EL HOMBRE Y LA NATURALEZA. Extracto del libro “Los Valores Humanos en un Mundo Cambiante”. Diálogo entre Daisaku Ikeda y Bryan Wilson.
IKEDA: La destrucción del medio ambiente, las
enfermedades causadas por la contaminación y otros males de nuestro tiempo
ofrecen a la humanidad una buena oportunidad de revolucionar las actitudes
hacia la naturaleza. En muchas partes del mundo, los movimientos para la
conservación del medio ambiente han comenzado y, en algunos casos, ya han dado
frutos. Sin embargo, su escala todavía es demasiado pequeña. Para el
tipo de plan necesario para salvar nuestro ambiente natural son esenciales el
acuerdo y la colaboración entre mucha más gente. En efecto, todos los pueblos
en todas partes deben recordar siempre que el hombre debe vivir con su medio
ambiente natural y nunca debe dañarlo para satisfacción de sus propios deseos
codiciosos y egoístas. Es obvio que un cisma entre la naturaleza y el hombre,
que para su propio beneficio quiere explotar y conquistarla, está en el fondo
de la civilización científica moderna (si se lo busca más atrás, se puede ver
que el cisma surgió en el monoteísmo judaico).
A medida que crece la
escala de la contaminación ambiental, los efectos destructivos de la acción
humana se han hecho claros. La ciencia de la ecología, que trata de mostrar que
debemos vivir en armonía con, y no en oposición a, la naturaleza, ha tenido
como resultado los movimientos conservacionistas que se están difundiendo ahora
por todo el mundo; para que estos movimientos alcancen una audiencia máxima,
cada ser humano individual debe despertar su yo interior y una conciencia de
ser uno con la naturaleza. Esto a su vez necesita el cultivo de una fuerza
psicológica suficiente como para aplastar la codicia inherente a toda la vida.
La religión es el único modo de provocar una revolución interior esencial y
conquistar así al yo y a la codicia. En mi opinión, la filosofía budista de la
unidad del hombre y su medio ambiente puede ser de mucho valor al respecto.
¿Qué piensa usted de la relación del hombre con su medio ambiente?
WILSON: Todo el impulso de los esfuerzos científicos del hombre y
ahora, cada vez más, de su empeño en las ciencias sociales ha sido para
establecer un control sobre la naturaleza. En un grado bastante considerable,
el hombre ha logrado producir un ambiente fabricado por él mismo, donde todos
los rasgos que forman el fondo de su vida cotidiana son productos artificiales
inventados por él mismo. La gran masa de los hombres vive en ciudades que han
sido construidas por hombres. El cemento pretensado se levanta a su alrededor,
rivalizando casi con los montes y valles de la naturaleza. Se mueve cada vez
menos por sus propios medios y cada vez más con artefactos mecánicos, y puede
transferirse desde cualquier contexto natural o social a otro a voluntad. Su
comida es refinada y manufacturada, regada con medios artificiales o estimulada
con fertilizantes químicos, y a menudo muy distinta en consistencia y capacidad
nutritiva de la provista directamente por la naturaleza. Hasta la temperatura
en que vive está controlada por la calefacción central o el aire acondicionado.
Ha construido un ambiente humano muy diferente de cualquiera que podría haber
existido cuando los hombres estaban más cerca de la naturaleza. En lugar de
pequeñas comunidades de personas totales, grupos cara a cara en que cada
individuo era completamente conocido (respecto a su pasado, su familia, sus
asociaciones, disposiciones, carácter y talentos), las asociaciones humanas
modernas son conglomerados de gente que actúa un papel, personas anónimas que
hacen su parte en una estructura compleja de relaciones funcionales.
El
ambiente humano se hace tan artificial y fabricado por el hombre como el
contexto físico. Pero, en última instancia, más allá de todos los artificios, la
dependencia básica de la naturaleza subsiste. Del mismo modo, detrás de todos
los complicados sistemas de relaciones artificiales, están los individuos
humanos, muchos de los cuales buscan desesperadamente la calidez y el afecto de
las relaciones humanas íntimas y la seguridad de la comunidad en un mundo cada
vez más impersonal. Como usted hace notar, hay una fuerte exigencia, aunque no
siempre implícita, entre los hombres por un retorno a la naturaleza, por
preservar sus cualidades que estimulan la vida, y por experimentar mayor
armonía con un mundo físico y humano más básico. Paradójicamente, los intentos
de lograr este retorno a menudo implican el recurso a técnicas que de por sí
son científicas o científico-sociales.
