EL SIGNIFICADO DE LA FELICIDAD.
Cuando uno logra satisfacer plenamente sus
deseos y necesidades, se siente feliz; no obstante, la simple culminación de
los anhelos no puede sustentar ese sentimiento de dicha. Aunque una persona no
se sienta completamente satisfecha con su vida, tal vez compruebe que es más
feliz de lo que era antes. Aun así, nadie es dichoso todo el tiempo. Más allá
de cuán satisfactorias sean las cosas, habrán de presentarse, inexorablemente,
circunstancias ingratas.
Todo ello forma parte de
una felicidad esencialmente relativa. Una dicha más profunda y duradera no
depende del objeto del deseo ni de la necesidad; tampoco del pasado, de la vida
de quien está próximo a nosotros ni de ningún otro factor externo. El requisito
supremo para esa felicidad se encuentra en la propia vida. La felicidad se
relaciona directamente con el impulso que uno puede imprimirle a su fuerza
vital y con la esperanza que tiene en el futuro. Si un ser humano no ejercita
tales cualidades, tenderá, por el contrario, a comparar su vida actual con el
pasado o con la que se desarrolla en su entorno. La «felicidad por comparación»
es el verdadero significado del término «felicidad relativa».
Para comprender la
diferencia que es capaz de ejercer la propia fuerza vital, imaginemos a dos
escaladores de montañas. Trepar por un pico al borde de un precipicio podría
infligir un sufrimiento insoportable a una persona común, pero proporcionar un
placer inolvidable a un escalador experimentado. Cuanto más alto, empinado y
dificultoso sea el risco, mayor será la alegría y la satisfacción de desafiado
y conquistado. Si uno sólo encuentra satisfacción en la comodidad, simplemente
estará eludiendo una gran parte de lo que es valioso en la vida. Tal actitud es
esencialmente negativa y escapista. Cuando caemos en ella, la comodidad se
transforma en un período de descanso en el que no se experimentan grandes
sufrimientos ni profundas alegrías.
Todas las acciones
humanas aspiran al logro de la felicidad. El Budismo, como otras religiones,
enseña a la gente cómo vivir para lograr una existencia dichosa. Sin embargo,
la mayoría de las demás religiones alientan a sus creyentes a orar para que
alguna fuerza mística y trascendente resuelva todos sus problemas. También en
este caso, las personas, sean o no religiosas, intentan con frecuencia eludir
las penurias y los contratiempos.
El Budismo muestra la
manera de cultivar una fresca vitalidad y una honda sabiduría, enseñando que
los seres humanos deben sentirse inspirados a desafiar, no a evitar, cualquier
dificultad que se presente ante ellos, para convertirla en felicidad, mediante
el desarrollo de su propia fuerza vital. Remontar el sufrimiento en lugar de
intentar escapar de él implica una actitud creativa de desafío y de coraje, que
conduce hacia la «felicidad absoluta».
¿EN QUÉ DEBEMOS PENSAR CUANDO INVOCAMOS?
En el Budismo de Nichiren, lo más importante
es la acción. Solamente actuando y aplicando nuestra práctica del budismo a
nuestros problemas cotidianos podremos mostrar la verdadera fuerza de Nam-myoho-renge-kyo.
Esta fuerza se torna
evidente
en nuestra personalidad, nuestros beneficios y nuestras victorias en la vida.
Nichiren Daishonin dice
que al invocar, lo importante es la fe, o «el corazón», es decir, nuestra
intención y determinación («La estrategia del Sutra del loto», END,
pág. 1045).
Cuando invocamos
Nam-myoho-renge-kyo con convicción firme en nuestro
potencial ilimitado y el potencial ilimitado de los demás, con la
determinación de hacer surgir nuestra propia felicidad y la felicidad de los demás,
tal como enseñó Nichiren, veremos la clara prueba de su fuerza.
Daisaku Ikeda, tras
hablar de la dificultad de distinguir el límite entre el éxito y el fracaso, el
sufrimiento y la alegría, dice:
«Nam-myoho-renge-kyo, no obstante, nos lleva por el camino a la
victoria absoluta. El Budismo de Nichiren nos ayuda a generar un estado de vida
sereno de abundancia interior impregnado de las cuatro virtudes nobles:
eternidad, felicidad, verdadero yo y pureza. Los que abrazan la fe en
Nam-myoho-renge-kyo poseen muchísima más riqueza que quienes tienen las mayores
fortunas o las mansiones más grandiosas.
Nam-myoho-renge-kyo es
la vida y la Ley fundamental del universo. Cuando invocamos
Nam-myoho-renge-kyo, no tenemos nada de qué preocuparnos. Las
palabras del Daishonin nunca mienten.
El propósito de nuestra
fe y práctica es alcanzar la felicidad y la victoria en la
vida. Esta es la realidad del Budismo de Nichiren Daishonin, el
único Buda eterno
del Último Día de la Ley» (5 de marzo de 2010, World Tribune, pág.
4).
Bajo la dirección de
Ikeda, solamente los miembros de la SGI se han dedicado sinceramente al
kosen-rufu, la propagación mundial de Nam-myoho-renge-kyo, tal como enseñó
Nichiren Daishonin. Como consecuencia, han estado mostrando a nivel mundial la
prueba de su fuerza benéfica para bien de toda la humanidad.
GRATITUD: VINCULO DE LA HUMANIDAD.
La gratitud ha sido un rasgo apreciado en la
tradición budista
La gratitud es uno de los sentimientos más
profundos y nobles que podemos experimentar. Extendemos nuestra amabilidad a
otra persona, quien a nos responde con sinceridad y aprecio.
Esa reciprocidad, a
diferencia de una transacción comercial, es cálida libre y espontánea. No tiene
ataduras.
Es irónico que en muchas
fábulas, la virtud de la gratitud a menudo sea asignada a los animales, parodiando
la animalidad que yace debajo de nuestra apariencia humana.
Por ejemplo, Esopo narra
el cuento de un águila que quedo muy
agradecida con un labrador, una vez que este la salvo de una red en la que se
encontraba atrapada a punto de morir. Mucho tiempo después, este labrador se
encontraba cerca de una pared muy vieja, que estaba a punto de derrumbarse, el
águila que pasaba por ahí, al percatarse del peligro, bajo inmediatamente y
jalo una cinta que tenia el labrador para que este la siguiera, así pudo alejarlo de la pared, y esta se
derrumbo, sin causar, daño a nadie.
Nichiren Daishonin
comienza su extenso tratado “Sobre retribuir las deudas de gratitud” citando la
leyenda china de Mao Pao y la tortuga blanca (WND, 990).
Un día Mao Pao ve a un
pescador a punto de matar a una tortuga blanca.
Él se apiada de la tortuga y le da sus propias ropas al pescador a
cambio de la tortuga.
Años después, la tortuga
salva la vida de Mao Pao transportándolo a través del río Yangtsé, para alejarlo
de enemigos que lo perseguían. El Daishonin dice: “Si hasta las criaturas
inferiores saben lo suficiente acerca de esto, entonces, ¡cuánto más lo deben
saber los seres humanos!” (WND, 690).
La gratitud mostrada por
los animales en esas narraciones nos recuerda cuán fácilmente pasamos por alto
esta virtud que nos hace humanos.
La gratitud ha sido el rasgo
mas valorado en la tradición budista. En la colección de cuentos acerca de las
pasadas existencias de Shakyamuni llamada Jataka, con frecuencia es
representado como una corporificación de la amabilidad y la misericordia,
mientras que Devadatta, traidor (ex discípulo) de Shakyamuni, es descrito como
un ingrato.
