GRATITUD: VINCULO DE LA HUMANIDAD.
La gratitud ha sido un rasgo apreciado en la
tradición budista
La gratitud es uno de los sentimientos más
profundos y nobles que podemos experimentar. Extendemos nuestra amabilidad a
otra persona, quien a nos responde con sinceridad y aprecio.
Esa reciprocidad, a
diferencia de una transacción comercial, es cálida libre y espontánea. No tiene
ataduras.
Es irónico que en muchas
fábulas, la virtud de la gratitud a menudo sea asignada a los animales, parodiando
la animalidad que yace debajo de nuestra apariencia humana.
Por ejemplo, Esopo narra
el cuento de un águila que quedo muy
agradecida con un labrador, una vez que este la salvo de una red en la que se
encontraba atrapada a punto de morir. Mucho tiempo después, este labrador se
encontraba cerca de una pared muy vieja, que estaba a punto de derrumbarse, el
águila que pasaba por ahí, al percatarse del peligro, bajo inmediatamente y
jalo una cinta que tenia el labrador para que este la siguiera, así pudo alejarlo de la pared, y esta se
derrumbo, sin causar, daño a nadie.
Nichiren Daishonin
comienza su extenso tratado “Sobre retribuir las deudas de gratitud” citando la
leyenda china de Mao Pao y la tortuga blanca (WND, 990).
Un día Mao Pao ve a un
pescador a punto de matar a una tortuga blanca.
Él se apiada de la tortuga y le da sus propias ropas al pescador a
cambio de la tortuga.
Años después, la tortuga
salva la vida de Mao Pao transportándolo a través del río Yangtsé, para alejarlo
de enemigos que lo perseguían. El Daishonin dice: “Si hasta las criaturas
inferiores saben lo suficiente acerca de esto, entonces, ¡cuánto más lo deben
saber los seres humanos!” (WND, 690).
La gratitud mostrada por
los animales en esas narraciones nos recuerda cuán fácilmente pasamos por alto
esta virtud que nos hace humanos.
La gratitud ha sido el rasgo
mas valorado en la tradición budista. En la colección de cuentos acerca de las
pasadas existencias de Shakyamuni llamada Jataka, con frecuencia es
representado como una corporificación de la amabilidad y la misericordia,
mientras que Devadatta, traidor (ex discípulo) de Shakyamuni, es descrito como
un ingrato.
Un cuento del Jataka
dice lo siguiente: Una vez, un magnífico elefante blanco (Shakyamuni en una
vida pasada) salvó la vida de un guardabosque (Devadatta) perdido en los
Himalayas, nutriéndolo y mostrándole el camino de regreso a la ciudad.
Ambicioso y desagradecido, este retornó repetidas veces a la morada del
elefante y pidió sus colmillos. Él decía que los necesitaba para cambiarlos por
dinero y así poder mantener su vida y, cada vez, este elefante le daba una
porción de sus colmillos. Cuando el guardabosque se llevó lo ultimo que le
quedaba de sus colmillos al elefante, la tierra se abrió tragándose a este y
dejándolo en las profundidades del infierno.
La tierra no pudo
soportar el peso de la degradante ingratitud de Devadatta, y él cayó en el
infierno. Aunque algunas personas pueden considerar una deuda de gratitud como
una pesada obligación, el Budismo enseña que la verdadera carga sobre la
humanidad es la ingratitud.
El concepto budista del
origen dependiente explica que todo en este mundo surge de su medio ambiente y
es apoyado por éste. Todo y todos estamos conectados. No existe nadie, por lo
tanto, que no tenga una deuda de gratitud hacia los demás. En este
sentido, la gratitud puede ser descrita
como la conciencia de que nuestra vida es apoyada por nuestro entorno, entorno que
incluye a otras personas, y nuestro deseo de responder del mismo modo a ese
apoyo. Los desagradecidos o quienes se sienten agobiados por la amabilidad de
otros no ven la interconexión de todas las formas de vida. Construyen paredes
de ignorancia y egoísmo en torno a ellos para aislarse del resto del mundo.