IKEDA: Esto es muy cierto y muy irónico. Ansiosos por volver a la
naturaleza, la gente toma vacaciones en automóviles con aire acondicionado,
viajando por caminos que cortan a través del paisaje natural y para cuya
construcción se destruyeron montes y bosques. En sus coches frescos, llegan a
hoteles o restaurantes de montaña con aire acondicionado, y contemplan a través
de sus ventanas panorámicas la belleza de la naturaleza mientras comen platos
excesivamente refinados y procesados. Después vuelven a sus automóviles con
aire acondicionado y retornan a las ciudades.
En el mundo del trabajo, como en
el de las vacaciones, los seres humanos dependen de la tecnología. Se trasladan
de un piso a otro en los edificios por medio de ascensores o escaleras
mecánicas y después frecuentan centros deportivos para contrarrestar los
efectos de la falta de ejercicio. Esto sería totalmente innecesario si
subieran y bajaran escaleras más a menudo o si, en vacaciones, usaran sus
piernas en vez de sus automóviles y respiraran el aire fresco del mar o de la
montaña en vez de aire enfriado artificialmente. El contacto íntimo con la
tierra, las piedras, los árboles y el resto del ambiente campestre constituiría
un retorno vigorizante a la naturaleza, y no una simple excursión cambiando de
lugar dentro de y hasta un interior artificialmente controlado. Si más gente
advirtiera que el contacto con la naturaleza no es sólo ver, sino también
gustar, tocar y oler, habría más personas dispuestas a hacer algo con respecto
a la contaminación ambiental.
WILSON: Así es. En otras palabras, la ciencia y la organización
humana son de nuestra propia invención, y hasta cuando buscamos deshacer esos
efectos inoportunos, nos encontramos usando sus métodos y técnicas para poder
recuperar el mundo comunal (no organizado conscientemente) y no científico que
hemos perdido por medio de la ciencia. Usamos la ciencia para volver a poner
vitaminas en la comida desnaturalizada por nuestros esfuerzos científicos.
Introducimos nuevos productos químicos para contrarrestar el efecto de otros
productos químicos que hemos metido en el suelo o en nuestros propios cuerpos.
El mismo fenómeno tiene lugar en el nivel social. Hace algunos años,
durante la época de inquietud estudiantil en las universidades norteamericanas,
un grupo que buscaba desesperadamente una cualidad en las relaciones humanas
que se ha perdido en el contexto impersonal de una gran universidad, tomó el
nombre de "comité para establecer la comunidad". Los comités son
artificios conscientes de sí mismo y no establecen comunidades: los mismos
procesos burocráticos que habían destruido la comunidad eran ahora el recurso
para intentar restaurarla. Es poco probable que las diversas instituciones, ya
sean gubernamentales o grupos de presión de ciudadanos preocupados y bien
intencionados, puedan hacer mucho con respecto a restaurar la armonía entre el
hombre y la naturaleza o a restablecer la comunidad entre los hombres.
Concuerdo con usted en que habrá alguna posibilidad de recrear el equilibrio
entre el hombre y la naturaleza, únicamente si existe una preocupación ética
ampliamente difundida que cada individuo transforma en parte de su propia
consciencia y busca trasmitir a sus hijos. Lo que usted llama una
"revolución interior", y yo podría apodar "internalización",
pero creo que ambos nos referimos a la aceptación, en el nivel más profundo, de
orientaciones humanas de valor. La forma en que los valores se difunden en una
sociedad se apoya en procesos sutiles de adaptación cultural. Por cierto,
orientaciones valorativas nuevas no pueden ser decretadas por los gobiernos,
como se ha hecho obvio por la experiencia de la Unión Soviética.