Un cuento del Jataka
dice lo siguiente: Una vez, un magnífico elefante blanco (Shakyamuni en una
vida pasada) salvó la vida de un guardabosque (Devadatta) perdido en los
Himalayas, nutriéndolo y mostrándole el camino de regreso a la ciudad.
Ambicioso y desagradecido, este retornó repetidas veces a la morada del
elefante y pidió sus colmillos. Él decía que los necesitaba para cambiarlos por
dinero y así poder mantener su vida y, cada vez, este elefante le daba una
porción de sus colmillos. Cuando el guardabosque se llevó lo ultimo que le
quedaba de sus colmillos al elefante, la tierra se abrió tragándose a este y
dejándolo en las profundidades del infierno.
La tierra no pudo
soportar el peso de la degradante ingratitud de Devadatta, y él cayó en el
infierno. Aunque algunas personas pueden considerar una deuda de gratitud como
una pesada obligación, el Budismo enseña que la verdadera carga sobre la
humanidad es la ingratitud.
El concepto budista del
origen dependiente explica que todo en este mundo surge de su medio ambiente y
es apoyado por éste. Todo y todos estamos conectados. No existe nadie, por lo
tanto, que no tenga una deuda de gratitud hacia los demás. En este
sentido, la gratitud puede ser descrita
como la conciencia de que nuestra vida es apoyada por nuestro entorno, entorno que
incluye a otras personas, y nuestro deseo de responder del mismo modo a ese
apoyo. Los desagradecidos o quienes se sienten agobiados por la amabilidad de
otros no ven la interconexión de todas las formas de vida. Construyen paredes
de ignorancia y egoísmo en torno a ellos para aislarse del resto del mundo.
Nichiren Daishonin dice:
“Quien
estudia las enseñanzas del Budismo no debe dejar de retribuir las cuatro deudas
de gratitud” (WND, 43).
Una escritura Mahayana
llamada el Sutra de la Contemplación de la Tierra de la Mente (Shinjikan gyo,
en japonés) explica que nosotros, como budistas, tenemos una deuda de gratitud
para con todos los seres vivientes, nuestros padres, el soberano y los tres
tesoros del Buda, la enseñanza budista y la comunidad budista.
Debido a la existencia de todos los seres
vivientes, los bodhisattvas pueden cumplir su promesa de salvarlos. Sin los
demás no podemos practicar el ideal budista del altruismo. También debemos
agradecimiento a nuestros padres, quienes nos trajeron a la existencia de modo
que podamos practicar el Budismo.
También tenemos una deuda
de gratitud con “el soberano”, quien representa todas las actividades de la
sociedad que aseguran nuestra supervivencia. En este aspecto, el Daishonin
dice: “Es gracias al soberano que uno puede calentar su cuerpo... y mantener
la vida con los cinco tipos de granos” (WND, 44). Además, como
practicantes del Budismo de Nichiren Daishonin, tenemos una deuda de gratitud
para con el y su enseñanza, así como con su discípulo inmediato y sucesor,
Nikko Shonin, y con la comunidad budista por transmitir y propagar el Budismo
de este.
RETRIBUIR LAS DEUDAS DE GRATITUD
El Daishonin enseña que,
fundamentalmente, podemos retribuir las cuatro deudas de gratitud abrazando la
fe en la Ley de Nam-Myoho-Renge-Kyo y comunicando su beneficio a otros.
Como dice Nichiren: “Pero
si uno pretende retribuir estas grandes deudas de gratitud, se puede esperar
hacerlo sólo si se aprende y domina el Budismo, convirtiéndose en una persona
de sabiduría” (WND, 690).
Retribuir una deuda de
gratitud, entonces, no es un sacrificio o una carga; más bien, es un acto
benéfico para los demás y para nosotros mismos. Aunque nuestros padres y
quienes nos rodean puedan no entender el Budismo del Daishonin, ciertamente, es
posible alentarlos con la calidez y el humanismo que desarrollamos a través de
nuestra práctica. Es por esto que el Daishonin a menudo nos insta a mantenernos
firmes en nuestra fe frente a las oposiciones.
La gratitud es un sello de la humanidad;
saca nuestra vida de la ignorancia y el aislamiento. Pero es difícil
tener gratitud hacia aquellos que nos rodean si actúan amablemente sólo por
alguna expectativa de recompensa o un sentido de obligación. Asimismo, cuando
las personas tratan de manipular a los demás concediéndoles favores, la “deuda”
de gratitud resultante puede fácilmente convertirse en una carga. La sabiduría
del Budismo, sin embargo, nos capacita para ver nuestra interconexión esencial
más allá de las obligaciones sociales superficiales.
A través de nuestra práctica
budista expandimos nuestra capacidad para expresar gratitud y podemos, incluso,
transformar la hostilidad en una causa para el desarrollo personal.
Así, desde su exilio en la península de Izu, el Daishonin, dice: “Además, en
esta existencia, he abrazado la fe en el Sutra del Loto y encontrado a un
gobernante que hará posible que me libere, en esta existencia actual, de los
sufrimientos del nacimiento y la muerte. De esta manera, ¿cómo puedo insistir
en este insustancial daño que me ha hecho y pasar por alto mi deuda hacia él?
(WND, 44).
Conforme desarrollamos
nuestra perspectiva y capacidad para ver incluso las dificultades a una luz
positiva, podemos experimentar un sentido de gratitud por algo que está más
allá de la interacción inmediata y profundizar nuestro humanismo. Devadatta no
pudo impedir que Shakyamuni actuara con amabilidad, y el gobierno del sogunato
no pudo amargar al Daishonin. De estos ejemplos, podemos ver que las
circunstancias negativas no tienen por qué hacernos desagradecidos. (Publicado en
Living Buddhism, Mayo 2000, pág. 6).
LOS TRES OBSTÁCULOS Y CUATRO DEMONIOS. (En japonés sansho shima.) Obstáculos que se interponen en el camino a manifestar nuestra budeidad inherente.
1) bonno-sho: obstáculos debidos a los tres
venenos: furia, codicia y estupidez.
Tres venenos: (En japonés sandoku.) Furia,
codicia y estupidez.
Males fundamentales inherentes a la vida que
originan el sufrimiento humano. Tienen correlación, respectivamente, con los
tres malos caminos, es decir, los estados de Infierno, Hambre y Animalidad.
De los tres venenos, la
estupidez es el fundamental, debido a que facilita la avaricia y la ira.
Aquí, la estupidez
significa ignorancia (pasiva o voluntaria) de la verdadera naturaleza de la
vida. Es la ceguera a la realidad de nuestra interrelación, no simplemente
relación y dependencia mutua, sino la conexión de la extensión de cada una de
nuestras vidas con la extensión de todas las formas de vida del universo; el
hecho de que cada uno de nosotros sea un componente vital de la vida misma y un
nexo de inmensas posibilidades, porque oscurece la verdad de la vida, la
naturaleza iluminada, la "oscuridad fundamental".
2) go-sho: obstáculos debidos al karma
generado por cometer las cinco faltas graves. Go-sho también significa
oposición de la esposa e hijos.
Cinco Faltas Cardinales: Las cinco ofensas
más graves del Budismo. Las explicaciones difieren, según distintos sutras y
tratados. La versión más conocida es: 1) Matar al propio padre; 2) Matar a la
propia madre; 3) Matar a un arhat; 4) Calumniar a un buda y 5) Crear desunión
entre los creyentes.
Se dice que aquellos que
cometen cualquiera de las cinco faltas cardinales caen, indefectiblemente, en
el infierno del sufrimiento incesante.
3) ho-sho: obstáculos debidos a la dolorosa
retribución causada por acciones cometidas en los tres malos caminos: Infierno,
Hambre y Animalidad.