Nichiren Daishonin dice:
“Quien
estudia las enseñanzas del Budismo no debe dejar de retribuir las cuatro deudas
de gratitud” (WND, 43).
Una escritura Mahayana
llamada el Sutra de la Contemplación de la Tierra de la Mente (Shinjikan gyo,
en japonés) explica que nosotros, como budistas, tenemos una deuda de gratitud
para con todos los seres vivientes, nuestros padres, el soberano y los tres
tesoros del Buda, la enseñanza budista y la comunidad budista.
Debido a la existencia de todos los seres
vivientes, los bodhisattvas pueden cumplir su promesa de salvarlos. Sin los
demás no podemos practicar el ideal budista del altruismo. También debemos
agradecimiento a nuestros padres, quienes nos trajeron a la existencia de modo
que podamos practicar el Budismo.
También tenemos una deuda
de gratitud con “el soberano”, quien representa todas las actividades de la
sociedad que aseguran nuestra supervivencia. En este aspecto, el Daishonin
dice: “Es gracias al soberano que uno puede calentar su cuerpo... y mantener
la vida con los cinco tipos de granos” (WND, 44). Además, como
practicantes del Budismo de Nichiren Daishonin, tenemos una deuda de gratitud
para con el y su enseñanza, así como con su discípulo inmediato y sucesor,
Nikko Shonin, y con la comunidad budista por transmitir y propagar el Budismo
de este.
RETRIBUIR LAS DEUDAS DE GRATITUD
El Daishonin enseña que,
fundamentalmente, podemos retribuir las cuatro deudas de gratitud abrazando la
fe en la Ley de Nam-Myoho-Renge-Kyo y comunicando su beneficio a otros.
Como dice Nichiren: “Pero
si uno pretende retribuir estas grandes deudas de gratitud, se puede esperar
hacerlo sólo si se aprende y domina el Budismo, convirtiéndose en una persona
de sabiduría” (WND, 690).
Retribuir una deuda de
gratitud, entonces, no es un sacrificio o una carga; más bien, es un acto
benéfico para los demás y para nosotros mismos. Aunque nuestros padres y
quienes nos rodean puedan no entender el Budismo del Daishonin, ciertamente, es
posible alentarlos con la calidez y el humanismo que desarrollamos a través de
nuestra práctica. Es por esto que el Daishonin a menudo nos insta a mantenernos
firmes en nuestra fe frente a las oposiciones.
La gratitud es un sello de la humanidad;
saca nuestra vida de la ignorancia y el aislamiento. Pero es difícil
tener gratitud hacia aquellos que nos rodean si actúan amablemente sólo por
alguna expectativa de recompensa o un sentido de obligación. Asimismo, cuando
las personas tratan de manipular a los demás concediéndoles favores, la “deuda”
de gratitud resultante puede fácilmente convertirse en una carga. La sabiduría
del Budismo, sin embargo, nos capacita para ver nuestra interconexión esencial
más allá de las obligaciones sociales superficiales.
A través de nuestra práctica
budista expandimos nuestra capacidad para expresar gratitud y podemos, incluso,
transformar la hostilidad en una causa para el desarrollo personal.
Así, desde su exilio en la península de Izu, el Daishonin, dice: “Además, en
esta existencia, he abrazado la fe en el Sutra del Loto y encontrado a un
gobernante que hará posible que me libere, en esta existencia actual, de los
sufrimientos del nacimiento y la muerte. De esta manera, ¿cómo puedo insistir
en este insustancial daño que me ha hecho y pasar por alto mi deuda hacia él?
(WND, 44).
Conforme desarrollamos
nuestra perspectiva y capacidad para ver incluso las dificultades a una luz
positiva, podemos experimentar un sentido de gratitud por algo que está más
allá de la interacción inmediata y profundizar nuestro humanismo. Devadatta no
pudo impedir que Shakyamuni actuara con amabilidad, y el gobierno del sogunato
no pudo amargar al Daishonin. De estos ejemplos, podemos ver que las
circunstancias negativas no tienen por qué hacernos desagradecidos. (Publicado en
Living Buddhism, Mayo 2000, pág. 6).