LA ENFERMEDAD Y LA MEDICINA BUDISTA. (De “Develando los Misterios del Nacimiento y la Muerte” por Daisaku Ikeda)
En los sutras, suele mencionarse a
Shakyamuni como el “Gran Sanador”, porque sus enseñanzas ayudaron a las
personas a revertir los sufrimientos del nacimiento, la vejez, la enfermedad y
la muerte.
Shakyamuni concluyó que el mejor
remedio era la fuerza fundamental que cada ser poseía intrínsecamente en su
interior, dado que ésta permitía al hombre tomar contacto con la sabiduría y la
energía necesarias para curar los males físicos y mentales.
El propósito esencial de
la “medicina budista” yace en cultivar la fuerza vital del individuo mediante
la práctica del budismo, para ayudar a cada persona a desarrollar su propia
capacidad de curación y regeneración. Aunque vemos el budismo como una medicina
orientada a sanar el espíritu humano, su práctica y enfoque son compatibles con
la moderna medicina occidental; después de todo, ambas disciplinas se ocupan de
aliviar el sufrimiento humano.
Asegura un proverbio
que “la salud vale más que el dinero”.
Nichiren amplió este
concepto en uno de sus escritos: “Más valiosos que los tesoros de los cofres
son los del cuerpo. Pero ninguno es tan preciado como los tesoros del corazón”.
En general, uno empieza
a valorar la salud cuando la pierde. Aun las personas que gozan de excelente
salud cada tanto sufren de alguna dolencia física. La enfermedad, como la
vejez, es un aspecto inseparable de la vida humana.
En nuestro cuerpo conviven la salud y la
enfermedad, a cada instante.
Según la medicina
occidental, nuestro cuerpo produce y elimina células cancerosas, cuando nuestro
sistema inmune funciona eficazmente.
El antiguo texto indio Charaka Samhita proclama que la liberación de la
enfermedad es un elemento esencial de la felicidad humana y que es la base de
las buenas obras, el éxito, el deseo sexual y la emancipación de los lazos de
la ilusión y el sufrimiento. En este contexto, la “liberación de la
enfermedad” significa más que la ausencia de patologías. La buena salud no sólo
se juzga a partir de diagnósticos clínicos, sino en torno a una visión
holística de la vida, que incluye, los componentes espirituales.
Como afirma la constitución de la
Organización Mundial de la Salud, “la salud es un estado de completo bienestar
físico, mental y social, y no sólo la ausencia de dolencias o enfermedades”.
Mi mentor, Josei Toda,
solía decir: “Una persona es sana en la medida en que pueda alimentarse y dormir
adecuadamente”. El quería indicar que mientras uno comiese y descansase
de manera correcta, no debía preocuparse indebidamente por su salud y que, en
cambio, debía centrar sus inquietudes en otras cuestiones. Alguien podrá pensar
que las reflexiones de Toda eran excesivamente simplistas, pero creo que hoy
adquieren especial relevancia, cuando hay tantas personas que viven
obsesionadas o patológicamente atemorizadas por la enfermedad.
Desde la perspectiva del budismo Mahayana,
promover la buena salud es parte de la función de los bodhisattvas, quienes,
por su amor compasivo hacia los semejantes, llevan a cabo actos altruistas y
solidarios en beneficio de la humanidad.
( … )
Según el budismo, la
salud no es un estado en el cual uno evita una condición adversa, sino un
estado activo donde uno se hace responsable de tales influencias e intenta
resolver los problemas, no sólo los propios, sino también los de los demás. La palabra “malestar” implica una condición
negativa, mientras que, a la inversa, el bienestar de la salud implica un
estado placentero. Desde el enfoque budista, el “bienestar” no yace en
vernos libres de dificultades, sino, en disponer de abundante fortaleza para
enfrentar y superar cualquier tipo de obstáculos.
Con los años, Nichiren
sufrió muchas persecuciones. Pasó los últimos años de su vida en el monte
Minobu, donde la crudeza del frío invierno le ocasionó muchas dificultades.
En una carta escrita
desde Minobu, el menciona: “Durante los últimos ocho años, me he ido
debilitando más y más, a causa de la enfermedad y de la vejez”. Sin
embargo, fue en Minobu donde cumplió el propósito de toda su labor e inscribió
la Ley Mística en forma de un mandala llamado Gohonzon.
Dengyo, un gran maestro
budista que vivió en el Japón a fines del siglo VIII y comienzos del siglo IX,
escribió: “Shakyamuni enseñó que lo
superficial es fácil de abrazar, pero lo profundo es difícil. Descartar lo
superficial y buscar lo profundo es el camino de un hombre de coraje”. En
este párrafo, “hombre de coraje” se refiere esencialmente al Buda, quien busca
la profunda verdad. “Lo superficial” se refiere a todas las enseñanzas budistas
que no son el Sutra del loto, o, en última instancia, que no son la Ley
Mística, la esencia en la búsqueda de la forma más honda de vivir, para lograr
algo no menos profundo en nuestra vida. Así,
tendremos la fortaleza necesaria para superar cualquier dificultad, y adquirir
un estado de vida robusto y saludable.
Los científicos
modernos han arribado a una visión similar sobre la naturaleza de la salud.
René Dubos escribió en
su obra Mirage of Health (La ilusión de la salud): “Aunque es gratificante
imaginar una vida libre de tensiones y de estrés en un mundo despreocupado,
esto será siempre una ilusión estéril. […] El ser humano ha elegido luchar, no
necesariamente por sí mismo, sino por un proceso de crecimiento emocional,
intelectual y ético que se extiende eternamente. Crecer en medio de peligros es
el destino del género humano, porque es la ley del espíritu”.
El biólogo
austríaco-canadiense Ludwig von Bertalanffy expresó en su Teoría general de los
sistemas: “La vida no es un cómodo encastre en los canales y ranuras
prefabricados que trae la condición humana; en todo caso, es un plan vital,
inexorablemente impulsado hacia una forma superior de la existencia. Admitamos
que en esta definición hay mucho de metafísico y de analogía poética, pero,
después de todo, también lo hay en cualquier imagen que intentemos trazarnos de
las fuerzas que mueven el universo”.
Con respecto al
propósito de la enfermedad, en el impulso hacia la perfección, el filósofo
suizo Carl Hilty dijo: “Así como el desborde de un río erosiona el suelo y
nutre los campos, las enfermedades sirven para nutrir nuestro corazón. La
persona que comprende correctamente su afección y persevera a lo largo de ella
podrá vivir de manera mucho más profunda, potente y grandiosa”.
El budismo considera la enfermedad como una
oportunidad de acceder a un estado de vida más elevado y más noble. Enseña que,
en lugar de lamentarnos ante una grave dolencia, o desesperar pensando si
alguna vez podremos superarla, debemos utilizarla como medio para construir una
identidad fuerte y compasiva, lo cual a su vez nos permitirá triunfar como seres
humanos. Es lo que Nichiren quiso decir cuando señaló: “La enfermedad da origen
a la determinación de entrar en el Camino”.