Ho-sho
también se refiere a los obstáculos causados por los superiores (soberano,
padres, etc.).
LOS CUATRO DEMONIOS.
1) bonno-ma: impedimentos que surgen de los
tres venenos;
2) on-ma: impedimento de los cinco
componentes: forma, percepción, "conceptualización", volición y
conciencia. El cuerpo y la mente humanos se manifiestan mediante la combinación
temporaria de estos cinco componentes, y estos causan muchas clases de
sufrimientos.
Cinco Componentes De La
Vida: También cinco skandhase.
1. Forma,
2. percepción,
3. concepción,
4. volición y
5. conciencia.
Cinco componentes que, temporariamente, se unen para formar un
ser individual viviente.
1. “Forma” (en japonés, shiki) significa el aspecto físico de la
vida, que incluye los cinco órganos de los sentidos: ojos, oídos, nariz, lengua
y cuerpo, mediante los que se percibe el mundo exterior.
2. “Percepción” (ju) es la función de recibir información externa
por medio de los seis órganos de los sentidos (los cinco mencionados más la
“mente”, que integra las impresiones de los cinco sentidos).
3. “Concepción” (so) es la función de crear ideas mentales o
concepciones acerca de lo que se percibe.
4. “Volición” (gyo) es el deseo de actuar según la concepción y
motiva una acción con respecto a lo que se percibe.
5. “Conciencia” (shiki) es la función del discernimiento, y
genera los componentes de la percepción, la concepción y la volición.
La forma representa el
aspecto físico de la vida, y la percepción, la concepción, la volición y la
conciencia representan el aspecto espiritual.
Cinco componentes:
Primero de los tres principios de individualización o elementos constitutivos
del ser individual: forma, percepción, conceptualización, volición y
conciencia, que se unen temporalmente para formar un ser humano.
3) shi-ma: impedimento de la muerte, que nos
hace abandonar la práctica del Budismo, o la muerte intempestiva de un
creyente, que provoca dudas en otros;
4) tenji-ma: impedimento de la función
llamada "Demonio del Sexto Cielo"
Demonio: Funciones o
influencias negativas que privan a la gente de la felicidad u obstruyen el
juicio correcto. En contraste con la función de los dioses budistas, que
protegen el bienestar de la gente, los demonios son las fuerzas latentes del
ambiente, que actúan para impedir la felicidad humana. El Maka Shikan menciona
el ataque de los demonios como una de las seis causas de enfermedad. El Sutra Ninno
establece que, cuando la nación cae en el desorden, aparecen, en primer
término, los espíritus o demonios mostrando signos de desenfreno.
Demonio del Sexto Cielo: (En japonés
Dairokuten no Mao.) El más poderoso de los demonios, que vive en el más elevado
de los seis reinos del mundo del deseo. Actúa impidiendo que los creyentes
practiquen el Budismo, y su meta es quitar la fuerza vital de los demás. Rey de
los demonios que mora en el más alto de los seis cielos del mundo de los
deseos. También llamado Takejizaiten, Rey que usa, licenciosamente, los frutos
de los esfuerzos de los demás para su propio placer. Asistido por
innumerables secuaces, trabaja para obstaculizar la práctica budista y se
deleita minando la fuerza vital de los demás seres. Corresponde a tenjima, el
último de los tres obstáculos y cuatro demonios. Nichiren Daishonin interpreta
al Demonio del Sexto Cielo como la manifestación de la oscuridad fundamental
(en japonés, gampon no mumyo) inherente a la vida.
Esta oposición se
manifiesta como opresión por parte de hombres con influencia y poder, y es la
más difícil de vencer.
EL SIGNIFICADO DE LA CALUMNIA. LAS 14 CAUSAS DEL MAL, CARTA DE NICHIREN AL SEÑOR FEUDAL MATSUNO.
Nuestros
actos presentes, sean positivos o negativos, son las causas de nuestra
felicidad o mala fortuna futuras. Lo que uno hace ahora produce cambios
internos que más tarde dan lugar a resultados o efectos específicos. La calidad
de nuestros actos, buenos o malos, puede considerarse desde dos puntos de
vista: sus efectos y los motivos que existen tras las acciones. El Budismo les
da mayor importancia a los últimos.
La
historia del rey Ashoka se cita con frecuencia, como ejemplo de buenas causas o
motivos creados en una existencia pasada. Cuando el buda Shakyamuni estaba
mendigando en Rajagriha, la capital del reino de Magadha, en la India, un niño
hizo una torta de barro y la ofreció al Buda, porque no tenía nada más para
ofrendar. Al reconocer la sinceridad del pequeño, el Buda predijo que, en su
próxima existencia, se convertiría en el rey de un gran imperio. Así, el niño
nació como el rey Ashoka. Este relato enfatiza la importancia del espíritu puro
de hacer ofrenda, más que el valor del obsequio en sí.
En
su carta al señor feudal Matsuno, Nichiren Daishonin enumeró las catorce causas
del mal:
1) Arrogancia.
2) Negligencia.
3) Juicio arbitrario y egoísta.
4) Comprensión superficial y autocomplaciente.
5) Apego a los deseos mundanos.
6) Falta de espíritu de búsqueda.
7) Incredulidad.
8) Aversión manifiesta.
10) Calumnia.
11) Desprecio.
12) Odio.
13) Envidia.
14) Rencor.
Estas
catorce malas causas se refieren no tanto a acciones específicas, sino a
nuestros motivos malvados u orientación espiritual distorsionada. La más grave
de todas es la calumnia a la Ley Verdadera, el acto de condenar, menospreciar,
desdeñar o rechazar la enseñanza budista correcta o a sus practicantes, por
antagonismo u odio. Se dice que el efecto negativo que produce tal ofensa está
más allá de la imaginación. En el Sutra del Loto está escrito que quien
comete calumnia está condenado a caer en el infierno del sufrimiento incesante
durante incontable kalpas. Éste es el más horrible de todos los infiernos.
Se dice que el que mata a su padre permanece en él no menos de veinte kalpas,
pero que el que calumnia lo hace durante un tiempo inmensurablemente más largo.
El
acto de calumniar es sumamente pesado, y muy oneroso.
Según
otra interpretación, algunas personas consideran calumnioso tener fe en
religiones que no sean el Budismo, pero esto no siempre es estrictamente
cierto. Si alguien adhiere a otra creencia, sin el más mínimo conocimiento de
la existencia de la Ley Mística, no está
cometiendo una acción contra la Ley. Sin embargo, si una religión es contraria
a la Ley Mística, sus creyentes, sin saberlo, serán llevados a la calumnia. Por
eso, a quienes profesan esa fe se los considera calumniadores de la Ley
Mística. Por otra parte, si una religión fue establecida sin el menor
conocimiento de la existencia de dicha Ley, no entra dentro del concepto de
calumnia como tal. El error de las personas que pertenecen a esa religión se
debe a la ignorancia y no, a una intención maliciosa. Una vez más, la intención
o motivo es mucho más importante que el propio acto.
A
veces, se dice que quien desobedece a sus antecesores comete calumnia, pero eso
es incorrecto. Naturalmente, uno debería seguir un consejo sabio, pero no debe
aceptar una orientación desencaminada. La admonición de Shakyamuni de «confiar
en la Ley y no en las personas» es una de las enseñanzas más valiosas que dejó
para las generaciones futuras.
FE, PRÁCTICA Y ESTUDIO. LOS TRES FUNDAMENTOS DEL BUDISMO DE NICHIREN DAISHONIN.
FE, PRÁCTICA Y ESTUDIO SON LOS TRES
FUNDAMENTOS DEL BUDISMO DE NICHIREN DAISHONIN. Los tres son esenciales para
poder realizar una correcta práctica budista.
