soportar o superar la enfermedad de
maneras que no podemos comprender totalmente todavía. El problema está, creo,
en aprender, cómo puede movilizarse y controlarse esa fuerza positiva, y dónde
reside en realidad la diferencia de capacidad de los diversos individuos.
IKEDA: Usted ha mencionado religiones que rechazan los diagnósticos
y la terapia de la medicina. Encuentro que esa actitud es muy sospechosa.
Si quiere ser
convincente, una religión debe explicar los poderes terapéuticos que dice
poseer en términos aceptables para la medicina y la sociedad. Más allá de estas
cuestiones, me parece que ahora los médicos, creyentes o no creyentes, están empezando a reconocer la importancia de
la fe y la religión en combinación con los diagnósticos y tratamientos
científicos. Por ejemplo, muchos de ellos, sobre todo especialistas en medicina
psicosomática, siguen usando en el tratamiento del cáncer, prácticas normales
como medicación, cirugía, inmunización, tratamiento de rayos y otros, mientras
que al mismo tiempo introducen métodos psiquiátricos y psicológicos y hasta
ciertos tipos de aprendizaje religioso. De acuerdo con ciertos informes, el
Colegio Internacional de Medicina Psicosomática y el Colegio Japonés de
Medicina Psicosomática emplean la meditación, diferentes tipos de terapias yoga
y de imagen (basadas en conceptos budistas) para tratar el cáncer. En estos
casos la medicina moderna es la base terapéutica de todo lo que se hace, que se
explica en términos aceptables para los investigadores médicos.
Tiene razón al decir que
elementos tan personales como la devoción religiosa y el grado de compromiso no
pueden investigarse objetivamente, pero ¿no es esto también cierto en la
mayoría de los demás aspectos de la enfermedad? Los antecedentes genéticos, la
experiencia vital, la personalidad y todos los otros elementos que contribuyen
a la formación de la psiquis individual eluden la investigación objetiva. Los
cambios en el estilo de vida a menudo pueden provocar alteraciones drásticas de
personalidad.
Por consiguiente, aunque
pueda existir una base teórica general fundamental, me parece que la terapia
que abarque estos elementos inescrutables relacionados con la personalidad
implica una relación intensamente personal entre médico y paciente. La combinación
de dos cosas indefinidas, como son la personalidad del paciente y su actitud
hacia la fe religiosa, complica tanto la situación que es imposible esperar una
objetividad fácil. Pero confío, a pesar de todo, en que la perseverancia de los
intentos actuales de tratamiento psicosomático de enfermedades como el cáncer
puedan dilucidar gradualmente las relaciones entre enfermedad, psiquis y
religión.
Bryan Wilson se doctoró en la London
School of Economics. Es profesor de sociología en la Universidad de Oxford,
miembro del All Souls College. Se ha dedicado a la investigación de la religión
y su rol en la sociedad contemporánea, y es muy requerido como profesor
visitante en varias universidades del mundo. Ha escrito extensamente sobre
secularización y es una autoridad reconocida en sectas, por lo cual ha
asesorado a diversos gobiernos y atestiguado en juicios en varios países. Entre
sus libros se destacan Sects and Society; Religion in Secular Society;
Religious Sects (traducido a cinco idiomas); Magic and the Millennium y
Religion in Sociological Perspective. Ha escrito además artículos para las
enciclopedias Británica, de Ciencias Sociales y de la Religión.