En un informe soviético oficial de hace algunos años, se hacía
observaciones acerca de, entre otras, dos aldeas vecinas. En una aldea, el
inspector encontró que no se cumplían las cuotas de producción, los caminos
estaban en mal estado, la gente se emborrachaba a menudo y prevalecía la
suciedad y el desorden, esa gente tenía un alto grado de pertenencia al partido
comunista. En la otra aldea había altos niveles de producción, caminos bien
mantenidos, ausencia de alcoholismo, limpieza y orden, esa gente era
considerada de poca solidez ideológica: eran budistas. Las ideologías
oficiales reciben un acatamiento formal, pero un cambio de conciencia y estilo
de vida genuino debe partir de valores interiores a los que los hombres se han
adherido voluntariamente, y que han sido tomados y "hechos propios".
IKEDA: Tiene razón. Es fácil dar órdenes y
acatar externamente ideologías y frases hechas, pero poner en práctica lo que
éstas proponen es más difícil. A menudo los más estridentes en su prédica son
muy negligentes en su práctica. Aunque hay algo un poco cómico acerca de la
formación de un comité por los estudiantes universitarios norteamericanos para
establecer algo que ningún comité es capaz de establecer, en muchos otros
campos de interés los seres humanos a menudo adoptan un enfoque igualmente
paradójico. En el pasado hemos tenido guerras para acabar con las guerras; es
decir, guerras en nombre de la paz. Ahora, en nombre de la paz, nos dedicamos a
carreras armamentistas nucleares. Como he dicho antes, destruimos la naturaleza
para volver a ella. Tal vez gran parte de la tragedia humana deriva de la
incapacidad para internalizar las orientaciones valorativas que el hombre acata
formalmente, y en las que profesa creer. La internalización de ideas y valores
correctos es exactamente a lo que me refiero por revolución humana. Y, como
estoy seguro de que usted concuerda, realizar esa revolución en cada individuo
humano es tarea de la religión.
WILSON: No dudo de que el agente más eficaz para este proceso de
socialización y aculturación sea la religión. Puede ser tal vez el único agente
que puede difundir con eficacia valores de esta clase. Las medidas
institucionales, debemos ahora reconocer, no producen el efecto que un
optimismo rousseauniano ingenuo suponía. Las buenas instituciones, en y por sí
mismas, no hacen hombres buenos (aun suponiendo que haya un acuerdo en lo que
constituye una buena institución). Debe haber también, y tal vez en primer
lugar, una conciencia social ampliamente distribuida de lo que se debe y no se
debe hacer; en resumen, debe haber una cultura en la que se considera a la
naturaleza de manera muy diferente de la que ha prevalecido en las tradiciones
occidentales.
Difundir valores que restauren la armonía del hombre y la
naturaleza puede ser, como lo implica su comentario, una tarea para la que las
religiones de la tradición judeo-cristiano-islámica estén mal adaptadas. "El
hombre por encima de la naturaleza" es una vigorosa concepción cristiana,
y la corrupción del mundo real y del mundo social es una idea profundamente
implantada en estas tradiciones religiosas. En el protestantismo, esta
orientación floreció en la exigencia de que el hombre domine a la naturaleza, y
esta disposición fue conducente para el desarrollo de la ciencia y de la
tecnología. Muchos cristianos están, ahora, muy preocupados por los problemas
ecológicos, pero tal vez los grupos más activos deben poco a las concepciones
cristianas. Podría necesitarse, por cierto, una redifusión de nuevos valores
para que las grandes masas adviertan las consecuencias indeseables del dominio
del hombre sobre la naturaleza (incluyendo su dominio, por ejemplo en el control
de la natalidad, sobre la naturaleza humana). Si puede proveer esos valores y
despertar la conciencia de los hombres al daño y el peligro producidos por la
destrucción del medio ambiente, el budismo desempeñará el papel vital para
salvar a la humanidad de sí misma.
Bryan Wilson se doctoró en la London
School of Economics. Es profesor de sociología en la Universidad de Oxford,
miembro del All Souls College. Se ha dedicado a la investigación de la religión
y su rol en la sociedad contemporánea, y es muy requerido como profesor
visitante en varias universidades del mundo. Ha escrito extensamente sobre
secularización y es una autoridad reconocida en sectas, por lo cual ha
asesorado a diversos gobiernos y atestiguado en juicios en varios países. Entre
sus libros se destacan Sects and Society; Religion in Secular Society;
Religious Sects (traducido a cinco idiomas); Magic and the Millennium y
Religion in Sociological Perspective. Ha escrito además artículos para las
enciclopedias Británica, de Ciencias Sociales y de la Religión.