Fe: Tradicionalmente, la religión ha pedido
de sus creyentes que tengan fe en sus principios antes de aceptar la religión,
sin prueba alguna de las afirmaciones de ella. Sin embargo, si una religión no
puede proveer algún beneficio a la vida de los creyentes y ayudarlos a superar
sus luchas, ellos no pueden ser felices al practicarla.
En el budismo, la fe se
basa en la experiencia. El budismo de Nichiren Daishonin hace hincapié en
obtener “prueba real” del poder de la doctrina. La fe comienza con una
expectativa o esperanza de que algo suceda. Al comienzo de esta jornada, si
estamos dispuestos a probar la práctica y anticipar algún resultado, entonces
solidificamos nuestra fe, paso a paso, mientras se acumulan ejemplos de pruebas
reales.
Fe significa creer en el
Gohonzon y tener la convicción de que el Gohonzon de Nam-myoho-renge-kyo es
idéntico a nuestra vida. Una fe poderosa es, en sí, la manifestación de la
Budeidad inherente a la vida. La Fe es el punto de partida de la Práctica y el
Estudio. La Práctica profundiza la Fe y motiva el Estudio, mientras que el
Estudio vigoriza la Fe y ayuda a uno a practicar correctamente.
Práctica: A menos que la Fe se
ponga en acción, o sea se lleve a la Práctica, jamás dejará el reino del idealismo
vacío. El grado de nuestra Fe en el Gohonzon puede ser visto únicamente en la
manera que practicamos.
Solidificamos nuestra
sabiduría y fuerza vital al manifestar nuestra budeidad todos los días de una
manera concreta.
La Práctica del Budismo
de Nichiren Daishonin se compone de dos partes: practicar para nosotros mismos
y practicar para otros. El practicar para nosotros mismos es principalmente
entonar Nam-Myoho-Renge-Kyo y realizar el gongyo mañana y noche frente al
Gohonzon. Practicar para otros consiste en accionar, basados en la
misericordia, para ayudar a otros a que hagan mejorías fundamentales en sus
vidas. La práctica para los demás incluye alentar a otras personas a abrazar la
fe y participar en diversas actividades por el kosen rufu y en el movimiento
para difundir la Ley Mística.
El desarrollo de nuestra
misericordia, por medio de la práctica para los demás, también es un beneficio
directo para nosotros (nuestra revolución humana) En ese sentido, la práctica
para los demás es también práctica para uno.
Para enseñar y explicar
el Budismo a otros, uno necesita comprender los principios budistas. Así, el
estudio también involucra tanto la práctica para uno como la práctica para los
demás. La Soka Gakkai Internacional (SGI) se formó para apoyar a los
practicantes del Budismo de Nichiren Daishonin y asistirlos a enseñar a los
demás en una escala mundial, entonces existen muchos materiales de estudio.
Al ayudar a crear la
comprensión y la confianza, los materiales de estudio nos brindan aliento
vital, especialmente en los momentos críticos. Entonces, haciendo que el
espíritu de Nichiren Daishonin sea el nuestro, a través del Estudio, podemos
hacer lo mejor en nuestra vida cotidiana.
EL CÁNCER Y LA MENTE. De “Los Valores Humanos en un Mundo Cambiante”. Diálogo entre Daisaku Ikeda y Bryan Wilson.
LOS VALORES HUMANOS EN UN MUNDO CAMBIANTE.
IKEDA: Como en muchos casos, el cáncer es incurable, decirle a un paciente
moribundo la verdad acerca de su estado puede provocarle el temor a la muerte.
En la actualidad muchos médicos discuten la conveniencia de revelar la
naturaleza de la enfermedad a un paciente con cáncer.
Algunas veces el impacto
del anuncio es tan grande que gente cuyas vidas hubieran podido prolongarse
mueren prematuramente. ¿Concuerda usted en que, por esta razón, la naturaleza
de la enfermedad debiera ocultarse prácticamente hasta el final?
Algunas personas
insisten en que informar al paciente de que tiene cáncer le permite usar a
fondo el tiempo que le queda. Otros sostienen que decir la verdad en esas
circunstancias es deber de todo ser humano sincero.
Aunque en muchos casos
recomiendo ocultar la verdad a los pacientes, advierto que las personas que
tienen una fe firme y una sólida filosofía pueden prepararse mejor si saben lo
que les está sucediendo.
WILSON: Lo que usted dice en este tema me parece lo más
aconsejable, y creo que uno debe guiarse por su conocimiento del paciente.
Algunas personas tienen la fuerza espiritual para absorber y soportar las
peores noticias y encuentran enseguida una forma de superar la inmensa angustia
inicial provocada por el conocimiento de la cercanía de la muerte y las
terribles complicaciones y el dolor que causa el cáncer. Otras pueden ser mucho
más frágiles y pueden necesitar ser tratados con cuidado, para amortiguar el
impacto. Evidentemente, si se enteran de su diagnóstico enseguida, esas
personas pueden vivir meses en un estado de desesperación, mientras que si se
les oculta la verdad pueden al menos tener momentos de consuelo, esperanza y
hasta de alegría durante sus últimos meses de vida. Debemos reconocer, sin
embargo, que no siempre podemos saber cuáles individuos son frágiles y cuáles son
resistentes por nuestras observaciones anteriores. Hombres que parecían fuertes
y lleno de recursos estando sanos pueden volverse espiritualmente débiles en la
enfermedad, y los débiles del mundo cotidiano descubren y muestran una fuerza
interior hasta entonces insospechada.
Es así que, si bien no
creo que la verdad desnuda sea siempre exigible en todas las situaciones,
reconozco la dificultad de decidir cómo actuar en los casos individuales. La
vida humana se civiliza por el cultivo de sutiles aptitudes de cuidado y amor;
a veces la discreción, la postergación y un benévolo autocontrol pueden tener
mayor valor en última instancia que un audaz compromiso con la verdad absoluta,
cualesquiera sean las circunstancias y el que los recibe. Este consejo obviamente
puede considerarse como cobardía engañosa y abandono de los valores absolutos.
Lo que yo siento es que es imposible justificar este tipo de juicios de manera
absoluta. Las circunstancias cambian en cada caso, y aunque sostenemos que
decir la verdad absoluta es un ideal elevado que, en circunstancias
equivalentes, significa una obligación, sin embargo, debemos reconocer que
otros valores pueden a veces modificar nuestro compromiso con la verdad
absoluta. En la práctica, nadie dice todo lo que sabe en cualquier momento;
puede ser peligroso, a veces imprudente y a menudo hiriente hacerlo. Tiene
cierta razón, creo, el viejo dicho inglés de que se debe "atemperar el
viento para el cordero esquilado".
IKEDA: Tiene razón. Deben considerarse diversos elementos para
determinar si se revela a un paciente que su mal es cáncer. Primero, ¿está en
una etapa temprana que puede responder al tratamiento o en su etapa final en
última instancia fatal? Segundo, ¿se trata de alguno de los tipos de cáncer que
la medicina contemporánea encuentra fácil de curar? Si la enfermedad no se
desarrolla rápido o es susceptible de tratamiento, el paciente debería
enterarse, el anuncio debería estar acompañado de una explicación completa, y
debería darse al paciente toda la cooperación que necesite en su lucha con la
enfermedad. Sin embargo, si la situación es desesperada, decidir decir la
verdad o no depende de la fuerza y resistencia psicológica del paciente. Si la
persona es fuerte y desea aprovechar lo mejor posible el tiempo que le queda y
morir bien, hay que decirle la verdad.
