EL PECADO. De “Los Valores Humanos en un Mundo Cambiante”. Diálogo entre Daisaku Ikeda y Bryan Wilson.
IKEDA: El budismo se concentra en la iluminación para la ley (o
vida) universal y el propio mejoramiento de acuerdo con esa iluminación. La
conducta ética y moral se desarrolló naturalmente como consecuencia del
mejoramiento propio pero no es una preocupación
principal. Esto no significa que el budismo apruebe el libertinaje.
La moral es relativa,
varía según la cultura. La tentativa de cualquier religión de imponer a otra
cultura pautas éticas y morales extrañas sólo puede provocar el rechazo de esa
religión y la negación de sus poderes de hacer el bien. Por esta razón, parece
ser más ventajoso para todos enseñar sólo las verdades básicas y universales y
-como el budismo lo ha hecho habitualmente- dejar en segundo lugar las
cuestiones de códigos éticos, en lugar de insistir demasiado en puntos de moral
que, en el mejor de los casos, son relativos.
Se insiste más en el
pecado en el judaísmo, el cristianismo y el Islam que en el budismo. Por
supuesto, el budismo tiene un concepto del pecado; pero según su doctrina un
acto malo trae aparejada su propia retribución sin necesidad de un castigo
impuesto desde afuera. Un budista que hace algo malo sabe más o menos lo que le
espera; un cristiano no puede saber qué castigo su Dios arbitrario le infligirá
y por lo tanto sufre una gran angustia hasta con las infracciones menores a las
reglas divinas.
Tal vez la conciencia
del pecado inhibe las transgresiones, pero puede provocar también un
sufrimiento psicológico cruel y hasta la desesperación. Los que creen en dioses
arbitrarios que castigan se parecen a los súbditos de un tirano impredecible.
Los budistas, que viven de acuerdo con una ley universal justa que prescribe el
castigo proporcional a la falta, son corno los que viven bajo un gobierno
constitucional. ¿Qué opina usted de mis puntos de vista y de este contraste en
los enfoques del pecado?
WILSON: Según las ideas cristianas tradicionales, Dios castigará en
algún tiempo futuro a todos los pecadores impenitentes. (Ese tiempo quedaba en
la incertidumbre Y variaba según los distintos modelos escatológicos: el
castigo podía venir inmediatamente después de la muerte o reservarse para el
fin de la revelación presente cuando, según las escrituras, tendría lugar un
complicado proceso de juicio.) Convencionalmente, la mayoría de los cristianos
creían que, después de la muerte, los incrédulos y los pecadores impenitentes
eran enviados al infierno, un lugar de tormento
eterno, o al menos al purgatorio para "expiar" su carga de
culpa. Los católicos romanos se volcaban ampliamente hacia la idea de la
intercesión divina. La intercesión corría por cuenta de Jesús o de la Virgen
María y los santos, para mitigar la severidad de los castigos divinos. Los
protestantes insistieron en el sufrimiento vicario de Jesús al cargar con los
pecados de los mortales ordinarios que, por la fe en él, podría escapar al
castigo, No había esperanza para los que estaban fuera de la Iglesia. En la
Edad Media (y tal vez más recientemente), algunos cristianos experimentaban por
cierto gran ansiedad acerca de las faltas aunque fueran menores, y algunos
tomaban medidas extraordinarias para mortificar la carne y para reprimir toda
la tendencia a la autogratificación. Estas tendencias han disminuido mucho en
los tiempos modernos: los cristianos de hoy están mucho menos preocupados por
el pecado personal que los de antes.
En los países
occidentales, se ha desarrollado una concepción diferente del mal en lugar del
pecado. El mal se consideraba ahora menos como una cuestión de obrar mal personalmente que como el resultado de una
falta del sistema social, cuyo mal funcionamiento se dice que provoca carencias
en algunos hombres que, se arguye, los inducen a cometer actos antisociales. El
castigo ya no se considera un remedio: en su lugar se propone algún tipo de
terapia. La moral, así, se ha "politizado" en parte, calificando de
malas a categorías amplias de pensamiento y acción, Suele culparse a las
políticas públicas por esos males, en cosas como el racismo y el sexismo. Como
las sociedades occidentales son en gran parte seculares, el concepto
esencialmente religioso del pecado cuenta muy poco para la mayoría de la gente.
Hasta entre los que
todavía son cristianos, el énfasis, al menos en las denominaciones principales,
se ha desviado de la preocupación por el pecado y el castigo hacia una
religiosidad mucho más orientada hacia el otro. Pocos cristianos actuales se
representan a Dios con una disposición particularmente punitiva y menos como un
tirano voluble. Se puede seguir, especialmente en el siglo XIX, el énfasis
creciente en el Dios del amor y la declinación de las concepciones de Dios como
juez severo en busca de criminales. Dentro de las principales denominaciones
protestantes liberales, el cambio de concepción de la economía divina ocurrió
hace ya tiempo. El término "gobierno constitucional" es bastante
apropiado para lo que se implica en la práctica, y -a pesar de la carga
contraria de las escrituras- en la forma de conducta real de los cristianos.
Cuando se lo apremia, cualquier cristiano que conserve un vestigio de fe
liberal en la Biblia debe, por supuesto, reconocer que Dios puede comportarse
arbitrariamente. Su omnipotencia no puede negarse. En la realidad, el espíritu
de los tiempos, el gobierno de la ley, las ideas de racionalidad y la fe en la
justicia natural, todo ha condicionado la forma en que los cristianos esperan
que actúe su deidad.
IKEDA: Comprendo su punto de vista, pero de hecho me refería menos
a la práctica actual de los cristianos que a la interpretación judeo-cristiana
fundamental de Dios y su justicia, como la presentan las escrituras. Sin
embargo, sus comentarios han contestado a mi pregunta al sugerir que el
pensamiento cristiano moderno puede ser receptivo al enfoque budista de esta
cuestión. Sin duda, el racionalismo europeo estaría más dispuesto a aceptar el
principio de causa y efecto como explicación del castigo del mal más
rápidamente que la idea de un Dios autoritario y caprichoso. Si la racionalidad
fracasa, los cristianos deben volver a sus creencias tradicionales como se
exponen en sus escrituras. Por esta razón, y porque estas creencias
probablemente ejercen todavía una gran influencia, aunque sólo en parte
consciente, sobre la vida cotidiana de muchos cristianos, es que vale la pena
examinar dogmas básicos como el de un Dios omnipotente y punitivo.
Bryan Wilson se doctoró en la London
School of Economics. Es profesor de sociología en la Universidad de Oxford,
miembro del All Souls College. Se ha dedicado a la investigación de la religión
y su rol en la sociedad contemporánea, y es muy requerido como profesor
visitante en varias universidades del mundo. Ha escrito extensamente sobre secularización
y es una autoridad reconocida en sectas, por lo cual ha asesorado a diversos
gobiernos y atestiguado en juicios en varios países. Entre sus libros se
destacan Sects and Society; Religion in Secular Society; Religious Sects
(traducido a cinco idiomas); Magic and the Millennium y Religion in
Sociological Perspective. Ha escrito además artículos para las enciclopedias
Británica, de Ciencias Sociales y de la Religión.