De todos modos, en la
actualidad todos saben qué es el cáncer. Es así que los pacientes, aunque no se
les diga nada, presienten la naturaleza de la enfermedad, especialmente en las
últimas etapas o cuando se emplean tratamientos como la radiación. Lo
importante es que el paciente se prepare mental y espiritualmente para combatir
el temor a la muerte. Y en esto los médicos, las enfermeras y los hombres de
religión pueden ser de gran ayuda. Es así que enseñar a la gente no sólo cómo
vivir sino cómo morir, puede ser una de las funciones más importantes de la
religión. Es concebible que, con la ayuda de consejeros médicos y religiosos,
el paciente pueda desarrollar actitudes respecto de la vida y la muerte que le
darán una gran fuerza psicológica, y a su vez esto generará energía física para
ayudar a vencer a la enfermedad.
IKEDA: Mucha gente reconoce la importancia de los elementos
psicosomáticos en las enfermedades, y últimamente se han considerado los posibles
aspectos e influencias mentales implicadas en el cáncer. Por ejemplo, el tema
se discutió en el Cuarto Congreso Internacional de Medicina Psicosomática, que
tuvo lugar en Tokio en 1977: y un artículo sobre esto fue publicado en la
revista norteamericana Science, número de Junio, 1978. Las investigaciones han
demostrado que los cambios psicológicos favorables en el estado mental de un
individuo o una revolución en su filosofía de la vida han causado una reducción
natural de los tumores. El estado mental del paciente es importante para
pronosticar el tiempo que puede quedarle de vida. El empeoramiento del enfoque
mental es considerado de efecto más destructivo que el de las propias
condiciones físicas. Si es cierto, la religión, que ayuda a los seres humanos a
desarrollar una filosofía de la vida, puede tener un papel importante. Por
ejemplo, si puede mostrarse que la religión ayuda a revolucionar la filosofía
del individuo o a mejorar su estado psicológico, y así influye en el curso de
desarrollo de los tumores cancerosos, su importancia para la terapia médica
será innegable. ¿Qué papel piensa usted que tiene la religión en la terapia
médica, especialmente en el tratamiento de enfermedades como el cáncer?
WILSON: La íntima asociación entre la religión y el arte de curar
se presenta algunas veces como prueba del recurso humano al reino de lo
sobrenatural cuando su conocimiento empírico confiable se termina. Ante la
incertidumbre y la falta de conocimiento los hombres se han vuelto a la magia,
la oración, los amuletos y ciertos ejercicios justificados puramente por
teorías espirituales o metafísicas. En consecuencia, se hizo habitual en la
medicina ortodoxa descalificar los métodos curativos prescritos religiosamente.
Obviamente, en situaciones sociales donde existía una ignorancia de la medicina
y de las pruebas empíricas, se hicieron muchas cosas que en el mejor de los
casos eran inútiles, y en las peores dañinas. Pero es cierto que los
testimonios no apuntan siempre para el mismo lado. Así como las viejas hierbas
medicinales indicadas por la tradición popular a veces han probado su eficacia,
y han sido el punto de partida de la farmacología médica, también se reconoce
cada vez más la posibilidad de efectos beneficiosos por la práctica religiosa,
aún cuando los mecanismos exactos de la causa religiosa y el efecto somático no
se comprendan del todo.
IKEDA: Los mecanismos no siempre se comprenden claramente, pero la
importancia de la actitud mental en todas las condiciones psicosomáticas no se
pone en duda. Puesto que la religión y la fe a menudo tienen un
efecto de calmar y equilibrar la mente, es fácil ver que tienen efectos
somáticos. Ciertamente, la medicina occidental está tomando en cuenta
cada vez más este tipo de efecto, pues toda la naturaleza de la enfermedad, al
menos en las naciones industrializadas, ha cambiado drásticamente.
En muchas partes del
mundo, las epidemias, que antes causaban gran mortandad son ahora rarezas. En
su lugar han aparecido males como el cáncer, enfermedades circulatorias, y
todos los problemas relacionados con las tensiones. Al encontrar que los
métodos clásicos de la anatomía, la citología, la fisiología y todos los otros
aspectos puramente físicos de su ciencia ya no logran curaciones perfectas, los
médicos están prestando atención a los efectos psicológicos, incluyendo los
estados de tensión, y están desarrollando un nuevo campo de medicina
psicosomática.
Se sabe que el estado mental del paciente
está relacionado con su capacidad para combatir el cáncer, pues la tensión hace
bajar mucho el poder de inmunización del cuerpo, mientras que una actitud viva
y resuelta hacia la enfermedad lo eleva. Está claro que las religiones que
ayudan a los creyentes a cultivar esas actitudes tienen efectos terapéuticos
directos.
WILSON: Me parece que hay ciertos problemas en este campo tan
complejo. Primero, a veces es difícil comprobar los beneficios terapéuticos
obtenidos con una práctica religiosa específica, ya sea porque las autoridades
religiosas ponen objeciones al diagnóstico médico o no consideran necesario
obtenerlo. Resulta así que las pretensiones de sus técnicas religiosas
específicas quedan sin verificación por pruebas médicas empíricas. Segundo, los
terapistas religiosos a veces explican los resultados que obtienen en términos,
y con el apoyo de teorías, que son inaceptables para la profesión médica, y tal
vez, que chocan con los presupuestos e ideas que son corrientes en la sociedad
en general. Tercero, parte de la técnica de las terapias religiosas,
especialmente en los casos de curaciones por la fe o por la metafísica, puede
ser negar la existencia o la realidad de la enfermedad que debe ser curada. En
consecuencia, se hace difícil evaluar cuáles casos (desde una perspectiva
médica) son reales y cuáles son, desde el principio, ilusorios tanto con
respecto a la enfermedad como a su curación.
La cuarta dificultad se
aplica más generalmente a las terapias religiosas y menos específicamente a
esas religiones que proponen técnicas terapéuticas especiales o tienen teorías
curativas propias. Está, esencialmente, en la dificultad de conciliar la
influencia altamente personalizada de la religión con el efecto sumamente
rutinario e impersonal de la medicina. Así, sucede que en determinado caso la
influencia de la fe o la práctica religiosa aparentemente tiene un efecto sobre
el paciente, en el caso de otro individuo igualmente dedicado a su religión no
se da ese efecto. La medicina esperaría encontrar efectos semejantes con
terapias idénticas, y en general sus tratamientos dan buenos resultados, en
casos comparables. Sabemos que, en el asunto de las influencias religiosas, los
efectos son sumamente variables. Por supuesto, esto puede originarse en las
diferencias en el compromiso religioso que son imposibles de percibir para un extraño.
Dos hombres en apariencia igualmente devotos pueden tener, en el fondo de su
corazón, un diferente grado de fe, estar diversamente comprometidos, y tener
historias distintas de práctica religiosa y devoción privada. Lamentablemente,
puesto que estas diferencias interpersonales no pueden medirse objetivamente,
no sabemos con certeza si una devoción más profunda por sí misma lleva a
resultados terapéuticas mejores. Los dirigentes religiosos no han dejado de
notar esta paradoja. Jesús decía a los que curaba, "Tu fe te ha
salvado"; pero la tradición judeo-cristiana reconoce que a veces los
malvados "florecen como el verde olivo", y el salmista virtualmente
pide a Dios una explicación de esta aparente injusticia.
No tengo dudas de que
los hombres que han adquirido disposiciones positivas, que pueden mantener un
equilibrio mental, orientaciones afirmativas hacia su prójimo y una actitud
abierta y receptiva a los otros y al mundo, pueden recibir enormes beneficios
en la vida, incluyendo una capacidad para soportar o superar la enfermedad de
maneras que no podemos comprender totalmente todavía. El problema está, creo,
en aprender, cómo puede movilizarse y controlarse esa fuerza positiva, y dónde
reside en realidad la diferencia de capacidad de los diversos individuos.
IKEDA: Usted ha mencionado religiones que rechazan los diagnósticos
y la terapia de la medicina. Encuentro que esa actitud es muy sospechosa.
Si quiere ser
convincente, una religión debe explicar los poderes terapéuticos que dice
poseer en términos aceptables para la medicina y la sociedad. Más allá de estas
cuestiones, me parece que ahora los médicos, creyentes o no creyentes, están empezando a reconocer la importancia de
la fe y la religión en combinación con los diagnósticos y tratamientos
científicos. Por ejemplo, muchos de ellos, sobre todo especialistas en medicina
psicosomática, siguen usando en el tratamiento del cáncer, prácticas normales
como medicación, cirugía, inmunización, tratamiento de rayos y otros, mientras
que al mismo tiempo introducen métodos psiquiátricos y psicológicos y hasta
ciertos tipos de aprendizaje religioso. De acuerdo con ciertos informes, el
Colegio Internacional de Medicina Psicosomática y el Colegio Japonés de
Medicina Psicosomática emplean la meditación, diferentes tipos de terapias yoga
y de imagen (basadas en conceptos budistas) para tratar el cáncer. En estos
casos la medicina moderna es la base terapéutica de todo lo que se hace, que se
explica en términos aceptables para los investigadores médicos.
Tiene razón al decir que
elementos tan personales como la devoción religiosa y el grado de compromiso no
pueden investigarse objetivamente, pero ¿no es esto también cierto en la
mayoría de los demás aspectos de la enfermedad? Los antecedentes genéticos, la
experiencia vital, la personalidad y todos los otros elementos que contribuyen
a la formación de la psiquis individual eluden la investigación objetiva. Los
cambios en el estilo de vida a menudo pueden provocar alteraciones drásticas de
personalidad.
Por consiguiente, aunque
pueda existir una base teórica general fundamental, me parece que la terapia
que abarque estos elementos inescrutables relacionados con la personalidad
implica una relación intensamente personal entre médico y paciente. La combinación
de dos cosas indefinidas, como son la personalidad del paciente y su actitud
hacia la fe religiosa, complica tanto la situación que es imposible esperar una
objetividad fácil. Pero confío, a pesar de todo, en que la perseverancia de los
intentos actuales de tratamiento psicosomático de enfermedades como el cáncer
puedan dilucidar gradualmente las relaciones entre enfermedad, psiquis y
religión.
Bryan Wilson se doctoró en la London
School of Economics. Es profesor de sociología en la Universidad de Oxford,
miembro del All Souls College. Se ha dedicado a la investigación de la religión
y su rol en la sociedad contemporánea, y es muy requerido como profesor
visitante en varias universidades del mundo. Ha escrito extensamente sobre
secularización y es una autoridad reconocida en sectas, por lo cual ha
asesorado a diversos gobiernos y atestiguado en juicios en varios países. Entre
sus libros se destacan Sects and Society; Religion in Secular Society;
Religious Sects (traducido a cinco idiomas); Magic and the Millennium y
Religion in Sociological Perspective. Ha escrito además artículos para las
enciclopedias Británica, de Ciencias Sociales y de la Religión.
EL PECADO. De “Los Valores Humanos en un Mundo Cambiante”. Diálogo entre Daisaku Ikeda y Bryan Wilson.
IKEDA: El budismo se concentra en la iluminación para la ley (o
vida) universal y el propio mejoramiento de acuerdo con esa iluminación. La
conducta ética y moral se desarrolló naturalmente como consecuencia del
mejoramiento propio pero no es una preocupación
principal. Esto no significa que el budismo apruebe el libertinaje.
La moral es relativa,
varía según la cultura. La tentativa de cualquier religión de imponer a otra
cultura pautas éticas y morales extrañas sólo puede provocar el rechazo de esa
religión y la negación de sus poderes de hacer el bien. Por esta razón, parece
ser más ventajoso para todos enseñar sólo las verdades básicas y universales y
-como el budismo lo ha hecho habitualmente- dejar en segundo lugar las
cuestiones de códigos éticos, en lugar de insistir demasiado en puntos de moral
que, en el mejor de los casos, son relativos.
Se insiste más en el
pecado en el judaísmo, el cristianismo y el Islam que en el budismo. Por
supuesto, el budismo tiene un concepto del pecado; pero según su doctrina un
acto malo trae aparejada su propia retribución sin necesidad de un castigo
impuesto desde afuera. Un budista que hace algo malo sabe más o menos lo que le
espera; un cristiano no puede saber qué castigo su Dios arbitrario le infligirá
y por lo tanto sufre una gran angustia hasta con las infracciones menores a las
reglas divinas.
Tal vez la conciencia
del pecado inhibe las transgresiones, pero puede provocar también un
sufrimiento psicológico cruel y hasta la desesperación. Los que creen en dioses
arbitrarios que castigan se parecen a los súbditos de un tirano impredecible.
Los budistas, que viven de acuerdo con una ley universal justa que prescribe el
castigo proporcional a la falta, son corno los que viven bajo un gobierno
constitucional. ¿Qué opina usted de mis puntos de vista y de este contraste en
los enfoques del pecado?
WILSON: Según las ideas cristianas tradicionales, Dios castigará en
algún tiempo futuro a todos los pecadores impenitentes. (Ese tiempo quedaba en
la incertidumbre Y variaba según los distintos modelos escatológicos: el
castigo podía venir inmediatamente después de la muerte o reservarse para el
fin de la revelación presente cuando, según las escrituras, tendría lugar un
complicado proceso de juicio.) Convencionalmente, la mayoría de los cristianos
creían que, después de la muerte, los incrédulos y los pecadores impenitentes
eran enviados al infierno, un lugar de tormento
eterno, o al menos al purgatorio para "expiar" su carga de
culpa. Los católicos romanos se volcaban ampliamente hacia la idea de la
intercesión divina. La intercesión corría por cuenta de Jesús o de la Virgen
María y los santos, para mitigar la severidad de los castigos divinos. Los
protestantes insistieron en el sufrimiento vicario de Jesús al cargar con los
pecados de los mortales ordinarios que, por la fe en él, podría escapar al
castigo, No había esperanza para los que estaban fuera de la Iglesia. En la
Edad Media (y tal vez más recientemente), algunos cristianos experimentaban por
cierto gran ansiedad acerca de las faltas aunque fueran menores, y algunos
tomaban medidas extraordinarias para mortificar la carne y para reprimir toda
la tendencia a la autogratificación. Estas tendencias han disminuido mucho en
los tiempos modernos: los cristianos de hoy están mucho menos preocupados por
el pecado personal que los de antes.
En los países
occidentales, se ha desarrollado una concepción diferente del mal en lugar del
pecado. El mal se consideraba ahora menos como una cuestión de obrar mal personalmente que como el resultado de una
falta del sistema social, cuyo mal funcionamiento se dice que provoca carencias
en algunos hombres que, se arguye, los inducen a cometer actos antisociales. El
castigo ya no se considera un remedio: en su lugar se propone algún tipo de
terapia. La moral, así, se ha "politizado" en parte, calificando de
malas a categorías amplias de pensamiento y acción, Suele culparse a las
políticas públicas por esos males, en cosas como el racismo y el sexismo. Como
las sociedades occidentales son en gran parte seculares, el concepto
esencialmente religioso del pecado cuenta muy poco para la mayoría de la gente.
Hasta entre los que
todavía son cristianos, el énfasis, al menos en las denominaciones principales,
se ha desviado de la preocupación por el pecado y el castigo hacia una
religiosidad mucho más orientada hacia el otro. Pocos cristianos actuales se
representan a Dios con una disposición particularmente punitiva y menos como un
tirano voluble. Se puede seguir, especialmente en el siglo XIX, el énfasis
creciente en el Dios del amor y la declinación de las concepciones de Dios como
juez severo en busca de criminales. Dentro de las principales denominaciones
protestantes liberales, el cambio de concepción de la economía divina ocurrió
hace ya tiempo. El término "gobierno constitucional" es bastante
apropiado para lo que se implica en la práctica, y -a pesar de la carga
contraria de las escrituras- en la forma de conducta real de los cristianos.
Cuando se lo apremia, cualquier cristiano que conserve un vestigio de fe
liberal en la Biblia debe, por supuesto, reconocer que Dios puede comportarse
arbitrariamente. Su omnipotencia no puede negarse. En la realidad, el espíritu
de los tiempos, el gobierno de la ley, las ideas de racionalidad y la fe en la
justicia natural, todo ha condicionado la forma en que los cristianos esperan
que actúe su deidad.
IKEDA: Comprendo su punto de vista, pero de hecho me refería menos
a la práctica actual de los cristianos que a la interpretación judeo-cristiana
fundamental de Dios y su justicia, como la presentan las escrituras. Sin
embargo, sus comentarios han contestado a mi pregunta al sugerir que el
pensamiento cristiano moderno puede ser receptivo al enfoque budista de esta
cuestión. Sin duda, el racionalismo europeo estaría más dispuesto a aceptar el
principio de causa y efecto como explicación del castigo del mal más
rápidamente que la idea de un Dios autoritario y caprichoso. Si la racionalidad
fracasa, los cristianos deben volver a sus creencias tradicionales como se
exponen en sus escrituras. Por esta razón, y porque estas creencias
probablemente ejercen todavía una gran influencia, aunque sólo en parte
consciente, sobre la vida cotidiana de muchos cristianos, es que vale la pena
examinar dogmas básicos como el de un Dios omnipotente y punitivo.
Bryan Wilson se doctoró en la London
School of Economics. Es profesor de sociología en la Universidad de Oxford,
miembro del All Souls College. Se ha dedicado a la investigación de la religión
y su rol en la sociedad contemporánea, y es muy requerido como profesor
visitante en varias universidades del mundo. Ha escrito extensamente sobre secularización
y es una autoridad reconocida en sectas, por lo cual ha asesorado a diversos
gobiernos y atestiguado en juicios en varios países. Entre sus libros se
destacan Sects and Society; Religion in Secular Society; Religious Sects
(traducido a cinco idiomas); Magic and the Millennium y Religion in
Sociological Perspective. Ha escrito además artículos para las enciclopedias
Británica, de Ciencias Sociales y de la Religión.
EL HOMBRE Y LA NATURALEZA. Extracto del libro “Los Valores Humanos en un Mundo Cambiante”. Diálogo entre Daisaku Ikeda y Bryan Wilson.
IKEDA: La destrucción del medio ambiente, las
enfermedades causadas por la contaminación y otros males de nuestro tiempo
ofrecen a la humanidad una buena oportunidad de revolucionar las actitudes
hacia la naturaleza. En muchas partes del mundo, los movimientos para la
conservación del medio ambiente han comenzado y, en algunos casos, ya han dado
frutos. Sin embargo, su escala todavía es demasiado pequeña. Para el
tipo de plan necesario para salvar nuestro ambiente natural son esenciales el
acuerdo y la colaboración entre mucha más gente. En efecto, todos los pueblos
en todas partes deben recordar siempre que el hombre debe vivir con su medio
ambiente natural y nunca debe dañarlo para satisfacción de sus propios deseos
codiciosos y egoístas. Es obvio que un cisma entre la naturaleza y el hombre,
que para su propio beneficio quiere explotar y conquistarla, está en el fondo
de la civilización científica moderna (si se lo busca más atrás, se puede ver
que el cisma surgió en el monoteísmo judaico).
A medida que crece la
escala de la contaminación ambiental, los efectos destructivos de la acción
humana se han hecho claros. La ciencia de la ecología, que trata de mostrar que
debemos vivir en armonía con, y no en oposición a, la naturaleza, ha tenido
como resultado los movimientos conservacionistas que se están difundiendo ahora
por todo el mundo; para que estos movimientos alcancen una audiencia máxima,
cada ser humano individual debe despertar su yo interior y una conciencia de
ser uno con la naturaleza. Esto a su vez necesita el cultivo de una fuerza
psicológica suficiente como para aplastar la codicia inherente a toda la vida.
La religión es el único modo de provocar una revolución interior esencial y
conquistar así al yo y a la codicia. En mi opinión, la filosofía budista de la
unidad del hombre y su medio ambiente puede ser de mucho valor al respecto.
¿Qué piensa usted de la relación del hombre con su medio ambiente?
WILSON: Todo el impulso de los esfuerzos científicos del hombre y
ahora, cada vez más, de su empeño en las ciencias sociales ha sido para
establecer un control sobre la naturaleza. En un grado bastante considerable,
el hombre ha logrado producir un ambiente fabricado por él mismo, donde todos
los rasgos que forman el fondo de su vida cotidiana son productos artificiales
inventados por él mismo. La gran masa de los hombres vive en ciudades que han
sido construidas por hombres. El cemento pretensado se levanta a su alrededor,
rivalizando casi con los montes y valles de la naturaleza. Se mueve cada vez
menos por sus propios medios y cada vez más con artefactos mecánicos, y puede
transferirse desde cualquier contexto natural o social a otro a voluntad. Su
comida es refinada y manufacturada, regada con medios artificiales o estimulada
con fertilizantes químicos, y a menudo muy distinta en consistencia y capacidad
nutritiva de la provista directamente por la naturaleza. Hasta la temperatura
en que vive está controlada por la calefacción central o el aire acondicionado.
Ha construido un ambiente humano muy diferente de cualquiera que podría haber
existido cuando los hombres estaban más cerca de la naturaleza. En lugar de
pequeñas comunidades de personas totales, grupos cara a cara en que cada
individuo era completamente conocido (respecto a su pasado, su familia, sus
asociaciones, disposiciones, carácter y talentos), las asociaciones humanas
modernas son conglomerados de gente que actúa un papel, personas anónimas que
hacen su parte en una estructura compleja de relaciones funcionales.
El
ambiente humano se hace tan artificial y fabricado por el hombre como el
contexto físico. Pero, en última instancia, más allá de todos los artificios, la
dependencia básica de la naturaleza subsiste. Del mismo modo, detrás de todos
los complicados sistemas de relaciones artificiales, están los individuos
humanos, muchos de los cuales buscan desesperadamente la calidez y el afecto de
las relaciones humanas íntimas y la seguridad de la comunidad en un mundo cada
vez más impersonal. Como usted hace notar, hay una fuerte exigencia, aunque no
siempre implícita, entre los hombres por un retorno a la naturaleza, por
preservar sus cualidades que estimulan la vida, y por experimentar mayor
armonía con un mundo físico y humano más básico. Paradójicamente, los intentos
de lograr este retorno a menudo implican el recurso a técnicas que de por sí
son científicas o científico-sociales.
IKEDA: Esto es muy cierto y muy irónico. Ansiosos por volver a la
naturaleza, la gente toma vacaciones en automóviles con aire acondicionado,
viajando por caminos que cortan a través del paisaje natural y para cuya
construcción se destruyeron montes y bosques. En sus coches frescos, llegan a
hoteles o restaurantes de montaña con aire acondicionado, y contemplan a través
de sus ventanas panorámicas la belleza de la naturaleza mientras comen platos
excesivamente refinados y procesados. Después vuelven a sus automóviles con
aire acondicionado y retornan a las ciudades.
En el mundo del trabajo, como en
el de las vacaciones, los seres humanos dependen de la tecnología. Se trasladan
de un piso a otro en los edificios por medio de ascensores o escaleras
mecánicas y después frecuentan centros deportivos para contrarrestar los
efectos de la falta de ejercicio. Esto sería totalmente innecesario si
subieran y bajaran escaleras más a menudo o si, en vacaciones, usaran sus
piernas en vez de sus automóviles y respiraran el aire fresco del mar o de la
montaña en vez de aire enfriado artificialmente. El contacto íntimo con la
tierra, las piedras, los árboles y el resto del ambiente campestre constituiría
un retorno vigorizante a la naturaleza, y no una simple excursión cambiando de
lugar dentro de y hasta un interior artificialmente controlado. Si más gente
advirtiera que el contacto con la naturaleza no es sólo ver, sino también
gustar, tocar y oler, habría más personas dispuestas a hacer algo con respecto
a la contaminación ambiental.
WILSON: Así es. En otras palabras, la ciencia y la organización
humana son de nuestra propia invención, y hasta cuando buscamos deshacer esos
efectos inoportunos, nos encontramos usando sus métodos y técnicas para poder
recuperar el mundo comunal (no organizado conscientemente) y no científico que
hemos perdido por medio de la ciencia. Usamos la ciencia para volver a poner
vitaminas en la comida desnaturalizada por nuestros esfuerzos científicos.
Introducimos nuevos productos químicos para contrarrestar el efecto de otros
productos químicos que hemos metido en el suelo o en nuestros propios cuerpos.
El mismo fenómeno tiene lugar en el nivel social. Hace algunos años,
durante la época de inquietud estudiantil en las universidades norteamericanas,
un grupo que buscaba desesperadamente una cualidad en las relaciones humanas
que se ha perdido en el contexto impersonal de una gran universidad, tomó el
nombre de "comité para establecer la comunidad". Los comités son
artificios conscientes de sí mismo y no establecen comunidades: los mismos
procesos burocráticos que habían destruido la comunidad eran ahora el recurso
para intentar restaurarla. Es poco probable que las diversas instituciones, ya
sean gubernamentales o grupos de presión de ciudadanos preocupados y bien
intencionados, puedan hacer mucho con respecto a restaurar la armonía entre el
hombre y la naturaleza o a restablecer la comunidad entre los hombres.
Concuerdo con usted en que habrá alguna posibilidad de recrear el equilibrio
entre el hombre y la naturaleza, únicamente si existe una preocupación ética
ampliamente difundida que cada individuo transforma en parte de su propia
consciencia y busca trasmitir a sus hijos. Lo que usted llama una
"revolución interior", y yo podría apodar "internalización",
pero creo que ambos nos referimos a la aceptación, en el nivel más profundo, de
orientaciones humanas de valor. La forma en que los valores se difunden en una
sociedad se apoya en procesos sutiles de adaptación cultural. Por cierto,
orientaciones valorativas nuevas no pueden ser decretadas por los gobiernos,
como se ha hecho obvio por la experiencia de la Unión Soviética.
En un informe soviético oficial de hace algunos años, se hacía
observaciones acerca de, entre otras, dos aldeas vecinas. En una aldea, el
inspector encontró que no se cumplían las cuotas de producción, los caminos
estaban en mal estado, la gente se emborrachaba a menudo y prevalecía la
suciedad y el desorden, esa gente tenía un alto grado de pertenencia al partido
comunista. En la otra aldea había altos niveles de producción, caminos bien
mantenidos, ausencia de alcoholismo, limpieza y orden, esa gente era
considerada de poca solidez ideológica: eran budistas. Las ideologías
oficiales reciben un acatamiento formal, pero un cambio de conciencia y estilo
de vida genuino debe partir de valores interiores a los que los hombres se han
adherido voluntariamente, y que han sido tomados y "hechos propios".
IKEDA: Tiene razón. Es fácil dar órdenes y
acatar externamente ideologías y frases hechas, pero poner en práctica lo que
éstas proponen es más difícil. A menudo los más estridentes en su prédica son
muy negligentes en su práctica. Aunque hay algo un poco cómico acerca de la
formación de un comité por los estudiantes universitarios norteamericanos para
establecer algo que ningún comité es capaz de establecer, en muchos otros
campos de interés los seres humanos a menudo adoptan un enfoque igualmente
paradójico. En el pasado hemos tenido guerras para acabar con las guerras; es
decir, guerras en nombre de la paz. Ahora, en nombre de la paz, nos dedicamos a
carreras armamentistas nucleares. Como he dicho antes, destruimos la naturaleza
para volver a ella. Tal vez gran parte de la tragedia humana deriva de la
incapacidad para internalizar las orientaciones valorativas que el hombre acata
formalmente, y en las que profesa creer. La internalización de ideas y valores
correctos es exactamente a lo que me refiero por revolución humana. Y, como
estoy seguro de que usted concuerda, realizar esa revolución en cada individuo
humano es tarea de la religión.
WILSON: No dudo de que el agente más eficaz para este proceso de
socialización y aculturación sea la religión. Puede ser tal vez el único agente
que puede difundir con eficacia valores de esta clase. Las medidas
institucionales, debemos ahora reconocer, no producen el efecto que un
optimismo rousseauniano ingenuo suponía. Las buenas instituciones, en y por sí
mismas, no hacen hombres buenos (aun suponiendo que haya un acuerdo en lo que
constituye una buena institución). Debe haber también, y tal vez en primer
lugar, una conciencia social ampliamente distribuida de lo que se debe y no se
debe hacer; en resumen, debe haber una cultura en la que se considera a la
naturaleza de manera muy diferente de la que ha prevalecido en las tradiciones
occidentales.
Difundir valores que restauren la armonía del hombre y la
naturaleza puede ser, como lo implica su comentario, una tarea para la que las
religiones de la tradición judeo-cristiano-islámica estén mal adaptadas. "El
hombre por encima de la naturaleza" es una vigorosa concepción cristiana,
y la corrupción del mundo real y del mundo social es una idea profundamente
implantada en estas tradiciones religiosas. En el protestantismo, esta
orientación floreció en la exigencia de que el hombre domine a la naturaleza, y
esta disposición fue conducente para el desarrollo de la ciencia y de la
tecnología. Muchos cristianos están, ahora, muy preocupados por los problemas
ecológicos, pero tal vez los grupos más activos deben poco a las concepciones
cristianas. Podría necesitarse, por cierto, una redifusión de nuevos valores
para que las grandes masas adviertan las consecuencias indeseables del dominio
del hombre sobre la naturaleza (incluyendo su dominio, por ejemplo en el control
de la natalidad, sobre la naturaleza humana). Si puede proveer esos valores y
despertar la conciencia de los hombres al daño y el peligro producidos por la
destrucción del medio ambiente, el budismo desempeñará el papel vital para
salvar a la humanidad de sí misma.
Bryan Wilson se doctoró en la London
School of Economics. Es profesor de sociología en la Universidad de Oxford,
miembro del All Souls College. Se ha dedicado a la investigación de la religión
y su rol en la sociedad contemporánea, y es muy requerido como profesor
visitante en varias universidades del mundo. Ha escrito extensamente sobre
secularización y es una autoridad reconocida en sectas, por lo cual ha
asesorado a diversos gobiernos y atestiguado en juicios en varios países. Entre
sus libros se destacan Sects and Society; Religion in Secular Society;
Religious Sects (traducido a cinco idiomas); Magic and the Millennium y
Religion in Sociological Perspective. Ha escrito además artículos para las
enciclopedias Británica, de Ciencias Sociales y de la Religión.
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